A veces un solo hombre es capaz de cargar en sus hombros una tarea titánica y hacerla ver fácil. Anoche, en Oakland, Kevin Durant reclamó toda la admiración, el protagonismo y debe ser recordado como la gran figura del primer partido de la Final de la NBA que ganó Golden State Warriors 113-90 a los Cavaliers.
Durant encontró placer desde cualquier punto imaginable para encestar 38 puntos, a la vez que proporcionaba ocho asistencias y ocho rebotes. Caminó como un fantasma entre la defensa de Cleveland, invisible, y tan certero en sus ejecuciones como francotirador soberbio.
Y fue Stephen Curry el cómplice de Durant. En mutuo entendimiento empujaron la empresa de poner a Golden State Warriors 1-0 en la serie al mejor de siete partidos y llegar a 13 victorias consecutivas en los playoffs, una cifra histórica que empata con la que previamente habían establecido Lakers y el mismo Cleveland, la temporada pasada.
Curry jugó 34 minutos en el partido, cuatro menos que Durant y su cosecha de puntos fue abundante con 28, más seis rebotes y diez asistencias.
De una cara
Cleveland fue un equipo desorientado. Su defensa pareció diseñada para el fiasco, mientras que LeBron James se sacudía el entuerto, tratando de ponerle otra cara a un juego que fue de una sola, a favor de Durant y compañía.
James aportó 28 puntos, dio ocho asistencias y realizó 15 rebotes, sintiendo los espaldarazos de Kyrie Irwin, quien concretó 24 unidades y Kevin Love luchando por no dejar hundir el barco con 15 puntos más. Pero en términos generales, Cleveland no fue ese conjunto cohesionado y amurallado en la defensiva.