Jóvenes aventureros de distintos países llegaron a Nicaragua desde mediados del siglo XIX en busca de fortuna. Unos solo traían una maleta con ropa extra, pero establecieron las bases de varios de los grandes capitales de hoy
Por Arlen Cerda
A bordo de un buque bananero, a más de 14,500 kilómetros de distancia de su casa, Wong Fang Chung, de 16 años de edad, se echó a llorar al verse solo y sin esperanzas. Con él no tenía nada más que una maleta con un par de mudadas extras y dos monedas de oro que su mamá le había cosido en los ruedos del viejo pantalón que llevaba puesto. Salió de su China natal una mañana de diciembre de 1927, en una travesía por el océano Pacífico que lo llevó a Estados Unidos y de ahí rumbo a un país que le era lejano y desconocido, donde esperaba trabajar como comerciante o agricultor con el permiso de ingreso que le había comprado en su país a un señor de apellido Siu.
Cuando el buque de la United Fruit Company atracó en el puerto de El Bluff, de la ciudad de Bluefields, en el Caribe Sur de Nicaragua, ya era mediados de enero de 1928 y los otros tres migrantes chinos que viajaban con Wong habían abandonado el barco sin problemas.
Sin embargo, el permiso de Wong estaba vencido y a él no le quedaba ni un solo centavo para pagar los 500 dólares que le pedían para renovar sus documentos, bajo amenaza de ser deportado a China. Por la noche se quedó solo y llorando, pensando en el largo regreso a su casa y en la deuda de unos mil dólares que había contraído para costearse el que ahora miraba como un infructuoso viaje.
La angustia y la soledad que sintió aquella noche, Wong la contaría años después a sus hijos, cuando ya se había logrado establecer en Nicaragua como un próspero comerciante que cambió su nombre de pila por el de Juan Wong, era un destacado miembro de la comunidad china-nicaragüense y había cultivado una estrecha relación con Anastasio Somoza García.

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A diferencia de Wong, al italiano Giuseppe Mántica Calvo, Nicaragua no le era un país tan extraño. De este le había hablado su paisano Juan Gorlero, quien poseía unas minas en Nueva Segovia.
“Allá hay muchas oportunidades para los extranjeros que están dispuestos a trabajar”, le habría comentado Gorlero, durante una de sus visitas a Italia. Pero Giuseppe no se decidió hasta una mañana de 1878 cuando se disgustó con su hermano mayor, Giovanni, por diferencias sobre los beneficios de la pequeña granja vinícola que heredaron de su padre, Clemente Mántica.
Entonces decidió marcharse y gracias a la buena reputación del vino de su papá, vendió unos toneles para costear su boleto.
Durante su viaje le invadió la angustia de dejar a su familia, pero una vez en Corinto se dejó llevar por el entusiasmo y golpeó a la puerta de Gorlero con el presagio de que en este país echaría raíces profundas.
Un libro lleno de anécdotas y fotografías titulado Álbum de los Mántica de Nicaragua, publicado por sus descendientes en 2002, prueba que Giuseppe no se equivocaba.
Después de trabajar con Gorlero, el patriarca de los Mántica comenzó a vender maíz a El Salvador e importaba harina que a veces se endurecía y por las noches debía volver a moler con la ayuda de una botella.
Más tarde, abrió un almacén en la Calle Real de Chinandega, donde vendía jamones, pastas, aceite de oliva, vino y otros abarrotes que traía de Estados Unidos e Italia.
Una lista de los italianos residentes en Nicaragua, publicada en una edición de La Gaceta, en febrero de 1892, asegura que para ese año el capital de Mántica era de 5,000 pesos. “Una cifra que nos puede parecer insignificante si olvidamos que todavía en 1929 la yarda de manta valía seis centavos, un par de zapatos dos córdobas y un traje de casimir cinco córdobas”, comenta su nieto Felipe Mántica Abaunza. Sin embargo, para ese año había otro italiano que figuraba como el más adinerado del país: Francesco Alfredo Pellas Canessa, con un capital de 400,000 pesos.

