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VICENTE “YAMBITO” BLANCO AHORA SE DEDICA a comentarista deportivo de radio. (LA PRENSA/B. PICADO)

HISTORIA DE UN GUERRERO

En realidad se llama Benito Inocente Blanco [doap_box title=”Junio fatal” box_color=”#336699″ class=”archivo-aside”] Es curioso pero el mes de junio parece cabalístico, en la carrera de Vicente. Recordarán que en junio de 1971 fue noqueado en Managua en cinco vueltas por Rubén Olivares y esa noche, mientras regresaba a su natal León, murió en un accidente […]

  • En realidad se llama Benito Inocente Blanco
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Es curioso pero el mes de junio parece cabalístico, en la carrera de Vicente. Recordarán que en junio de 1971 fue noqueado en Managua en cinco vueltas por Rubén Olivares y esa noche, mientras regresaba a su natal León, murió en un accidente de tránsito, su hermano mayor, Román Blanco y cuatro años más tarde pero en Los Ángeles, nuevamente en junio, fue noqueado de nuevo en cinco asaltos, esta vez por Hafey y pudo haber perdido la vida (de acuerdo con sus propias palabras), de no haber sido por la oportuna intervención del réferi. Esta pelea, prácticamente, acabó con la trayectoria de “El Yambito” sobre los encordados, ya que realizó unas cuantas peleas más y luego se fue al retiro.

Hoy, Benito Inocente Blanco Berríos, el muchacho que ganó su primer combate boxístico en una polvorienta calle del barrio Guadalupe de León, cerca del cementerio y en un cerco de piñuelas, más conocido como “El Yambito” Blanco, es cronista deportivo y trabaja en una radio en Managua, sintiendo lejos pero muy lejos ya, aquellos tiempos de sudor, sangre y gloria.

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VICENTE “EL YAMBITO” BLANCO

Especial para La Prensa

Benito Inocente Blanco Berríos es un nombre que seguramente pasará inadvertido entre los amantes del deporte pero si lo cambiamos a Vicente “Yambito” Blanco, de inmediato lo identificamos con un peleador aguerrido, de los más bravos que ha habido en Nicaragua y con una historia interesante que contar.

Sus primeros contactos en el boxeo los tuvo en su natal León, en el gimnasio municipal en la década de los sesenta. Una de las cosas que más le gustaba era ir al gimnasio sábado a sábado y formar parte, como asistente, de las veladas de boxeo que se celebraban en aquella localidad. Cuando no podía ingresar por falta de dinero, se conformaba con ver las peleas a través de una hendija que daba directo hacia el ring. Otras veces, cargaba el bolso de algún peleador e ingresaba ante la mirada inquisidora de los porteros y en otras ocasiones simplemente se colaba. Fue así que conoció a Francois González, Carlos Bristela, “La Pantera Negra”, entre otros y fueron estos nombres los que lo inspiraron para incursionar en el mundo del boxeo, al cual entró peleando de una manera muy sui géneris.

EL CURIOSO INICIO

Vicente Blanco tenía un amigo llamado Juan Roa. Estando ambos en una fiesta, Juan le manifestó que alguien quería quitarle a su novia sin que pudiera hacer algo, ya que su rival era boxeador. Vicente decidió encarar al intruso y se encontró frente a frente con alguien conocido como “El Cachorro” Amaya. Ambos (“El Cachorro” y Vicente) decidieron arreglar a golpes aquel asunto y salieron a la calle. Alguien entre el público sugirió que no se interrumpiera la fiesta y que mejor pelearan al día siguiente al mediodía en la calle del cementerio, a como ya era una costumbre, con apuestas, réferi, reglamento y todas las de ley. En el fondo, Vicente sintió un gran alivio, pues no quería pelear y tomó la posposición de la reyerta como una forma de capear el bulto.

Al día siguiente, como todo trabajador disciplinado, se presentó al taller de carpintería donde trabajaba, sin acordarse ya del incidente del día anterior pero a eso de las doce del mediodía se escuchó un murmullo que poco a poco fue aumentando su volumen hasta convertirse en una algarabía. Eran los del barrio El Laborío, que al mismo tiempo que vitoreaban a su gladiador, “El Cachorro” Amaya, arremetían contra los guadalupanos, a como eran llamados los del barrio Guadalupe. Vicente recordó el duelo pactado la noche anterior pero aún así quiso rehuir el compromiso. Surgió entonces la voz enérgica de Napoleón Juárez, hermano de Julio Juárez, quien le dijo: “Diga si va a pelear pendejo. Aquellas palabras acabaron con las esperanzas del “Yambito” de poder capear el bulto y no hizo más que encaminarse con la muchedumbre hacia las calle del cementerio.

¡ABRAN APUESTAS, SEÑORES!

