¡Que viva el Bóer!

Reportaje - 10.03.2018
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Fundado por un cónsul norteamericano y un barbero nicaragüense, el Bóer es el equipo mimado del beisbol nacional. Su nombre se inspira en heroicos campesinos holandeses que combatieron con valor a las tropas inglesas en el África meridional. Esta es su historia

Por Eduardo Cruz

Jorge Artola Machado contesta una llamada en el celular y cuando se lo coloca en el oído devela la llamativa calcomanía que tiene pegada en la parte trasera del aparato telefónico. Se trata de una imagen colorida, en la que predominan el rojo, el azul y el blanco, y en la que reza una leyenda que dice Bóer. Arriba de las letras está la figura de un indio. A sus 45 años de edad, mantiene intacta su pasión por los Indios del Bóer desde que tenía ocho años de edad, cuando supo por primera vez de la existencia de ese equipo de beisbol.

Artola Machado, a quien conocen mejor solo como George, vivía en la colonia Primero de Mayo cuando visitó con sus amigos de infancia por primera vez un estadio de beisbol. Estaban jugando el Granada contra los Dantos del EPS. George preguntó cuál era el equipo de Managua y sus amigos le contestaron que había dos, uno bueno y otro malo. “¿Cuál es el malo?”, preguntó. “No está aquí ahorita. Se llama Bóer”, le respondieron. “Ah, pues yo me voy con los malos”, dijo George. Y desde entonces es fan del Bóer.

Mirna Guillén Obando tiene 73 años de edad y va al estadio, no solo al de Managua, sino a cualquiera donde juegue el Bóer. Conoce todos los estadios del país, salvo los del Caribe. Tiene su camiseta del Bóer, un bate, pelotas, y muchos otros recuerdos de su amado equipo. Ahorita anda en busca de un libro que escribió Julio César Miranda sobre la historia del Bóer, que cuenta desde que este equipo se fundó en 1905, por iniciativa del cónsul norteamericano Carter Donaldson (algunos dicen que se llamaba Chester), su hijo Agustín y el maestro barbero nicaragüense, Francisco Rodríguez Caparro.

A sus 73 años de edad, Mirna Guillén Obando, una chontaleña, va con frecuencia a los estadios para ver a su amado Bóer, al que sigue desde que tenía 17 años de edad y escuchaba los juegos con su abuelo Antonino Obando, en un radio de batería. FOTO/ ÓSCAR NAVARRETE

Guillén recuerda nítidamente cuando ella tenía 17 años de edad, vivía en Juigalpa, Chontales, y se ponía a oír con su abuelo Antonino Obando los juegos del Bóer a través de un radio de batería. Escuchaba a los cronistas deportivos Armando Proveedor y Sucre Frech. Una de las radios que recuerda es la Estación X y se emocionaba con los batazos de Calin Rosales o de Willy Wilson. Era una delicia escuchar esas narraciones.

También era un poco incómodo porque la abuela María Chavarría, políticamente era de tendencia liberal. “La abuelita era una lideresa, la Guardia le oía”, recuerda Guillén. Por tanto, era fan del Cinco Estrellas, el equipo patrocinado por la Guardia Nacional, en donde los jugadores tenían de todo y eran los mejor pagados de la liga. Era el equipo de Anastasio Somoza Debayle.

En cambio, en el Bóer, estaban los peor pagados. Así lo recuerda Calixto Vargas, el que era primera base del equipo a inicios de los años setenta, cuando el conjunto se llamaba Bóer Victoria. “En mis tiempos éramos los más mal pagados. Sin consideraciones, sin transporte. Nos daban 300 córdobas por mes. Al pelotero lo dejaban botado en el estadio, de donde viniéramos de jugar. Los peloteros tenían que irse a pie a sus casas o quedarse durmiendo en el estadio”, recuerda Vargas.

Calixto Vargas, primera base del Bóer a inicios de los años setenta. FOTO/ EDUARDO CRUZ

La mayoría de los boeristas reconocen que el Bóer ha sido malo, salvo en algunas etapas, pero siendo siempre luchador. Mirna Guillén dice que una de las mejores etapas del Bóer fue cuando al mando del directivo estuvo el empresario granadino Miguel Castillo, a mediados de los años noventa del siglo pasado. Castillo llevó buenos jugadores y logró que el equipo se coronara campeón en 1995, después de que habían pasado 18 años sin lograr un campeonato. El último había sido en 1977, cuando se llamaba los Búfalos del Bóer, aunque muchos consideran que ese equipo realmente no era el Bóer, sino que lo patrocinaba la empresa Ifagan.

