Tamara Dávila deja claro que es una mujer que se adapta a los cambios. Nació en Managua el 15 de enero de 1981, de padre chinandegano y madre matagalpina. Su niñez y adolescencia fue de mucha movilidad; en primer lugar por el contexto de los 80 y unos padres involucrados en “el sueño de la revolución” y luego al separarse ella entró en una “dinámica familiar compleja”, pero maravillosa, en la que pasaba tiempo con la familia de su mamá y la de su papá y su nueva mamá.
Se movía entre varios departamentos. “Estudié la primaria en tres escuelas”, comenta. Pero eso le permitió tener una enorme capacidad de “conectar con la gente”. Comentó que con su otra mamá fue a Bélgica con su papá y ella los acompañó cuando cursaba secundaria. Luego regresó con su mamá biológica, quien falleció cuando Tamara tenía 17 años.
“El hecho de que ambos mundos se llevaran bien hizo que yo tuviera muchas experiencias positivas y tomar lo mejor de los mundos en los que me movía”, afirma.
Aunque también recuerda la escasez de los 80, momentos en los que no tenían papel higiénico, lo que más recuerda son los juegos en la calle: “el landa landa, el escondido, macho parado y jugar jackes”. Todos juegos bastante socializadores donde tenía que seguir las reglas.
“Me acuerdo estar jugando, subiéndome a los árboles ahora nada que ver, yo tengo una niña de 6 años y a mi hija le encanta mucho estar con otros, pero el miedo que hay de que pase algo si está mucho tiempo en la calle es muy grande. Yo siento que ese miedo yo no lo tuve. Yo no lo tuve en mi infancia”, expresa.
¿Cómo fue Tamara de universitaria?
Entro a la UCA en el 99, hice los seis meses que le llamaban propedéutico. “El movimiento universitario había sido desmantelado por Jasser Martínez, se lo volaron. Ya no habían tantos espacios formales de incidencia y demás. Pero sí estaba cercana a la pastoral social.
Luego en Psicología hacía prácticas sociales. Todos los años siempre hice prácticas sociales: una temporada en el psiquiátrico, otra en escuelas, otra en empresas en psicología laboral.
Producto de esas prácticas comienzo a trabajar en Nueva Vida, un barrio en Ciudad Sandino con chavalos y mujeres que habían sido reubicados después del Mitch en el 98, gente que vivía a orillas del lago y habían sido reubicados. Muchos casos de violencia hacia la mujer y violencias y adicciones en los chavalos. Hacía principalmente trabajo social: grupos de ayuda.
Luego en otros espacios de trabajo social en otras organizaciones de sociedad civil, todas a las cuales creo ya les han quitado la personería jurídica y ya están despachadas por el régimen.
¿Qué te empujó a mantenerte en el campo de la defensa de los derechos de las mujeres?
Yo soy feminista, me considero feminista. Si tuviera que enumerar las razones, las más importantes: una tiene que ver con esa mirada crítica de todo lo que te rodea, que me lo enseñó mi familia, casa, infancia, para ver distintas realidades y me lo reforzó el feminismo; también me identifico como feminista por la presencia y el trabajo de muchas mujeres antes que yo, la Teresa Blandón, la Mirna Blandón, la Sofía Montenegro, la Azahálea Solís, grandes mujeres conocidas en el mundo feminista dentro y fuera de Nicaragua; y otras mujeres lideresas locales, pero de gran fuerza, por ese trabajo de hormiga que hacemos las mujeres.
Tuviste a tu hija luego de los 30, ¿cómo llegó la noticia de tu bebé?
Mi hija va a cumplir 7 años, la tuve a los 36 años. Yo busqué a mi hija, quise salir embarazada, fue una llegada de mucho amor, además era la primera nieta en mis mundos familiares. Una cosa muy linda porque fue algo que yo decidí y por eso soy defensora del derecho de las mujeres a decidir.
Su llegada me cuestionó muchísimo porque me costó mucho la dada de mamar, y lo he platicado con otras mujeres. Me cansaba mucho, cuidar es arrecho. Me separé bien pronto, estaba con el papá de la niña, pero nos separamos al año de su nacimiento, fue una etapa que viví sin el apoyo de su papá porque ya no estábamos juntos.
Me cuestioné mucho el tema de la maternidad porque yo sentía que compaginar mi vida política y mi trabajo remunerado, con la maternidad, tenía un alto costo y no quería elegir entre una cosa o la otra. Quería ambas. Ese cuestionamiento siempre venía y yo no veo que los hombres tengan que plantearse esas cosas, porque siempre hay otra mujer que “cuida”.
¿En qué momento ingresás a Unamos?
Era el MRS. Antes de salir embarazada, en el 2013, me gané una beca, un espacio de sanación y de reflexión interior, para personas que habían trabajado tantos años en el área social.
Ahí tomé la decisión. Supe que si quería ver cambios en mi país, tenía que vincularme partidariamente, porque los cambios más grandes los podés hacer si estás en el Estado, si sos gobiernos y tomé la decisión de vincularme a Unamos. Sentía que era el partido político que más me representaba, porque es un partido sumamente democrático. Un partido con varias presidencias de mujeres. La Ana Margarita estaba en su presidencia.
