Decía escuchar voces. Militó en diferentes logias y corrientes espiritistas. La lucha del general guerrillero estuvo marcada por su espiritualidad
Por Anagilmara Vílchez Zeledón
Llora a cántaros mientras le tiemblan hasta los tuétanos. Es el 21 de abril de 1928. Julio César Rivas está asustado. Los marines lo interrogan. “Sandino es un masón, 18 grados y es ayudado por todas las logias de Centroamérica y México”, confiesa.
Rivas tiene 44 años, nació en Managua y afirma no conocer al guerrillero. Es un hombre elocuente y carismático que se ha ganado la vida “con su lengua e ingenio”. Viajó desde Chile hasta México incentivando, para beneficio propio, el sentimiento prosandinista en una especie de “lucrativa carrera como vendedor ambulante de patriotismo”, asevera Michael J. Schroeder, doctor en historia y creador de la página web: thesandinorebelion.com en la que, entre otros documentos, se encuentran las declaraciones juramentadas que Rivas hizo a los marines desde el 21 de abril hasta el 15 de mayo de 1928.
En ellas admite que en 1927, en México, empezaron a cuestionarle sobre Sandino y “sus hazañas contra los americanos”. Aprovechando tal oportunidad se dedicó a hablarles sobre su compatriota revolucionario “y de esta manera les hice creer que yo era un mensajero de Sandino que iba a ver a Calles (Plutarco Elías Calles, presidente de los Estados Unidos Mexicanos de 1924 a 1928)”. Así consiguió —revela la declaración— mucho dinero para su propio bolsillo de unos aliados poco visibles en la lucha del guerrillero: las Logias Masónicas.
Augusto C. Sandino no creyó en religiones, pero sí en la reencarnación. Detrás del guerrillero existió el espiritista y el masón. Se unió a la masonería en Mérida, Yucatán, en 1929 y desde niño se cuestionó sobre Dios.
La profunda espiritualidad de Sandino marcó su lucha revolucionaria. Un ejército financiado en buena parte por las Logias Masónicas de México y Centroamérica y un guardia que se negó a matarlo por ser masón demuestran que los lazos que Sandino urdió en territorio mexicano lo acompañaron hasta el día en que murió.
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Julio César Rivas hizo cuatro viajes a México pregonando las hazañas sandinistas y recogiendo dinero por ello. El primer viaje lo realizó por su cuenta y engordó sus bolsillos. Para el segundo viaje, en cambio, fue alentado por el poeta hondureño Froylán Turcios, quien era el representante legítimo del guerrillero nicaragüense en el exterior.
En esa ocasión Turcios le entregó a Rivas 76 cartas, 25 dólares y una plancha (placa metálica) con la que se podrían obtener fondos de todas las Logias Masónicas de México. “Todas las logias respondieron”, dijo en su declaración Rivas, quien además señala que en el camino de Honduras a México debía entregar las misivas escritas por Sandino y recoger las cartas dirigidas a él.
Según su confesión, durante el viaje la correspondencia era escondida en los senos de su esposa Adriana Flores de Rivas, quien también fue detenida e interrogada.
En el tercer viaje, Rivas tuvo más suerte. Recibió del poeta hondureño 240 cartas y las credenciales que lo investían con el poder de Sandino.
Durante este periplo el presidente Calles “lo recibió cordialmente y le dio 5,000 dólares en plata mexicana, seis cartas y media docena de buenas camisas como presente a Sandino”. El general José Álvarez y Álvarez de la Cadena, jefe del Estado Mayor de México, le entregó una linterna para Sandino y el doctor Pedro José Zepeda, representante general del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua, le facilitó algunas medicinas.
Rivas recibió además 316 cartas de distintas logias de México y El Salvador; y 9,600 dólares en plata mexicana, 435 dólares en oro y una carta de Guillermo Q. Quesada, gran maestro masón en Veracruz.
En Puerto México la Logia Egipto le entregó 200 dólares en oro; en Tapachula recibió 3,200 dólares en plata; en San Salvador 600 dólares en oro.
“Él regresó todo a Turcios; todo excepto las camisas y la linterna, que su esposa conservó para ella”, registra el marine interrogador en el testimonio.