Esa fama de que el Bóer tenía menos recursos, que era el equipo del pueblo, sumado a que el Cinco Estrellas representaba a la dictadura somocista, hacía que la gente se volcara hacia el Bóer, dicen los más viejos boeristas.

Así también lo explica el historiador deportivo Manuel Genet, quien asegura que sigue al Bóer desde que él tenía 10 años de edad, allá por 1952. Aunque Genet señala que el odio contra Somoza, en este caso el primero de la dictadura, Anastasio Somoza García, empujaba a la gente a animar al Bóer, porque sabían que el dictador se enfurecía, también es verdad que el equipo brindaba buen espectáculo.

Genet recuerda que a inicios de los años cincuenta era un espectáculo bien grande ir a ver jugar al Bóer contra el Cinco Estrellas. Todos los sábados llegaban unas 15 mil personas al Estadio Nacional, que había sido inaugurado en 1948, aunque todavía no tenía luminarias, para ver lanzar al pitcher estrella de los indios, Rosalío Castro Membreño, llamado solamente Chalío Castro. A Chalío Castro le llamaban el domador de tigres, porque al Cinco Estrellas se le llamaba los Tigres de la Curva. La Curva era la residencia del dictador Anastasio Somoza García.

La barra del Bóer es de las más coloridas y fieles que tiene el beisbol en Nicaragua. Los especialistas aseguran que la fanaticada boerista ha cruzado las fronteras del país. FOTO/ WILMER LÓPEZ

La política ha estado ligada al deporte y especialmente al Bóer. El 24 de junio de 1956, cuando Somoza García estaba en planes de ser candidato presidencial buscando la reelección, los boeristas aprovecharon la presencia del dictador para abuchearlo. Según el libro de Miranda, “el incidente comenzó cuando la reducida barra aplaudió al general Somoza, cuando él se presentó al palco presidencial. A eso la enorme barra boerista contestó con silbidos que atronaron el estadio por espacio de varios minutos, por lo cual el general se levantó de su asiento y enarboló un banderín del Bóer”.

Los boeristas tomaron la acción como una burla e intensificaron el abucheo contra Somoza, agitando pañuelos, como cuando se pide que un pitcher sea sacado del juego, explica Miranda.

En los años ochenta la situación del Bóer, en el plano político, cambió un poco. Con la Revolución sandinista nacieron los Dantos, que eran el equipo del Ejército Popular Sandinista (EPS). Los Dantos vinieron a ser lo que antes era el Cinco Estrellas, guardando las distancias, porque los especialistas consideran que el equipo de Somoza era mucho mejor. Y aunque por su calidad los Dantos pronto ganaron terreno entre la fanaticada, los seguidores del Bóer siguieron siendo abrumadoramente mayoría.

El general Humberto Ortega explica que él obviamente seguía a los Dantos, pero su hermano Daniel Ortega, que era el presidente de la República, seguía al Bóer. Cada miembro de la Dirección Nacional del Frente Sandinista apoyaba a un equipo. El mismo Daniel Ortega lo explicó en una entrevista a la revista Play boy en noviembre de 1987, cuando el país sufría una guerra civil entre los sandinistas y los contras.

La periodista le preguntó a Daniel Ortega cuál equipo estaba siguiendo y él le contestó: “El Bóer. Pero tengo que aplaudir a ambos equipos (los demás del país). Ya no puedo expresar mis simpatías públicamente. El hecho de que el beisbol se juegue en medio de una guerra contra nosotros por parte de Estados Unidos es otro triunfo para el pueblo nicaragüense. Significa que Washington no ha podido fragmentar nuestra sociedad. A pesar de la guerra, los deportes y las actividades recreativas continúan”.

El Bóer celebra el pase a la final del campeonato de primera de división en el 2016, tras ganarle al Matagalpa. En la final perdieron contra los Dantos, cuatro juegos a dos. FOTO/ CARLOS VALLE

En la actualidad el equipo está siendo manejado por personas allegadas al gobierno de turno. En la presidencia se encuentra Bayardo Arce Castaño, asesor económico de la presidencia y excomandante de la Revolución sandinista.

En 1991 el Bóer se convirtió en una corporación y desde la época de Arnoldo Alemán, a finales de los años noventa, ha sido manejado por personas allegadas al gobierno de turno. Lo fue en el caso de Byron Jerez, exdirector de la DGI, y lo es ahora con Bayardo Arce.

Aun así, el pelotero Calixto Vargas señala que “el Bóer no es de nadie, es del pueblo”.

Jorge Artola, George, disfrazado de indio animando a la barra del Bóer. FOTO/ WILMER LÓPEZ

El amor que tiene por el equipo Bóer, lleva a Jorge Artola Machado, George, a que en cada partido al que va a ver a su equipo, pase a la víspera casi dos horas maquillándose, a invertir su dinero en la elaboración de penachos e indumentarias varias, para convertirse en un indio y llegar al estadio disfrazado, para animar a la barra del equipo.

Desde que se convirtió en indio, George va todos los días al gimnasio, para mantener una buena figura, porque cuando anda disfrazado a veces tiene que quitarse la camisa y no quiere ser un indio gordo ni desnutrido, que dé vergüenza. “Tengo 45 años de edad y a estas alturas ya no es tan fácil mantener un buen cuerpo”, dice entre risas.

La idea de George es ser un indio moderno y para eso ha ido mejorando el atuendo. También se capacita en bailes indígenas y mira muchos videos de esa índole. “Esto no es la zumba marumba”, dice George, quien asegura que tiene seis penachos y varios trajes de indios sioux, apache, jefe indio y flechero.

Con su primera esposa George tuvo algunos inconvenientes. A ella no le gustaba mucho la idea de que él se disfrazara de indio y anduviera haciendo “muecas” en el estadio. Y si es a su hijo, quien ahora tiene 16 años de edad, él quiso convertirlo en un pequeño indio pero cuando el muchacho creció dijo que eso no le gustaba. El traje que le confeccionó a su hijo ahora lo usa una sobrinita de George. “Se ve muy bonita”, dice George, quien está preparándola para llevarla al estadio.

Con una nueva esposa, Johanna Luna, George lleva más tranquila su pasión por el Bóer. Luna le ayuda a maquillarse como indio y también a vestirse. Ahora hasta ella se disfraza de india.

Dependiendo del traje que use, es bastante cansado hacer de indio. A veces el penacho pesa mucho o es incómodo que George no puede sentarse y tiene que estar de pie durante todo el partido de beisbol. La cosa se empeora cuando llega temprano al estadio, porque pasa más tiempo con el penacho encima. En el nuevo Estadio Dennis Martínez, George va a sufrir más, dice, porque ahí no hay condiciones ni para estar de pie.

Para George nada de eso es un sacrificio. Él no ha sido la única persona que se disfraza de indio para hacer barra al Bóer, pero señala que lo hace con mucho amor al equipo. A veces deja de trabajar para ser el indio del Bóer en el estadio.

Considerado el fanático número uno del Bóer, el que no debe faltar con sus gritos en el estadio, Clodomiro el Ñajo va en el bus del equipo cuando se viaja fuera de Managua. Es tan boerista que está pensando dejar su casa a nombre del Bóer, una vez que fallezca, para que duerman ahí los peloteros foráneos. FOTO/ WILMER LÓPEZ

Todo mundo coincide en que el fanático número uno del Bóer, el símbolo de los simpatizantes, el único al que dejan que viaje en el bus del equipo es una persona que todos conocen, pero si se dice su nombre, Esteban Marcos Marenco Peralta, pocos sabrán quién es. Es Clodomiro, el Ñajo.

Clodomiro es tan boerista que está pensando que cuando se muera va a dejar a nombre del equipo la casa en la que habita, en la Carretera Norte, cerca de LA PRENSA. “Quiero dejar la casa al Bóer para que aquí vengan a dormir los jugadores que vivan fuera de Managua o que sean extranjeros”, dice.

En los estadios el grito de Clodomiro ya es una tradición: “Viva el Bóer, viva el Bóer, Bóer, Bóer, Bóer”. “El grito me sale del corazón. Un día llegué al estadio y lo grité. A la gente le gustó y los boeristas dicen que un estadio donde juega el Bóer sin Clodomiro no es lo mismo”, explicó Clodomiro a LA PRENSA hace algunos años.

Clodomiro nació en 1951 en Rivas, pero desde tierno lo trajeron a vivir a Managua. Los fanáticos rivenses le reclaman que él debería ser fan de Rivas, pero él les dice que no tiene la culpa de que lo hayan traído a Managua. “Soy boerista desde que nací en 1951. Nunca he dejado de serlo. Es más, el día que me muera quiero que me velen en el estadio, con los jugadores uniformados y las canciones de Clodomiro y el Bóer a todo volumen”.

