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Conchita Palacios, Bertha Calderón y Alejandro Dávila Bolaños entregaron su vida y su profesión a la medicina y a una causa que creyeron justa y necesaria.

Los personajes que dieron nombre a los hospitales de Managua 

Mujeres que se opusieron a los dogmas de la época que les tocó vivir y entregaron su vida a una causa que creyeron justa. Hombres íntegros que pusieron el bien común por encima de sus intereses personales. Por ellos se llaman así estos hospitales

Conchita Palacios 

La primera mujer médico de Nicaragua no la tuvo fácil. Encontró en su camino todos los obstáculos que la sociedad rancia y machista de principios del siglo XX le pudo ofrecer. 

Concepción Palacios Herrera fue la mayor de las hijas del matrimonio de Baltazara Herrera y Pío Palacios, pareja que tuvo siete hijos: tres hombres y cuatro mujeres. Su mamá se dedicaba a la medicina natural y era la partera de El Sauce, León, donde Pío dirigía un aserradero familiar. Ambos la apoyaron moralmente cuando expresó su deseo de estudiar, pero no poseían recursos económicos para hacer realidad. 

Josefa Toledo de Aguerri, la primera pedagoga nicaragüense, fue su madrina de estudios. Feminista y progresista, Toledo se hizo cargo del caso y realizó las gestiones para que Concepción consiguiera su título de bachiller en la Escuela de Señoritas de Managua.

En 1918 la joven se matriculó en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua en León, donde ninguna mujer se había “atrevido” antes a estudiar, pues Medicina era una carrera que la sociedad de la época consideraba “totalmente inapropiada” para una dama, que tendría que exponerse al contacto con cuerpos desnudos, cadáveres y turnos nocturnos rodeada de hombres. 

En los siguientes dos años “Conchita” tuvo que soportar ofensas, indirectas mordaces e incluso una lluvia de agua sucia arrojada desde la casa de alguna matrona que la veía con malos ojos. De vez en cuando encontraba un dedo o un testículo en los bolsillos de su bata blanca e incluso los sacerdotes desaprobaban que la joven estudiara Medicina en lugar de casarse y tener hijos. 

Finalmente, para poder culminar su carrera, consiguió una beca y en 1920 viajó a México para ingresar a la Escuela Nacional de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Estando ahí se informó sobre la causa de Augusto C. Sandino y simpatizó con ella. Al volver a Nicaragua, se involucró en actividades políticas y en 1929, bajo órdenes del presidente José María Moncada, fue encarcelada y exiliada por ser colaboradora activa de la causa sandinista.

En los siguientes años, durante su exilio forzado, viajó a Estados Unidos en misiones humanitarias de la Cruz Roja y Naciones Unidas; recorrió Europa atendiendo víctimas de la Segunda Guerra Mundial y participó en la atención y recuperación de muchos sobrevivientes de los campos de concentración nazis. Cuando se hallaba en su residencia en México, recibía a exiliados nicaragüenses y participaba en reuniones en las que conoció a Carlos Fonseca Amador, Ernesto “Che” Guevara, Salvador Allende y Fidel Castro.

Desde México colaboraba con la causa sandinista en la parte logística, recibiendo a los exiliados y gestionando ayuda para proyectos sociales orientados a la salud. 

Fue hasta finales de 1979, tras el triunfo de la Revolución Popular Sandinista, que pudo regresar a Nicaragua, convertida en una gran doctora, pero con el cuerpo abatido por sus más de 80 años de edad y una leucemia que la estaba matando desde 1971. 

En 1980 la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua le otorgó el doctorado honoris causa y el 2 de mayo de 1982, Conchita falleció en Managua. En septiembre de ese mismo año el Gobierno inauguró el Complejo de Salud Central de Nicaragua con el nombre de Dra. Concepción Palacios. 

