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La casa antigua de Santa Teresa, un desafío para los sismos y terremotos de antiguos y actuales tiempos.

La casa sin espíritus de don Antonio Cruz

Con mucha historia pero sin heráldica ni blasones, la casa de los Cruz Guadamuz, allá en Santa Teresa, se ha convertido en un reto contra el tiempo y la ley de la gravedad. En esta ocasión constituye el personaje central de nuestras ocurrencias Mario Fulvio Espinosa mario [email protected] Si a don José Antonio Cruz Guadamuz […]

  • Con mucha historia pero sin heráldica ni blasones, la casa de los Cruz Guadamuz, allá en Santa Teresa, se ha convertido en un reto contra el tiempo y la ley de la gravedad. En esta ocasión constituye el personaje central de nuestras ocurrencias

Mario Fulvio Espinosa mario [email protected]

Si a don José Antonio Cruz Guadamuz se le ocurriera un día “echar la casa por la ventana”, se vería en una situación casi suicida, pues su vivienda, ubicada en la parte céntrica de Santa Teresa, no soportaría ese tequio, abandonaría su precario equilibrio y caería como castillo de arena sobre su dueño.

Claro que don José Antonio no haría ese derroche, en primer lugar porque “no está la Mariquita para tafetanes” en estos tiempos de super crisis, y en segundo, porque esas ruinas en forma de casa, vivienda en harapos que camina sobre la Tierra apoyada en muletas de diferentes tamaños, es la noble representación del humilde linaje de los Cruz Guadamuz, trabajadores tereseños honrados a carta cabal.

Que son de estirpe estas ruinas, ni dudarlo. La nobleza y la hidalguía, querido Sancho, no devienen de tener sangre azul, tornasol o morada, ni fortunas heredadas o a heredar, ni apellidos resonantes, ni mansiones solariegas, ni chisteras y levitas, sino del buen nombre conquistado a precio de trabajo digno.

Por eso, mientras batalla sudoroso con un cepillo de carpintería puliendo la tapa de un ataúd, don José Antonio dice con orgullo: “En esta casa nací yo hace 75 años, aquí nació mi padre José de la Rosa Cruz Conrado en 1895, aquí nacieron mi abuela que murió a los 95 años, y mi bisabuelo don Francisco Javier Cruz, que fue asesinado en 1898, de manera que este edificio así como lo ve tiene más de doscientos años”.

Para describir la casa de don José Antonio hay que hacer acopio de palabras lejanas, frases sacramentales pronunciadas con cautela porque si el recinto infunde admiración por lo legendario, también genera pavor ante la posibilidad de que se desmorone en esta época en que los temblores están a pedir de boca.

Vista por fuera impresionan las renegridas tejas coloniales de la vivienda, que tras los húmedos rigores de diluviales inviernos y los rudos soles de innumerables veranos han adquirido un color de lama reseca, gris terroso, plomizo triste. En algunas partes las tejas, quién sabe en que siglo, fueron sustituidas por láminas de zinc que perdieron sus ondulaciones porque ahora son sarro liso, óxido nutrido de agujeros negros.

Es esquinera la reliquia y ese capricho nos permite apreciar desde la acera opuesta las paredes grietosas, descascaradas en su casi totalidad, lo que permite ver, como en una radiografía, la amalgama de materiales con que fue construida: piedras, tierra, barro, reglas y cañas de castilla, esa mezcolanza llamada taquezal que aquí, en esta residencia, reclama solidez y luenga vida.

Siguiendo una costumbre hispana en materia arquitectónica, la casa es de acera alta, lo que indica que fue construida sobre un promontorio convertido en meseta para dar al edificio mayor altura y prestancia. Por eso, para penetrar al interior hay que subir los cuatro peldaños de una desvencijada escalera de tablones con un pasamano de regla de cuarterón.

“Cuando fue construida esta casa era más grande –dice en voz baja don

José Antonio-, tenía dos habitaciones agregadas, una hacia el sur y otra hacia el oeste, pero al paso del tiempo desaparecieron aunque aún puede ver usted algunos adobes, postes y tablas, porque donde se come pan migas quedan”.

LA HISTORIA DE LOS “GATOS”

Según el relato de don Antonio, esta ciudad que hoy se llama Santa Teresa fue hasta 1798 un caserío remoto y desintegrado. Ese año vino al lugar el gobernador español José Salvador quien se dio a la tarea de urbanizar el poblado. Lo hizo en forma magistral, dividiendo el terreno en manzanas de 120 varas cuadradas, dividida cada una en cuatro solares de 30 varas. También ubicó con acierto las áreas que ocuparían la alcaldía, la plaza mayor y la iglesia.

Orgulloso de su estirpe don José Antonio asegura que las familias fundadoras del pueblo fueron la de don Blas Guadamuz, la de los Conrado, fundada por don Ignacio Conrado, la de don Juan de la Rosa Cruz que fue el primer alcalde durante el gobierno de don Tomas Martínez, también tenían presencia la familia Baltodano, los Guido, de los que surgió el segundo alcalde, don Hipólito Guido.

“Precisamente, fue uno de los mozos de don José de la Rosa Cruz, el esposo de una señora llamada Gertrudis Vanegas, el que encontró en un potrero una imagen chiquita que, según diagnóstico de los curas de Xalteva, era la de Santa Teresa de Avila, aquel hallazgo le dio el nombre al lugar y determinó que se celebrasen las fiestas de esa santa el 15 de octubre, sin embargo a veces los inviernos copiosos no permitían esa devoción, por lo cual se decidió hacer una segunda fiesta durante el mes de enero”, asegura don José Antonio.

— Santa Teresa también es famosa por la hermosura de sus mujeres, que en buena parte tienen pelo rubio y ojos zarcos, le digo a don José.

— Así es. Se debe a que los primeros pobladores fueron españoles, uno de ellos fue el mariscal Casto Fonseca que tenía cabellos rubios y ojos azules y que dejó gran descendencia. Claro que no fue el único “gato” que produjo vástagos “felinos”.

— Volviendo a la casa, es indudable que no se necesitan mayores argumentos para asegura que es antigua, pero… ¿No teme que le caiga encima en uno de estos temblores o terremotos?

— Para 1931 yo era un muchachito, y vi como esta casa soportó el terremoto del 31 de marzo de ese año. Igual pasó el 22 de diciembre de 1972. Los sismos no le hacen nada porque esta casa es una “rejonada” de maderas de aquellos tiempos, es henchida. Imagínese que estos pilares son enterrados dos varas en el suelo y que son de cedro viejo, pero por todo y todo yo aseguré los puntos peligrosos con láminas de hierro.

— ¿Y no salen espantos por aquí?

— Pues no, aquí vivieron siete niñas viejas hermanas de mi abuela. Parece que en aquel tiempo las mujeres influenciadas por la mística religiosa, menospreciaban el matrimonio, Y los hombre eran tímidos.

Aquí contaban de ceguas, de carretas naguas y espantos, pero todos eso eran puros cuentos.

— ¿No será que los duendes y espíritus huyeron por temor a quedar aplastados?

— A lo mejor, pero yo no pienso abandonar la casa, aquí nací, aquí viví y aquí espero morir.

Tesoros de Teresa

En la casa vivieron siete abuelas que fueron “niñas viejas”

Don José Antonio es uno de los mejores carpinteros de Teresa

Teresa: lugar de mujeres hermosas, rubias y de ojos azules.  

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