Sin embargo, una promesa legalizada por el notario Medardo Luna y Luarque que establecía que México se comprometía a suministrar armamento a Sandino y mantenerlo en el poder a cambio de que el guerrillero no claudicara hasta “echar” a los marines de Nicaragua, entre otros puntos, supuestamente no llegó a manos del revolucionario nicaragüense.
La copia del documento, firmado por Rivas en calidad de representante del guerrillero y Calles, como presidente de México, fue ahogado en la bahía de Fonseca al momento de la captura del presunto emisario de Sandino.
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Mientras el tambo rechinaba con sus pasos Augusto C. Sandino decidió hablarle a José Román sobre la reencarnación, los rosacruces y el espiritismo. Era el 9 de marzo de 1933. La luna se reflejaba en el río y el general después de pasearse por el lugar se sentó en una butaca con los brazos detrás de la cabeza y dijo al reportero:
“A propósito de filosofía, creo conveniente exponerle a grandes rasgos algunas de mis ideas filosóficas. ¿Usted debe haber leído algo, u oído hablar sobre Joaquín Trincado?”. Como Román en ese momento, a petición de Sandino, no tomaba notas, confundió “Martín” en lugar de “Joaquín” al escribir su libro Maldito país. “Joaquín Trincado es sin lugar a dudas uno de los grandes filósofos contemporáneos”, le dijo.
Trincado era un espiritista español que en 1911 fundó la Escuela Magnético Espiritual de la Comuna Universal (Emecu) en Argentina.
Sandino era discípulo de esta escuela en la que no se creía en “ningún Dios religioso”, pero sí “en el Padre Creador (Eloí), que lo consideramos en todas las cosas y los mundos del Universo”, dicen los manuales para niños de la Emecu.
Los que aceptaban estas doctrinas debían llamarse “Espiritistas Racionalistas”. Sandino era uno de ellos.
Según la Real Academia de la Lengua Española, el espiritismo es la “doctrina de quienes suponen que a través de un médium, o de otros modos, se puede comunicar con los espíritus de los muertos”.
De ahí que Sandino “mantenía la creencia de que espíritus carentes de forma corpórea luchaban junto a los ‘encarnados’ (personas) en las contiendas de redención humana”, asegura Donald C. Hodges en su libro El comunismo de Sandino.
Al periodista vasco Ramón de Belausteguigoita en 1933 el guerrillero le confesó que en varias ocasiones había sentido “una especie de trepidación mental, palpitaciones”, algo “extraño” dentro de sí que le alertaba del peligro en los momentos más difíciles de la guerra.
“Una vez soñaba que se acercaban las tropas enemigas (...) Me levanté inmediatamente y di la voz de alarma, poniendo a todos en plan de defensa. Dos horas después, todavía sin amanecer, los americanos estaban allí, iniciando el combate”, le contó a Belausteguigoita.
“La impresión que da el general Sandino, lo mismo en su aspecto que en su conversación, es de una gran elevación espiritual”, apuntó el reportero, a quien el revolucionario le confesó que no creía en las religiones.
En la correspondencia de Sandino se encuentra una misiva del 22 junio de 1931 dirigida a Trincado, en la que el guerrillero dice a su “maestro” que ya le comunicó “por el conducto de los hermanos espiritistas de la Cátedra Provincial de Progreso, Yucatán, México”, sobre la voz que escuchó y que en su cuartel ubicado en el “monte” estaba esforzándose por recibir “intuitivamente” las inspiraciones espirituales para la “formación de nuestro primer gobierno de la Comuna Universal”, que en esta escuela se entiende como “la fraternización de toda la humanidad, cual si fuere una sola familia”.
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La noche del 21 de febrero de 1934, el capitán Lisandro Delgadillo, jefe de la 15a. compañía de la Guardia Nacional, tenía órdenes de ejecutar al general pero sus dedos no jalaron el gatillo por una razón que le resultaba difícil explicar: Sandino era un hermano masón.
Cuando capturaron al guerrillero se decidió que Carlos Eddy Monterrey sería el autor material del asesinato y Delgadillo dispararía al aire para ordenar su fusilamiento.
A pesar de los pocos testigos, este episodio es conocido por el historiador Bayardo Cuadra, quien asegura que se ha convertido “en una leyenda”.
El maestro masón Federico Prado, por su parte, asevera que entre las logias es conocido que Augusto C. Sandino y Delgadillo eran masones. “Por eso no lo mató”, dice, pues la fraternidad es uno de los tres pilares de la masonería. Libertad e igualdad son los otros dos.
Los primeros masones fueron los constructores o albañiles medievales que, presididos por un “maestro”, se agrupaban en logias. La masonería a grandes rasgos es definida como una escuela filosófica de formación humana, antes considerada institución secreta o sociedad cerrada que apareció en Europa entre finales del siglo XVII y principios del XVIII. No formula ni cree en dogmas, y según sus estatutos, “tiene por objeto la investigación de la verdad y el perfeccionamiento de la humanidad”.
Donald C. Hodges, en su libro Fundamentos intelectuales de la revolución nicaragüense, afirma que Sandino se unió en 1929 a la Gran Logia Masónica en Mérida, Yucatán. De ellos adquirió “una creencia en un Dios impersonal (llamado por ellos Gran Arquitecto del Universo) que supervisa los destinos humanos desde lejos, una doctrina oculta o secreta aprendida a través de grados por iluminación” y que es revelada en pequeñas dosis a unos pocos seleccionados.
En una entrevista publicada en octubre de 1929 en el diario El Dictamen, de Veracruz, el revolucionario aclaró que salió de Nicaragua porque necesitaba que el mundo supiera que aún estaba luchando. Sandino temía que su ruptura con su representante, el poeta hondureño Froylán Turcios, los hubiera dejado en el olvido.
“Nos hacían falta, no armas ni dinero ni cartuchos, sino el apoyo moral, la simpatía que hemos tenido siempre de todos los pueblos de América. Nos agobiaba el silencio, el aislamiento, la desesperación de permanecer ignorados”.
Era el segundo viaje que el guerrillero nicaragüense realizaba a la tierra azteca. Su periplo esta vez empezó en mayo 1929 y finalizó en junio de 1930. Contrario a su declaración, “Sandino pretendía obtener el apoyo del gobierno mexicano. No lo logró y por eso se dirigió a otros grupos en busca de ayuda. Entre ellos había una hermandad de los masones mexicanos”, señala Hodges.
A ellos les habría entregado los archivos “más preciados” de su Ejército Defensor, apunta Sergio Ramírez Mercado en El pensamiento vivo de Sandino. De ahí desaparecieron, concluye.

Foto cortesía: IHNCA - UCA
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Era un domingo de junio y aunque estaban en plena misa el cuerpo de Dagoberto Rivas ardía como el mismo infierno. Los chismes contra Augusto C. Sandino lo tenían encendido. Un par de chifletas e insultos personales antecedieron la bofetada que Rivas dirigió al que antes fuera su amigo.
No se la plantó en el rostro, pero Sandino sacó su revólver y le disparó. “Dichosamente solo lo herí una pierna”, confesaría el guerrillero mientras admitía que este incidente “le dio otro rumbo a su destino”, pues para evitar consecuencias por el suceso tuvo que huir de Niquinohomo.
Un mes antes de contraer matrimonio con ella, abandonó a Mercedes Sánchez Gaitán, la mujer que lo tenía enamorado y quien en 1917 daría a luz a la que supuestamente fuera la primera hija del general.
En su éxodo, pasó por la Costa Caribe de Nicaragua, por Honduras, Guatemala y finalmente llegó en 1923 a México. Se instaló en Tampico durante el verano de ese año. Para entonces “Tampico era un semillero de agitación política entre los trabajadores petroleros”. Él laboraba en la Huasteca Petroleum Company y no pudo permanecer inmune ante la ebullición de ideas revolucionarias que agitaba México.
Se rodeó de “amigos espiritualistas”, de quienes adquirió sus conocimientos “de espiritualismo mexicano, un movimiento de la contracultura del siglo XIX estrechamente ligado a la disidencia política”, afirma Donald C. Hodges en su libro Fundamentos intelectuales de la revolución nicaragüense.