En los años sesenta, en el Canal 6 había un programa que se llamaba Domingo Gigante. Clodomiro, en ese entonces Esteban Marenco, siempre llegaba y un día un portero dijo: “Aquí está el ñajo de nuevo”. Clodomiro se sintió azareado porque en ese tiempo le daba pena y andaba siempre cubriéndose la boca con un trapo.

Lo querían para que personificara al ñajo Clodomiro de la canción que acababa de componer Carlos Mejía Godoy. Ese día se quitó el pañuelo de la boca y hasta bailó. Y desde entonces se quedó como Clodomiro el Ñajo.

En la actualidad resiente el poco apoyo que recibe de la directiva del Bóer, tanto para comprar los uniformes con que anima al equipo como para tener un fondo de subsistencia, como una pensión. Se apoya con lo que los fanáticos le brindan por tomarse fotos.

Fotografía del Bóer de 1920. En ese año viajaron a El Salvador, donde barrió a los cuscatlecos en los tres juegos realizados. FOTO: CORTESÍA/ MANUEL GENET

 

El nombre del equipo Bóer tiene un origen heroico. La mayoría de los historiadores del beisbol nicaragüense, como Julio César Miranda o Jorge Eduardo Arellano, coinciden en que 1905 es el año de fundación del equipo. En ese año era cónsul de los Estados Unidos en Nicaragua el señor Carter o Chester Donaldson, quien tenía un hijo que se llamaba Agustín. A su vez, Agustín era amigo de un barbero, Francisco Rodríguez Caparro.

En su libro El beisbol en Nicaragua, Jorge Eduardo Arellano recoge un testimonio que Rodríguez Caparro le brindó a Chale Pereira Ocampo. Dice así: “Fue en 1905. Era míster Chester Donaldson el cónsul de los Estados Unidos en Managua. Yo era amigo de su hijo Agustín. A los dos nos llamó diciéndonos: consíganme un grupo de muchachos para formar un club de beisbol. Yo les voy a ayudar y explicar el juego. Nos fuimos a buscar a Pancho Delgado, Manuel “Quimizú”, Fernando Ocampo, Gustavón Silva, el Churruco y otros del barrio. Comenzamos a entrenar y a aprender en la vieja quinta Donaldson, frente a la vieja tienda Cucalón de don Alberto Sánchez, del portón del hospital viejo dos cuadras arriba. Los que vivieron esa época deberán recordar esa dirección. Sí, amigo, allí se formó”.

Esa era una época, según relatan los historiadores, en la que solo el catcher y la primera base usaban guantes. Y las pelotas de juego las elaboraban en una talabartería de Manuel Gavenete y Úrsulo Baltodano.

En 1955 el Bóer ganó tres coronas. Ganó el campeonato del Pacífico al vencer al Cinco Estrellas. Luego le ganó a la Costa Atlántica para ser campeón nacional y, por último, obtuvo el Campeonato General Somoza. FOTO: CORTESÍA/ MANUEL GENET

Para los años en que se organizó el Bóer, era común que los nombres de los equipos se pusieran conforme a los grandes eventos que ocurrían en el mundo, especialmente las guerras. Por ejemplo, en 1904 se organizaron los equipos Japón en Granada y Rusia en Masaya, debido a que en febrero de ese año se produjo la guerra ruso-japonesa, que finalizaría hasta en septiembre de 1905. El equipo Japón años después se convertiría en el conjunto de Granada, por lo cual algunos lo consideran el equipo más antiguo del país que está activo actualmente. El Bóer sería el segundo.

El 11 de octubre de 1899 estalló la guerra de los Bóers. Debido a intereses económicos y comerciales, y principalmente porque se había descubierto oro y diamantes en la región, Gran Bretaña quería controlar el África meridional. Pero a esa zona habían llegado en 1652 unos colonos o campesinos holandeses, a quienes se les conocía como bóers. Indisciplinados, pero valientes, los bóers se enfrentaron a las tropas británicas. Los bóers fueron derrotados en 1902, pero su valentía fue digna de admiración en el mundo.

Esa admiración por los bóers había calado en el cónsul norteamericano en Managua, a quien unos identifican como Chester y otros como Carter Donaldson. Y el cónsul no dudó en llamar Bóers al equipo, el que ahora es el equipo más popular del país.

