Vida de monjas

Reportaje - 13.01.2013
Vida de monjas. Hermanas Clarisas. Magazine

Algunas se encierran en un convento para toda la vida. Otras cruzan los océanos por una misión. Cuidan enfermos, educan y rezan. Unos creen que están ahí por falta de novio, ellas porque están enamoradas de Dios

Por Arlen Cerda

Merengue, salsa, bolero y hasta reguetón. Desde las nueve de la mañana, los altavoces colocados a la entrada de un negocio sobre la calle que conduce al barrio Villa Sandino, de Granada, no han parado de sonar. La música contribuye a que la calle esté más agitada. La gente anda deprisa y los taxis y las rutas suenan la bocina para abrirse paso sin bajar la velocidad. Pero frente al negocio está un viejo edificio en el que todo es completamente diferente. Adentro generalmente hay tanto silencio y todo luce tan deteriorado que uno juraría que el lugar está abandonado si no fuera porque lo poco que hay está muy limpio.

“Ave María Purísima”, saluda alguien de voz muy suave y bajita, y detrás de una pequeña ventana con barrotes blancos se corre una cortina y saluda sor Clara Judith.

Desde 1980, el edificio donde funcionó la escuela Padre Misieri, en esta ciudad, es el hogar de la Orden de las hermanas pobres de Santa Clara o Hermanas Clarisas, monjas que además de sus votos de obediencia, pobreza y castidad, hacen un cuarto voto de clausura para nunca, ni siquiera muertas, salir del convento o monasterio al que se suman, renunciando a su familia para llevar una vida contemplativa, donde rezan las 24 horas del día.

Vida de monjas. Hermanas Clarisas. Mgazine
Una vez cada seis meses, los familiares de las religiosas que eligen la vida contemplativa pueden visitarlas en el monasterio. Ahí, los barrotes son un símbolo del voto de clausura y solo pueden conversar con ellas detrás de estos. El reemplazo de nombre, como el de sor Clara Judith, representa el cambio hacia una vida de consagración.

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Su papá le respondió: “Es tu vida. Por mí está bien si así vas a ser feliz”, pero su hermana mayor —quien se encargaba de ella y sus hermanos desde que su mamá falleció— le armó un alboroto.

“¡Que locura desperdiciar tu vida! Sos inteligente y ya iniciaste una carrera. ¿Cómo se te ocurre que vas a ser monja?”, le dijo. Pero Idalia Chavarría, quien entonces tenía unos 17 años y cursaba los primeros seis meses de su carrera de Ingeniería Agrónoma, sentía que lo de ella era seguir la vida religiosa. Al inicio no supo qué hacer. Trató de no pensar en eso, se matriculó en la universidad y cumplía con sus tareas, pero algo faltaba en su vida, dice. Era una sensación de vacío que no la dejaba estar bien.

“Lo platiqué con una amiga, que también tenía esa inquietud, y juntas visitamos una casa de las Hermanas Franciscanas Alcantarinas de Sébaco —de donde ella es originaria— y participamos en un retiro vocacional. Me gustó —recuerda— pero aún no bastaba para mí”.

“Sentía que debía haber algo más y un día escuché de las Hermanas Clarisas. Eso me gustó más, me acerqué y de inmediato supe que eso quería”, recuerda Idalia, quien hace veinte años decidió vivir en un claustro de religiosas, donde no la conocen como Idalia, sino como sor Clara Judith.

En el edificio que cubre una cuadra completa, pero del que solo es habitable la mitad, no hay radio, televisión ni computadora. Ninguna de las religiosas tiene un perfil en Facebook o una cuenta de correo electrónico. De hecho, nunca ninguna ha usado internet, ni tienen celulares. El único aparato de comunicación en la casa es un teléfono convencional, que algunos días no para de sonar con peticiones de oración específicas para las religiosas, que cumplen un turno de una hora de oración cada una para la adoración del Santísimo expuesto en una capilla sencilla, que improvisaron en una de las aulas de la antigua escuela.

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El día para las religiosas inicia a las 4:30 de la mañana. La campana con la que anuncian cada una de las actividades dentro del claustro no suena, pero cada una de las 15 religiosas sabe que tiene media hora para asearse y vestirse antes de la primera oración en comunidad.

