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Fachada de la Catedral de León elaborada en madera, ejemplo de la artesanía popular. ()

EL NUEVO ROSTRO DEL MUSEO NACIONAL

Una renovación museográfica, recientemente inaugurada, le ha otorgado una nueva imagen al Museo Nacional. Fundado hace 140 años, aquí el Director del Instituto Nicaragüense de Cultura expone su accidentada historia, sin minimizar los aportes de sus antecesores y pioneros que hicieron posible su sobrevivencia “DIOCLESIANO CHÁVEZ” Secretario /AGHN Si la museología es la ciencia que […]

  • Una renovación museográfica, recientemente inaugurada, le ha otorgado una nueva imagen al Museo Nacional. Fundado hace 140 años, aquí el Director del Instituto Nicaragüense de Cultura expone su accidentada historia, sin minimizar los aportes de sus antecesores y pioneros que hicieron posible su sobrevivencia

“DIOCLESIANO CHÁVEZ”

Secretario /AGHN

Si la museología es la ciencia que versa sobre la teoría de los museos en general, su historia, su influencia en la sociedad, es, por tanto, una ciencia dinámica, nada estática, máxime a partir de la eclosión del arte moderno desde a finales del siglo XIX y comienzos del XX.

Entretanto, la museografía es el conjunto de técnicas y prácticas para presentar, representar y organizar el tema que se desea exponer al espectador: arte antiguo, clásico, moderno, impresionista, ciencias naturales, historia o armas, un prócer, su vida y obra… según el amplio espectro temático. No es necesariamente la museografía cronológica ni secuencial, en muchos casos puede romper el hilo en aras de una descripción más contrastante y llamativa.

Actualmente la museografía se vale de todos los recursos de la tecnología para crear y recrear el ambiente: vídeos, pantallas, televisores, música ambiental y apropiada al tema, imágenes, efectos de luz y computadoras con información.

1. Un museo semidestruido

El Palacio Nacional de Nicaragua fue construido durante la Administración de Somoza García por el arquitecto Pablo Dambach y supervigilado por el arquitecto Julio Cardenal y la firma Lacayo Fiallos. Se construyó en el mismo lugar donde se levantaba el primer Palacio Nacional, que fue destruido por el terremoto del 31 de marzo de 1931. No fue, pues, un edificio diseñado para museo, sino para oficinas y dependencias públicas. En 1996, como uno de los últimos actos de su gobierno, doña Violeta Barrios de Chamorro reinauguró este edificio restaurado y reacondicionado para Palacio Nacional de la Cultura. La planta baja alojaría el Museo Nacional y la planta alta la Biblioteca, Hemeroteca y Archivo Nacionales. Durante la Administración del señor Clemente Guido Martínez, quien se quejó ante los medios de recibir en junio de ese año un cajón vacío, trasladó con asistencia del Ejército Nacional la biblioteca, los archivos y la hemeroteca y lo poco que restaba del aquel Museo de Industria y Comercio fundado por don Dioclesiano Chávez en 1896-7 y que empezó a funcionar en 1900 y semidestruido en 1931 y destruido en 1972, donde se quemaron pinturas, muraletes sobre tela, fotos, crayones, animales disecados, otros objetos museables y se quebró mucho de la cerámica. Doña Crisanta Chávez, hija del fundador, contabilizaba en 1970 en el Catálogo del Museo Nacional de Nicaragua, unas 123 piezas entre urnas funerarias, trípodes, ollas, jarrones, vasos, platos e incensarios, lo que no era mucho. Y el ingeniero y arqueólogo Douglas Wallace Schmidt, afirma que el 95 por ciento de estas piezas se destruyeron en el terremoto de 1972. Algo que ratifica la misma doña Crisanta (Véase el Boletín de Bibliografía y Documentación, de la Biblioteca del Banco Central de Nicaragua, núm. 23, mayo-junio de 1978).

Pero también léase estos párrafos de doña Crisanta y adviértase sus afirmaciones rotundas:

“Como un reconocimiento de mi labor para el Museo Nacional de Nicaragua, se me impuso una medalla por Ministro de Educación Pública, Ing. Antonio Mora Rostrán; mas no era ese el premio que yo esperaba, porque hubiera estado más complacida en asistir a la colocación de la primera piedra de un edificio adecuado para el Museo Nacional. Agradecí el honor, pero no pude hablar porque me dolió ver que el Museo no cabía en ningún lugar, me pareció vislumbrar, como efectivamente fue, el fin del Museo Nacional con el terremoto del 23 de diciembre de 1972. Días antes, por más súplicas y gestiones del señor Roberto Martínez y señora Leonor de Rocha, Colaboradores Auxiliares del Museo, ante el Ministerio de Educación para que trasladaran las colecciones a un lugar seguro, resultaron nulas. En resumen, se incendió el local por la desidia, abandono y poco amor al Museo, tanto de parte del Director de ese tiempo, como de los que debieron haber salvado las valiosísimas colecciones. Y todo por ignorancia y carencia de todo que no supieron valorarlo jamás”.

Más adelante ratifica con un acento adolorido: “Toda nuestra labor fue acabada por el terremoto”. (Véase Boletín, Núm 1, julio-diciembre, 1994, Museo Nacional de Nicaragua, Managua).

2. Inexistencia institucional de un verdadero museo y creación legal

A partir del triunfo de la Revolución Sandinista, el Ministerio de Cultura casi no pudo hacer mayor cosa por el Museo, debido a que sólo contaba con el 0.1 por ciento del Presupuesto Nacional. El maltrecho museo quedó siempre en uno de los pabellones de la Colonia Dambach, con su acervo de taxidermia, algo de cerámica y de estatuaria, pero enriquecido a partir de 1979 y 1980, con las piezas arqueológicas confiscadas en las casas de los partidarios del anciano régimen recién derrumbado. Es innegable que los restos del Museo sobrevivieron gracias a la pasión y entrega del clan familiar y de amigos de los Chávez, entre los que vale mencionar a doña Leonor Martínez de la Rocha y Roberto Martínez.

Pero fue hasta en 1996, repito, que doña Violeta Barrios de Chamorro se le ocurrió afortunadamente con su directora de Cultura, Gladys Ramírez de Espinosa, convertir el Palacio en Museo. Era evidente e indiscutible que no había museo desde 1972. Es tan obvio o evidente que Guido Martínez, director de Cultura por cuatro años del gobierno del doctor Arnoldo Alemán, tuvo que hacer un museo por Decreto núm. 49-97, bautizarlo como Dioclesiano Chávez y publicarlo en La Gaceta, núm. 165 del 29 de agosto de 1997.

Este mismo año 1997, Guido Martínez, con la colaboración económica externa, hizo la primera sala según guión y diseño del equipo formado por los doctores Germán Romero Vargas y Jaime Incer Barquero, el biólogo Lorenzo Cardenal Sevilla y el licenciado Julio Valle-Castillo, más la compañía mexicana Margen Rojo. Tal proyecto no se llevó a cabo por los altos costos. Luego acondicionó dos salas, una de cerámica, muy cuestionada por museógrafos extranjeros visitantes y una de estatuaria prehispánica. Las salas del fondo del Palacio fueron ocupadas como bodegas para la cerámica, la deteriorada Colección Julio Cortázar, que Guido Martínez restituyó al patrimonio del país y taller de restauración. Total: en el 2006 seguíamos careciendo de un Museo Nacional.

