La historia de la indígena que ayudó a los españoles a conquistar el Imperio Azteca e inspiró el término “malinchismo”, ahora conocido en casi toda América
Por Amalia del Cid
Vea qué azarosos son los caminos del destino. Cuando el joven Hernán Cortés ganó su primera pelea en el territorio que hoy conocemos como “México”, los vencidos caciques de Tabasco llegaron a presentarle un tributo, y entre gallinas, chompipes, frutas, mantas bordadas, lagartijas de oro y algunas “joyuelas”, le entregaron veinte muchachas indígenas para que molieran maíz, guisaran carnes y calentaran los lechos de sus soldados. Diecinueve de ellas corrieron esa suerte. La otra se llamaba Malinalli y, lejos de dedicarse a amasar pan, se convertiría en una pieza clave para la conquista española del gran Imperio Azteca y su Tenochtitlán. Seguramente usted ha oído el más famoso de sus muchos nombres: “La Malinche”.
Ahora Malinche no es una palabra buena. Hay un árbol de espléndidas flores rojas que así se llama y también un volcán mexicano donde se dice habita una diosa que puede controlar la lluvia. Incontables libros y canciones llevan ese nombre, pero sigue sin ser una buena palabra, porque por encima de todo en el vocabulario popular Malinche significa “traición” y a nadie le gusta que lo tachen de “malinchista”.
El “complejo de malinchismo”, sin embargo, es cosa de la modernidad. Nada de eso existía allá por el año 1500 cuando la pequeña Malinalli abrió sus ojos en un mundo que estaba por desaparecer. Ella vivió en tiempos de príncipes aztecas y aventureros españoles, de sacrificios y de matanzas. Su tarea fue la de ser un puente entre dos culturas abismalmente opuestas. Era la intérprete de Cortés y tanto llegaron los dos a parecer uno mismo que los indígenas acabaron apodándolo “Capitán Malinche”.
Esta es pues la historia, o lo que se sabe de ella, de una mujer que algunos consideran “la más odiada de México”. Una especie de Pocahontas criolla por haber sido la amante de Cortés. Madre, villana, traidora, heroína, según se vea. Pasó de noble a esclava, de esclava a intérprete, de intérprete a mito. Así de azaroso es el destino.
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Malinalli Tenepal nació entre 1501 y 1504 bajo uno de los peores signos del Tonalpohualli, calendario sagrado de los aztecas. Malinalli, que significa “hierba trenzada” o “enredadera”, es realmente un signo desastroso, malo por donde se le busque. Fray Bernardino de Sahagún, contemporáneo de La Malinche y gran estudioso de la cultura náhuatl, le dedicó comentarios como este: “Los que en él nacían tenían mala ventura, eran prósperos en algún tiempo y presto caían de su prosperidad... Era un signo mal afortunado, y temeroso como bestia fiera”.
Pero en su novela Malinche, mitad historia, mitad ficción, la escritora mexicana Laura Esquivel eligió describirla como una niña que “estaba destinada a perderlo todo, para encontrarlo todo”.
De lo poco, poquísimo que se sabe de la vida de Malinalli, mucho se debe a cierto soldado enigmático de nombre Bernal Díaz del Castillo, quien la conoció personalmente cuando ella empezó a llamarse Marina, tras su bautismo católico. Bernal es el autor de La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, la “crónica por excelencia” que aparece como referencia en todo ensayo que tenga que ver con Cortés, La Malinche o la caída del Imperio Azteca.
Aunque al parecer estuvo presente en las más épicas batallas de Cortés, él nunca lo citó en sus cartas de relación; lo cual tampoco es un detalle demasiado extraño, pues a La Malinche apenas la mencionó una vez por su nombre Marina, el resto de las veces se limitó a llamarla “la lengua”. Bien, este soldado se enojó mucho cuando leyó un libro de Francisco López de Gómara, otro cronista de su época, y 35 años después de la conquista se dispuso a escribir su versión de los hechos con esa memoria clara que llega con la vejez. Gracias a eso sabemos que “doña Marina era de buen parecer, entrometida y desenvuelta”.