Con estos “amigos” Sandino comentaba acerca de “la sumisión” de los pueblos de América Latina y a través de ellos empezó a creer en la comunicación con los espíritus de los muertos, en un ciclo de nacimiento y renacimiento con una percepción extrasensorial en el poder de la profecía y en la lucha continua entre Dios y los espíritus malignos por el control del universo.
En Tampico —continúa Hodges—, Sandino también empezó a ir a reuniones de Logias Masónicas, de donde “absorbió sus ideas revolucionarias”.
Un día, en plena borrachera, un amigo le dijo al guerrillero que “todos los nicaragüenses eran vendepatria”. La idea “le bailó en la cabeza durante toda la noche” y “arrastrado por una fuerza magnética, ciega e irresistible”, con un capital de cinco mil dólares, decidió regresar a su país el 18 de mayo de 1926.

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En la gélida celda de una prisión de Niquinohomo la madre de Sandino se desangraba. Los soldados que la apresaron la golpearon brutalmente. Margarita Calderón abortó frente a su hijo de 9 años. Estaban íngrimos, y ante la “copiosa” hemorragia de su mamá Augusto C. Sandino tuvo que asistirla.
“Los lamentos y el estado mortal de mi madre rebalsaron mi indignación”, recuerda el guerrillero, quien le contó este pasaje de su vida al periodista José Román.
El hombre de cara angulada y asimétrica, ojos oscuros, mandíbula fuerte, voz suave y botas impecables que Ramón de Belausteguigoita describió en 1933, nació en la miseria.
Su padre era un hacendado pero no le apoyaba en lo absoluto. Su madre, por su parte, cortaba café, trigo o maíz a cambio de un sueldo mínimo. Con frecuencia Calderón daba a luz y con ella postrada, su hijo salía de noche a “robar en las plantaciones para no dejarla morirse de hambre”.
“La existencia nos era un dolor, ¡un verdadero dolor! (…) Créame, es horrible recordarlo, pero es la pura verdad”, aseveró. Mal alimentado y vestido con harapos Sandino empezó a cuestionarse sobre la justicia, la autoridad y Dios.
Cuando Belausteguigoita lo conoció percibió que “su rostro reflejaba la psicología del hombre hecho para el pensamiento y para la fantasía. Un hombre espiritual convertido en cabecilla por obra de la fatalidad”. La misma que treinta años antes le mordió los huesos en el suelo sanguinolento de una prisión. Allí acostado a la par de su madre ya dormida, fue cuando Sandino por primera vez se preguntó sobre Dios.
Masones en Nicaragua
La masonería llegó a Nicaragua a través de la Costa Caribe hace aproximadamente dos siglos. Actualmente en el país hay unos cuatro mil o cinco mil masones en la Gran Logia de Nicaragua, según el maestro masón Federico Prado, quien asegura que en la época en la que vivió Sandino eran considerados brujos y herejes a pesar de que, según él, “las corrientes masónicas fueron las que llevaron la independencia en todos los países de América, impulsaron el derrocamiento de la gran mayoría de los emperadores y reyes de Europa (…) y han impulsado la parte científica, la parte intelectual y el desarrollo humano en el mundo”.
Masonería en cartas
En la correspondencia que Sandino dirigía a sus hombres se encuentra la esencia de su pensamiento.
La misiva que escribió al coronel Abraham Rivera en octubre de 1930, es una de ellas. En esta el guerrillero habla del “Padre Creador del Universo” (como le llaman los masones a Dios) y del amor como única ley divina.
Otra de sus cartas es la del 3 de febrero de 1931, en la que le dice a Pedro Altamirano: “Ud. y el hermano Gral. Carlos Salgado son Espíritus Misioneros de que están conmigo, y de que en muchas ocasiones hemos estado juntos. Sin embargo yo esto lo supe hasta mi llegada a México en Instituciones Espiritistas (...) no puedo decir quienes fueron Uds., porque no me lo permite la cábala”.
Sin embargo, la sustancia de su pensamiento está contenida en El manifiesto Luz y Verdad de 1931.
Nicas masones
El poeta Rubén Darío, Anastasio Somoza García, el presidente Juan Bautista Sacasa, Sofonías Salvatierra (ministro de Agricultura de Sacasa) y Rigoberto López Pérez, según el maestro masón Federico Prado, también pertenecían a la Gran Logia de Nicaragua.