“El perfil de una asistente del hogar es de mujeres jóvenes, adultas de 18, 50 años, vienen de los departamentos, son mujeres jefas de hogar, con antecedentes de violencia. Son el sostén para sus hijos, para su familia”. Francys Valdivia, abogada del Movimiento María Elena Cuadra.
Está la que duerme adentro.
“Las trabajadoras domésticas o doméstica es un término discriminatorio, despectivo, domesticado es el perro, el gato, los animales, pero un ser humano que te recibe al niño para que el transportista se lo lleva es un auxiliar, no podemos tratarla como domesticadas”, dice Francys Valdivia, del Movimiento María Elena Cuadra, organización que el año pasado llevó cientos de casos de demandas de mujeres trabajadoras del hogar. Esta organización acompaña los procesos legales hasta que se dicta sentencia.
Valdivia cree que con la ratificación del convenio hay más mujeres claras de sus derechos. Urania Ordóñez, originaria de Nueva Segovia, se enteró de sus derechos laborales en el movimiento.
Tras la ratificación del convenio, el Gobierno reiteró que el 10 de diciembre es el Día de la Trabajadora del Hogar.
Los sectores gremiales creen que aún falta mucho por reconocerles, sobre todo incluirlas en el régimen del INSS. Algunas están inscritas pero reciben un seguro facultativo que no es lo mismo, explica la abogada del María Elena Cuadra.
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El único empleo remunerado que Urania Ordóñez ha tenido en su vida laboral es el de trabajadora doméstica o “asistente del hogar”, como se les llama desde el 2012. Ordóñez, de 44 años, mamá de tres mujeres, estudió hasta tercer año y se crió en la comunidad de Las Palmas, adelante de Santa María, en Nueva Segovia.
Por recomendación se vino y halló empleo en la casa de dos profesionales en el Reparto San Juan. Allí vive y trabaja. Entre idas y venidas se ha quedado con ellos casi veinte años. Cuando llegó uno de los hijos tenía seis meses, y la de 17 años, no estaba ni en planes.
“Me tratan bien”, dice Ordóñez, quien por limpiar, cocinar, lavar, arreglar y permanecer en la casa gana 4,015 pesos al mes. Dice que su “patrona” le dijo que se fijara en lo que han dicho las noticias sobre el salario mínimo para aplicar el reajuste que establece la ley.
Ordóñez dice que lleva algunos años cotizando en el INSS (Instituto Nicaragüense de Seguridad Social). “Tengo unas amigas a las que no les pagan ni el mínimo, y que tampoco tienen seguro, más bien las humillan cada vez que piden aumento”, dice Ordóñez. Una vez al mes viaja a Ocotal, donde viven dos de sus hijas, una de ellas enfermera y la otra estudiante. Allá pasa cuatro días antes de volver a su rutina los siguientes 26 días, de levantarse a las seis de la mañana para cocinar, limpiar, lavar, arreglar y acostarse a las nueve después de ver la telenovela brasileña Rastros de mentiras .
La que trabaja por días y horas.
David Nicoya es oficial administrativo de una ONG, tiene 42 años y vive en una urbanización en Carretera a Masaya. Como vive solo y pasa el día afuera, él ha contratado el servicio de una señora que llega dos veces a la semana, ocho veces al mes, a su casa.
Entre 10:00 a.m. y 3:00 o 4:00 de la tarde, la mujer hace lo mismo que Ordóñez en la casa del Reparto San Juan: limpia, lava, tampoco plancha y le deja comida hecha
Nicoya pasa el día en su oficina, va al gimnasio, sale de vez en cuando, no necesita a una persona que esté permanente en su casa. El trato que ha establecido le conviene a él y a ella. Hasta donde sabe, ella trabaja aparte en un call center, aprovecha los días libres para llegar donde él. Como la urbanización está en la periferia de la capital, él además de los 250 córdobas por el día de trabajo, le paga el pasaje. “Me tiene muy mal enseñado”, dice Nicoya para expresar lo conforme que está con el servicio que recibe en su casa.
