Mundo rastafari

Reportaje - 13.10.2013
Edel Castillo, rastafarismo

Se les asocia con el reggae, la marihuana y el pelo enmarañado. Equivocadamente, dicen ellos. El rastafarismo es un movimiento, un estilo de vida, un camino espiritual, afirman. Conozca a los soldados rastafari en Nicaragua

Por Dora Luz Romero

Este es otro mundo. Uno gobernado por un hombre llamado Haile Selassie, que murió en 1975, pero que es considerado Dios. Uno donde los hombres y las mujeres no usan peines, sino que dejan que el pelo les crezca hasta donde su naturaleza decida y con el tiempo se van formando unos enormes churros que les llaman “dreadlocks”. Uno donde los habitantes son vegetarianos y procuran vivir en armonía con la naturaleza. Uno donde nadie se desvive por la moda, ni por el dinero y donde el sábado es el día sagrado.

Eso es, en palabras poco profundas, el rastafarismo. En Nicaragua, hay un pedacito de ese mundo y de sus habitantes. Se calcula que esa influencia llegó a finales de los años 70 e inicios de los 80 a la Costa Caribe del país. Son pocos y cada cual intenta adaptar el rastafarismo a su forma de vida, o a su conveniencia.

Un verdadero soldado rastafari, dicen, es disciplinado, medita, ora, cree en Haile Selassie y vive bajo los mandamientos de Dios. Luego están los que llaman rastafaris “falsos”, que son aquellos que no entienden ni siquiera el origen del movimiento, pero que caminan por las calles melenudos, fumando marihuana, moviéndose al vaivén del reggae, y con vestimenta de colores verde, rojo y amarillo, aduciendo las tonalidades a Bob Marley, cuando en realidad su origen está en la bandera de Etiopía.

Pero aquí pagan justos por pecadores. Decir rastafari generalmente lleva una connotación negativa. Muy pocos imaginan a un hombre orando o meditando, pero muchos ven drogas, reggae y un look desaliñado. Conozca cómo vive el movimiento en Nicaragua.

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Edel Castillo sabe cómo es Dios. Ha visto sus fotos. Es negro, serio, de cejas espesas. Usa bigote y barba. Es flaco, tiene la nariz larga y afilada, la frente amplia y el pelo ensortijado. Un broche que guinda de la camisa de Edel le recuerda esa imagen todos los días. Es su dios. Se llama Haile Selassie y fue el último emperador de Etiopía. Los rastafaris le llaman Dios, Rey de reyes, Señor de señores, León Conquistador de la Tribu de Judá, Príncipe de paz, y de muchas otras maneras.

Para entender el rastafarismo hay que saber quién fue este hombre emperador de Etiopía, de 1930 a 1974.

El movimiento rastafari y sus seguidores deben su nombre a Ras (Príncipe) Tafari Makonnen, el nombre de pila del después coronado Haile Selassie. Selassie fue el rey número 225 y aseguraba ser descendiente directo del rey Salomón.

Hay quienes creen que el rastafarismo fue una profecía del jamaiquino Marcus Garvey, un luchador por la libertad de los negros, que supuestamente pronosticó: “Mirad a África, un rey negro será coronado, el día de la liberación está cerca”. Sería el regreso de los negros a África, a la tierra prometida, de donde habían salido como esclavos.

Cuando Ras Tafari Makonnen fue coronado, los seguidores de Garvey consideraron que la profecía se había cumplido y esos fueron los primeros pasos del movimiento rastafari. Años más tarde, se popularizó en el mundo entero con el ritmo y la letra del reconocido cantante Bob Marley.

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De rodillas, vestido de blanco, de cara al este, hace su oración.

—Holy Emmanuel I, Marcus Garvey I, Selassie I…

Está listo. Es viernes, son las 6:00 p.m. Edel Castillo comienza su sabbath. Por las próximas 24 horas no comerá, pasará vestido de blanco, no usará tecnología, tampoco tocará dinero y estará en oración. Es el día sagrado.

Cada viernes el ritual es exactamente el mismo. Su esposa, su madre y su hija, quienes viven con él, lo saben. Lleva cinco años haciéndolo.

Edel Castillo tiene 30 años y asegura ser un rastafari. “Esto lo hacemos los de la orden boboshanti, no todos los rastafaris”, aclara.