Al llegar al punto del encuentro, los bandos estaban claramente definidos. Los guadalupanos representados por el “Yambo” y los de El Laborío, que apoyaban a “El Cachorro”. Se llamó a las apuestas y se recogieron 800 córdobas, un poco más de cien dólares de aquel tiempo. Se formó un redondel humano, los contendientes al centro y en medio de ambos, quien haría de réferi. Había reglas que seguir, al igual que en cualquier pelea formal de boxeo pero algo era diferente: la pelea sería a puño limpio. El árbitro, muy ceremoniosamente, les dio las instrucciones, los separó con un leve empujón y les dijo: “Vuélense v…”

Los contendientes subieron su guardia. “El Cachorro”, con más experiencia boxística, hizo una finta con su mano izquierda y soltó una potente derecha que se estrelló en el mentón de Vicente, quien acusando recibo del golpe se fue al piso, evitando la caída al poner sus manos sobre la polvorienta calle. Como impulsado por un resorte, Vicente recobró la vertical, no tanto por su buena condición física, sino porque la tierra estaba caliente y no soportó el ardor en sus manos. El árbitro contó hasta ocho y llamó nuevamente a pelear (Vuélense v…). El “Yambo”, aún aturdido por el golpe, sólo pensó en hacer lo que siempre había hecho en situaciones parecidas y tomando aliento se fue encima de “El Cachorro Amaya con andanadas de izquierdas y derechas, lo que entre los peleadores callejeros se conoce como cargadilla. Amaya comenzó a retroceder y Vicente no dejaba de tirar golpes. El público no paraba de gritar, a esas alturas eran más de cien personas las que rodeaban a los púgiles y observaban a “El Cachorro” acercarse peligrosamente a un cerco de piñuelas, empujado por los golpes y la embestida del “Yambo”. Las espinas empezaron a hacer su trabajo en la espalda de Amaya y éste gritó, ¡Ay, ya estuvo y rindió su rey. Eso bastó para que los guadalupanos estallaran de alegría y cargaran en hombros al muchacho bravo del barrio, ante el desaliento de los de El Laborío y los apostadores que perdieron su dinero.

PRIMERO SU HERMANO

Años más tarde, Carlos Bristela puso su propio gimnasio de boxeo e hizo algo, que ningún otro entrenador ha hecho. Se fue de barrio en barrio en busca de talentos y lógicamente, al llegar al barrio Guadalupe, le recomendaron que buscara a los “Yambo”, que a esos muchachos les gustaba el boxeo y que eran buenos. Así lo hizo pero sólo pudo reclutar a Román Blanco, hermano mayor de Vicente, quien dicho sea de paso, perecería en un accidente de tránsito, la noche en que Rubén Olivares peleó contra el “Yambito” Blanco.

Vicente se enteró de que su hermano iba a pelear, hasta que escuchó por medio de perifoneo el programa en que Román Blanco enfrentaría a Julio Martínez. Esa noche “El Yambito” estaría en primera fila, no para disfrutar del cartel sino para padecer, por la derrota que su hermano sufriría a manos de Martínez. Vicente se fue donde el entrenador y le dijo que él quería vengar la derrota de su hermano, recibiendo como única respuesta, “Llegá el lunes a entrenar”. Así lo hizo y su primera lección fue: Jab y directo, Jab y directo, uno dos, uno dos… pero aquello no era para Vicente, él quería pelear, ponerse los guantes y así se lo hizo saber a Bristela, quien aceptó la idea pero pensando en que el muchacho no sabía lo que hacía y que le iba a servir de lección. Llamaron a un sparring y comenzó el bochinche. Al cabo de dos minutos el sparring estaba sangrando de la nariz y la boca, por lo que el entrenador paró las acciones y muy entusiasmado le dijo a Vicente: “¿Querés pelear el sábado?”. Y así comenzó la carrera profesional de quien hoy conocemos como Vicente “El Yambito” Blanco.

Los boxeadores leoneses de la época se caracterizaban por su coraje y su buena preparación pero carecían de los elementos colaterales, que son tan importantes en la preparación del peleador. Vicente desconocía el tipo y la dosis de las vitaminas con las que debía contar, el tipo de alimentos a ingerir y su cantidad, para mantenerse en el peso adecuado.

MANEJO INAPROPIADO

Una pregunta que siempre me hice, era por qué siendo Vicente un tipo pequeño, peleaba en la categoría pluma. La respuesta me vino con una de sus anécdotas y es que alguien le recomendó que para llegar fuerte al pesaje, antes del mismo se tomara medio litro de leche, acompañado de su respectiva torta. Hay que recordar que en aquel tiempo el pesaje se realizaba a las 11:00 a.m. del mismo día de la pelea y lo que Vicente hacía era perjudicarse con el peso y además llenar su estómago de cosas innecesarias en ese momento. Pese a todo, “El Yambo” logró eslabonar 19 victorias en fila, hasta que perdió el invicto ante Francisco “El Toro” Coronado, a quien más adelante derrotó, coronándose campeón nacional de las 126 libras.