3. Nueva museografía

Calcando los antiguos templos chorotegas del Pacífico de Nicaragua, según las descripciones de cronistas y viajeros, que eran ovalados, techo de palmas, hierba y paja, y su techumbre sostenida por monumentales estatuas de dioses o teúles o teotes indígenas, la nueva museografía del Museo Nacional Dioclesiano Chávez levanta en el vestíbulo del Palacio Nacional de la Cultura en Managua, 14 piezas autóctonas de diferentes orígenes y procedencia: Ometepe, Zapatera, Chontales, León y otros sitios del país. Ellas son las SALAS EJES, la UNO Y LA UNDÉCIMA porque representan nuestra cultura ancestral, primitiva, arcaica y al ubicarlas tanto al frente como a la salida de la Sala Rodrigo Peñalba, pretenden establecer el encuentro con el arte moderno nacional y latinoamericano: Ilce Ortiz, Rufino Tamayo, Sebastián, Rosario Chamorro, Alejandro Aróstegui, Roberto Matta, Julio Le Parc, Kasuya Sakai, Róger Pérez de la Rocha, Leonel Vanegas, Rodrigo Peñalba… Visualmente esta composición normará toda la museografía de este museo, representando a su vez que Nicaragua es un país que de cara al siglo XXI aparece tan antiguo como moderno. Entre lo arcaico y posmoderno podemos conseguir una síntesis de nuestro país.

4. Geología, fósiles y cerámica

Tomando hacia la banda derecha de la primera planta del Palacio, tenemos la SALA DOS de la Nicaragua geológica, física: el origen de su nombre: AQUÍ JUNTO A LAS GRANDES AGUAS, el subsuelo volcánico, los climas, los suelos, los lagos, lagunas y ríos. El guión de esta sala fue concebido por Jaime Incer Barquero y diseñado en 1997 por la compañía mexicana Margen Rojo.

La TERCERA SALA es de Paleontología y exhibe fósiles que datan de unos 70 millones de años, lo que ilustra la antigüedad de la tierra nicaragüense, a pesar de ser un territorio nuevo. Su autor es el arqueólogo Ramiro García Vásquez, jefe del Departamento de Investigaciones Antropológicas del Museo Nacional.

La CUARTA SALA corresponde a la cerámica y fue diseñada por Edgar Espinosa, director del Museo Nacional. En la remoción se pintó con una gama de ocres que se correspondiera con la cerámica y se le pintaron motivos prehispánicos, obra de los profesores y estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes, integrando así los recursos humanos artísticos y científicos de la institución.

5. Arte popular

La QUINTA SALA está dedicada a la artesanía nicaragüense y fue concebida y diseñada por la galerista Juanita Bermúdez Pérez y la licenciada Lorena Caldera de Barrantes: No artesanía, sino arte popular valorado, como en México, como en España, Japón, Moscú y Europa, por una mentalidad abierta, no alienada ni enajenada que subestima las labores manuales, lúdicas y estéticas de nuestros mestizos. Sombreros de palma, barro, madera y juguetería, móviles… Ya Rubén Darío, desde 1909, afirmaba su admiración por las jícaras labradas, por los huacales, por la filigrana “en los trabajos de orfebrería nicaragüense. Tales labores he mostrado yo á mis amigos europeos, que las han comparado con manufacturas de Tifany ó Froment-Meurice. Escultores y pintores hay asimismo que sin haber frecuentado nunca talleres ni museos, pues no han salido del país, producen obras que me han causado sorpresa y admiración.

“Ciertos indios fabrican utensilios de barro que no son inferiores a los que producen la alfarería peninsular en Andujar; las ‘tinajitas’ de allá alegran la vista y refrescan el agua en los estíos, como las españolas alcarrazas. La habilidad original y criolla se manifiesta en esteras ó ‘petates’, en hamacas tejidas de la fibra de la ‘cabuya’ ó de la pita, teñidas con los colores que extraen del mismo modo que los abuelos, colores que hacen rememorar como ante no sé cuál tapiz oriental evocara un expresivo pintor francés la comparación de un ‘perroquet’. Se hacen en los telares rebozos de hilo y de seda, semejantes á chales indios; se labran en el duro hueso de un fruto de palmera, el ‘coyol’, sortijas y pendientes que se dijeran de azabache. Y se descubre en las mentes una natural claridad de entendimiento y una facultad de asimilación que hacen que se aprendan con facilidad y acierto importadas industrias extranjeras. Los zapatos son famosos, y podrían pasar los de algunos fabricantes por los que en las zapaterías sevillanas han llenado el gusto del coronado que tiene por nombre Eduardo VII. Aprovechando la riqueza de los bosques, que es extraordinaria, combinan los carpinteros y ebanistas piezas de exposición que son maravillosos mosaicos”.