En Nicaragua no todos los que se hacen llamar rastafaris creen que Haile Selassie es Dios. Ariel Hamilton, miembro del movimiento rasta en la Costa Caribe, y Edel Castillo aseguran que quien no cree en la divinidad de este hombre no es un rastafari. “Al momento que yo acepto que Haile Selassie es Dios es cuando me convierto en un rastafari”, dice Edel. “Él es nuestro rey y Dios en el planeta tierra”, asegura por su parte Ariel.

Y precisamente bajo esa premisa es que Osberto Jerez, conocido como el Costeño, de Masaya, un hombre recio, de pelo largo y sonriente, no se reconoce como un rasta de religión. “Lo mío es tribal, de descendencia. Yo no me dediqué a ser rastafari porque soy católico, sigo la doctrina de Cristo. Ellos creen que él es el puente para llegar a la salvación. Yo le pido a Cristo, si le voy a pedir a un mortal que me salve, estamos jodidos, así pienso yo”.

Hay otros que creen en un rastafarismo moderno, donde se adoptan algunos de sus lineamientos. Como Saúl Castillo y su esposa Herenia Flores, quienes decidieron irse a vivir fuera de la ruidosa Managua para disfrutar del campo. “Nosotros vivimos el rastafarismo como algo muy personal. Nos gusta vivir tranquilos, en paz, sembrar el alimento que vamos a comer. Los dreadlocks lo vemos como una rebeldía hacia el sistema”, comenta Saúl. Pero ellos, al igual que Osberto creen en Jesús. “No vemos a Haile Selassie como un dios, pero tomamos de ellos las buenas costumbres”.

Los Castillo Flores se denominan una familia rasta. El rastafarismo lo ven como un estilo de vida, una creencia. “Es una conexión espiritual con lo que me rodea, con la naturaleza, con Dios”, explica ella.

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“Para ser un rastafari la creencia principal es que Haile Selassie es Dios. Somos también cristianos, creemos que Cristo es el hijo de Dios, pero Haile Selassie es Dios encarnado”.

Edel Castillo, rastafari de la orden boboshanti.

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Vagos. Sucios. Desaliñados. Fumadores de marihuana. Terroristas. Peludos. Talibanes. Les dicen cualquier cantidad de improperios, el primero que se les venga en mente al verlos. Les ha tocado aprender a vivir con los ojos del mundo encima, con las críticas y también con las burlas.

Óscar Duarte se ríe. Cuando era estudiante de Comunicación Social, mientras esperaba el cambio de clases en las bancas, hubo varios que se le acercaron pidiéndole “un churro”. “La he probado, unas diez veces, pero mi cuerpo no responde bien y eso no está relacionado con el ser rastafari”, comenta. Edel Castillo y Osberto Jerez, por su parte, aseguran que jamás la han probado y que en ninguna parte de las enseñanzas se habla del consumo. La única relación de la que sabe Jerez es que en Etiopía el cannabis era utilizado en los templos como incienso, pero en Jamaica ese concepto se distorsionó y “comenzaron a inhalarla”.

Óscar nació en una familia tradicional. Su padre militar, su madre psicóloga y sus dos hermanos abogados, y él, un periodista rastafari. ¡Qué rareza! ¿De dónde habría sacado esa idea? Era un adolescente, recuerda, y el rastafarismo entró por la vista. Esa cabellera larga, gruesa con la que muchos andaban, pero mientras más leía más le entusiasmaba el rastafarismo. Y reconoce: “Comenzó como un look, como un juego, luego me identifiqué con el estilo de vida. Yo lo adapto y lo interpreto a mi manera”. Amar al prójimo, vivir con positivismo, y siempre en la búsqueda del equilibrio material, natural y espiritual son las reglas bajo las que vive este muchacho de 26 años.

Al ver otros rastafaris, dice, se siente aliviado. “Te das cuenta que no sos el único loco acusado. Para mí, los dreadlocks representan una rebeldía. Dentro del sistema yo no soy uno más. Es mi símbolo de protesta, no soy un uniformado más”, asegura.

Sabe que hay quienes lo ven como un vago, pero no está interesado en demostrar lo contrario. “Mi autonomía económica me hace libre”, dice.

