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La gran sultana

Los coches se volvieron el vehículo “típico” del turismo y cambiaron sus precios de servicio y estilo ya no para las labores de transporte cotidiano sino para “city-tours” en dólares americanos, y ahora creo, en euros. Las calles se llenaron de heces (estiércol) de caballos y el ambiente se llenó de polución, bacterias y de gérmenes. El Gobierno municipal no se ha enterado de estos y si lo sabe le importa un comino. No hay ley, ni “sheriff in town”.

Mariano Marín

Los coches se volvieron el vehículo “típico” del turismo y cambiaron sus precios de servicio y estilo ya no para las labores de transporte cotidiano sino para “city-tours” en dólares americanos, y ahora creo, en euros. Las calles se llenaron de heces (estiércol) de caballos y el ambiente se llenó de polución, bacterias y de gérmenes. El Gobierno municipal no se ha enterado de estos y si lo sabe le importa un comino. No hay ley, ni “sheriff in town”.

Los inversores compraron las casa, primeros las deterioradas por el tiempo y la pobreza, y luego las de los “ricos” que se fueron de la ciudad a las afueras, o a Managua o a Miami.

Ellos las “restauraron” con fachadas del sur de la Florida, kitsch, piscinas y segundos pisos y las pintaron como creen son las casa típicas del tercer mundo caribeño o de América del Sur, al mejor estilo “cubano de la Florida”, causando además el deterioro de las casas vecinas de los habitantes que aun quedamos en el centro de la ciudad y consideramos es nuestro hogar y patrimonio familiar.

¿Qué hace el Gobierno municipal? ¿Qué hacen los encargados de los permisos de construcción en control urbano y patrimonio histórico para evitar esta falta de cumplimientos con las leyes del país y el respeto a las mismas? ¿Por qué aceptan pagos sin inspección de las construcciones en el centro histórico de la ciudad?

Las calles se llenaron de delincuentes, huelepegas y rateros. Se llenaron los corredores del centro histórico de indigentes, donde duermen y hacen sus necesidades fisiológicas. La Alcaldía que formó hace unos años una Policía municipal y que cuenta con unos setenta, ochenta efectivos —no conozco muy bien el número exacto— decidió mejor “proteger” a la catedral y al palacio episcopal con una verja y así evitar se ensucie la casa del obispo.

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