Mil oficios. Pascual Rigoberto López Pérez, nacido el 13 de mayo de 1929 en León, tenía 27 años de edad cuando mató a Anastasio Somoza García. Desde niño le había gustado escribir, sobre todo poesía, y al crecer colaboró en los periódicos nicaragüenses Diario Excelsior, El Centroamericano y El Cronista; además, durante su estancia en El Salvador trabajó en el Diario Latino y jugó beisbol en el equipo Revida. En Nicaragua también aprendió el oficio de sastre y el de taquimecanógrafo y participó como compositor y violinista en el grupo musical Buenos Aires; nunca algo relacionado con armas y balas que pudiera arrojar una pista sobre el destino del joven. Sin embargo, tras la muerte de Somoza el profesor Octavio Quintana, director de la Escuela Superior, fue apresado por “haber ilustrado a Rigoberto en la primaria”.
Obsesión. Su odio hacia el somocismo nació cuando tenía 16 años y la Guardia Nacional le mató a un amigo, afirma el reportaje “La noche en que mataron a Anastasio Somoza García”, publicado por LA PRENSA en 2017. Desde entonces se arrimaba a cualquier persona que fuera opositora, participó en algunas reuniones del Partido Liberal Independiente (PLI) y viajó con frecuencia a El Salvador, donde estableció contacto con muchos exiliados nicaragüenses. En su dormitorio tenía revistas y textos con caricaturas que ridiculizaban a Somoza y aquella rabia contra el dictador se mezclaba con un patriotismo tan grande que lo hacía detenerse cada vez que, caminando por la calle, escuchaba el Himno Nacional. Esa combinación lo convirtió en el voluntario perfecto para matar a Somoza.
Novato. De 1950 a 1956 realizó frecuentes viajes a El Salvador y en uno de ellos conoció al excapitán Adolfo Alfaro, exiliado desde 1954. Alfaro y sus amigos querían ver muerto a Anastasio Somoza García, pero todavía no tenían claro quién ni cuándo lo iba a matar. “Capitán, aquí está Rigoberto López Pérez, quien dice que está capacitado para matar a Somoza”, lo presentó el exteniente Guillermo Marenco, en enero de 1956. Alfaro lo narró con detalles en una entrevista brindada a LA PRENSA en 1979. Aquel muchacho era “un idealista puro” y estaba realmente decidido, pero no sabía nada de armas. Fue el excapitán de la Guardia quien le enseñó a disparar y le habló de las zonas vulnerables en que debía herir a Somoza, que siempre llevaba chaleco antibalas. Luego del entrenamiento el poeta volvió a Nicaragua con el único objetivo de eliminar al dictador.
Complot. La noche del 21 de septiembre de 1956 Anastasio Somoza García era celebrado en la Casa del Obrero, León, como candidato para las elecciones presidenciales de 1957. El aire estaba cálido y Somoza, alegre. En el local también se encontraba Rigoberto López Pérez, con pantalón azul, guayabera blanca y una pistola calibre 38, Smith & Wesson calibre corto, gatillo escondido, con capacidad para cinco cartuchos, de los que cuatro dieron en el blanco.
Los músicos tocaban una alegre pieza de jazz cuando se oyó un sonido como de triquitraques y Somoza gritó: “¡Bruto! ¡Animal! ¡Ay, Dios!”. La Guardia reaccionó acribillando con al menos 54 balazos el cuerpo del muchacho. El cadáver de Rigoberto fue llevado a la Policía de León y luego a la acera del Teatro González, donde guardias y simpatizantes somocistas lo “velaron” dándole patadas y arrojándole escupitajos y cigarros encendidos. Aun se desconoce el paradero de sus restos.
Plan fallido. Con los años, testimonios de personas que participaron en el atentado y salieron con vida de la feroz persecución de la Guardia Nacional fueron arrojando datos sobre el atentado que hizo famoso a Rigoberto. Sobrevivientes del comando que participó en la operación aseguraron que parte importante del plan era cortar el servicio de luz eléctrica de la estación de Sutiaba para que el joven escapara en la oscuridad luego de cumplir su objetivo. Sin embargo, Rigoberto se adelantó por miedo a que Somoza abandonara el local antes de lo previsto.
Homosexualidad. Del 21 de septiembre al 7 de noviembre de 2013 cinco personajes de la fauna académica nicaragüense sostuvieron un acalorado debate público en las páginas de opinión de los principales periódicos del país: LA PRENSA y El Nuevo Diario. El tema: las preferencias sexuales de Rigoberto López Pérez. Tres de ellos afirmaban que el joven fue claramente homosexual y que, prueba de ello, era su cercana amistad con el periodista somocista Rafael Corrales Rojas, director de El Cronista, un diario leonés que, al igual que otros, publicó textos del poeta. Los defensores de esa teoría eran el médico Ulises Huete Maltés, el escritor Jorge Eduardo Arellano y el periodista Joaquín Absalón Pastora.