6. Artes plásticas modernas

La SEXTA SALA está destinada tanto para el arte nacional como latinoamericano. Ahora está llena con lo que podría valorarse como la única retrospectiva del pintor Leoncio Sáenz. En efecto, Leoncio Sáenz ha creado un mundo plástico americano moderno y a su vez primitivo a punta de dibujo. Ha atrapado el mundo y la vida por los bordes, por los contornos. El mundo del contorno: el dibujo, y lo ha hecho como poeta y arqueólogo, es decir, inventando y exaltando sus raíces, su vida anterior a la vida, su memoria oscura llena de mitos y fantasmas y explorando la tierra y la cotidianidad. Con él asistimos al renacimiento del dibujo moderno centroamericano. Su mundo limita por sus cuatros costados con las posibilidades que ofrece el dibujo. Límite y alternativa. Un mundo abarcador y abarcado, fijado en línea y visto por sus dos lados: negro y blanco, abstracto y figurativo, telúrico y solar. De aquí que Leoncio Sáenz se sumerja en tierra y haga cortes transversales que, transcritos en papel, aparenten ser pequeños cuadros abstractos: pero bien mirados, podemos reconocer en ellos las diversas capas geológicas, sedimentaciones de cerámica, ríos feroces de huesos, fosas comunes, magma ardiente, dentelladas, escombros, etc. ¿Paisajes subterráneos? Tal vez.

7. La cultura del maíz

La SEPTIMA SALA es la SALA DEL METATE, mejor dicho, la sala del maíz, ese grano que constituye el origen de la cultura mesoamericana a la cual pertenecemos: el maíz fue dios, comida, agricultura, bebida, acompañante al otro mundo, mito, metafísica y vida. Somos hombres del maíz. Los metates labrados bella y artísticamente en piedras, eran las camas donde se molía el maíz para echar tortillas, güirilas, tamales y toda nuestra cultura culinaria. Fue diseñada por el arqueólogo Edgar Espinoza. Y se dedicó a la memoria del doctor Jorge Bolaños Abaunza, científico joven y muy aventajado sobre la genética del maíz, recientemente fallecido. En esta Sala hay un cuadro de nueva pintura indigenista de Xavier Sánchez.

8. La imaginería colonial

La OCTAVA SALA es la de LA IMAGINERÍA RELIGIOSA y fue ejecutada por Ana María Rocha y Julio Valle-Castillo. La imaginería llegó a Nicaragua con los conquistadores en 1523 y los naturales la recibieron, junto con el bautismo, como una merced muy especial que los libraba de enfermedades y desastres naturales: rayos, truenos, incendios, sequías… Durante los siglos coloniales XVI, XVII y XVIII, cuantas iglesias mayores o menores, santuarios, ermitas o capillas se levantaron, fueron dotadas de mucha de la imaginería española (sevillana). Algunas de estas piezas, incluso, eran donadas por los reyes de turno. Las ciudades y parcialidades hispánicas tenían su santo patrono titular y por lo tanto, su imagen y fiesta que, al pasar los siglos, se han erigido en verdaderas ferias de la cultura popular, con múltiples elementos de la religiosidad indígena y española.

La imaginería española recibió el impulso del Concilio de Trento, 1563, pues recomendó que es cosa buena y útil la invocación personal de los santos y el culto a sus reliquias e imágenes. En Hispanoamérica la imaginería tuvo los mismos tres centros neurálgicos que ostentó la vida colonial: México, Guatemala, que abarcaba a toda la América Central el Perú y Quito, con su célebre escuela de pintura. Sus talleres encabezados por algunos Maestros españoles venidos a las Indias, acogieron a alumnos e hicieron escuela. Maestros y modelos eran, pues, españoles y su producción se consumió a lo largo y ancho del continente. Fue Guatemala, por causas de comercio y cercanía geográfica y política, como centro imaginero la que inundó los templos y las casas nicaragüenses. La imaginería guatemalteca alcanzó, según el crítico de arte Diego Angulo Iñíguez, su personalidad en la época barroca y su plenitud hacia el siglo XVIII.