El sociólogo Cirilo Otero dice que igual que el servicio doméstico tiene distintas modalidades de pago: hay quienes trabajan con dormida adentro, pero también están las que van por días y por horas.
No existe un solo tipo de empleador, dice Otero. El trabajo de las asistentes o auxiliares del hogar, requiere el diez por ciento, que es el sector rico de la población, pero también existe un 85 por ciento que se reparte entre profesionales, comerciantes, secretarias, que pagan por el servicio doméstico.
En todos los sectores “hay gente que requiere ese acompañamiento” de gente que se encargue de los hijos y de los “oficios” de la casa.
En la medida que se han ido diseñando leyes sociales que benefician a este sector (servicio doméstico) entonces van siendo excluidas por tareas o por tiempo, eso significa que así se les paga por el día, es un trabajo al destajo”. Cirilo Otero, sociólogo.
POR LEY ES EMPLEO FORMAL
Son miles las que contratan pero también miles los empleadores.
En diciembre de 2012, cuando Nicaragua ratificó el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, (OIT), sobre las trabajadores domésticas, las autoridades del Ministerio del Trabajo, (Mitrab) revelaron que el diez por ciento “de la fuerza laboral del país, entre 200 y 280 mil personas, son trabajadoras del hogar”, según dijo Bertha Guerra, representante de la OIT. Agregó que el 86 por ciento de esos trabajadores son mujeres.
Aunque en el universo del servicio doméstico se incluyen servicios de jardinería, mandados, los que hacen rumbos en las casas, el servicio doméstico, en general, tiene rostro de mujer igual que la maquila.
Pero, como también pasa en el sector de la maquila, el servicio doméstico es de los más bajos remunerados y roza en la informalidad.
Para Francys Valdivia, abogada del Movimiento de Mujeres María Elena Cuadra, “aún se le siguen violentando sus derechos laborales, no tienen un contrato escrito a pesar de que Nicaragua ratificó el convenio 189 de la OIT, donde recomienda agotar ciertas medidas de protección a este sector como el contrato escrito, la jornada laboral de ocho horas y ser inscritas al régimen de Seguridad Social”, dice la abogada.
A esa organización llegan muchas mujeres buscando apoyo legal para demandar a “patronas” que no les pagan indemnización, salario, mucho menos prestaciones sociales.
Una de las demandas recientes fue contra una docente de la Universidad Centroamericana (UCA) que no le pagó el salario que había ganado la asistente del hogar y tampoco la había inscrito en el régimen de la Seguridad Social.
Hay casos, explica Valdivia, en que para no pagarles las acusan de robo.
“El cuido de niños, de mascotas, labores de jardinería, mandados al mercado, llevar a los hijos al colegio y a veces hasta el médico”, son algunas de las tareas que las obligan a realizar y por las cuales no les pagan, explica Ileana Morales, coordinadora de Astradomes (Asociación de Trabajadoras Domésticas).
Tampoco les quieren pagar “cuando los patrones realizan fiesta en casa y la trabajadora tiene que acostarse hasta que no queden invitados y les toca dejar todo limpio y en orden. Ese es un trabajo extra que no lo pagan”, describe Morales.
“Muchas veces las empleadoras son inconscientes cuando se da el aumento salarial”, agrega Morales y explica que a veces las mujeres renuncian por “maltrato sicológico que le dan los hijos de los empleadores. De igual manera se da la explotación porque me contratan para el cuido de cinco personas y al final terminan cuidando a una familia de ocho o diez personas, y toca desde lavarles el carro y soportar acoso o abuso sexual”, explica la coordinadora de Astradomes, organización que representa a este sector.