Arellano también mencionó investigaciones realizadas en El Salvador a partir del atentado contra Somoza y llegó inclusive a plantear la posibilidad de que Rigoberto se hubiera sacrificado para “expiar el oprobio que significaba ser homosexual” en el León de los años cincuenta. En su opinión, la homosexualidad del joven implicaba “una derrota para el machismo homofóbico de Nicaragua y una victoria para la comunidad gay que tendría a un héroe nacional entre sus congéneres”.
Pero la idea de un héroe gay no la recibieron bien algunos, como el arqueólogo social Eduardo Pérez-Valle, quien defendió a capa y espada el gusto de Rigoberto por las mujeres, citando a señoritas de las que aparentemente el poeta estuvo enamorado. Por otro lado, el historiador Rafael Casanova Fuertes puso en tela de duda las investigaciones post atentado, agregó que no conocía ninguna versión que vinculara a Rigoberto y Corrales en íntima amistad y, finalmente, colocó el papel histórico del joven “por encima de cualquier tipo de preferencias”. Así finalizó la polémica que duró más de un mes.
Corrales. Además de ser el personaje cuyo nombre sale a luz cada vez que se debate sobre la intimidad de Rigoberto, el periodista Rafael Corrales Rojas tuvo un papel protagónico en el atentado contra Somoza. Fue Corrales quien le entregó al dictador el diario que leía despreocupadamente cuando le dispararon y se encontraba frente a él, de espaldas a Rigoberto, cuando el joven suicida se acercó bailando con el arma escondida bajo la camisa. Además, fue el periodista quien reconoció primero la identidad del tirador acribillado por la Guardia. “¡Ay, Dios mío! Si es el poeta López”, exclamó. Y eso le costó la vida. Lo encarcelaron como sospechoso y murió a consecuencia de las torturas que recibió. Para el momento del atentado tenía 36 años.
Apropiación. Aunque por décadas el Frente Sandinista lo ha utilizado como uno de sus principales símbolos revolucionarios, en realidad Rigoberto López Pérez no perteneció a ningún partido político y menos al FSLN, que en ese tiempo ni siquiera estaba en etapa de formación. En nombre de Rigoberto se han bautizado librerías, escuelas, museos (la antigua Casa del Obrero y su casa natal en El Calvario, León), una famosa rotonda e incluso la orden que, en septiembre de 2021, el dictador Daniel Ortega entregó a seis de sus jefes policiales represores: Francisco Díaz, Ramón Avellán, Fidel Domínguez, Justo Pastor Urbina, Juan Valle Valle y Luis Pérez Olivas. Considerado “iniciador del principio del fin de la dictadura” somocista, Rigoberto es Héroe Nacional desde 1981, cuando la Junta de Gobierno sandinista le concedió el título.
Luis Somoza. Luego de la acción de Rigoberto, la dictadura de Somoza García se convirtió en una dinastía que duró 23 años más, bajo el mando de sus hijos Luis y Anastasio Somoza Debayle. Fue el mayor, Luis, quien asumió el gobierno luego de la muerte de “Tacho”, ocurrida el 29 de septiembre de 1956 en un hospital de Panamá. De acuerdo con parientes de Rigoberto, también fue Luis quien dio la orden de que se dejara en paz a la familia del “asesino”, pues se había llegado a la conclusión de que su madre y hermanos no habían tenido nada que ver en el atentado. La familia vivió en relativa tranquilidad, aunque nunca faltó un somocista que los llamara: “parientes del asesino”.
Despedida. Antes de disparar cinco balas y recibir 54, Rigoberto escribió una carta de despedida para su madre. Entre otras cosas, relacionadas con una póliza de vida de 20 mil colones salvadoreños, esto dice la última voluntad del poeta suicida:
“San Salvador, septiembre 4 de 1956
Señora Soledad López. León, Nicaragua.
Mi querida madre:
Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto de nuestra patria y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrenta y sin mancha, he decidido, aunque mis compañeros no querían aceptarlo, el tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía. Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía (…).
Espero que tomará todas esas cosas con calma y que debe pensar que lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo hace mucho tiempo. Lo mío no ha sido un sacrificio, sino un deber que espero haber cumplido. Si usted toma las cosas como yo las deseo, le digo que me sentiré feliz. Así que nada de tristeza que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo. Si toma las cosas con serenidad y con la idea absoluta de que he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense, le estaré muy agradecido.
Su hijo que siempre la quiso mucho, Rigoberto”.