El promedio de las bolsas que ganaba Vicente en las peleas caseras era de 300 dólares. Por eso, cuando se habló de la posibilidad de pelear contra el campeón mundial gallo de la época, Rubén Olivares, el “Yambo” aprovechó la situación para cobrar una mejor paga. Evelio Areas Mendoza, quien era su promotor, le hizo una oferta inicial de 500 dólares y ante la negativa de Vicente, le fue subiendo la parada, hasta llegar a dos mil. El “Yambo” nunca había visto tanto dinero junto y menos siendo para él.

Blanco llegó a la contienda contra Rubén Olivares, convencido de que saldría derrotado. Recordando los elementos colaterales de los que hablamos anteriormente, Vicente no tuvo quien le dijera cómo pelearle al campeón, ni a un psicólogo que le subiera su autoestima y lo persuadiera de la posibilidad de la victoria. Esa posibilidad Vicente la sintió hasta en el tercer round de la pelea, cuando enganchó a Olivares con un fuerte golpe a la cabeza que lo hizo tambalear, hasta entonces supo que el campeón era de carne y hueso y no el Superman que le habían metido en su cabeza. Ese golpe hizo reaccionar a Vicente pero también a Olivares, quien viéndose en peligro, aceleró el ritmo y terminó noqueando al nica en la quinta vuelta. Esa noche, junio de 1971, Alexis Argüello se enfrentó a “Kid” Chalupa, de Granada y lo despachó en el primer asalto.

Algo que le ocurre a todo boxeador y supongo que a todos los atletas profesionales, es que luego de ganar una buena bolsa, no quieren regresar a las bolsas anteriores. Eso motivó a Vicente a pelear en el extranjero, donde se obtenían mejores pagas pero corriendo riesgos mayores, ya que el boxeador extranjero es contratado para perder ante los nacionales. Así, Vicente peleó en Costa Rica, contra Isaac Marín; en Panamá, contra Rigoberto Riasco; en Venezuela, contra Antonio Marcano, y en México, contra Jesús “El Papelero” Estrada (q.e.p.d.); Octavio “El Famoso” Gómez y Rafael “Bazuca” Limón.

BIEN RANQUEADO

Por sus buenas actuaciones, “El Yambito” escaló posiciones en el ranking mundial del CMB, hasta situarse en la posición número dos, listo para enfrentarse al campeón del mundo, David Kotey. Aquí es cuando aparece otra pifia en la carrera boxística de “El Yambito” Blanco, algo que todo el mundo se pregunta pero que sólo él responde. Por qué teniendo ya amarrada la pelea por el título mundial, deciden arriesgarlo en una pelea previa, ante el canadiense, de origen irlandés, Art Hafey?

Vicente asegura que él dejó la decisión en manos de su apoderado, el periodista José Castillo Osejo, pero que en el fondo pensó que si Alexis lo noqueó en cinco, él lo iba a noquear en tres.

Art Hafey era un hombre peligrosísimo. Si bien es cierto que fue noqueado en cinco round por el rompehuesos de Monseñor Lezcano, esto no era ninguna afrenta, ya que Alexis era capaz de noquear a cualquiera y en su carrera Hafey ya tenía entre sus víctimas a Rubén Olivares, a quien noqueó en cinco asaltos (antes había perdido con el mismo Olivares por decisión dividida), al “Famoso” Gómez (KO en 6) y Alfredo Marcano (KO en 4). Hafey era apodado “The Tiger Toy”, (El Tigre de Juguete), apodo que para nada iba con su accionar sobre el ring, ya que su fiereza era reconocida, aún en medio de la derrota.

La pelea entre Vicente Blanco y Art Hafey fue programada para el 20 de junio de 1975 en El Fórum de Inglewood, en Los Ángeles, California. Lo que pasó aquella noche fue lamentable para el ídolo del barrio Guadalupe de León. En medio de la contienda, Vicente recibió un golpe en el oído que reventó su tímpano (algo así como reventar una bolsa de plástico que está inflada) y a partir de ahí (tercer asalto) El “Yambo” estaba peleando por instinto. Todos pudimos apreciar en la televisión que en el quinto asalto, cuando el referí detiene el combate, Vicente protestó tal decisión pero lo hizo, ya sin saber lo que estaba pasando sobre el ring. Hoy nos cuenta que el árbitro, al detener el combate, quizás le salvó la vida, ya que volvió en sí estando en la cama de un hospital en Los Ángeles y si recordar nada acerca de la contienda contra Hafey.

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