En los años ochenta, el doctor Alejandro Pereira estuvo injustamente preso durante catorce meses; perdonó a sus verdugos y años más tarde incluso los atendió en su clínica. Luego de una vida de trabajo, estaba listo para retirarse a disfrutar un merecido descanso, pero la Covid-19 le ganó la batalla.
Por Amalia del Cid
En el cuarto día de su tratamiento contra la Covid-19, el doctor Alejandro Pereira empezó a recuperar el color y dejó de necesitar el tanque de oxígeno que lo ayudaba a respirar. Poco después incluso pudo hablar. “Aquí voy, haciendo el esfuerzo”, le dijo a su hijo Félix a través de una videollamada. Varado en Estados Unidos, el muchacho se tomó un par de tragos para celebrar que su padre ya estaba bien. En ese momento no existían razones para pensar lo contrario.
Nueve días antes el doctor Pereira, optometrista de toda la vida, se había sentido enfermo y tuvo que abandonar sus labores en el Centro Visual Pereira, fundado por él en 2001. Adicto al trabajo, solía atender a sus pacientes incluso cuando tenía fiebre o cuando sentía fuertes dolores de cabeza; pero esta vez fue diferente.
Se sintió mal y decidió irse a casa. “Él no quería ir a un hospital. Lo dijo desde el principio”, recuerda su hijo en una videollamada desde Florida, EE. UU. Un neumólogo lo visitó y tras un chequeo lo diagnosticó con bronquitis. Tomó el tratamiento al pie de la letra, durante tres días, pero al cuarto... Félix hace una pausa y aparta la cámara del teléfono para que no lo vean llorar.