La imaginería popular, factura de indígenas y mestizos, era una producción burda en la mayoría de los casos y en serie, cuya gracia reside precisamente en la mezcla y en la torpe ejecución que, a veces, la hace encantadora. Arte que, por estos mismos rasgos, es una expresión más del proteico barroco americano. La otra cara del arte culto, “Occidental”, refinado, español, blanco, dominador, representado por los talleres mexicanos, limeños, guatemaltecos y quiteños.

Aunque Nicaragua no tuvo un taller o una escuela de escultura religiosa o sacra propiamente dicha, los frailes, misioneros y maestros de obra formaron e hicieron de algunos carpinteros, talladores o ebanistas de gran dignidad artesanal, escultores o imagineros, llamados vulgarmente “santeros”. En la obra de estos imagineros o “santeros” persiste de manera definida e invariable, casi fijo, el patrón hispánico; pero a través de un complejo proceso de apropiación de ese modelo y de las limitaciones técnicas en la ejecución del mismo que se obtiene y entrega una pieza escultórica diferente, propia. El escultor o imaginero nicaragüense crea a su imagen y semejanza en tanto artística; es él su propio modelo. La imaginería popular se parece a los indios y mestizos. De pequeño y mediano formato, desproporcionadas y chatas, si al tallar la madera imita el movimiento de pliegues de túnicas y manto, al pintarlo o esmaltarlo escoge colores muy vivos, festivos. Carecen del oro, pero lo imitan con pinturas o dorados de aceite. Los occidentales ideales de belleza, la adánica perfección homocéntrica, no cuenta para estos escultores.

9. El Güegüense como arquetipo de nuestro pueblo mestizo

Las SALAS NOVENA Y DECIMA están dedicadas a la humanidad nicaragüense es decir, al Güegüense como arquetipo del nuestro pueblo mestizo: sus máscaras, vestuarios, espejos, chischiles, ambiente procesional religioso popular, aunque sea una obra de teatro civil o laica. Tienen vídeos especiales y están ambientadas son sus sones. Cuentan con maniquí para identificar a los personajes, sus partituras, bibliografía e instrumentos musicales. Las salas del Güegüense pretenden ofrecerlo como el viejo prehispánico sabio de ritos y tradiciones de su pueblo, agudo en pensamiento e irónico. Orgullo nacional. “El Güegüense habla por el pueblo”, afirmaba Darío. Las salas asimismo muestran la serie de dibujos de Carlos Montenegro. Y estas Salas hablan por nuestra identidad y por la voluntad de hacer una museografía moderna, mesoamericana, indígena, popular, o sea, nicaragüense. Cabe mencionar el equipo que hizo posible concluir y completar en tan sólo ocho meses estas salas: Sandra Román, José de la Cruz Hurtado, Bayardo Martínez, Marcela Loáisiga, Juanita Pérez, Marina Ortiz, Fredy Solís, Evenor Soto y tantos y tantos ocultos bajo el esfuerzo, la entrega y el entusiasmo.

DIOCLESIANO CHÁVEZ: FUNDADOR DEL MUSEO NACIONAL

Un modesto investigador científico fue Dioclesiano Chávez, el verdadero fundador del Museo Nacional de Nicaragua, creado con un carácter “comercial y científico”, durante el gobierno del general José Santos Zelaya por decreto del 21 de agosto de 1897. Para entonces, la afición de Chávez a varias ciencias había culminado en la idea de formar esa institución, tras un contrato que firmó con el Subsecretario de Instrucción Pública León F. Aragón. En dicho documento, Chávez —entonces de 52 años y residente en una quinta de la capital, donde cultivaba la vid— se comprometió a iniciarlo, aportando los objetos que había adquirido y coleccionado.

