Nuevas realidades, climas desconocidos e idiomas diferentes encuentran los nicaragüenses que han salido del país para estudiar o vivir en el extranjero
Arlen Cerda
Dos cosas han delatado al nicaragüense Félix Maradiaga en el extranjero: su acento nica con el tono norteño de su natal Matagalpa y su colección de música nacional que carga para todos lados.
Félix, de 36 años, ha estado en Guatemala, México, Noruega, Alemania, Austria, Suiza, Japón, Suecia, Sudáfrica y Estados Unidos. La última vez que enumeró en cuántos países ha realizado sus consultorías contó 35 y en varios de ellos ha estado en más de una ocasión, trabajando o estudiando.
Sus viajes a los países nórdicos y una larga estadía en Cambridge, durante una de las peores temporadas de frío en el Reino Unido, lo convirtieron en un fanático del sol. Y fue en Noruega donde descubrió el acceso rápido a internet, cuando para 1999 este apenas se comenzaba a conocer en Nicaragua.
Sin embargo, asegura que lo que más le ha impactado fuera de su país fue su primer día en la Universidad de Harvard, donde cursó una maestría durante 18 meses.
“En la escuela donde yo estudié en Matagalpa solo teníamos una biblioteca chiquita y ni siquiera contábamos con textos escolares. Imaginate mi impacto al entrar a la biblioteca de Harvard, la segunda más grande de Estados Unidos, después de la del Congreso”, recuerda. Su sensación fue como la de un niño en una tienda de dulces, cuya primera parada fue la sección de literatura nicaragüense. “La alegría fue grande cuando comprobé que era una de las más completas. Incluso me topé con la primera edición de Azul..., de Rubén Darío”, celebra.
“A los nicas —dice—me los he encontrado en todos lados, y cuando no es un nica, es alguien que ha conocido de cerca a alguno”.
Un día caminando por una calle de Estocolmo se encontró en una esquina con un viejo amigo nicaragüense de la infancia y otro día en un bar de Suiza escuchó que un hombre contaba cómo él se casó con una nicaragüense, y cuando volteó a ver descubrió que era el músico británico de The Rolling Stone, Mick Jagger.
Fuera de Nicaragua, Félix dice sentirse como una especie de embajador. “Cargo sobre mí la responsabilidad o creencia de que quien me conozca se formará una opinión general de los nicaragüenses y procuro dejar una buena impresión”.

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La posibilidad de conocer Alemania la entusiasmó de inmediato. Un colega de ese país le entregó un folleto con la oferta de un posgrado en hidrogeología patrocinado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (DAAD) y Reyna Hernández no dudó en aplicar.
Para entonces, era una ingeniera civil de 30 años de edad que se dedicaba a impartir clases en la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) y dos o tres años atrás, en 1991, había concluido una maestría en Recursos Hídricos en Guatemala. La oportunidad de una beca en el sur de Alemania apuntaba en la dirección que ella deseaba y logró ser seleccionada.
“Para mí, fue ir al otro lado del mundo. Obviamente, hay un choque con los idiomas (…) yo no conocía el idioma alemán y el inglés lo había practicado poco, pero estaba fascinada”, recuerda.
Reyna se instaló sin dificultades en un circuito de apartamentos para estudiantes y contaba con todos los derechos de cualquier otro alumno alemán. En Nicaragua se despidió de su mamá y sus hermanos y una vez en Europa logró viajar a Túnez, Italia y el desierto del Sahara.
Para ella, Alemania se había convertido en su nuevo hogar durante los próximos 14 meses y los otros veinte estudiantes del posgrado eran su nueva familia.
Tras los primeros meses admite que apareció la nostalgia, pero dice que trató de ignorarla concentrándose en sus estudios. Hoy, el desarrollo de la modelación matemática de aguas subterráneas que aprendió en Alemania le ha permitido participar en más de 90 investigaciones en Honduras, México y Nicaragua, donde mantiene su vínculo con el país europeo desde la Asociación de Exbecarios de Alemania, que reúne a unos 70 miembros.

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La primera vez que Miguel Campos viajó solo fuera de Nicaragua acababa de cumplir los 18 años, pero instalarse fuera del país sin sus padres fue sencillo.
Ya había iniciado su segundo año de Derecho en la Universidad Centroamericana (UCA) y fue seleccionado para cursar un semestre de intercambio en Dakota, Estados Unidos. La comida no fue ningún cambio drástico, el frío era manejable y el idioma inglés no era ningún problema.
Pero entonces no se imaginaba que menos de dos años más tarde estaría en un vuelo transatlántico de unas 15 horas, con el objetivo de recibir un curso intensivo del idioma mandarín en Taiwán.
La estadía de un año en aquel país fue otra historia. Con su presupuesto básico de un estudiante debió acostumbrarse a la comida taiwanesa y buscar casa tratando de interactuar con la timidez de sus habitantes.
El “tofuapestoso”, una especie de queso de leche de soya fermentado, se convirtió para él en un olor y sabor habitual en los mercados nocturnos donde se acostumbró a comer en Taiwán. Y aunque asegura que nunca ha sido tan apegado a la comida nicaragüense, hubo días en que la añoró de verdad.
Tras su regreso de aquella isla oriental está contento por conocer el mandarín. Dice que sus dos experiencias como becado han logrado enriquecer su pénsum académico y un currículo que algún día pretende presentar como experto en Ciencias Políticas ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde sueña trabajar y poder seguir viajando.

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Desde su primer día en España, Gabriela Gutiérrez se acostumbró a caminar por las calles de Madrid como quien ha vivido ahí toda su vida.
Una beca de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid) para estudiar un máster en gestión e investigación de la comunicación empresarial le permitió instalarse en la capital española durante un año completo y viajar a París, Milán, Venecia y otras ciudades europeas.
Hasta entonces le había parecido cliché escuchar a los nicaragüenses que en el exterior dicen extrañar el gallopinto, pero allá lo confirmó al no encontrar “frijoles tan ricos como los nicas”, asegura.
En la Universidad Rey Juan Carlos tuvo que reforzar sus conocimientos sobre las teorías de la comunicación para estar al mismo nivel en un grupo de cuarenta alumnos. Veinte españoles y otros veinte estudiantes de diferentes partes del mundo, donde ella era la primera centroamericana en participar, integraban su grupo. Eran, dice, como un mapamundi compartiendo pedacitos sobre la experiencia de cada uno.
“Al inicio fue difícil entender sus sistemas de evaluación, pero después me acostumbré”, recuerda Gabriela, de 27 años, quien regresó en septiembre pasado a Nicaragua.
A lo que nunca se acostumbró y fue su nostalgia permanente con Nicaragua fue a las formalidades de los españoles.
“Los españoles son gente sociable y abierta, pero hasta las visitas con amigos se hacen con cita. No existe el ‘pasaba por aquí y se me ocurrió venir a saludarte’, como uno puede hacer con cualquier amigo en Nicaragua. Aparecerme por casualidad —dice— es algo que extrañé bastante de mi país”.
