“El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros”.
Conocí a una muchacha que, buscando el sentido de su vida, cometió muchos errores y equivocaciones, pasó por muchas experiencias que jamás llenaron su corazón inquieto. En el fondo suspiraba por encontrarse con el amor, con alguien que la llenara, con la plenitud del amor: con Dios. Ella encontró un día de tantos a quien buscaba, descubrió a Dios Padre, al Dios del amor y al amor de Dios manifestado con Cristo Jesús dentro de la Iglesia católica y, al descubrir a Dios, se descubrió a sí misma, su misión en la vida… Hasta entonces se supo valorar a sí misma, se dio cuenta de su propia importancia personal y comunitaria, eclesial…
Si yo te digo a ti: “Dios te ama” y te quedas como si nada, indiferente, entonces, una de dos: o no sabes de que Dios te habló o, sabiéndolo, no valoras a Dios ni te valoras a ti mismo.
“Si a mí me hubieran hablado de Dios como un Padre, de alguien que me ama, jamás hubiera sido atea”, me confesó una convertida.
El amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida, puesto que con un Dios personal puedo o podemos comunicarnos, dialogar, sentirnos amados, comprendidos, tomados en cuenta, lo cual carece de sentido hacerlo con una energía o una bola de fuego, con la que no puede establecer el ser humano un intercambio amoroso ni un diálogo de padre a hijo y viceversa.
Si los cristianos damos amor, el amor de Dios, el de Cristo que llevamos dentro, los que no creen lo descubrirán… y algún día lo aceptarán.