Además, por el trabajo en redes que tenían. Uno de los partidos con más vinculación con los espacios de sociedad civil. Había un cachimbo de mujeres en todos los niveles. En las reuniones, incluso a nivel local mirabas rostros femeninos. Mujeres arrechas, trabajadoras, congruentes.
Vincularme partidariamente tuvo algunas repercusiones con algunos de mis vínculos con gente de la sociedad civil, de donde yo venía. Participar en un partido político en Nicaragua, por el enorme descrédito que tienen en general, no era bien visto.
¿Cómo viviste el estallido social de 2018?
Recuerdo cómo se me erizaron los pelos en aquel plantón famoso el 12 de abril de 2018. Se me pararon los pelos con todo ese chavalero. Sentíamos que algo estaba pasando.
Muchos de los interrogatorios que me hicieron en el Chipote me decían que las de Unamos controlamos todo. Yo les decía: ¡Que no se dan cuenta que la revolución de abril es un monstruo de mil cabezas! Abril nos sacó de nuestras burbujas a todos para entender que teníamos que vernos las caras, conocernos porque ninguno de esos espacios podía tener lo que se demandaba si no lográbamos un país con democracia.
¿En las protestas estuviste detenida 72 horas en el Chipote viejo, cómo fue?
Espantoso, era un laberinto subterráneo, las celdas húmedas, sucias, no tenían inodoro, nos movieron de celdas y son celdas muy oscuras.
¿Por qué seguiste en la política luego de eso?
Creo firmemente que la salida de Ortega del poder es posible. Yo quiero ver una Nicaragua linda, que mi hija pueda crecer jugando en las calles como yo jugué, que se pueda mover de un espacio a otro sin que sea perseguida. Que pueda opinar sobre ella y lo que ve, críticamente como yo he aprendido a hacerlo sin que eso signifique cárcel o exilio.
¿Supiste que te iban a detener?
No recuerdo la cantidad de policías. Para mí los que estaban afuera de mi casa ya eran parte del paisaje. Yo saqué a la niña, la mandé a la casa de mi mamá, nunca llegaban. No sabía cuánto me iban a meter presa y quería pasar las últimas horas con la niña y la mandé a traer. Sabían que esos dos días la niña no estaba en la casa y decidieron entrar el día que la mandé a traer.
Yo salí, les abrí la puerta, no tenían necesidad de entrar con el lujo de violencia con el que entraron, con escaleras, botando cámaras y con la niña adentro. A mí me golpearon y yo estaba en pijama. Me golpearon el rostro, me subieron a la patrulla, me acuerdo que la mujer que me golpea me enchacha y me baja la cabeza, pero yo estoy nerviosa por la niña y subo la cabeza y me vuelve a pegar y comienzo a sangrar.
Yo subo la cabeza y el oficial que maneja la patrulla le dice “bájale la cabeza a esa golpista hija de la gran p… que no la quiero ver”. Como yo estoy sangrando la mujer me agarra del pelo me sube la cabeza, andaba pelona y se agarra del poco pelo y me pregunta qué te pasó y le dije que me cachimbió y me volvió a pegar, esa vez en la espalda. Sentí el trayecto larguísimo y pensé que me iban a matar.
¿Siempre estuviste en una celda de castigo y cómo era la celda porque sabemos que eran celda cerrada?
La celda en la que yo estuve un año, un mes y dos semanas, era cerrada. Tienen un portón como las que salen en la película que solo tienen como una puertecita para pasar la comida, no podía ver rostro humano, pero sí tenía una ventanita pequeña como de un metro cuadrado arriba y podía ver el horizonte, otra ventanita arriba del inodoro y luego tenía un espacio interno, como un tragaluz.
A mí me salvó el cielo, literalmente y la naturaleza, los pajaritos que venían, los árboles, las hojitas que caían por ese tragaluz, el viento y la luz que entraban por esas dos ventanas.
¿Cambió Tamara en el Chipote?
Es un antes y un después en mi vida. Me siento una mujer más comprometida que antes por la lucha por la justicia, por una Nicaragua más amorosa, una Nicaragua sin cachos, los nicas vivimos sacándonos los cachos entre nosotros.
Salí de esa cárcel más humana, sana de corazón. Esa soledad en la que me mantuvieron, lejos de enfermarme me ayudó a sanar las heridas que todos tenemos. Salí más consciente de la importancia de que seamos distintos. Tener frente a mi celda a (Juan Lorenzo) Holmann, Francisco Aguirre, José Adán Aguerri, Luis Rivas, gente diversa, pero comprometida con una Nicaragua más libre y democrática.
¿Por qué ese trato a las mujeres?
Bueno, yo creo que por el hecho de ser mujeres. La enorme misoginia que tiene Daniel Ortega y la Rosario Murillo graficado en el aislamiento en el que nos mantuvieron en el Chipote. Hay un enorme odio hacia las mujeres en general y nosotras cuatro fuimos la foto que ellos querían tener y que reflejara ese odio.
¿Qué sigue para Tamara?
Lo primero es encontrarme con mi hija, son casi dos años sin ella. Voy a seguir vinculada, denunciando y participando, pero con un mayor equilibrio de los vínculos que quiero potenciar y la gente que amo, y entre ellas mi prioridad es mi hija y su estabilidad.
Sigue una etapa de mucho cambio, como ha sido mi vida, de mucha flexibilidad. He aprendido a ser fuerte y flexible como el bambú. Eso es lo que viene para mí.