La esperanza de una vivienda digna entre los pobladores que habitan los edificios que sobrevivieron al terremoto de 1972 no se respira en todos los hogares.
Mientras la mayoría se atreve a soñar con una casa nueva sin grietas ni gradas, seis familias andan pegando “carreras” para no quedarse sin techo.
Dichos edificios, tres de ellos ubicados frente al Ministerio de Gobernación y otro a pocas cuadras al norte, serán demolidos en los próximos meses, porque representan un peligro para sus habitantes y vecinos.
Familias como la de David Romero tienen meses tocando sin éxito las puertas del Instituto Nicaragüense de la Vivienda Urbana y Rural (Invur).
Romero y su familia de cinco miembros llegaron tarde al censo que hacía pocas semanas se había hecho en los edificios para gestionar las casas.
Romero no cuestiona esto, pero observa con pesar cómo los líderes de los Consejos del Poder Ciudadano (CPC) priorizan a gente que no vive ahí para darles casa y no a los necesitados.
Lo mismo les pasó a María Concepción López, con casi 20 años de vivir en el lugar, y su hija Isabel Sánchez.
El día que Sánchez debió poner su firma en el censo fue al hospital a dar a luz a sus gemelos. Su madre firmó por ella. Ahora los CPC las obligaron a que una de ellas renuncie a su casa, porque son familiares.
Como resultado, López, que es una de las habitantes más antiguas de esos escombros, no recibirá el beneficio de las casas en la comarca La Concepción, en Ciudad Sandino.
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Intentamos conocer la opinión de Yadira Mayorga, líder CPC, pero en su casa reiteraron que no se encontraba. No fue posible obtener la versión del Invur, que en un inicio había informado que quienes se quedaban sin casas eran los dueños de varios pisos que los tenían en alquiler.
Sin embargo, los que se quejan son justamente los que aseguran haber sido sacados de la lista.
Incluso quienes ya tienen casas aseguradas están inconformes. Esto se debe a que los CPC supuestamente “repartieron” casas sin criterios válidos.
A los CPC los acusan de beneficiar a familiares que no viven en los escombros, a cambio de perjudicar a los verdaderos necesitados.
“Yo me conformo con que me den aunque sea unas láminas de zinc”, insiste Romero.
Al final, lo que les urge es sentir el alivio de salir de allí, porque se trata de construcciones que quedaron inhabitables tras el terremoto de 6.2 Richter de diciembre de 1972, que dejó unos 10 mil muertos en el antiguo centro de Managua.
Quienes los habitan son gente pobre sin techo ni recursos para construir.
Las paredes aquí tiemblan cuando pasa un camión por la calle. Hay gente que se ha ido porque un tuco de pared casi le cayó encima.
Vivir en ese lugar no apetece. En su interior, las paredes están negras de sucias. Para tomar las gradas hay que pegarse a la pared, porque no existen pasamanos y la oscuridad es tal que a veces hay que calcular cada paso para no caer.
Si desde fuera sus paredes parecen a punto de colapsar, por dentro la situación no es más favorable.
Las puertas de las casas son de pedazos de tabla o de techos de zinc. Tener agua, luz y cable no justifica el peligro que corren cada vez que tiembla la tierra. La mayoría vivirá mejor, pero otros quedarán en la calle.
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