Michele Richardson: mujer de agua y plata

Perfil, Reportaje - 15.01.2018
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Se sabe que Michele Richardson pudo obtener la única medalla olímpica de Nicaragua. Sin embargo, pocos conocen el sacrificio que tuvo que hacer para obtener la presea de plata que se registró a nombre de Estados Unidos

Por Julián Navarrete

Dos días antes de ganar la medalla de plata olímpica, Michele Richardson había aumentado dos libras de peso. Su entrenador le redujo las raciones de alimentos, de tal manera que a las cuatro de la tarde del viernes 3 de agosto de 1984, frente al público que aplaudía en las butacas a la par de la piscina, la adolescente de 15 años de edad solo tenía una barra de proteína en su estómago.

Los Juegos Olímpicos en Los Ángeles, Estados Unidos, iniciaron el 28 de julio. Michele, contrario a las indicaciones de su entrenador de que no caminara para que pudiera descansar los tres días previos a la competencia, desfiló con la delegación estadounidense. Estaba cumpliendo el sueño que se propuso cuatro años atrás, cuando miró a los atletas cargar sus banderas en Moscú 1980.

Su hermano, Frank Richardson, había desfilado en los Juegos de Montreal 1976. Todos los años la familia de Michele se sentaba en la sala de su casa a ver el video en el que salía Frank izando la bandera de Nicaragua. Esta vez, la emoción de tener a sus padres sentados dentro del público le quitó el hambre por muchas horas. En la antesala de la gloria hasta las necesidades primarias deben esperar.

El martes 31 de julio, después de que se bajó de la báscula, Michele no volvió a probar bocado. Se mantuvo con líquidos sin azúcar durante el día. Medía 1.65 centímetros y pesaba 106 libras de peso. Su índice de grasa corporal era de apenas seis por ciento, cuando alguien de su edad promedia entre 18 y 22 por ciento, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad.

Un día antes de la competencia, en la mañana del jueves 2 de agosto, Michele comió una barra de proteína. Fue la mejor del día en los “hits” preliminares, lo cual la ubicaba como la nadadora favorita para alzarse con la medalla de oro en los 800 metros estilo libre. En el almuerzo comió una buena ración de pasta con pollo, pero en la noche su entrenador la mandó a dormir con el estómago vacío.

Se levantó temprano, y después de masticar la barra de proteína, pensaba que estos serían los únicos Juegos Olímpicos en los que participaría. Nunca se imaginó que 28 años después sería invitada por el presidente de Nicaragua para ser la abanderada nacional en Londres. Tampoco podía saber que 33 años después se inauguraría un complejo de piscinas olímpicas con su nombre en aquel país.

Antes de lanzarse al agua, Michele solo pensaba que debía ganar una medalla. Dos de sus compañeros de equipo, con los que había entrenado durante meses y tenían los mejores récords del mundo, salieron de la piscina sin ninguna presea. Su destino se decidió en ocho minutos, 30 segundos y 73 centésimas, en los que dio 16 vueltas a la piscina de 50 metros por el carril número cuatro.

Michele Richardson comenzó a nadar a los cinco años de edad
Foto: cortesía del álbum familiar

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Michele se le escondía a Enrique Mencía, entrenador de natación, cuando llegaba a su casa a enseñarle. Tenía unos cinco años de edad y desde entonces no le gustaba meterse en el agua fría de la piscina. “Una vez creo que hasta mordí a Enrique cuando vino a entrenarme”, dice Michele.

La casa de Michele Richardson está situada en Carretera Sur, de Managua, sobre una cuesta que tiene una vista espléndida a la ciudad. En la terraza hay una piscina de unos treinta metros de largo, pero solo un metro de fondo, en forma de L, cuyas aguas caen en un canal por donde se recicla y funciona como fuente. En el patio hay un minicampo de golf en el que juega Carls Ahlers, su esposo con el que vive desde hace 22 años.

Contiguo a esta casa está la de sus padres, donde Michele chapaleteó por primera vez en una piscina pequeña que construyó su mamá, Dolores Armengol, a raíz de que sus hermanos mayores, Frank y Lizette, ya formaban parte de un club de natación.