Aunque no saldrán a ninguna parte y solo entre ellas se ven para rezar, cada una de las religiosas debe vestir el riguroso hábito de tono café que solo deja ver las sandalias en los pies, las manos y parte del rostro que rodea el velo que también deben llevar.

La hermana más antigua en el convento tiene 76 años de edad y vive en el edificio desde su establecimiento. En 33 años, solo una de ellas se ha muerto y debido a que el edificio no presta las condiciones para ser un monasterio se solicitó una excepción para enterrarla en uno de los conventos de Managua, hasta que pueda ser trasladada al monasterio que se está terminando de construir en las afueras de la ciudad.

Sor Clara Judith no cree que la entrega a la vida contemplativa sea una “separación” del mundo, como algunos critican, “sino un acto de más unidad desde la oración”.

Cuando su hermana mayor la visitó la primera vez después de ingresar al convento sor Clara Judith asegura que ella no le volvió a reclamar. “Me vio feliz, porque esta es la vida que yo he querido. Es cierto que uno renuncia a muchas cosas, pero esta es una entrega a Dios en beneficio de los hermanos y hoy la oración es fundamental para el mundo”, asegura la religiosa.

Oración. Comunión. Eucaristía. Dentro del viejo edificio se procura el silencio para propiciar la meditación personal y la lectura espiritual, pero también hay ornamentos sacerdotales que bordar y una orden de 15 mil hostias diarias que se debe cumplir para abastecer a los departamentos de Granada, Rivas y Boaco, que integran la Diócesis.

Como un cronómetro, el día se agota minuto a minuto, con oraciones y actividades que concluyen a las 10:00 de la noche, y al día siguiente todo vuelve a empezar. Sin embargo, sor Clara Judith, quien ahora está a cargo del hogar y algunos días debe salir para supervisar la construcción del nuevo monasterio, sigue contenta. “Afuera —dice— no es mi lugar”.

Vida de monjas. Hermanas Clarisas. Magazine
El velo que visten las religiosas es un símbolo de la consagración de su vida a Cristo. La preparación para los votos perpetuos toma de 7 a 9 años.

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“Como religiosa hoy se sirve de secretaria y mañana se atiende un cafetín escolar o se lavan baños. Lo importante es que ante todo una no deja de ser religiosa, porque de lo contrario yo ya no sería una religiosa sino una funcionaria”.

Sor Ligia Rodríguez,

Sierva Misionera de Cristo Rey, con 27 años de vida religiosa.

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Durante más de 15 años, sor Ligia Rodríguez trabajó como secretaria de monseñor Bernardo Hombach, en las Diócesis de Juigalpa y Granada, pero nunca se quedó con alguno de sus pagos. Cada uno de ellos los entregó a la madre superiora del Hogar en el que vivía para que ella lo administrara en lo que hiciera falta para la comunidad, según las reglas de la convivencia religiosa en las Siervas Misioneras de Cristo Rey, la primera congregación religiosa que “no pasó por agua salada”, como otras misiones, porque esta fue fundada aquí por una nicaragüense.

Cuando la llamaron para servir como secretaria al padre Guillermo Quintanilla, en la Diócesis de Juigalpa, ella apenas sabía usar la máquina de escribir. Eran los años ochenta, con la guerra contrarrevolucionaria penetrando la zona de Chontales, y sor Ligia recién había iniciado su vida religiosa.

Veintisiete años después de dejar a su familia asegura que ha encontrado una más grande, en las comunidades en las que ha podido compartir y las niñas que ahora viven en un Hogar de Niñas instalado en Granada.

Desde pequeña recuerda que fue muy religiosa. Colaboraba en la catequesis de la parroquia, participaba en el coro y dice que nunca se enamoró o le atrajo algún muchacho, pero tampoco pensaba que sería religiosa, y hoy se siente “plena y feliz” siendo “esposa de Jesús”, sin importar sus funciones.

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Cada día, desde que dejó su casa en el barrio Santo Domingo, de Managua, su mamá se alistaba para ir a la parada del autobús e ir a buscarla. Y al otro lado de la ciudad, cuando solo era una aspirante a religiosa, ella también se sentaba en la parada del Colegio Cristo Rey, pensando si el conductor de la ruta la llevaría con la condición de pagarle al llegar a su casa.

