Después de 13 intentos por recuperar su libertad, Karelia Castellón Rivera, condenada a 30 años de prisión por el asesinato de su jefe, Douglas Guerrero Castellón, en marzo de 1998, finalmente salió de la cárcel el pasado 13 de mayo, por orden del Ministerio de Gobernación.
Junto a ella, el régimen orteguista liberó a 2,815 privados de libertad condenados por delitos comunes, bajo la figura de la convivencia familiar.
El asesinato de Guerrero fue de relevancia social en Nicaragua por el modo en que Karelia y Jonathan Zapata Calderón le quitaron la vida a Guerrero, con golpes, descuartizamiento y quema. Incluso el procesado Zapata confesó que bebió de la sangre de la víctima como un ritual.
El cumplimiento de condena para Karelia era el 23 de marzo de 2028, ya que fue apresada el 23 de marzo de 1998, días después del asesinato. En los primeros siete años de condena apareció tres veces en la lista de indultos en la Asamblea Nacional, pero no prosperaron y 10 veces por la vía judicial. El último intento fue en el 2016 a través del Tribunal de Apelaciones de Managua.
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Los magistrados rechazaron la apelación que interpuso el defensor José Luis González contra la sentencia emitida el 27 de mayo del 2015 por la juez Gertrudis Rosario Gaitán en la que negó la libertad condicional, alegando que la condenada (en ese momento) solo había cumplido 15 años, 10 meses y 19 días de prisión, de los 30 años a los que fue sentenciada.
El expediente de Karelia estaba radicado en el Juzgado Tercero de Ejecución de Sentencia de Managua. Cumplió 22 años y 23 días de efectiva prisión, pero sus defensas alegaban que trabajó como docente dentro del penal y que se debían reconocer los años trabajados.
Hechos sucedidos en 1998
Karelia Castellón Rivera fue condenada junto a Jonathan Zapata Calderón, quien ayudó a asesinar a su jefe, el empresario Douglas Guerrero Castellón, en el sector de Linda Vista en marzo de 1998. Según la acusación, primero golpearon a la víctima con un bloque de concreto, después le asestaron dos puñaladas en la frente y luego lo descuartizaron e incineraron con su colchón, antes de ir a botar el cuerpo en el sector de Nejapa.
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Jonathan Zapata confesó en los tribunales que bebió sangre de su víctima como parte de un ritual satánico y luego esparció piezas de la ropa ensangrentada de Guerrero en los predios de la llamada casa embrujada, ubicada cerca del kilómetro 17 de la Carretera Sur. Por ese crimen, los asesinos fueron condenados a 30 años de prisión que se cumplen en el 2028.