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Francesco Alfredo Pellas Canessa llegó a Nicaragua en 1875 con 25 años de edad. Él era el quinto de los nueve hijos del comerciante Napoleone Carlo Pellas —nacido en Cerdeña, pero originario de la ciudad de Maillene, en el sur de Francia— e Irma Canessa, de Génova.
El exministro nicaragüense de Relaciones Exteriores y apasionado de la genealogía, Norman Caldera Cardenal, cree que Napoleone Pellas “debe haber estado en Nicaragua o pasado por acá”, porque fue él quien mandó a su hijo a “hacerse cargo” de la compañía de transporte en el lago Cocibolca, que habría establecido con John Edward Hollenbeck, un adinerado norteamericano de origen alemán que se había radicado en San Juan del Norte desde 1852.
A diferencia de muchos migrantes europeos que llegaron por esos años al país, Pellas Canessa “no vino en busca de fortuna, sino con capital propio”, asegura Jorge Eduardo Arellano, presidente de la Academia Nicaragüense de la Lengua y estudioso de la historia nacional, quien en un artículo publicado en noviembre del año pasado subraya la “visión empresarial” de este migrante que impulsó el comercio exterior del país a través del río San Juan.
Cinco años antes de la llegada de Pellas Canessa, la navegación en el lago y el río estaba a cargo de The Caribbean & Pacific Transit Company Limited. Unos cinco vapores navegaban en el Gran Lago. En 1877, Hollenbeck cedió su concesión a Pellas y con su administración la flota aumentó a 13 vapores, entre ellos el legendario Victoria, con capacidad para 150 toneladas de carga y 150 pasajeros. Además, tuvo dos remolcadores, una goleta y once lanchas. Todo bajo el nuevo nombre de Nicaraguan Steamship and Navigation Company.
En 1887, el presidente de Costa Rica, Bernardo Soto Alfaro, visitó Nicaragua y quedó fascinado con el buen trato de Pellas.
“El carácter de míster Pellas es afable y hospitalario. Hablaba hasta tres idiomas y, a pesar de su juventud, tenía una facilidad natural para hacerse estimar de los que le conocían y para impulsar nuevas inversiones”, comentó Soto tras la visita.
Esa capacidad fue confirmada cuando en 1890 fundó junto con otros cuatro socios la empresa Nicaragua Sugar Estates Limited, que adquirió el Ingenio San Antonio, de Chichigalpa. Hoy, este produce azúcar y etanol con un elevado rendimiento agrícola e industrial y es una de las 25 empresas que lidera en el país el Grupo Pellas, a cargo de su bisnieto Carlos Pellas Chamorro.

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La prosperidad en Nicaragua también la comprobaron decenas de alemanes, que en su mayoría se instalaron en las montañas del norte del país, donde impulsaron el cultivo y exportación de café.
“Ese trasplante humano fue un éxito rotundo, pues aconteció en el momento preciso para emprender una tarea fundamental para el desarrollo del país como fue la producción y exportación del grano de oro y como consecuencia se produjeron suficientes divisas que permitieron a los gobiernos conservadores construir ferrocarriles, tender líneas telegráficas y telefónicas, habilitar puertos y abrir caminos”, asegura el historiador Emilio Álvarez Montalván, en su prólogo a Nicaragua historia de inmigrantes (2007), del matagalpino de ascendencia alemana Eddy Kühl Aráuz.
Uno de los alemanes que obtuvo fortuna fue Julius Bahlke, originario de Hamburgo-Altona, quien según Kühl llegó en 1849.
De él y sus descendientes fue la hacienda de café La Alemana, que tenía en Managua 2,400 manzanas y producía unos 5,000 quintales de café para la exportación. Pero cuando el Gobierno le declaró la guerra a Alemania, en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, fueron confiscados como tantos otros alemanes que así perdieron sus inversiones y trabajo en el país.