Chávez nació en la villa de Managua el 7 de abril de 1844. Huérfano, al morir sus padres en una epidemia de cólera, un maestro de carpintería —de apellido Velarde— lo adoptó y enseñó, además de su oficio, las primeras letras. Muy joven se fue a trabajar al Valle Menier, donde los propietarios franceses —entre ellos Marcelo Coffe y Adolfo Shiffman— le enseñaron su idioma, la taxidermia y nociones en varias ciencias. Veinticinco años permaneció allí, regresando a Managua para perder sus ahorros en el aluvión del 4 de octubre de 1876. Entonces comenzó a trabajar de nuevo, economizando y adquiriendo el predio donde construyó su casa en 1888, y dedicándose al estudio de la arqueología y de la botánica, la entomología y la geología.

En una oportunidad, por un carbonero de Chiltepe, descubrió una momia medio petrificada, con un cráneo muy grueso y casi completo. En otra, cazando pájaros en San Rafael del Norte, le disparó a un jaguar que furioso se le había lanzado encima y dañó su escopeta; la fiera fue herida cayendo agonizante, y su piel figuró por mucho tiempo en el Museo. En palabras de Gratus Halftermeyer, Chávez “exploró montañas vírgenes en busca de lo exótico y de las rarezas de la vegetación, anotó, estudió, analizó y con el esfuerzo propio llegó a ser el primer taxidermista de Nicaragua. En una de sus exploraciones, los indios caribes de la Costa Atlántica lo capturaron y encerraron para matarlo. Por una incidencia feliz, Chávez escapó de la muerte”.

El Museo Nacional se inauguró en 1900. Su Director fue el salvadoreño David J. Guzmán. En 1902 Chávez convenció a su segundo Director, Alejandro García, para incluir colecciones de ciencias naturales. El tercer Director, Miguel Ramírez Goyena, escribió su famosa Flora nicaragüense. Por fin, en 1906, Dioclesiano Chávez es nombrado Director y para 1909 el nuevo Museo es ya Museo de Historial Natural y Arqueología. El jesuita Ignacio Astorqui escribe: “El Nuevo Director se relaciona con los principales museos del mundo que le ayudan en la clasificación científica de sus ejemplares y le invitan a sus congresos como representante de Nicaragua. El botánico William Maxon de la Smithsonian le dedica una de las planta nuevas enviadas por Washington”. En 1907 Seth Eugenie Meek viene a Nicaragua y comienza a estudiar los peces del lago. Don Dioclesiano le ayuda y le hospeda, y Meek encantado de su hospitalidad, le dedica el nombre científico del Sabalete: “Dorosoma chavesi”.

En resumen, el autodidacta Dioclesiano Chávez fue un pionero que concibió el Museo Nacional —institución a la que entregó todas sus energías— y representó, embrionariamente y sin apoyo oficial ninguno, la ciencia en Nicaragua. Registró con verdadero entusiasmo y cariño los animales, las plantas, sus nombres populares y usos medicinales, objetos antiguos del país, etc., dejando impresos los trabajos: Apuntes de Historia Natural (1901), Catálogo descriptivo de la colección arqueológica del Museo Nacional de Nicaragua (1914 y 1927) en dos partes, Parrafitos de geología y botánica centroamericana (S.A.) y Lista preliminar de las plantas de Nicaragua (1931).

También publicó un Catálogo descriptivo de la colección zoológica del Museo Nacional y varios artículos sobre Ornitología de Nicaragua. Entre sus estudios inéditos, dejó uno sobre Lepidópteros (mariposas). Fue colaborador de la Academia Imperial de Kokaido, Japón; del Museo etnográfico de Leipzig, del Museo Británico de Londres, del Field Museum of Natural History de Chicago y de la Smithsonian Institution de Washington D.C. Falleció en Managua el 28 de octubre de 1936.

(Tomado de la obra Héroes sin fusil. Managua, Hispamer, 1998, pp. 255-257).

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