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Don Chuno Blandón tiene 30 años de dedicarse a la venta de churros y empanadas. LA PRENSA/ Carlos Valle

Don Chuno Blandón tiene 30 años de dedicarse a la venta de churros y empanadas. LA PRENSA/ Carlos Valle

Los churros de don Chuno Blandón

Los churros más famosos de Chinandega los vende don Chuno Blandón y con ellos ha graduado a dos hijos médicos, un abogado y un técnico agrícola.

A las tres de la mañana en punto, Jesús Blandón se despierta y comienza a alistarse para ir a vender churros y pasteles por las calles de Chinandega. Vive en El Viejo, pero viaja todos los días a la ciudad desde hace más de treinta años. En el pueblo todos los conocen como don Chuno y su clientela no ha parado de crecer. Hace algún tiempo, su jornada duraba más de 12 horas, porque tres de sus cuatro hijos estaban en la universidad y él debía vender lo que más pudiera. Pero a pesar de que ya se graduaron, a sus 74 años, don Chuno continúa vendiendo.

Su rostro es testigo de su trabajo, sus mejillas están algo manchadas por tanto sol y en el contorno de su cara se dibujan algunas arrugas que combinan con el blanco de su pelo. Nació en Posoltega y desde que tenía nueve años, él y su hermano quedaron huérfanos luego que sus padres fallecieran no precisa cómo. Solo dice que tuvieron que mudarse con sus abuelos maternos. Ahí ambos comenzaron a trabajar para ayudar con los gastos de la casa, a pesar que eran unos niños.

“En aquel tiempo mis abuelos hacían alfeñiques y nos mandaban a vender (a mi hermano y a mí) por donde pasaba el ferrocarril. Íbamos con mi abuelita, pero en temporada de producción de algodón nos llevaban a cortar algodón y éramos buenos cortadores. Después se nos fueron y nos fuimos del pueblo”, cuenta con voz pausada.

Prácticamente don Chuno vivió su infancia de trabajo en trabajo, a veces andaba vendiendo alfeñiques, otras veces cortando algodón, caña de azúcar, fue chofer y más tarde se convirtió en vendedor ambulante de ropa. En su adolescencia comenzó a tomar licor y aprendió a jugar billar, pues a como él dice, era su única diversión.

“Todo el tiempo trabajamos, la niñez de uno fue dura, a los 11 o 12 años aprendí a tomar licor, esa era la diversión de la gente. Y todo eso fue parte de mi vida”, agrega.

Cuando sus abuelos murieron, él tenía 15 años. Junto con su hermano decidieron mudarse a Managua en busca de mejores oportunidades. Ahí trabajaron vendiendo ropa al crédito en los barrios de la capital, ganaban dos córdobas a la semana y él todavía recuerda con exactitud que “vivía en Altagracia, de Ofelia Rocha, media cuadra abajo”.

Ahí trabajó al lado de su hermano hasta que en 1972 el terremoto derribó la capital y ambos regresaron a Chinandega. Al poco tiempo cada uno siguió rumbos diferentes y él se fue a trabajar como cortador en la zona bananera.

Luego conoció a su esposa, Rosibell Ordóñez, y juntos procrearon cuatro hijos, tres varones y una mujer. Inició a trabajar con la madrina de su primer hijo. Ella hacía los churros y pasteles y él los salía a vender por toda la ciudad.

Vida de sacrificios

Don Chuno a la par de Denis Blandón, uno de sus cuatros hijos. LA PRENSA/Carlos Valle
Don Chuno y  Denis Blandón, uno de sus cuatros hijos. LA PRENSA/Carlos Valle

Cuando su primer hijo se bachilleró fue un momento clave en la vida de don Chuno. En ese tiempo él tomaba mucho alcohol y esto preocupaba a sus hijos, porque ellos querían ir a la universidad pero necesitaban el apoyo de su padre.

