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La historia de José Luis, el nica que formó su familia en un refugio de México

Un nicaragüense que huyó de la represión de Daniel Ortega lleva casi tres años en México esperando la respuesta de Estados Unidos sobre su solicitud de refugio. Mientras espera, ha formado familia con una guatemalteca.

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En un pequeño cuarto de un refugio en Ciudad Juárez, al norte de México, se encuentra el joven José Luis Alvarado. Es nicaragüense. Tiene dos años y medio de estar en ese albergue al que llegó en julio de 2019 junto a otros cinco nicas.

El objetivo era llegar a Estados Unidos. Ahora, José Luis es el único que todavía permanece en el albergue esperando una respuesta de las autoridades estadounidenses sobre su solicitud de refugio.

Al cuarto llegan a buscarlo más migrantes que, como él, habitan en ese refugio. Lo buscan porque él es el promotor de sanidad y ayudante del encargado del albergue. En el cuarto no está solo. Está acomodado con su pareja, una guatemalteca que conoció en ese lugar, y con su pequeña niña de un año que procrearon ambos ahí.

José Luis dice que no puede volver a Nicaragua porque el régimen de Daniel Ortega lo persigue desde que prestó sus servicios como enfermero a los heridos de su municipio, La Trinidad, al norte de Estelí. Cuando habla se nota su acento norteño mezclado con un adoptado acento mexicano.

Wendy, su pareja guatemalteca, también es migrante y ninguno de los dos piensa dejar el albergue si no se van con el otro y con su pequeña Dana Sarahí, que tiene nacionalidad mexicana.

En el centro, José Luis junto a otros dos migrantes en el refugio donde se encuentra en México. CORTESÍA

“Traidor”

José Luis Alvarado tiene 29 años y es el menor de cuatro hermanos. Viene de una familia adventista que desde pequeño le inculcó el sentido del servicio y la ayuda al prójimo. Por eso decidió estudiar en la Escuela Regional de Enfermería Juana María Cruz Centeno, de la UNAN. En 2016, se graduó como enfermero.

Hizo su servicio social en Boaco, y trabajó en centros de salud de Estelí y en el hospital San Juan de Dios de esa ciudad. A inicios de 2018, entró al cuerpo militar de enfermería del Ejército y empezó a trabajar en la emergencia pediátrica del Hospital Militar. Ahí estaba trabajando cuando estalló la crisis política.

En La Trinidad, municipio de donde es originario, hubo protestas y los pobladores levantaron tranques. El tres de julio de 2018, el día en que paramilitares y la Policía desataron la “Operación limpieza” en ese municipio, José Luis se dispuso en salir a ayudar a jóvenes heridos a como lo había hecho en otras ocasiones.

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“El jefe que tenía en ese entonces había llegado a agarrar a balazos a los manifestantes que estaban ahí (en La Trinidad), y él me llamó para que le diera posada y yo no le quise contestar el teléfono”, cuenta José Luis. En ese momento, sus superiores comenzaron a sospechar de él hasta que se dieron cuenta que se había ido a los atender heridos.

Cuando se presentó a su trabajo le dijeron que era un “traidor”. “Si estás hablando mal del gobierno, yo mismo te voy a matar” narra el joven lo que le dijo su jefe, de apellido Castillo, quien era el jefe de la emergencia pediátrica del Hospital Militar.

Posteriormente, se dio cuenta que lo tenían vigilado y su familia recibía asedio policial en La Trinidad. Por temor, presentó su renuncia inmediata y no se la aceptaron. Su superior no se la quiso firmar, pero de igual manera él la dejó y se fue para La Trinidad. Pensó que iba a estar tranquilo y que no iba a tener problemas, pero la Policía seguía llegando a su hogar.

Estuvo huyendo un tiempo, escondiéndose entre Estelí y Jinotega. A su casa le llegaban cartas del Ejército, firmadas por su exjefe Castillo ofreciéndole la misma plaza que ocupaba en Hospital Militar y un aumento de sueldo. “Eran trampas que ellos me ponían”, considera.

Una persona con la que trabajó en el Hospital Militar le advirtió que, si aceptaba, corría el riesgo de ser detenido porque los superiores lo habían tachado como un traidor. Ignoró las ofertas de los militares y luego le llegaron ofertas de trabajo del Ministerio de Salud, las cuales también consideró que eran trampas

Para aquellos días, José Luis pasaba encerrado, resguardado en una casa de una zona rural de Estelí. Así estuvo por casi un año. No podía trabajar ni salir, tenía temor, así que decidió partir hacia Estados Unidos y solicitar refugio. No quiso irse a Costa Rica porque “hay mucha xenofobia”.

José Luis trabaja como enfermero en el albergue donde se encuentra. CORTESÍA

A lavar platos

José Luis salió por veredas el primero de mayo de 2019 junto a otros cinco nicaragüenses que también eran perseguidos por el régimen de Daniel Ortega.

En lo que iba caminando hacia la frontera con Honduras, un Policía joven los detuvo. José Luis calcula que tenía unos 17 años, 19 cuando mucho. Les pidieron sus datos y unos 10 minutos después les dijo que se fueran. “Váyanse, si yo también voy detrás de ustedes. Ya no aguanto esto”, dijo el joven agente, según relata José Luis.