De acuerdo con la narración de Bernal, los padres de Malinalli eran “señores y caciques” náhuatls del pueblo Painalla, en la región de Coatzacoalco, de modo que desde su niñez ella fue “cacica de pueblos y vasallos”. Sin embargo, murió su padre estando ella muy niña y pronto su madre encontró un nuevo amor, con quien engendró un varón a quien decidieron heredar el cacicazgo. Para sacarla del juego, por la noche la entregaron a mercaderes de Xicalango, y al amanecer la dieron por muerta aprovechando que en casa acababa de fallecer la hija de una esclava. Pero otros cronistas, como López de Gómara, son menos duros con los padres de la niña y aseguran que Malinalli no fue regalada ni vendida, sino hurtada.
Cualquiera haya sido el caso, todos los narradores coinciden en que de las manos de los comerciantes náhuatls de Xicalango pasó como esclava a las posesiones de los potonchanes mayahablantes de Tabasco. Así fue como Malinalli aprendió una segunda lengua, el maya, la lengua que la rescató del anonimato en que cayeron las otras diecinueve esclavas entregadas a Cortés el sábado 15 de marzo de 1519.
Resultó que entre los hombres del conquistador estaba Jerónimo de Aguilar, quien había aprendido el maya cuando fue prisionero de una tribu indígena. Así que Malinalli, doña Marina, empezó a traducir del náhuatl, que hablaban tanto los aztecas como los pueblos que odiaban a los aztecas, al maya, para que Jerónimo tradujera al español. Pero no tardó mucho en apropiarse ella misma del idioma de los conquistadores.
En cuanto a las veinte esclavas, Cortés las repartió entre sus capitanes y reservó a Malinalli para uno de los más nobles, Alonso Hernández Portocarrero. Al poco tiempo este se fue a España y la india bonita, entrometida y desenvuelta, quedó a completa disposición de Hernán.
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Los códices de los indígenas que se mantuvieron leales con Tenochtitlán y la causa de los aztecas la representan con mucho rencor. En El Manuscrito del aperreamiento, por ejemplo, La Malinche aparece junto a Cortés, rosario en mano, mandando a llamar con engaños a siete indígenas principales que murieron destrozados por mastines europeos. En cambio, los de los tlaxcaltecas, enemigos de los aztecas y aliados de los españoles, la retratan “bajo una luz mucho más favorable”, en ocasiones con un papel incluso más dominante que el del conquistador, analiza Gordon Brotherston, en su ensayo La Malintzin de Los Códices.

A menudo parece olvidarse que para cuando la conquista, España no se enfrentó sola a los miles de fieros guerreros de Tenochtitlán. Junto a los conquistadores hubo toda una coalición de pueblos indígenas que verdaderamente odiaban a los aztecas y se resistían a su dominio, a sus sacrificios humanos y al pago de tributos. La Malinche o, mejor dicho, la lengua de La Malinche fue el instrumento que le permitió a Cortés soliviantar a los indios y ganar los aliados que le aseguraron el éxito en su campaña.
Él decía, La Malinche hablaba y es a ella a quien los indígenas escuchaban. Así fue creciendo el mito.
“Solo puede deificarse a alguien excepcional y por lo general cuando las mujeres descuellas se tienden a deshistoriarizarlas y a convertirlas en mitos: la deificación es una de las formas de la mitificación. Marina acaba representando todos los papeles y es figura divinizada entre los naturales y reverenciada por los españoles”, apunta Margo Glantz en el artículo La Malinche: La lengua en la mano.
Bernal Díaz del Castillo se refiere a ella como “doña” y la describe con admiración. Según él, Malinalli, doña Marina, La Malinche, era una mujer de carácter fuerte que “dominaba entre los indígenas de la Nueva España de manera impresionante ” e incluso logró sorprender al gran Moctezuma cuando en sus primeras pláticas con Cortés el rey azteca la vio moverse como pez en el agua entre el náhuatl y la lengua de los invasores.
