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Armas no sólo sirven para matar

En los últimos diez años los gastos militares mundiales crecieron un 37 por ciento según el Instituto Internacional para la Investigación sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI). Cada vez que se conoce ese tipo de informes la reacción natural es preguntarse por qué no dedicar esos recursos , o por lo menos una mínima parte […]

En los últimos diez años los gastos militares mundiales crecieron un 37 por ciento según el Instituto Internacional para la Investigación sobre la Paz de Estocolmo (SIPRI).

Cada vez que se conoce ese tipo de informes la reacción natural es preguntarse por qué no dedicar esos recursos , o por lo menos una mínima parte de ellos , a combatir la miseria y el hambre.

El planteo es irreprochable, pero no es un tema simple. No se trata de recursos que están ahí y se pueden desviar hacia un sector u otro. Es bastante más complejo y más global en sus alcances económicos y en su análisis hay que considerar varias puntas. Una de estas es la demanda: quienes compran las armas ya sean países, fuerzas armadas —regulares o irregulares—, terroristas — cualquiera sea su signo— no están interesados en comprar y distribuir alimentos y menos pagar por estos lo que están dispuestos a obrar por cualquier instrumento que sirva para matar y para imponerse e imponer sus verdades o para conquistar el poder o mantenerse en él.

Además, no siempre la compra de material militar tiene como propósito prepararse para una guerra o para defenderse de un enemigo que se apresta a invadirnos o para poner en marcha algún plan de conquista de lo que sea. A veces sirve para asegurar la paz interna y mantener tranquilas a las Fuerzas Armadas. Se ha repetido muchas veces que es un peaje que hay que pagar y que vale la pena: con eso se entretienen y no se les ocurre otra cosa. En ciertos casos también sirven, o por lo menos han servido en el pasado, para que algunos consigan ingresos extras producto de las “comisiones” generadas en negocios que siempre suman mucho.

“No hay general que soporte un cañonazo de un millón de pesos”, se decía en México hace unas décadas. En América del Sur en 18 años el gasto militar creció un 22 por ciento; bastante menos que en el resto del mundo, pero que igual parece demasiado para una región no conflictiva. Puede que haya algunas explicaciones.

El país que más gastó es Brasil, lo que no es una novedad ni se aparta de lo que ha ocurrido en el pasado. Brasil es el mayor país de la región y sus Fuerzas Armadas son una institución muy fuerte y decisiva y son muy respetadas y contempladas por los gobiernos, cualquiera sea su tendencia o ideología.

Una prueba de ello es que mientras en Argentina y en menor grado en Uruguay, parte de la política de sus gobiernos “progresistas” es demonizar a los militares y juzgarlos por sus crímenes durante las pasadas dictaduras, en Brasil en cambio ese tema no se trata ni existe. El gobierno de Lula, al contrario que sus colegas, incluso los de Chile, notoriamente más equilibrados que los rioplantenses, no ha encarado ninguna revisión a fondo sobre lo ocurrido durante la dictadura militar. En Brasil no se habla ni hay escándalos, choques ni publicitados juicios sobre las torturas militares y se afirma que los militares brasileños no participaron el Plan Cóndor por más pruebas que se presenten.

El otro gran gastador es Chávez. Esto es más novedoso y tiene variadas explicaciones que de todas maneras, no pasan por la “invasión” del “imperio” que cada tanto anuncia el comandante bolivariano. Él sabe que si ello se diera no le alcanzarían para frenarla los 5 ó 9 submarinos que se anuncia le comprará a Rusia (entre mil y dos mil millones de dólares), ni los 24 cazas Su-30MK, los 50 helicópteros de combate y transporte, los sistemas de defensa aérea Tor-M1 y los 100 mil fusiles automáticos Kalashnikov que ya le compró y en los que invirtió unos 4 mil millones de dólares.

Lo que sí consigue Chávez con estas “compras” es por un lado mantener contentos a sus militares, los mismos que hace cinco años le quitaron del poder — el que le devolvieron horas después— y que constituyen su gran respaldo.

Por el otro busca captar las simpatías de algunos de los vendedores, como ocurrió en su momento con el gobierno español. Puede que sea así, pero en este caso hay quienes dicen que con Vladimir Putin es diferente y se equivoca. Es que Chávez cree no tener límites, pero no es lo mismo ganar algunos puntos en competencias regionales que entrar a jugar en las “ grandes ligas” y ésta es su gran confusión.

Periodista uruguayo.

Internacionales

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