“Cuando llegué al otro lado de Honduras yo brincaba de felicidad y pensaba que por fin iba a ser libre”, narra el joven, quien en el vecino país del norte tomó un bus que lo llevó hasta Guatemala y de ahí viajó a la frontera con México. Decidieron cruzar por el rio Tecún Umán.

José Luis dice que en el río había personas con balsas pasando a muchos migrantes y cuando fue su turno, los hombres de las balsas los llevaron hasta donde estaba la policía mexicana. Los retuvieron, requisaron y los obligaron a dar todo su dinero.

 “Yo llevaba 200 dólares y todo el dinerito se me lo robaron y todavía tuvieron el descaro de decirme: “te voy a dar 100 pesos para que agarres la combi”, que es un busito y que eso vale, 100 pesos”, cuenta José Luis.

La policía mexicana dejó ir a José Luis y a los demás que viajaban con él. Tomaron un bus que los llevó a la ciudad de Tapachula. Ahí, decidieron quedarse un tiempo para reunir dinero y continuar con el viaje a Estados Unidos.

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Una monja, de nombre Olga Sánchez, les dio albergue a los nicas mientras estuvieron ahí. José Luis consiguió trabajo repellando paredes, sembrando chiles y otras verduras.

La monja les ayudó con algunos trámites migratorios y les consiguió una visa humanitaria para que pudieran pasar de tránsito por México con destino a Estados Unidos. Semanas después, se fueron en un camión para Ciudad Juárez, un poblado al norte de México fronterizo con El Paso, Texas.

Fueron cuatro días de viaje, y el camión llegó a media noche y los dejó en una zona llamada kilómetro 20. No sabían qué hacer y no conocían a nadie. Les tocó irse a dormir “detrás de una michoacana, que es donde venden bebidas”, y un señor indigente les compartió cajas de cartón para que durmieran ahí en la calle.

Al amanecer se fueron a Estados Unidos y se entregaron a la patrulla fronteriza estadounidense. “Nos agarraron y nos patearon. Son muy groseros y racistas. Se nos salieron las lágrimas” cuenta.

Los agentes fronterizos los llevaron a una celda llamada “La hielera”, que es una habitación de cuatro paredes en la que hace mucho frio y en donde meten a los migrantes que llegan a Estados Unidos. “Lo meten ahí para que uno mejor pida deportación y ya no se quede”, comenta José Luis

Luego, lo llamaron aparte y le preguntaron que qué llegaba a hacer. Él respondió que llegaba buscando refugio por persecución política. “¿Y para qué te le rebelas a tu gobierno?”, le respondió un agente fronterizo, relata José Luis.

Él tenía una persona que lo iba a recibir en los Estados Unidos y le dijeron que podía llamarla para decirle que le iban a permitir entrar. José Luis habló con la persona, pero después se dio cuenta que le habían mentido.

“Va para Juárez a lavar platos que para eso son buenos ustedes”, les dijo un agente de migración estadounidense y los envió de vuelta a México.

Todos o ninguno

José Luis y los cinco nicas se fueron a la Catedral de Ciudad Juárez a pensar qué hacer. Desilusionados y lejos de sus familias, sin conocer a nadie. En ese momento, llegaron unas personas en camionetas “a querernos secuestrar”, cuenta el hombre.

Los seis muchachos salieron corriendo y se refugiaron en una parroquia de la zona. El sacerdote del lugar los albergó y luego los llevó al alberge para migrantes en donde está hoy. Desde ahí, José Luis aplicó al programa “Quédate en México”, que consiste en solicitar el refugio a Estados Unidos, pero el solicitante debe esperar su resolución en México.

José Luis y sus compañeros de viaje se quedaron viviendo en el albergue mientras esperaban. De vez en cuando salían a buscar trabajo. José Luis pudo encontrar en construcción y lo que ganaba le servía para comprarse comida.

La espera por la respuesta de las autoridades estadounidenses ha sido larga, por lo que casi todos los que viajaron con él no aguantaron y decidieron cruzar ilegales. José Luis dice que tres pudieron cruzar y los otros dos fueron deportados.

Él no quiere entrar a Estados Unidos de manera ilegal porque dice que quiere hacer las cosas bien y que, además, ya no es solamente él, sino que quiere ir con su familia. Wendy, su pareja, también quiere irse con él.

En ese albergue fue que se conocieron. Empezaron a hablar y se dieron el tiempo para una relación hasta que nació su hija. José Luis ya metió una solicitud para que su caso lo resuelvan en conjunto con su familia.

Mientras tanto, espera en el cuarto que le asignó el responsable del albergue con quien ha hecho una buena amistad desde que llegó. Consigue dinero extra trabajado con organizaciones para migrantes prestando sus servicios de enfermero.

José Luis no quiere quedarse en México porque el tiempo que lleva ahí ha visto que es un país muy inseguro y ha sufrido discriminación por ser nicaragüense. Tampoco quiere volver a Nicaragua. Dice que su familia en La Trinidad está más segura si él continúa fuera del país.

“Yo no voy a dejar a mi familia. Ellos (Estados Unidos) me dejaron aquí y estoy esperando que me den respuesta, pero ya no solo a mí, sino en conjunto, porque ya metí la petición, pero nunca fue contestada”, dice el joven.

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