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El último desafío

Es una experiencia francamente extraña evaluar una película escenificada en un pueblo en estado de sitio, mientras en las noticias pasa algo parecido, pero real y trágico.

Juan Carlos Ampié

Es una experiencia francamente extraña evaluar una película escenificada en un pueblo en estado de sitio, mientras en las noticias pasa algo parecido, pero real y trágico. The Last Stand recurre a la violencia como entretenimiento, mientras que la violencia documentada en Boston es verdadera, repelente, sin filtros ni subliminaciones. Cambiaremos la página por un segundo, para darle chance a esta pieza de entretenimiento desechable.

Arnold Schwarzenegger regresa a la pantalla después de cerrar su carrera política como gobernador del estado de California.

El pequeño pueblo de Sommer queda casi desierto cuando la mayoría de sus habitantes acompaña al equipo de futbol colegial a un partido de visitante. Pero el sheriff Ray Owens no tendrá un fin de semana tranquilo. El peligroso narcotraficante Gabriel Cortez (Eduardo Noriega) ha ejecutado un espectacular escape en Las Vegas, y corre hacia la frontera. Pasará justo por los dominios de Owens camino a México. La escapatoria es orquestada por Burrell (Peter Stormare), lugarteniente que lidera a un escuadrón de mercenarios armados hasta los dientes. El agente John Banister (Forest Whitaker) viene tres pasos atrás. El Último Desafío no es un típico vehículo de estrella. Schwarzenegger engalana solitario el póster, y es el nombre con el cual la película se vende, pero el protagonismo es compartido por Whitaker, quien domina el tercio inicial de la película. Y cuando la acción se concentra en Owens, nuestra atención se la roban personajes idiosincráticos y excéntricos, que a fuerza de personalidad opacan constantemente a la estrella putativa. Tampoco ayuda que los músculos histriónicos de Arnold se encuentran anquilosados. Pareciera que está leyendo las líneas de un cartel que alguien sostiene justo fuera de cámara.

La película es conscientemente caricaturesca, con los actores explotando los estereotipos que han definido sus personalidades públicas. Luis Guzmán es un viejo patrullero latino, mezcla de Cantinflas y Speedy González. Johnny Knoxville es un atolondrado amante de las armas. El galán brasileño Rodrigo Santoro es un bala perdida que se amarra los pantalones cuando es necesario. El sueco Stormare juega sobre su currículum de villano para todo propósito. Solo el español Noriega resulta deficitario en carisma a la hora de hincarle el diente a su papel. Tres actrices morenas, curiosamente intercambiables entre sí —incluyendo a Génesis Rodríguez, ¡la hija del Puma!— acarrean algo de confusión. La policía abnegada, la mesera corazón de oro y la agente rehén podrían pasar por hermanas. ¿Estaban en huelga las rubias?

El reparto multinacional es un guiño a la estirpe multicultural de estos productos taquilleros, que deben venderse alrededor del mundo.

Es aquí donde las trompetas que anuncian el regreso del viejo héroe de acción deberían sonar más alto. Sin embargo, no terminan de cerrar el trato. Trucos de efectos especiales con pantalla verde contribuyen a subrayar lo artificial del escenario. Queda en evidencia que Arnold está muy viejo para estas lides. Sin embargo, en sus precarios términos, El Último Desafío entretiene. Es la mejor mala película del año.

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