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Cantina y estanco

¡Santo Dios… Jesús Bendito! Exclamó una vecina de mi abuela Rafaela, cuando ante ésta un compañero de escuela llegó a acusarnos, después del entierro de un niño de la vecindad, que mi primo Juan Alberto y yo nos habíamos quedado abriendo la boca —dijo el acuseta— frente a la cantina que estaba a la salida […]

¡Santo Dios… Jesús Bendito! Exclamó una vecina de mi abuela Rafaela, cuando ante ésta un compañero de escuela llegó a acusarnos, después del entierro de un niño de la vecindad, que mi primo Juan Alberto y yo nos habíamos quedado abriendo la boca —dijo el acuseta— frente a la cantina que estaba a la salida del cementerio. Sería en el 48 ó 49, estábamos niños y nos llamó la atención un baile prohibido de entonces, La Múcura. Claro que esto no lo supo la abuela y tampoco se habría rasgado el vestido porque era sensata y mientras vivió, siempre tuvo los pies sobre la tierra.

En verdad, la cantina y el estanco eran considerados lugares peligrosos, de prevaricación y de vicios por amplios sectores de la sociedad. Siempre fueron casas humildes, donde en todo tiempo se ha vendido aguardiente o guaro, guaro lija, guarón o guarito pelón; nombres éstos del aguardiente que ha sido el encanto del obrero y del campesino; por el que muchos han dejado el salario de la semana en el estanco o la cantina, donde “se aprende a ser hombre”; ahora también “se aprende a ser mujer” porque la cantina y el estanco ya no son lugares privativos del hombre, también la mujer llega a echarse sus bolillazos y después del trago al strike, el jocotito o rodaja de mango celeque para no arrugar la cara que es señal de hombría o de la mujer macha.

Ahora bien, las cantinas han evolucionado y algunas como la de Chico Toval o la de Cucaracha, en Managua, también venden cervezas, rones y las bocas ya no son sólo de jocotes y mangos celeques sino que existe una variedad de platos deliciosos. Amigos leoneses me han asegurado que en esa ciudad universitaria se come mejor en las cantinas que en los restaurantes y casas particulares; pero a pesar de estas consideraciones, siempre el estanco y la cantina conservan el estigma peyorativo, donde las palabras malsonantes están a flor de labio, donde las discusiones y riñas están a la orden del día, si no es la noche, donde la música ranchera es de alto volumen. Por eso a quien escucha música con el volumen alto se le advierte: “callá la cantina, bajale a esa cantina…”

No pensemos tampoco que cantina y estanco, que son sinónimos en Nicaragua, tienen el mismo significado en todas partes. Aquí en España, ‘estanco’ y ‘cantina’ no son sinónimos. El ‘estanco’ es una pequeña tienda, generalmente dentro de las estaciones del metro, para la venta de tabaco, (cigarrillo y puros) sellos postales y los abonos (pasajes del mes) del metro. La cantina es la tiende pequeña donde se venden bebidas y algunos comestibles. También es el lugar del sótano de la casa donde se guarda el vino para el consumo de ésta.

La Prensa Literaria

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