Según sor Ligia, una de las etapas más difíciles de su vida religiosa fue superar la nostalgia por su casa y su mamá. “Al final ni ella salía de la casa ni yo tomaba el bus, pero era la misma rutina durante los primeros meses porque nos hacíamos falta”, recuerda.

En veintisiete años de vida religiosa sor Ligia ha visto a algunas muchachas que llegan a la congregación porque no están seguras de qué quieren en la vida o hasta por despecho sentimental, pero dice que una vez que se identifica la vocación en alguna y la joven inicia el proceso de aspirante a la vida religiosa solo las ha visto desistir porque quizá no están hechas para la vida de obediencia.

“Cuando yo trabajaba con monseñor Bernardo había días que debía seguirlo fuera de Granada, a alguna reunión en Managua o en otra ciudad de la Diócesis. Mi compromiso como religiosa siempre fue avisarle a la hermana superiora para decirle a dónde iba y a qué hora podría regresar, en caso de que estuviera o no a tiempo para la cena, las oraciones o los momentos en comunidad. Pero a algunas no les gusta eso. Sienten que no deben de rendir cuenta o que si tienen un salario es para ellas mismas y no para que de destine a los gastos de todas, porque se ven como profesionales. Realmente ahí es donde he visto algunas deserciones”, comparte.

A diferencia de la vida contemplativa, la vida de las religiosas en congregaciones activas involucra un mayor contacto con la gente y también una mayor exposición a las tentaciones externas y ambiciones personales. Mientras las religiosas de clausura jamás salen del convento —al menos que sea la encargada de la compra semanal de provisiones— las religiosas de vida activa tienen días de vacaciones que pueden aprovechar hasta para ir al mar, aunque en compañía exclusiva de otra religiosa y con short a la rodilla y camiseta para el baño.

Sor Ligia admite que la vida religiosa no es sencilla. Es de sacrificio y renuncia, “pero también muy satisfactoria cuando uno ama lo que hace y disfruta de la entrega de vivir según su vocación”.

La vida de ella, en particular, es agitada. Todo el día va de un lado a otro, con celular y agenda en mano, como cualquier ejecutiva podría hacerlo. La diferencia, sin embargo, no es solo el hábito que viste, sino su actitud para esas tareas. “La oración, por muy ocupada que esté, nunca la dejo de lado”, dice.

“Como religiosa hoy se sirve de secretaria y mañana se atiende un cafetín o se lavan baños. Lo importante es que ante todo una no deja de ser religiosa —advierte— porque de lo contrario yo ya no sería una religiosa sino una funcionaria y faltaría a mi vocación, dejaría de ser feliz con lo que hago y lo que soy”.

A través del mar

Las congregaciones religiosas son tan antiguas como la comunión de los primeros apóstoles de Jesucristo y en todos los países del mundo existen miles de expresiones religiosas similares que se han integrado con la autorización explícita de la Iglesia a lo largo de los años.

En Nicaragua existen 135 comunidades religiosas, de las cuales 95 son femeninas.

Las características que distinguen a una comunidad religiosa son su vida consagrada a Dios a partir de votos específicos de pobreza, obediencia y castidad y su vida en comunión con otros religiosos.

La mayoría de las congregaciones de religiosas en Nicaragua llegaron cruzando el océano, incluso durante los primeros años tras el descubrimiento de América, y hoy se conocen como congregaciones “pasadas por agua salada”, porque llegaron en misiones religiosas que cruzaron los océanos.

Algunas de las congregaciones más importantes y numerosas son las que hoy están dedicadas a las obras educativas o con hogares de asistencia social, como las Hijas de María Auxiliadora o las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta.

Varias de esas congregaciones llegaron por intercesión de personajes interesados en el desarrollo educativo y social del país..

125

congregaciones u órdenes religiosas existen en Nicaragua. Unas 95 de estas son de religiosas o monjas, entre ellas cuatro órdenes dedicadas a la vida contemplativa, es decir religiosas que habitan en monasterios con votos de clausura.

1,400

religiosas existen aproximadamente en Nicaragua. Esa cantidad incluye a religiosas extranjeras que viven en comunidades o congregaciones instaladas en el país, pero no a religiosas nicaragüenses que realizan misión en otros países del mundo, por lo que el número podría ser mayor.

Fuente: Conferencia de Religiosos de Nicaragua

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