La barra brava del Bóer siempre está presente en los juegos del equipo, animando con tambores y con el grito de ¡Bóoooeer! ¡Bóoooeer! ¡Bóooeer! FOTO/ ÓSCAR NAVARRETE

Anécdotas del Bóer

Los historiadores Manuel Genet y Julio César Miranda relatan las siguientes anécdotas sobre el Bóer:

Un cónsul de República Dominicana, Aníbal Gómez, era aficionado del Bóer. Cuando ingería licor se ponía eufórico y gritaba a todo pulmón: ¡Viva el Bóer!, algo que en esos tiempos hacerlo en la calle, en tiempos de paz, se tomaba como perturbación al orden público. En una ocasión lo calló la Policía y como se consideraba inmune les contestó mal y se lo llevaron preso. “Usted no puede arrestarme. Yo soy el cónsul de Santo Domingo”, les dijo. El policía que lo llevaba le dijo: “Santo Domingo no tiene cónsul, solo mayordomo y sacristán”, y se lo llevó preso.

Un domingo, enfrentándose el Bóer contra el San Fernando, en la Momotombo, estaba programado el primer aterrizaje de un avión en Managua. El aviso era un cañonazo que nunca sonaba. Los equipos iniciaron el juego. En el octavo inning se produce un batazo a los jardines, el jardinero atrapa la pelota y tira a tercera para sacar al corredor, pero en ese momento sonó el cañonazo y ya nadie le hizo caso a la pelota. Todos salieron corriendo hacia la explanada de Tiscapa para ver el aterrizaje y solo pudieron ver el polvazal causado por el avión.

El Bóer tuvo como presidenta de la junta directiva a una mujer llamada Mercedes García de Pereira. Su marido le exigió que renunciara al cargo, porque cuando el Bóer perdía no había almuerzo en la casa en señal de duelo decretado por ella y se encerraba a llorar en su cuarto todo el resto del domingo, ya que solo se jugaba ese día.

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Miguel Castillo

Nacido en Granada, Miguel Castillo Martínez se enamoró del beisbol cuando en los años sesenta César Lacayo padre lo invitó a ser parte de la junta directiva del equipo Oriental de la liga profesional.

A partir de 1991, Miguel Castillo fue electo directivo del Bóer y desde entonces ayudó a reconstruir el equipo, que estaba deprimido sin ganar campeonatos desde 1977.

Castillo logró su objetivo cuando en 1995 el Bóer se coronó campeón frente al San Fernando. El título lo disfrutó junto a miles de aficionados.

Castillo murió poco después de ese triunfo, el primero de julio de 1995, a los 57 años de edad, en un accidente de tránsito en la carretera a Rivas. Los peloteros del Bóer lo sintieron mucho.

FOTO/ EDUARDO CRUZ

Nemesio Porras

Cuando era joven, Nemesio Porras no era boerista ni aficionado a ningún otro equipo. Lo único que quería era jugar beisbol. Nacido en 1968, Porras se inició en las infantiles y juveniles de Don Bosco, hasta llegar a la juvenil de los Industriales de la COIP. En 1984, debutó en primera división con los Industriales y al año siguiente pasó al Bóer, cuando ambos equipos se fusionaron.

El amor por el Bóer le comenzó al poco tiempo de haberse unido al equipo, al darse cuenta de la gran fanaticada del equipo que lo acogió bien hasta convertirlo en un símbolo de la escuadra.

Se coronó por primera vez con el Bóer en 1995 y desde entonces el equipo entró en una buena racha después de haber pasado 18 años sin saborear un campeonato.

Al inicio de su carrera, Porras era jardinero, pero recuerda que era malo en esa posición y no sabía medir si correr hacia atrás o hacia adelante cuando le llegaba un elevado. Pero fue trasladado a la posición de primera base, donde rindió buenos frutos. Al principio, en los Industriales era banca porque tenía adelante de él a Julio Cárcamo. Y en el Bóer fue titular a pesar de que estaba Julio Sánchez.

Jugó 20 años en el Bóer hasta su retiro en 2006.

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Leonardo Lacayo Ocampo

Estudió periodismo en Chicago, Estados Unidos, y allí aprendió de los box scores, cuenta su sobrino político, el también cronista deportivo René “el Chelito” Cárdenas.

Antes de Lacayo Ocampo, los periódicos en Nicaragua no tenían una página deportiva bien definida, pero el 23 de marzo de 1931 Lacayo Ocampo comenzó a trabajar en LA PRENSA y publicaba una página a diario con noticias deportivas.