No es fácil ser o parecer diferente en estos tiempos. Dedos que los señalan, ojos indiscretos que no disimulan.

Osberto Jerez comenta que lleva años siendo preso de las miradas, de las críticas, del acoso. Hace seis años era tanta la presión que sentía que decidió cortarse el pelo. “Donde iba me faltaban el respeto, me sentía impotente. Me registran, me echaban perros, me acosaban”, dice indignado. Y hubo un tiempo en Nicaragua, relata, allá por los años 80 cuando un rasta era visto en la calle lo ponían contra la pared y le cortaban el pelo.

“Un día yo iba de viaje con mi esposa y mis hijas a mi propia tierra. Ellas pasaron bien y a mí me encerraron y me hicieron mil preguntas. Si llevaba dinero, cuánto llevaba, a qué iba, cuánto tiempo pensaba estar… Creen que todos los que andamos así andamos un puño de marihuana. Cuando yo le pregunté al hombre: ¿oye y por qué me hacen esto? Él solo me respondió: es tu apariencia”.

Y fue así, después de muchos años de aguantar, de preguntar por qué, que no pudo con la presión y se cortó el cabello. Un año pudo vivir sin sus dreads, después se lo dejó crecer por la sencilla razón de que el hombre de cabellera larga, con churros a la cintura, es él.

Para Edel Castillo las ofensas, los chistes y las burlas pueden ser resumidas en una sola palabra: ignorancia. “En el trabajo me dejan llegar como me ves, para mí eso es muy importante. La manera que me veo es el reflejo de lo que creo. En el trabajo se burlan, me dicen el peludo, el que no se baña, hasta talibán. Nosotros tratamos de tolerar, hasta cierto punto es ignorancia de la gente. Me molesta, pero trato de mantener la calma. El rastafarismo me ha enseñado mucha paciencia con la gente que no sabe”.

La Real Academia de la Lengua Española define a un rastafari como “un seguidor de un movimiento religioso, social y cultural de origen jamaicano que se caracteriza por transmitir creencias a través de la música, defender el consumo de marihuana y el uso de indumentario y peinado característicos”.

Los rastas en Nicaragua no están de acuerdo con esa definición. “Los que están en la parte más filosófica están meditando, no están fumando marihuana como muchos creen”, asegura Philip Montalbán.

Así que, en el país, cada cual prefiere llevar el rastafarismo como mejor se adapte a su forma de vida. Y sí, hay algo en lo que todos coinciden, y es que ni el reggae, ni la marihuana, ni la vestimenta, ni Bob Marley representan el ser rastafari. Que si Haile Selassie es Dios, que si es descendiente de Salomón, que si es o no el mesías, eso depende de cada uno. Nadie, insisten, está obligado a creerlo.

Óscar Duarte
“Comenzó como un look, como un juego, pero me identifiqué con el estilo de vida del rastafarismo”, dice Óscar Duarte, de 26 años.

En la Costa

Atlantic Coast Rastafari Movement se llama el movimiento que existe en la RACCS con miembros de Bluefields, Corn Island, Orinoco y Laguna de Perlas. Según Ariel Hamilton, comunicador del movimiento, se reúnen cada seis meses para planificar lo que cada cual realiza en la región. “En el movimiento rastafari de la Costa Caribe solo reconocemos los gobiernos comunales y con ellos trabajamos en las áreas de educación, salud, seguridad”.

El movimiento reconoce a Haile Selassie como rey y dios en el planeta.

Según Hamilton, actualmente son 15 las personas que viven bajo los principios rastafari. “Hay muchos que tienen el pelo, pero que no son parte del movimiento”, aclara.

En la década de los años 80, el movimiento se llamó Culture for I.

Símbolos

Los colores verde, rojo y amarillo representan la antigua bandera de Etiopía, país de origen de Haile Selassie.

Reggae. Este tipo de música fue asociado con el rastafarismo por Bob Marley en la década de los 60. Marley fue un emisor de las creencias y pensamientos de Haile Selassie. Gracias a él el rastafarismo es reconocido mundialmente.

Dreadlocks. La melena de un rastafari es considerada su corona y simboliza la cabeza del León de Judá. La antigua bandera de Etiopía llevaba un león al centro.

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