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Besando la medalla de oro correspondiente a la categoría ligero, con su rostro sudoroso iluminado, como seguramente estaba el de Perseo después de cortar la cabeza de la Medusa, Oscar de la Hoya, un jovencito de 18 años, enfrentaba al periodismo en el Palacio de los Deportes de Badalona.
Estrangulado por la emoción, no pudo contener las lágrimas al recordar la promesa hecha a su madre Cecilia, víctima del cáncer a la edad de 39 años, quién logró disfrutar de su esplenderoso triunfo un año antes en los Juegos de Buena Voluntad…“Seré Campeón Olímpico”, le dijo, y lo cumplió.
Esa noche del mes de agosto de 1992 en Badalona, desde el fondo de la sala, alguien le preguntó: Después de esto ¿Cuál es tu mayor deseo… Ser Campeón del Mundo?…Y el muchacho, revestido de esa humildad que más adelante logró manejar hábil y convenientemente, y que siempre lo ha acompañado en la construcción de una sólida imagen, respondió: “Quisiera llegar a pelear como Alexis Argüello… Lo he soñado y voy a esforzarme por alcanzar ese propósito… Si llegó a ser Campeón, quiero ser tan grande como Alexis?”.
Yo lo escuchaba y repasaba lo visto durante su tórrida batalla con el alemán Marco Rudolph… Una pelea difícil de juzgar resuelta por Oscar con un poderoso gancho de izquierda que derribó a Rudolph en el tercer asalto.
Cuando De la Hoya, rumbo al estrellato, derrotó a Rafael Ruelas en una de tantas pruebas de suficiencia exigidas por su desarrollo y sus proyecciones, Oscar regresó a su objetivo esencial: “Quiero pelear como Alexis”, le dijo al cronista Richard Hoffer del Sports Illustrated.
Es decir, que el extraordinario púgil pinolero, miembro del Salón de la Fama, ha sido, y sigue siendo, el espejo en el cual De la Hoya ha estado mirándose y midiendo su progreso a lo largo de su exitosa carrera.
“Ese jab de Argüello tengo que llegar a dominarlo, no importa lo que tenga que trabajar… El jab, su seguridad, sus combinaciones de golpes, su consistencia… Siempre he querido pelear como él”, le dijo a Hoffer.
Hace un par de años, la noche anterior al pesaje dramático de Rosendo en el Hilton de Las Vegas, el dirigente del boxeo salvadoreño, Lito Rodríguez, se me acercó para preguntar si Alexis había llegado… Me sorprendió mostrándome un ejemplar del libro “El Flaco Explosivo”, y explicó que tenía un encargo de Oscar de la Hoya, y era conseguir una dedicatoria de Alexis con su firma… De la Hoya ya era una celebridad pero su admiración por Argüello continuaba en el mismo sitio.
Ciertamente, hay algunos destellos de Argüello en el estilo de Oscar De la Hoya… Se para tan erguido como el Flaco; su mirada se ve fría, fiera, filosa y escudriñadora como la de Alexis; su jab es veloz, cortante y se extiende con la maestría de un espadachín, capaz de frenar cualquier tipo de arremetida… Se desplaza tratando de deslizarse y combina sus manos con un alto grado de precisión…Pese al riesgo, se siente atraído por los cambios de golpes.
Eso sí, todavía no es tan eficaz como Alexis pegando en retroceso y necesita más firmeza cuando lleva al rival a las sogas para evitar fugas, pero tiene la insistencia del nica, y ese olfato que identifica a los “cazadores”.
El muchacho que fue creciendo queriendo ser como Alexis, se encuentra ahora en la cima… Si triunfa mañana inobjetablemente sobre Mosley, debe ser considerado el mejor del mundo libra por libra, con permiso de Roy Jones… Púgil de agallas y clase, sigue aferrado ampliando la promesa hecha a Doña Cecilia, guiado por la dureza de su padre y cabalgando sobre una promoción espectacular.