Los actuales barrios de Sajonia, Bolonia y otros aledaños a estos, en Managua, se ubican donde hace unos 80 años aún funcionaba aquella próspera hacienda.
Nicaragua, sin embargo, no siempre fue la primera opción de todos, y este fue el caso del italiano Luigi Palazio, quien para cuando Pellas Canessa apenas había nacido en Génova, él ya se había marchado a Río Grande do Sul, en Brasil.
En una carta citada por el libro Los italianos en Nicaragua —de Claudia Belli Montiel, Félipe Mántica Abaunza y Norman Caldera Cardenal— Palazio cuenta que en Brasil “la situación era excelente, el crédito facilísimo y todo el mundo ganaba dinero”.
“Yo trabajaba día y noche avanzando a pasos agigantados de forma que en 1868 mi firma se consideraba una de las primeras empresas italianas en Brasil (…) Promoví un fuerte comercio e intercambio (…) no había italiano en Génova que no me elogiara (...) y envié a cancelar todas las pequeñas deudas que había dejado”, contaba Palazio, hasta que la mala jugada de un socio “eclipsó” esa prosperidad y en 1872 salió de Brasil.
Su regreso a Génova no fue nada glorioso, pero allá —según su bisnieto Enrique— oyó de Nicaragua y decidió zarpar otra vez.
El copioso invierno que lo recibió y lo varó durante semanas, terminó con sus pocas expectativas en el país, y se preparaba para salir por Corinto cuando se arriesgó en un último intento, que al dar resultado le permitió exportar madera, cacao y otros productos e, incluso, ser parte de la sociedad fundadora de Nicaragua Sugar Estates Limited, junto a otro genovés y tres ciudadanos granadinos.
Años después, sus hijos, Enrico y Ernesto llegaron para apoyarlo y fundaron E. Palazio y Cía. Ltda., a donde en 1929 llegó invitado desde Livorno, Giorgio Coen Gialli.
Aquel italiano alto y de ojos azules se enamoró a primera vista de Esther Montealegre Deshon, hija de una de las mejores familias de Chinandega, con quien se casó un año después y tuvo cinco hijos.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial, a la que Nicaragua se sumó en contra de Alemania, Italia y Japón, envió a la cárcel a varios migrantes europeos y Coen fue recluido en la cárcel El Hormiguero y luego en la finca Apastepe, hasta que esta acabó.
Según contó su hijo Piero Coen Montealegre, en una entrevista concedida en 2007 a Magazine, su padre también dilapidó la fortuna familiar en el juego y dejó a su mamá sola en la crianza de sus hijos.
Sin embargo, las inversiones y la audacia con que Coen Montealegre ha emprendido varios negocios desde los 13 años hoy lo ubican a la cabeza de un grupo económico en ascenso, con presencia en diversos sectores como el envío y recepción de remesas, bienes raíces y agronegocios, que incluyen la Ganadería San Jorge, integrada por 14 fincas, con una extensión de más de 26,000 hectáreas y más de 23,000 cabezas de ganado.

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Lo que atrajo a un diverso número de migrantes a Nicaragua, según Kühl, fue la búsqueda de oro, primero siendo una de las rutas de paso hacia California (con su fiebre a partir de 1848) y luego con los rumores de William Walker para invadir el país (1856). A eso se sumó la posibilidad del canal interoceánico; el diseño y construcción de líneas férreas y el cultivo y exportación de café desde 1870.
Kühl reconoce que el número de migrantes europeos en Nicaragua no es tan alto como en otros países de la región, pero asegura que la mayoría de ellos destacan por su aporte económico y cultural, y a veces también por su influencia política.
Así, por ejemplo, al revisar árboles genealógicos uno encuentra que el presidente René Schick (1962-1966), quien murió activo en su cargo, era hijo de un ingeniero minero de origen suizo llamado Federico Schick, o que el actual vicepresidente de la República, Omar Halleslevens Acevedo, es descendiente del emigrante alemán Enrique Halleslevens, que a los 30 años de edad se estableció en Chontales, donde compró una finca de chagüite y cañas de azúcar.