No era una tarea fácil. Todo lo contrario. Las dos civilizaciones no solo se oponían entre sí, también eran totalmente incompatibles, y en medio de ambas estaba Malinalli tratando de encontrar las palabras precisas que pudieran expresar correctamente los mensajes que le encargaban; haciendo las veces de intérprete, pacificadora y en ocasiones de espía. Como cuando le informó a Cortés lo que una anciana indígena le había confiado, que: en Cholula preparaban una trampa para acabar con los españoles.
Según Jorge Alberto Manrique, autor de Malinche, “se dice” que lo que la india “hizo” o sea su colaboración y su lealtad para con los invasores, pudo deberse al odio que sentía por los opresores aztecas, pero quizás más que todo a su “encumbramiento personal”. “Marina fue usada como en todo tiempo y lugar ha sido usada toda mujer. Si gozó con ello tampoco podemos saberlo, aunque ¿por qué no? Pero sí podemos saber que, siendo usada, usó a Cortés. Por medio de él se levantó a unas alturas mucho mayores que aquellas a las que su origen la destinaban. Fue la consorte de Cortés en la guerra y a la caída de México (Tenochtitlán) una (breve) especie de emperatriz”.
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Nadie puede asegurar a ciencia cierta si en la “relación amorosa” entre Cortés, el conquistador, y Malinalli, la esclava, alguna vez hubo amor o algo que se le pareciera. Ahora, en la distancia y con tan poca información disponible, lo mejor es no afirmarlo. Sin embargo, como fruto del periodo en que fueron amantes, nació Martín Cortés, considerado uno de los primeros mestizos del Nuevo Mundo, a quien el conquistador dijo querer de la misma forma en que quería al otro Martín Cortés, el hijo que tuvo con su segunda esposa, doña Juana de Zúñiga.
Se ha visto en La Malinche un símbolo de las indígenas violadas o seducidas por los españoles en aquel contexto histórico en que el contacto con otra etnia despertó deseos eróticos, tanto en indígenas como en conquistadores. Pero no cabe duda de que ella fue mucho más que eso. Quienes ven en el actual México no al extinto Imperio Azteca ni a la impuesta colonia española, sino al producto del encuentro entre esos dos mundos, la consideran una “madre”. Sin embargo, muchos la siguen considerando una “traidora”, pese a que en los tiempos en que ella vivió no existía el mexicano de hoy.
No hay registros sobre la fecha de su muerte. Se sabe que Hernán Cortés la casó cristianamente con Juan Jaramillo, uno de sus hombres de confianza, con quien Malinalli dio a luz a María Jaramillo, y eso es todo. Se pierde el rastro de uno de los personajes más importantes en la conquista de América. Hay quienes dicen que murió muy joven, hacia 1929, víctima de una epidemia de viruela. Otros sostienen que para 1551 seguía viva, pues en esa fecha su nombre aparece citado en un pleito por delimitación de propiedades.
Quizás esa escasez de información también haya contribuido a la mitificación de La Malinche, así como a su desprestigio. Unas veces es solo una mujer enamorada de Hernán y de la Virgen; otras, una fría amante de las joyas, los huipiles y el poder. De un tiempo a la fecha, sus partidarios están abogando porque se le vea, sin prejuicios ni divinizaciones, como lo único que podemos asegurar que fue: una intérprete, la mejor de su tiempo.

¿De dónde viene el nombre Malinche y su mala fama?
Antes de ser Malinche, Malinalli fue llamada Marina y Malintzin. El historiador Lucas Alemán señala que Malinche proviene de Marina, el nombre español que la india recibió al ser bautizada en la fe católica de los conquistadores, probablemente por su similitud fonética.
Por querer decir Marina, los hablantes del náhuatl pronunciaban “Malina”, pues su lengua “no contenía el fonema /r/ y ese sonido fue sustituido por la /l/”, explica la lingüista nicaragüense María Auxiliadora Rosales.
Con el tiempo los indígenas que respetaban a la intérprete de Hernán Cortés agregaron el sufijo náhuatl “tzin” al nombre Marina, para añadirle jerarquía y nobleza, pues “tzin” es similar al “doña” del español. Ahí surgió el Malintzin que luego los españoles empezarían a pronunciar como Malinche, un nombre que también sería adoptado por los indígenas.
