- A punto de cumplir 80 años, la mayor parte de ellos gobernando Cuba, Fidel Castro, el mandatario en el poder más antiguo del mundo contemporáneo y Presidente del único régimen comunista de Occidente, ha querido manejar el país hasta el final de sus días sin visos de apertura
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EFE-REPORTAJES
— Primera entrega —
Hijo de Ángel Castro, un emigrante español que hizo fortuna a la sombra de las multinacionales norteamericanas en los años 30, Fidel Alejandro Castro Ruz pasó de los campos de Birán —una de las zonas más depauperadas de Cuba—, donde nació el 13 de agosto de 1926, a codearse con los hijos de la burguesía en los mejores colegios de La Habana.
La severa educación recibida de su padre le influyó tanto, según sus biógrafos, como la religiosidad de su madre y sus años de estudio con los jesuitas en La Habana, que marcaron decisivamente su carácter ya antes de pasar a la universidad, donde se forjó como líder estudiantil mientras concluía su carrera de Derecho y se estrenaba en sus andanzas políticas.
Castro ha creado en Cuba un “comunismo caribeño” con una buena dosis de las recetas de Marx y Lenin, aderezadas con las esencias de José Martí y con un mucho de sus propias ideas. Una mezcla que ha dado como resultado un sistema único en el mundo.
El líder en el poder más antiguo del mundo ostenta una larga lista de cargos: Presidente del Gobierno, de los Consejos de Estado y de Ministros, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba.
Su carisma y su habilidad política y su tozudez, reconocidas por amigos y enemigos, han sido fundamentales para explicar la longevidad del sistema.
“Su comportamiento frente a una derrota, incluso en las cosas más pequeñas de la vida cotidiana, parece someterse a una ley personal inmutable: sencillamente, no la reconocerá y no descansará hasta haber invertido las condiciones y haberla convertido en victoria”, escribió sobre él hace años Gabriel García Márquez, uno de sus mejores amigos.
Para García Márquez, la capacidad de Castro de dirigir la revolución y actuar, simultáneamente, como líder de la oposición, fue otra de la claves de su permanencia en el poder.
Por Fidel, el Jefe, el Comandante, el Líder Máximo, sólo algunos de los nombres con los que se le conoce en Cuba, los cubanos se enfrentaron a los contrarrevolucionarios enviados por EE.UU. en Bahía de Cochinos (1961), lucharon en Angola durante diez años (1975-1985) y aguantaron más de una década de hambrunas y enfermedades en el período especial, tras la caída del bloque soviético.
Fidel, el joven abogado que se enfrentó a la dictadura de Fulgencio Batista en una guerra desigual (1956-1959) supo aprovechar el profundo descontento social generado por el régimen y crear una esperanza de futuro para los cubanos como nunca nadie antes lo había hecho.
Un país con muchas asignaturas pendientes y muy corta historia como Estado libre tras la independencia de España (1898), encontró en Castro a un atractivo caudillo capaz de darle una identidad nacional, acabar con las injusticias históricas y abrirle la puerta del futuro.
Por eso, miles de cubanos le apoyaron en su lucha desde que llegó a costas cubanas abordo del yate Granma (1956), con sólo ochenta hombres.
Millones celebraron como propio su triunfo, el 1 de enero de 1959, y se entregaron incondicionalmente al proyecto revolucionario.
Castro introdujo en la isla reformas sociales, educativas y sanitarias superiores a las de la mayor parte del resto de América Latina y colocó a Cuba en la agenda internacional.
En vísperas de su rotunda victoria en Bahía de Cochinos, en 1961, declaró el carácter socialista de la revolución y abrazó a la ahora desaparecida URSS para asegurar la subsistencia económica del país, mientras crecía su enfrentamiento con EE.UU., su principal enemigo.
Si es cierto que un hombre se mide por la importancia de sus enemigos, Castro ha aspirado a lo más alto para medir a Cuba, de igual a igual, con EE.UU.
Desde el poder, ha visto pasar por la Casa Blanca a diez presidentes norteamericanos y no ha cesado de criticar las políticas de Washington y de cultivar un ferviente sentimiento nacionalista entre los cubanos frente al “imperio”, que intentó deshacerse de él en no pocas ocasiones utilizando los métodos más dispares.
Mientras aumentaba su enfrentamiento con el “imperio”, la revolución avanzaba de la mano de la URSS, hasta que Cuba se despertó un día colapsada tras la caída del bloque soviético y sumergida en el “período especial”, una economía de guerra en tiempos de paz que obligó a Castro a abrirse al turismo y al dólar.
Durante quince años, la isla vivió bajo este “período especial” y, cuando Castro parecía obligado a profundizar en la apertura iniciada en los años 90, encontró en el venezolano Hugo Chávez un alumno aventajado, dispuesto a ayudarle a salvar la revolución y a darle un “respiro” en sus últimos años.
El petróleo de Chávez, que entrega a la isla unos 98,000 barriles diarios a precios preferenciales, y el proyecto de integración latinoamericana compartido por ambos, y alentado por el giro a la izquierda que ha dado la región en los últimos años, han dado un vuelco a la situación de la isla, que empieza a recuperarse de su grave crisis económica mientras vuelve a la centralización y recupera la “pureza” de la revolución.