Esa noche —30 de octubre— tembló la superficie iluminada del Salón de los Cristales. Se invocó la figura del periodista y músico estadounidense Daniel Pearl en los países por donde anduvo con su pluma y su violín.
Se hizo la conmemoración con un nombre ecuménico “Armonía para la Humanidad”, evento partícipe en los días mundiales de la música. La ejecución del repertorio avivado con decoro clásico, le correspondió a la Orquesta Sinfónica Juvenil de Nicaragua conducida por las batutas alternas de Ramón Rodríguez y César Bermúdez, cautelosos con el control de los ímpetus para no ir más allá de la tabla heredada por la creación primigenia.
Danny fue además de periodista, un concertino de formación clásica. En cada comunidad dejó músicos amigos, pero en sus funciones se rompieron los puentes para que naciera un símbolo de la ilusión que debe destacarse. A los músicos del mundo se unió nuestra sinfónica con la fluidez puesta en la distancia entre Alberto Ramírez con su Carmencita y la suntuosidad religiosa de exponentes como Mozart y Franck para dejar testimonio del divino propósito de acercarse al señor ante quien también se arrodilló el dolor resignado de José de la Cruz Mena en su Ruinas y la coronación final de Brahms y Mendelssohn valorada por la capacidad creciente de una juventud que responde en estos actos de exigente relieve.
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