Hasta antes de la independencia de México, consumada el 27 de septiembre de 1821, la palabra Malinche no tenía el significado que se le atribuye ahora. Pero en aquel momento cobró sentido el rechazo a todo lo que “por razones independentistas, revolucionarias, políticas, pudiera connotar una sumisión ante el enemigo”, señala Juan Francisco Maura en su libro Españolas de ultramar.
Se empezó a ver con malos ojos a la “colaboradora” de Cortés, “su prestigio fue en picada. Era la traidora”, dice Jorge Alberto Manrique en su ensayo Malinche. “Surgió entonces el término 'malinchista', primero aplicado a los colaboradores de los extranjeros, luego a todos los que —en la idea popular— prefieren lo ajeno a lo propio”.
El término se difundió a partir de los años treinta y alcanzó su pico en las tres siguientes décadas. Se esparció tanto que hoy día la Real Academia Española (RAE) lo considera de uso en toda América. En el diccionario, “malinchismo” viene de “Malinche”, “esclava mexicana que desempeñó un papel importante en la conquista española de México como intérprete, consejera y amante de Hernán Cortés”. Y oficialmente significa: “Actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”.
“La Malinche” nica
En la obra de teatro El Güegüense, escrita por un autor anónimo a finales del siglo XVI, aparece el personaje Suche Malinche, la hija del Gobernador Tastuanes a quien el Güegüense pide en matrimonio. Suche Malinche (Flor de Malinche) es un personaje independiente de La Malinche mexica, pero quizás algo tiene que ver con ella.
"El autor de El Güegüense era una persona letrada. No era ningún bruto. El autor conoce la historia de La Malinche, por eso mete a la Suche Malinche y la Suche Malinche es una muda. Hay una ironía al ponerle a una muda el nombre de una intérprete”, señala Wilmor López, reconocido folclorista y periodista nicaragüense.
Para López, el autor de la obra debió ser “un cura antiespañol, criollo, que tenía todos los conocimientos posibles en literatura, habla, escenografía, música, teatro, todo”. El Güegüense fue declarado Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad en 2005.
Curiosidades

Las veinte indias entregadas a Hernán Cortés, entre ellas La Malinche, fueron las primeras indígenas bautizadas dentro de la fe católica en la “Nueva España”.
El hijo que La Malinche tuvo con Cortés, Martín Cortés, es considerado uno de los primeros mestizos del “Nuevo Mundo”. Fue legitimado junto con sus numerosos hermanos, en la bula papal de Clemente VII en 1529.
Algunos investigadores creen que el cronista Bernal Díaz del Castillo, autor de la Historia verdadera la conquista de la Nueva España, en realidad es el propio Hernán Cortés haciéndose pasar por un soldado. Las memorias son bastante obsequiosas para con el célebre conquistador y muy respetuosas para con La Malinche.
Aunque no hay forma de confirmar que tenga relación con La Malinche y Hernán Cortés, hay una curiosa coincidencia en los nombres de dos árboles. El árbol de Malinche florece en invierno con un rojo intenso, mientras que el árbol Cortés o Cortez florece en verano con un elegante amarillo. En Nicaragua a ambos se les conoce con esos nombres.
En México hay un volcán bautizado en nombre de La Malinche. Se le conoce como volcán Malintzin o volcán La Malinche. La comunidad de Ixtenco, en Tlaxcala, le rinde culto y cree que en él habita una diosa que “tiene poder sobre el agua de la montaña y la lluvia”, según National Geographic.
Se desconoce la fecha de muerte de La Malinche y el sitio donde está sepultada.
Mujeres “culpables”
Cuando un pueblo busca culpables, a menudo los encuentra en la figura de una sola mujer. La Malinche, a pesar de haber tenido un papel importante en la conquista española de México, no debería cargar sola todo el peso de la caída del Imperio Azteca. Estas otras mujeres también recibieron responsabilidades demasiado grandes:
Eva. La “culpable” por antonomasia. Aunque lo tenía prohibido, por instancias de una serpiente comió el fruto del árbol de la ciencia del bien y el mal, y luego se lo dio a probar a su compañero Adán. Ambos fueron expulsados del paraíso terrenal y desde entonces la humanidad tiene que trabajar para comer.