“Me volví un experto en natación. Compré libros y todo. Vos sabés cómo somos los papás con los hijos, nos entusiasmamos y a veces demasiado. Entonces, yo levantaba a Frank todos los días para ir a nadar a las cinco de la mañana, y al final terminó odiándome, de acuerdo con lo que me confesó más tarde, cuando había crecido. Lo mismo pasó con Lizette (otra hija)”, dijo don Frank Richardson a La PRENSA, en 2008.

Michele era una niña que no tomaba la natación en serio, pero que lograba excelentes marcas. Dolores, su madre, y Enrique Mencía, su entrenador, eran los más entusiastas con ella.

“En las primeras competencias empezó a ganar. A los siete años y medio ella tenía cinco récords centroamericanos en competencias entre clubes y siete récords nacionales en categorías de seis y siete años, que hasta la fecha están vigentes”, dijo Mencía al programa de televisión Esta Semana, en 2008.

Para entonces su hermano Frank Richardson Armengol era el que más destacaba. Desde los 12 años de edad ganaba todos los torneos colegiales de la región. En 1976 fue el atleta que llevó la bandera de Nicaragua en los Juegos Olímpicos de Montreal y ganó medallas en unos Juegos Centroamericanos y del Caribe en Colombia.

La guerra civil en Nicaragua separó a esta familia. Antes del triunfo de la revolución, Frank Richardson envió a sus tres hijos a Miami. Frank “júnior” y Lizette fueron a estudiar a un internado, mientras que Michele se fue a vivir a Coral Gables con su abuela materna.
“Yo no entendía por qué tenía que irme de Nicaragua. Para mí fue duro salir de mi país”, dice Michele, al mirar la foto del día que llegó a Miami, enfundada en una chaqueta de mezclilla.

Por insistencia de sus padres Michele siguió nadando en Miami, donde entrenaba en la piscina de la Universidad de la Florida. Su abuela, de 67 años de edad, todos los días caminaba media hora con ella para tomar el bus que demoraba 15 minutos de ida para asistir a las prácticas.

Una mañana que sus padres llegaron a verla, la entrenadora de natación le dijo a su papá:

—Usted tiene una hija privilegiada. Si sigue así, va a llegar lejos.

“Me lo dijeron, pero pensaba que lo decía por ser gentil o para que me animara. Nunca esperé que fuera a lograr todo lo que hizo”, dice Frank.

Ocho meses después del triunfo de la revolución, Frank se marchó a Estados Unidos. Allá descartó entrar en el negocio ferretero porque era muy costoso y no llevaba mucho dinero. Así que se metió a la cadena de hamburguesas Burger King.

“De ahí me mandaron a Memphis y me llevé a toda la familia”, cuenta Frank. Para entonces Michele hacía los mejores récords de Estados Unidos a sus once años de edad. Richardson llamó a Miguel Cárdenas, un amigo que trabajaba en el Comité Olímpico Nicaragüense, para poner a disposición a Michele para que compitiera por Nicaragua en unos Juegos Centroamericanos y del Caribe.

“Pero en Nicaragua se armó una polémica en la radio, porque decían que era una burguesa, de familia extranjera. Y para nada, porque toda la familia nació aquí en Nicaragua. Yo dejé el ombligo aquí. Al final me dijeron que no la iban a llevar por eso”, dice Frank Richardson.

A los 12 años de edad Michele entrenaba ocho horas al día en la fría ciudad de Memphis.
Foto: cortesía del álbum familiar.

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Una mañana Michele Richardson llevó a sus hijos Carl y Lizette a las clases de natación del Club Terraza. Carl tenía 10 años de edad, mientras que Lizette debía andar en unos siete años de edad. La niña apenas podía meter la cabeza debajo del agua, pero el varón braceaba con estilo y fuerza.

—Ese es el próximo Michele Richardson —dijo el entrenador del club, en forma de broma.

Lejos de adular a su hijo, Michele sintió un campanazo de advertencia. De modo que una vez que los niños se subieron al carro, ella empezó a darles un discurso:

—Ustedes no tienen que nadar. Si no quieren nadar, no tienen que hacerlo.

Michele le contó a Carl, su esposo, quien le reclamó “que los niños apenas están empezando y vos ya los estás sacando”.