LA QUEJA DEL EMPLEADOR
En la otra esquina están los empleadores inconformes. El rosario de reproches hacia el servicio doméstico es amplio y variado: desde que son desordenadas y antihigiénicas hasta que dejan abandonadas las casas, que no saben hacer oficios, que se requiere enseñarles todo, que meten a parientes y novios en las viviendas. También que no tienen paciencia con los hijos entre otros. Un simple “no quieren trabajar” es común entre algunos que entran en un caos doméstico cuando no tienen quién les vea la casa.
“Trabajo como bestia toda la semana, me lo sudo y termino cada fin de semana limpiando lo que se supone la empleada o ‘colaboradora’ debe hacer mientras no estoy. Hablan de derechos, de indemnización pero nadie les recuerda sus deberes. He llegado a la conclusión de que uno no paga porque limpien tu casa sino para tener a alguien que más o menos atiende tus cosas cuando no estás”, escribió como una catarsis en su muro de Facebook Adelayde Rivas, directora de Set Net Communications.
En este momento “no tengo empleada”, dice Rivas y explica que sólo ha contratado a gente recomendada por gente de confianza. “Es la única forma que se consigue empleadas hoy día, de boca en boca”, cuenta Rivas y aclara que en su casa nunca ha necesitado a nadie “con dormida adentro”, pero sabe que ese tipo de servicio tiene demanda entre la gente con hijos.
“Una empleada normalmente gana entre 2,500 pesos y 3,000 la bien pagada. Pero hay algo interesante en Rivas, donde yo viajo mucho la empleada gana 1,500 mensual a 2,000. En los departamentos el trato es diferente porque son mujeres sin estudios, sin mucha preparación, mujeres de comarcas cercanas. Y como en el campo no hay trabajo entonces les pagan poco”, dice Rivas y considera que los empleadores muchas veces tienen que enseñarles desde cero a las trabajadores y eso tiene un costo.
Francella Muñoz, amiga de Rivas y propietaria de una empresa de limpieza, dice que ella tiene una trabajadora en su casa desde hace cuatro años que se ha acoplado bien a sus hijos y a las tareas encomendadas.
La empleada de Muñoz es originaria de Kansas City, una comunidad remota de Matagalpa, que la mujer visita una vez al mes por cuatro días. “
Se demora ocho horas en llegar hasta allá”, detalla Muñoz, quien en su cotidianidad contrata a mujeres y hombres para limpiar en oficinas y empresas, y valora más a las trabajadoras de los departamentos porque son más responsables con el horario y dedicadas.
Muchos “empleadores las traen de los departamentos o las contratan a través de agencias”, explica la abogada del María Elena Cuadra, y aclara que a veces toca demandar no al particular que corre a la señora sino a las agencias que las colocaron en las casas.
ENTRE LAVAR Y PLANCHAR
Dominga Peralta trabaja lavando y planchando desde los 18 años. “Desgraciadamente salí preñada y tenía que mantener a mis hijos”, dice Peralta, quien desde hace 15 años trabaja en casas encargándose de los distintos quehaceres que le asignan. Ahora, a sus 53 años, sigue lavando y planchando los martes y miércoles por las tardes, mientras que tres veces por semana va a una casa en Villa San Jacinto, Managua, donde ha ido quizá los últimos 15 años de su vida
“Uno se acostumbra a las personas”, dice Peralta, mientras cae el chorro donde friega los trastos. Entre los tres lugares que visita, Peralta redondea poco más de cuatro mil pesos. “Así me resulta. Ya me acostumbré”, dice esta mujer que los fines de semana se queda en su casa. No ha querido trabajar con dormida adentro “porque los patrones lo ponen a hacer más cosas a uno”, dice esta mujer morena y baja que usa lentes y que asegura que tiene un trato amistoso con su empleadora actual.
Una máxima para ella es trabajarle a gente que conoce. “Solo voy a partes donde me conocen”, dice, eso le ha ahorrado problemas y decepciones con los empleadores a lo largo de estos años.
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