“Algunos emigrantes llegaron con sus ahorros, otros atenidos a sus conocimientos y habilidades esperanzados en lograr recursos”, comenta Álvarez Montalván sobre aquellos que desde mediados del siglo XIX llegaron al país “para abrirse paso en el nuevo ambiente”.
Entre los orígenes de los migrantes que lograron establecerse con éxito en Nicaragua se pueden contar decenas de nacionalidades, como la del descendiente de migrantes escoceses nacido en 1901 en Jasper, Alabama, Donald McGregor, quien vino a Nicaragua en 1927 trabajando para la Pan American Life Insurance, y fundó Casa McGregor (1938), hoy dedicada a la importación y venta de equipos y maquinaria para las industrias manufactureras, mineras, agropecuarias y construcción.
O bien a los Shihab, que son la familia árabe con mayor éxito económico en Nicaragua y se han instalado en el país desde que los hijos del palestino Nasralla Shihab llegaron a Las Segovias, Matagalpa y Chinandega como vendedores ambulantes de todo tipo de baratijas, que más tarde instalaron un importante almacén de telas y ropa, y que hoy tienen 50 tiendas en el país.

Italianos en Nicaragua
Los migrantes italianos en Nicaragua no fueron tantos como en otros sitios de América, pero su peso económico fue destacado.
1,322,000
pesos sumaba la fortuna de 76 italianos que para 1892 residían en Nicaragua, según un listado publicado ese año en La Gaceta. Entre sus negocios destacaban haciendas y hoteles, y entre sus profesiones y oficios: agricultores, comerciantes e ingenieros.

Del más pobre a exitoso empresario
Juan Wong era el más joven y pobre de cuatro migrantes chinos que llegaron a Bluefields en enero de 1928. El padre de un amigo que hizo durante su viaje le prestó para renovar su permiso de ingreso y en gratitud Wong trabajó para él. Más tarde abrió su restaurante Casablanca, donde era gerente, cocinero y mesero si hacía falta. Según su hijo, Juan Wong Jr., ahí conoció a Anastasio Somoza García, con quien estrechó amistad. En 1943, abrió un supermercado de delicatessen en la Avenida Roosevelt, en una propiedad de la esposa de Somoza, Salvadora Debayle. Entre sus hijos están Juan Wong Jr., quien fundó el Restaurante Los Ranchos junto a José R. Somoza, y Gilberto Wong, exdirector de la Corporación de Zonas Francas.
¿HIJO DE QUIÉN?
El escritor Sergio Ramírez Mercado, en sus comentarios al libro Los italianos en Nicaragua, asegura que a veces “uno puede identificar algunos apellidos por el sonido de sus vocablos... pero —señala— quién sospecharía que las raíces de Chale Mántica, el más avezado y gracioso especialista en la lengua nicaragüense y en sus raíces indígenas, y en el Güegüense, sean italianas y muy recientes”.
Casos aún más curiosos pueden identificarse entre otros descendientes, como que el general Javier Carrión McDonough, jefe del Ejército de Nicaragua entre el 2000 y 2005, es nieto del migrante Tomás McDonough, un irlandés que se radicó en Nueva York y posteriormente se instaló en Nicaragua.
O bien que el diputado Edwin Castro es descendiente de los alemanes Theodor y Leopold Wassmer, que llegaron a mediados de 1800.
También está el padre Miguel D’Escoto Brockmann, excanciller del régimen sandinista, quien es nieto del alemán Franz Brockmann, un marinero que abandonó su barco para instalarse en Corinto cerca de 1885.
Incluso, el actual vicecanciller de la República, Manuel Coronel Kautz, es nieto del alemán Richard Kautz, quien se estableció en Chichigalpa en 1904, donde fundó la primera desmotadora de algodón. Entre muchos otros.