Bertha Calderón Roque 

Era una mujer grande, de semblante severo, reservada y sencilla, pero cariñosa cuando atendía a sus pacientes en el Hospital Occidental, que ahora lleva su nombre. Fue criada por su tía materna Sofía Calderón y, en su adolescencia, pedida como “hija de casa” por una familia de apellido Sediles. Ahí se hizo cargo de las labores domésticas, a cambio de techo, comida y estudios; también aprendió a cocinar y a hornear pasteles y se volvió una entusiasta lectora de libros sobre la revolución cubana. 

Despertó en ella un sentido crítico hacia la política y el deseo de trabajar por la comunidad; de modo que decidió salir de la casa de los Sediles y terminar la secundaria en la modalidad nocturna para poder conseguir trabajo durante el día. A través de su tía Sofía Calderón, auxiliar de enfermería del Hospital General El Retiro, encontró un puesto como auxiliar de cocina en ese centro, pero siguió estudiando para ser enfermera. 

Nunca se casó ni tuvo hijos, porque estaba decidida a vivir para su vocación. Trabajó como auxiliar de enfermería en el hospital El Retiro y el Fernando Vélez Paiz y finalmente como enfermera en el hospital Occidental. 

Aunque no se mostraba revoltosa, siempre estuvo dispuesta a participar en protestas para exigir mejores condiciones para su gremio y fue una de las fundadoras de la Federación de Trabajadores de la Salud (Fetsalud). 

Además, durante su época en la Universidad Autónoma de Nicaragua, donde se tituló como enfermera en 1976, se unió a un grupo clandestino de estudiantes revolucionarios y ofreció sus conocimientos en enfermería a la causa sandinista.

En la última época de su vida, solía andar consigo un pequeño botiquín de emergencias, por si le avisaban que fuera del hospital requerían su ayuda. Visitaba las casas de seguridad sandinistas y acabó convirtiendo la vivienda de su madre, en El Recreo, en una clínica clandestina donde, junto con Yolanda Mayorga y otros médicos, atendía a guerrilleros sandinistas heridos en enfrentamientos con la Guardia Nacional.

Tenía 42 años cuando la Guardia la hizo desaparecer. La tarde del 18 de junio de 1979 llegaron por ella a su casa, la golpearon, la arrastraron a la calle, la obligaron a subirse a un jeep y luego se marcharon sin dejar rastro. 

También se llevaron a Yolanda, cuyo cuerpo fue aparentemente reconocido en las Lomas de San Judas, después del triunfo de la revolución. A Bertha no la encontraron; pero desde 1980 un hospital se llama como ella.

Fernando Vélez Paiz 

Nació el 23 de febrero de 1905 en Managua. Antes de que el presidente José María Moncada le otorgara una beca para estudiar Medicina y Cirugía en París, Fernando Vélez Paiz ya se había graduado como pedagogo en el Instituto Pedagógico de los Hermanos Cristianos y había sido violinista y caricaturista del diario La Noticia. 

En París fue un estudiante modelo y luego un médico tan brillante que hubo que modificar una norma para que pudiera ser jefe de sala del hospital Bretoneano, cargo vetado para los extranjeros. 

En Francia fue alumno de Alexis Carrel, premio Nobel de la Medicina en 1912; el gobierno francés le otorgó la medalla al Servicio del Pueblo Francés y fue nombrado Caballero de la Legión de Honor de Francia.  

Regresó a Nicaragua en 1940, con la idea de construir un instituto de estudios contra el cáncer e inició su edificación en 1944, pero no la pudo ver concluida. Murió a los 52 años, en 1957, por insuficiencia cardiaca.  

Su esposa fue Anita Urcuyo, hermana de Isabel Urcuyo, esposa de Luis Somoza Debayle. Poco antes de morir pidió que su hospital fuese entregado a la Junta Nacional de Asistencia y Prevención Social, presidida por su concuño. Tras su muerte, el hospital recibió el nombre de Fernando Vélez Paiz y sus restos fueron depositados en un mausoleo en el ala oeste del edificio. Desde 2016 sus huesos exhumados reposan en el nuevo hospital bautizado en su nombre. 

