JOAQUÍN ABSALÓN PASTORA
Cuatro cuerdas. Cuatro compañeros. Cuatro instrumentos. Dos violines, viola y cello. Cada vez que Goethe asistía a un cuarteto clásico, vivo, prendido por los matices de la adhesión al memorizar, fijaba el concepto de la franca compañía.
Cuando asistí a este espectáculo, el grupo cumplió con la rigurosidad formativa de la regla académica con los desempeños que le dieron a la tradición, certidumbre añosa. Se hizo la presentación en el Centro Cultural Pablo Antonio Cuadra.
Cuando Irma Kock hizo el anuncio del programa siguiendo el método de la ilustración, nos enteramos de que tres de los componentes eran bisoños, estudiantes de música y por la vía de los conocimientos, miembros selectos de la Philarmónica Juvenil. Primer violín, Gebel Centeno; segundo violín, Smetana Mairena; viola, Jim Valle; cello, la excepción por su veteranía, Irma Kock.
La primera pieza es de un compositor desconocido, el alemán Albrechts Berger, pero inmediatamente identificado cuando se sabe a través de la referencia que fue maestro de Beethoven y amigo de Mozart, suficientes credenciales para impulsar la concentración en su cuarteto para dos movimientos.
Y se le quita el polvo a las novedades al ponerse a Mozart cuando tenía 13 años en su célebre cuarteto que lleva todas las trazas de la bella travesura. Y más allá la maravilla de comprobar que un cuarteto de los tantos dejados por Haydn, sirvió de inspiración para el himno nacional de Alemania, una flor con olor a nación.
Se recordó a Vivaldi en un retroceso inesperado de años atrás, cuando de él se hizo una deliciosa simplificación de uno de sus conciertos, y en el final gracias a las solturas combinadas de la modernidad, euritmia simultánea de pizzicatos, peripecias manuales en lo que pareció ser audaz laboratorio, vibración para escalar las cumbres del virtuosismo.
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