“Cuando ellos estaban en secundaria yo tomaba bastante, ellos eran buenos estudiantes con notas de 97 o más. Y recuerdo que una vez allí (señalando la sala de su casa) mi hijo mayor me dijo: ‘Papá si vos no dejás de tomar, nosotros vamos a buscar una carrera técnica’”, recuerda con un asomo de tristeza.
Esas palabras lo hicieron reflexionar. Le prometió a su hijo que ese sería el último día que tomaría y, según cuenta, ya van treinta años de sobriedad desde esa vez.

A los meses, su primogénito, Jesús Blandón, ya estaba estudiando la carrera de Medicina en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León), él le daba 20 córdobas para que se ayudara con los gastos pero cuando sus otros hijos ingresaron a la universidad, los gastos se duplicaron. Entonces decidió preparar él mismo los churros y pasteles; así ganaría un poco más.

“Duré como dos meses en aprender, yo decía voy a intentar, voy a intentar. Recuerdo que llegaba oscuro donde la señora que me los daba a vender y miraba cómo los preparaba. Ya después me arriesgué y los hice yo”, cuenta sonriendo.

Para ese tiempo su rutina comenzaba a la 1:00 a.m., ponía una lámina de zinc sobre un fogón y encima colocaba una porra y freía los churros. A eso de las 5:00 a.m. salía a las calles a venderlos y regresaba al anochecer.

Pasó trabajando así durante ocho años hasta que por la edad ya no pudo más y decidió solo venderlos. Cuando todos sus hijos ya se habían graduado y ya estaban trabajando en sus profesiones.

“Gracias a Dios tuvimos un padre como él, que a pesar de las limitantes que tuvimos como familia, llevó la carga económica para que nosotros pudiéramos sacar nuestra profesión y gracias a ese esfuerzo hoy todos somos profesionales”, cuenta con orgullo Denis Blandón Ordóñez, hijo de don Chuno.

Con los años el vendedor de churros se ha hecho muy conocido en la ciudad de Chinandega y eso le facilita las ventas, porque de 5:30 a.m. a 11:00 a.m., llega a vender hasta 150 pasteles y churros, y cuando hay juegos de beisbol, en un par de horas despacha hasta 300. Son los mejores días para él.

“Yo no descanso, los domingos si hay juego voy a vender. Cuando termina el partido yo ya acabé toda la venta. La gente me dice ‘Hey Chuno, traé los pasteles’, y yo les digo: ‘espérame voy a ver la jugada’, cuenta entre risas.

Le encanta el beisbol. Confiesa ser el aficionado número uno de Los Tigres de Chinandega. Soy un Clodomiro chiquito, lo único que no grito como él”, dice. En el equipo lo aprecian tanto que hasta camisas del equipo le regalan, ya no le cobran la entrada al estadio y en los últimos treinta años, asegura, solo una vez no pudo asistir a un encuentro.

Los días que hay temporada regular se le puede ver usando una camisa de Los Tigres, una gorra y su balde a cuestas. Su popularidad es tanta que algunos microempresarios le han puesto calcomanías publicitarias en su balde. Sus hijos y amigos le dicen que ya deje de trabajar, pero como dice él: “No es lo mismo andar pidiendo que uno andar sus reales en la bolsa”.

Don Chuno Blandón tiene 30 años de dedicarse a la venta de churros y empanadas. LA PRENSA/ Carlos Valle

Curiosidades

Don Chuno tiene una hija doctora, un hijo abogado y otro técnico agrícola.
Su hijo mayor era doctor, pero murió cuando tenía 24 años. Aún llora cuando habla de él.
El no compra ropa para él porque sus amistades más cercanas se la obsequian.
De niño, él y su hermano quedaron huérfanos.
Uno de los días más alegres para él son los días del padre y su cumpleaños, porque sus hijos siempre se los celebran.

En esta canción para Los Tigres, equipo de beisbol de don Chuno, el popular grupo musical chinandegano Bakanos le dedica la entrada al vendedor de churros:

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