Alejandro Dávila Bolaños 

Algunos recuerdan al doctor Alejandro Dávila Bolaños como intelectual intrépido y gran conocedor del náhuatl, orgulloso de sus raíces chorotegas. Otros como mártir de la revolución popular de 1979, torturado, más de setenta veces encarcelado y finalmente asesinado. Y hay quienes solamente han escuchado su nombre porque así se llama el Hospital Militar de Managua, bautizado en su honor. 

La Guardia lo sacó del quirófano cuando estaba operando a un joven herido, durante la insurrección de Estelí, en 1979. Lo fusilaron a una cuadra de su casa y en plena calle hicieron una hoguera con su cuerpo.

Alejandro Dávila Bolaños nació en Masaya el 9 de septiembre de 1922, en la calle real de Monimbó. Su padre, Alejandro Dávila Blandino, era tenedor de libros y gran ratón de biblioteca y su madre, Isabel Bolaños, era maestra y pianista reconocida.

Lo llamaban “el doctor de los pobres” porque nunca cobraba la consulta a pacientes que apenas tenían dinero para dar de comer a sus hijos. Llegaban los campesinos desde todas partes, con sus alforjas al hombro, y de repente en la casa del médico se escuchaba el cacarear de una gallina o sobre la mesa aparecía un puñado de naranjas. 

Pero no fue su talento como cirujano lo que puso al médico en la mira de los Somoza, sino sus actividades en contra del régimen y a favor de la clase obrera. 

En su casa se reproducían “moscas”, boletas, comunicados del Frente Sandinista, del Frente Estudiantil y de la Asociación de Estudiantes de Secundaria. Se convirtió en un “cuadro quemado” incluso antes de que comenzara la lucha armada, cuando se creía que los Somoza podían salir del poder por la vía pacífica y todavía se tenía fe en los tranques, los diálogos y los paros labores.

Convertido en un blanco, el doctor era encarcelado con mucha frecuencia. La Guardia se lo llevaba como estuviera y, en calzoncillo y pantuflas, lo hacía caminar unas treinta cuadras hasta la cárcel.

La oportunidad de matarlo se presentó el 12 de abril de 1979, cuando Estelí, en plena insurrección, era una ciudad desolada y la mayoría de los médicos la habían abandonado. El doctor Dávila se quedó a prestar sus servicios y durante horas había estado atendiendo a guardias heridos, fiel a su juramento hipocrático de no hacer distinciones. Cuando se lo llevaron estaba operando a un joven guerrillero sandinista llamado Alejandro Valenzuela, con ayuda de sus colegas Eduardo Selva, médico, y Clotilde Moreno, enfermera. Los fusilaron a los tres 

El Hospital Militar Escuela Dr. Alejandro Dávila Bolaños fue fundado en agosto de 1979, cuatro meses después de la muerte del médico que nunca abandonó a una persona herida.

Manolo Morales 

Contrario a la creencia popular, Manolo Morales no es un mártir de la revolución sandinista. Fue un político social-cristiano y de profesión, abogado.

De acuerdo con un artículo de Mauricio Díaz, el de Manolo Morales fue un raro caso de político “íntegro e integral que ponía sus conocimientos en las ciencias jurídicas y sociales y la política al servicio de los más necesitados, de los trabajadores, de los obreros, de los campesinos y, muy especialmente, de sus estudiantes en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Centroamericana (UCA)”.

Según Díaz, Morales fue un “hombre testimonial de teoría y práctica, de la palabra y de la acción, como lo demostró en incontables ocasiones de su vida, como opositor a la dictadura somocista”. Fue, también, abogado de la Federación de Trabajadores de la Salud (Fetsalud) en sus grandes huelgas de alcance nacional, que forzaban a la dictadura de los Somoza a negociar las peticiones de los sindicatos, cuando había sindicalismo libre. 

Sus amigos lo llamaban el “gordo bueno”. Falleció el 10 de agosto de 1975, por falta de atención médica  en lo que fue el hospital oriental de Managua, posteriormente bautizado por voluntad de la ciudadanía como hospital Manolo Morales. 

La Prensa Domingo

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