Dalila. Otro personaje de la Biblia. Se trata de la mujer que debilitó al hombre más fuerte del mundo, Sansón, cortándole su cabellera, y luego lo entregó a los filisteos, enemigos de los israelitas. Dalila también es tomada como la encarnación de la traición.
La Cava. Los romances populares de España que hablan sobre la entrada de las tropas musulmanas a principios del siglo VIII culpan de ello a una mujer llamada Florinda “La Cava”. La historia de su “culpabilidad” narra que el último rey visigodo don Rodrigo abusó sexualmente de ella, por lo que, a fin de tomar venganza, Florinda le confesó el ultraje a su padre el conde don Julián, encargado de proteger la frontera y este abrió las puertas a los musulmanes, provocando “la pérdida de España”.
Helena de Troya. Es un personaje de la mitología griega que ha inspirado numerosas películas y su historia es bien conocida. Una joven de gran belleza casada con un griego y seducida por un troyano “provoca” un conflicto épico entre ambos pueblos.
Tarpeya. Dice la leyenda que una joven de origen etrusco (pueblo cuyo núcleo geográfico fue lo que hoy conocemos como Italia), traicionó a la ciudad de Roma y abrió las puertas de la ciudad a los sabinos creyendo que a cambio recibiría joyas. No obtuvo recompensa, la muchacha fue aplastada hasta la muerte y su cadáver arrojado desde la abrupta pendiente que ahora se conoce como “Roca Tarpeya”. Una antigua moneda romana la representaba aplastada por escudos de soldados.

Historia de Pocahontas
La Malinche es una especie de Pocahontas, pero mexicana. Hay ciertas similitudes entre su historia y la de la indígena en la que Disney se inspiró para crear sus películas. El destino de La Malinche la llevó a involucrarse con el conquistador español Hernán Cortés. El de Pocahontas la condujo a los brazos del capitán inglés John Smith.
Su historia es de esas que ni siquiera en Disney tienen un final feliz. La versión animada comienza con un gran romance y termina con Smith recibiendo la bala que iba dirigida al padre de la princesa india y luego volviendo a Inglaterra para recuperarse. Pero la otra versión es un poco distinta.
Se cree que la Pocahontas real nació hacia 1595 (casi cien años después que La Malinche). Su tribu, ubicada en Virginia, estaba bajo el mando de Powhatan, su padre. “Su nombre de nacimiento era Matoaka. 'Pocahontas' era un apodo despectivo que significa 'niño mimado' o 'un travieso'”, explica el portal Ancients Origins.
El soldado explorador John Smith llegó a Virginia en 1607 con un grupo de unos 100 colonos; es decir, cuando Pocahontas apenas tenía 12 años de edad. “Un día, mientras exploraba el río Chickahominy, John Smith fue capturado por una de las partidas de caza de Powhatan. Fue llevado a la casa de Powhatan en Werowocomoco”, cuenta el periódico internacional La Gran Época.
Hay quienes creen que la anécdota de que la pequeña princesa india se arrojó sobre el inglés para protegerlo con su cuerpo fue algo que Smith inventó luego para ganar notoriedad. Otros dudan de que entre los dos haya habido un romance.
Al poco tiempo, Smith efectivamente resultó herido y regresó a Inglaterra. En 1613 Pocahontas fue secuestrada por colonos ingleses, se acercó al cristianismo, fue bautizada como “Rebecca” y en 1614 se casó con un inglés viudo de nombre John Rolfe.
Un par de años más tarde, en 1616, volvió a encontrarse con Smith, esta vez en Inglaterra, pero es muy improbable que hayan vivido un romance. La parte triste de la historia es que Pocahontas habría muerto en 1617, en la travesía en barco de regreso a América, durante una epidemia de viruela. Solo tenía 22 años.