Es Lacayo Ocampo a quien se le atribuye, desde sus crónicas, haber rebautizado al Bóer con el nombre de los Indios del Bóer. “Él mismo me lo contó, que él le puso Indios al Bóer”, dice el Chelito Cárdenas.

Con Lacayo Ocampo, las notas deportivas ahondaban más en el juego, pues antes eran superficiales, agrega Cárdenas.
Lacayo Ocampo falleció en 1991.

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José Ángel “Chino” Meléndez

El Chino Meléndez debutó con el Bóer el 11 de octubre de 1931 en el estadio El Retiro, donde después estuvo el hospital del mismo nombre y que fue destruido por el terremoto de 1972.

El historiador deportivo Manuel Genet cuenta que a inicios de los años treinta el Bóer carecía de un buen pitcher y andaban en busca de uno. Fue cuando Juan Evangelista Doña supo que en Las Jagüitas había un joven que tiraba fuerte y que tenía buena curva y lo ofreció al Bóer, pero al principio no le hicieron mucho caso. De todas formas, lo fueron a ver y se sorprendieron cuando vieron que se trataba de un joven que machete en mano tenía fama de redoblar en tarea a cualquier machetero de la zona.

Uno de los hijos del Chino Meléndez, de nombre Alfredo, cuenta que su papá llegaba en una carreta a las prácticas del Bóer, pero que como demoraba mucho la gente le regaló un caballo.

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Francisco “Paco” Soriano

Su segundo apellido era Estrada y era descendiente del héroe José Dolores Estrada. Empezó a jugar beisbol desde muy niño, deporte en el que empezó como pasabolas del catcher del Bóer, Félix Pedro Cuaresma, Tabirica.

Nacido en 1900, Soriano debutó a los 12 años de edad como beisbolista, jugando tercera base en un equipo de menores conocido como El Marino. Y luego, a los 16 años, jugó short stop con el Nicarao, del cual la mayoría de sus jugadores pasaron a ser parte del Bóer.

De acuerdo con el libro del historiador Jorge Eduardo Arellano, El beisbol en Nicaragua, Soriano fue la primera figura estelar de nuestro beisbol. “Decir Paco Soriano era decir Bóer en los años veinte”, afirmó José Francisco Borgen, uno de los primeros cronistas deportivos nicaragüenses.

Otro cronista, Leonardo Lacayo Ocampo, expresó que Soriano “fue un ídolo verdadero, a quien seguían las multitudes cuando no había radio ni televisión y todavía eran embrionarias las páginas deportivas de los diarios. Apasionaba a la gente y se codeaba con la gloria”.

Fue apodado el Rey del Hit.

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Francisco Rodríguez Caparro

Es el fundador del Bóer. Además de ser su primer capitán (mánager) y también fue pitcher destacado.

Era barbero y laboraba en la barbería más concurrida de Managua, ubicada en la calle 15 de Septiembre, antes del terremoto de 1931. Rodríguez Caparro llegó a ser barbero de tres presidentes: Adolfo Díaz, Emiliano Chamorro y Diego Manuel Chamorro. Se lamentaba de que estuvo a punto de barbear al poeta Rubén Darío, pero cuando llegó a donde el poeta ya se encontraba ahí su barbero, Ramón Estrada. “Solo me dediqué a mirarlo para conocerlo bien”, relataría después Rodríguez Caparro, en declaraciones recogidas por el historiador Julio César Miranda.

A quien sí logró rasurar fue al general Luis Mena, cuando este último era ministro. “Él prefería mis servicios porque decía que todos los barberos tenemos la manía de hablar mucho y yo no le dirigía la palabra mientras lo afeitaba”, contó Rodríguez Caparro.

No se metió en política a pesar de que era conservador y admirador de Emiliano Chamorro y de que prestó el servicio militar en tiempos del general liberal José Santos Zelaya.

Rodríguez Caparro se reía de cuando un hombre le pidió que rasurara a un muchacho, diciéndole que ya volvía. Como la persona nunca regresó, Rodríguez Caparro le dijo al muchacho: “Ya no volvió tu papá”. “Ese no es mi papá”, le contestó, “ese es un hombre que me cogió de la mano en la puerta y me dijo: “¿Te querés pelar? Y me trajo aquí”. Esta anécdota la relata Miranda en su libro ¡Viva el Bóer!

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