14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

La conga roja

La roconola de don José A. Beroy, mejor conocido como “el chele Beroy”, se escucha a lo lejos interrumpiendo el silencio de los lugareños: “Los aretes que le faltan a la luna los tengo guardados…”

La roconola de don José A. Beroy, mejor conocido como “el chele Beroy”, se escucha a lo lejos interrumpiendo el silencio de los lugareños: “Los aretes que le faltan a la luna los tengo guardados…”

Mesas y cuarterías, guaro pelón, risas, luces, lentejuelas, zapatos de tacón embadurnan la noche de placeres y pecados. El único lugar donde algunos pobladores, después de un largo día aburrido y cansado, llegan a relajar el pensamiento y la lujuria.

El chele Beroy, sentado en la butaca a un lado de la puerta, invita a pasar a los visitantes, no deja pasar a los chavalos porque si el teniente Molina lo agarra con cipotes adentro, le cierra el putal más antiguo del pueblo.

“Lugar pecaminoso” dicen que las mujeres con las bocas rojas y las medias de maya negra seducen a cualquiera en el baile de cabaret, los maridos se confiesan en la misa del domingo, para colgar nuevamente sus pecados en la semana.

La Conga Roja se ubicaba en el intestino del pueblo, allá por el charquito del río Tecomapa. Su propietario había traído mujeres lindas, meretrices resentidas de algún modo, de la vida alegre como las nombraban las señoras de gran reputación, nunca dijo el chele Beroy, cómo hacía para conseguirlas, venían como cargamento de contrabando, las traía entrando la noche para no causar revolución entre los bien renombrados señores y señoras de prestigio moral, aunque algunos clientes, ya eran fijos en el llamado lugar de perdición. Nunca se la cerraron porque el chele Beroy tenía bien claritos los nombres de maridos que ocupaban cargos públicos, y bien que sabía complacer el gusto de clientes exigentes en asuntos de amores.

Me cuenta un viejo cliente que ahora no voy a mencionar, que las mujeres las traían de Chinandega, León, Estelí, y en aquellos tiempos eran bien pagadas. Una vez al mes las llevaban al centro de salud y ese día que las meretrices llegaban, no se atendía solo a ellas, que eran mal vistas por la sociedad aunque en el fondo los maridos tragaran grueso, de puro gusto y recuerdos nocturnos al verlas en la calle.

Un momento de acompañamiento y fantasías costaba 20 pesos que en aquellos tiempos equivalía a mucho dinero, así fue que hizo dinero el chele Beroy, a costa del sudor ajeno.

La Conga Roja abría a partir de las 8 de la noche, y como en el pueblo la luz eléctrica la vendía un tal Adán Quintana, a las diez exactamente, se iba el servicio eléctrico, los hombres aprovechaban la oscuridad del pueblo para regresar a sus hogares sin arrepentimientos.

Hasta 1950, la Conga dejó de funcionar, dada la muerte de su dueño, nadie quiso seguir la tradición del viejo pregonador de amores prohibidos.

Algunas mujeres, trabajadoras del antiguo lugar se quedaron en el pueblo bien casadas y en hogares estables, lejos quedó el recuerdo de un lugar que en las sombras invitaba al amor de cabaret, entre ellas imagino a una que todavía es bonita y con aires de otros horizontes, recordando la roconola y el humo de cantina, sonríe…

“Los aretes que le faltan a la luna, los tengo guardados en el fondo del mar”.

Cultura Darlyn Lorena Soriano La conga roja archivo

Puede interesarte

COMENTARIOS

  1. Hace 8 años

    Y Que es esto: cuento. relato? reminicencia/? Malisimo>. Pesimo. Rapidamente le sugiero que lea a Emilio Quintana Bananos por ejemplo/ Yo conoci la Conga Roja
    y no se parece en nada. Bueno tiene nada mas el titulo. y quedaba en Managua
    No hay que inventar ( Tecomapa?)

  2. francisco santos
    Hace 8 años

    Pesimo bajo todo punto de vista. No solo porque conoci La Conga Roja. Ademas es demasiado “lugar comun” como maneja lo que dice. No es cuento \no es relato
    sino que nos dice algo de un lugar donde habianb putas. Le recomiento rapidamente Bananos de Emilio Quintana

  3. pedro
    Hace 8 años

    Me gusta como se narrada la historia, permite imaginar tal cual fueron los hechos en aquella época, más aún cuando en muchos pueblos fue similar.

  4. Cachirulo Conguero
    Hace 8 años

    Este cuento evoca al prostíbulo que con ese nombre funcionaba en los alrededores del mercado Oriental, cerca de la gasolinera El Triángulo, en la Managua pre terremoto; famoso por su clientela, principalmente soldados “pelones” de la GN, y por las constantes riñas y hechos de sangre que ahí se protagonizaban.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí