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Perros de pocas pulgas

El cuarto es pequeño. Muy pequeño. Otto tiene una soga alrededor del cuello y busca con desespero el rostro de Nectalia Castillo. Al fin lo encuentra. Ella lo ha estado observando a través de una ventana de vidrio. Y él la mira con ojos tristes. Le suplica con la mirada... pero no hay respuesta.

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Por Amalia del Cid

El cuarto es pequeño. Muy pequeño. Otto tiene una soga alrededor del cuello y busca con desespero el rostro de Nectalia Castillo. Al fin lo encuentra. Ella lo ha estado observando a través de una ventana de vidrio. Y él la mira con ojos tristes. Le suplica con la mirada… pero no hay respuesta.

Treinta minutos más tarde la soga sigue en el cuello. Así Otto no puede moverse cuando le acercan las tijeras. Y el cepillo y la máquina para afeitar. Alza las patitas delanteras cuando Carlos Mora está cepillando en el área de la barriga, gira cuando tiene que girar y se acuesta cuando es necesario. “Es un perro educado”, dice el peluquero.

Nectalia pidió el corte que le hacen a Otto desde hace cinco años. Y Carlos, que trabaja para la veterinaria Raymari, en Managua, va dando forma al pelaje del french poodle. Como si en un blanco algodón de azúcar esculpiera la figura de un perro. Con mucho cuidado. Centímetro a centímetro. Después de todo, las órdenes de Nectalia fueron claras: “Quiero que me lo dejés lindo. ¡No me le dejés el copete como casco de astronauta!”.

El cliente manda. No en balde se pagan de entre 13 y 30 dólares por el “grooming” de un perro, servicio que consiste en cepillado, corte de pelo, pedicure, limpieza de orejas, ducha y aplicación de perfume. De haber garrapatas o pulgas, el baño debe ser medicado y el precio aumenta (cuesta de entre 25 y 30 dólares) porque los bañadores de perros deben retirar garrapata por garrapata y aplicar veneno para matar pulgas. Todo el procedimiento puede durar hasta cuatro horas.

Hoy, en la pizarra de la clínica se apuntaron veinte citas para baños y cortes de pelo, ese es el promedio diario de clientes.

A las 11:00 de la mañana el cuarto está lleno de nubes de pelo blanco. A esta veterinaria- peluquería vienen muchos french poodle y malteses. Entre ellos Teresita, Nikita y Kitty, que miran a todos lados con sus ojos redondos e inquietos. Y claro, Otto con una paciencia infinita ha soportado un cepillado de más de una hora.

Carlos todavía no comienza a recortarle el pelo. Este peluquero se afinó en el oficio a fuerza de dejar pelajes mal cortados. En cambio, su colega Marvin López fue a Costa Rica para especializarse en peluquería canina. Sin embargo, lo confiesa: al inicio también él se equivocaba y dejaba hoyos donde no había que dejarlos.

A uno no se le ocurre que por aquí aparecerá un perro “come cuando hay”. Y en efecto, no aparece. Las mascotas traídas a esta clínica pertenecen a razas impronunciables.

Los clientes traen husky siberianos, chow chow, bulldogs y schnauzers. De vez en cuando un pastor alemán, un pitbull o un gran danés. Enormes. Intimidantes. Y el pitbull con su injusta fama de matón.

—Yo le tengo más miedo a los chiquitos— admite Wilmer Hernández, que desde hace dos años vive de bañar perros. Su voz apenas se oye entre el ruido de la secadora y la orquesta canina que suelta ladridos, lamentos y gruñidos en la antesala del cuarto de baño.

—¿Te han mordido?

—Un chihuahua… y un terrier. Pero suave— cuenta, mientras se prepara para enjabonar a Pelusa, una terrier negra.

Jairo Larios, quien ya lleva tres años bañando perros, agrega:

—Los chihuahuas son enojados. Una vez un chihuahuita se volteó y me mordió un dedo.

—¿Cuál es la raza más difícil?

—Los chihuahuas… y los maltés.

Una hora después, Nectalia continúa en la sala de espera, donde Pelusa se acaba de rencontrar con su amo. Regresa a casa, pelona y limpia.

A ella le aplicaron champú para pelo negro, aunque también lo hay para pelo blanco y pelo café. Y los hombres que bañan perros se ven enfrentados a un dilema cuando a la clínica llega un dálmata.

En esos casos hay que contar manchas. El champú a aplicarse depende de qué color predomine, si el blanco o el negro.

Algunos clientes traen a sus perros una vez por semana. Otros dos veces al mes. Nectalia viene con Otto cada dos o tres meses, eso depende de la velocidad con que a su mascota le crezca el pelo.

“Yo recuerdo que antes la gente no se preocupaba tanto por sus perros. Esto es nuevo”, dice. Después cruza las piernas y se prepara para otra larga hora de espera. Otto apenas va para el cuarto de baño…

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La Prensa Domingo peluquería perros pulgas archivo

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