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El matrimonio es la condición de vida humana más querida por Dios, por ser la base fundamental de los valores familiares y sociales. (LA PRENSA/ ARCHIVO )

El matrimonio es un camino de santidad

Jesús estableció el sacramento matrimonial, la fidelidad conyugal y el amor a los hijos, para que hombre y mujer alcancen la santidad La dignidad del matrimonio y su estabilidad, por su trascendencia en las familias, en los hijos, en la misma sociedad, es uno de los temas que más importa defender, y ayudar a que […]

  • Jesús estableció el sacramento matrimonial, la fidelidad conyugal y el amor a los hijos, para que hombre y mujer alcancen la santidad

La dignidad del matrimonio y su estabilidad, por su trascendencia en las familias, en los hijos, en la misma sociedad, es uno de los temas que más importa defender, y ayudar a que muchos lo comprendan. La salud moral de los pueblos —se ha repetido muchas veces— está ligada al buen estado del matrimonio. Cuando éste se corrompe bien podemos afirmar que la sociedad está enferma, quizá gravemente enferma.

Al elevar Jesucristo el matrimonio a la dignidad de sacramento introdujo en el mundo algo completamente nuevo. La transformación que obró en la institución meramente natural fue de tal importancia que la convirtió —como el agua en las bodas de Caná—, en algo hasta ese momento insospechado. He aquí que hago todas las cosas nuevas, dice el Señor. Desde entonces, desde el nacimiento del matrimonio cristiano, éste sobrepasa el orden de las cosas naturales y se introduce en el orden de las cosas divinas.

Quienes se casan inician juntos una vida nueva que han de andar en compañía de Dios. El Señor mismo los ha llamado para que vayan a Él por este camino, pues el matrimonio “es una auténtica vocación sobrenatural”. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo (Ef 5, 32).

¡UN GRAN SACRAMENTO!

El Papa Juan Pablo I, hablando de la grandeza del matrimonio a un grupo de recién casados, les contaba una pequeña anécdota ocurrida en Francia. En el siglo pasado, un profesor insigne que enseñaba en la Sorbona, Federico Ozanam, era un hombre de prestigio y un buen católico. Lacordaire, su amigo, solía decir del profesor de la Sorbona: “¡Este hombre es tan bueno y tan estupendo que se ordenará como sacerdote, incluso llegará a ser un buen obispo!” Pero Ozanam contrajo matrimonio. Entonces, Lacordaire, algo molesto, exclamó: “¡Pobre Ozanam! ¡También él ha caído en la trampa!” Estas palabras llegaron hasta el Papa Pío IX, quien dijo con buen humor a Lacordaire cuando éste le visitó unos años mas tarde: “Yo siempre he oído decir que Jesús instituyó siete sacramentos: ahora viene usted, me revuelve las cartas en la mesa, y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa. No, Padre, el matrimonio no es una trampa, ¡es un gran sacramento!” No olvidemos que lo primero que quiso santificar el Mesías fue un hogar. Y es precisamente en las familias alegres, generosas, que viven con sobriedad cristiana, donde nacen las vocaciones para la entrega plena a Dios en la virginidad o el celibato, que constituyen la corona de la Iglesia y la alegría de Dios en el mundo.

Toda familia, que es “la célula vital de la sociedad” y en cierto modo de la misma Iglesia, tiene una entidad sagrada y merece la veneración y solicitud de sus miembros, de la sociedad civil y de la Iglesia entera.

La familia tal y como Dios la ha querido es el lugar idóneo para que, con el amor y el buen ejemplo de los padres, de los hermanos y de los demás componentes del ámbito familiar, sea una verdadera “escuela de virtudes”, donde los hijos se formen para ser buenos ciudadanos y buenos hijos de Dios.

Tomado de www.encuentra.com

Religión y Fe

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