Para fortuna de Michele, al segundo día de las clases de natación, sus dos hijos no quisieron seguir yendo a la piscina. “Y así quedó. Los dos aprendieron a nadar después, pero no para competencia. Mi hijo menor (Mathew) incluso nada mejor, pero no lo voy a meter a un club ni nada. No quiero que tengan la presión que yo tuve”, dice Michele.

Quedó tan aburrida de nadar que demoró unos diez años para volver a tirarse a una piscina, después que terminó la última competencia en la universidad. “Mi esposo tardó tres años en construir esta piscina porque yo no me iba a meter si no tenía calefacción”, señala Michele. “Al mar tampoco me meto porque no me gusta el agua fría”.

En las prácticas era la última en entrar a la piscina. Una vez adentro podía aguantar hasta cuatro horas en el agua. El periodista deportivo Edgard Rodríguez dice que Michele tuvo que hacer un sacrificio enorme para poder triunfar. “Además de viajar a Estados Unidos y encontrarse con las barreras naturales y algunas limitaciones, Michele estudiaba y luego entrenaba siete horas al día”, agrega.

Frank Richardson, su papá, también se sacrificó por año y medio, en el que se levantó todos los días a las cuatro de la mañana. Michele lo despertaba jalándole los dedos de los pies para que la llevara a su primera práctica del día en la fría ciudad de Memphis, donde creció Elvis Presley.

Tenía que conducir bajo la nieve y esperar durante cuatro horas que duraba la práctica para que saliera su hija. Aguardaba dentro del carro, fumándose varios cigarrillos, antes de ir a desayunar. Nunca entraba a verla porque se quedaba dormido esperando a que saliera su hija. Michele se acercaba al auto, limpiaba la nieve de la ventanilla y golpeaba con los nudillos para despertar a su papá.

“Siento que valió la pena porque ella hizo cosas que nunca me imaginé”, dice ahora Frank Richardson, casi 35 años después. “Pero es un sacrificio que cualquier padre hace por sus hijos”, agrega.

Michele no hacía lo mismo que otras niñas de su edad: jugar bajo la nieve, manejar la bicicleta o andar en patines. De hecho, estos juguetes se los quitaron una vez estuvo en la lista de las mejores nadadoras del mundo. “Tampoco iba al cine porque llegaba a mi casa cansada. Tenía mucho trabajo que hacer en el colegio y yo misma me fui quitando la vida social”, dice Michele.

Casi todas las fotos que tiene de niña son en una piscina. En algunas sale con su familia y en otras se le mira abrazada a sus compañeros de los equipos de natación. Mira las fotos y en muchas sale riéndose, lo cual le parece curioso, ya que ella recuerda haber vivido esa época con bastante estrés emocional y físico.

No podía comer carne roja. Su dieta se basaba en pollo, pescado, vegetales y algunos carbohidratos. Para sus cumpleaños, dice Michele, no podía probar los pasteles. “Solamente se los comían mis padres y mi hermanito menor. Mis hermanos mayores estaban estudiando. Tenía una vida bien solitaria”, dice Michele.

Edgard Rodríguez considera que tarde o temprano la historia colocó a Michele Richardson en el lugar que le correspondía. “Tras cuatro años de trabajo sin cesar, alcanzó la cima y la gloria”, señala Rodríguez.

Es casada con Carl Ahlers desde 1995.
Foto: cortesía del álbum familiar.

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Carl Ahlers, esposo de Michele, llega a la casa a las 12:30 p.m., saluda y se dirige al cuarto de sus hijos. La casa está repleta de personas. Sus dos hijos, Carl Andrew y Lizette, llegaron hace dos noches a Nicaragua porque salieron de vacaciones de las universidades donde estudian en Estados Unidos.

—Voy con Carl Andrew a comprarle ropa para la vela —le dice Ahlers a Michele.

Hoy es un día triste en esta casa. La misma noche que regresaron sus hijos, Michele recibió la noticia de que uno de sus alumnos del Colegio Americano murió en un accidente de tránsito. “Andamos muy tristes”, dice Ahlers.

“Uno se encariña con los niños. Este es uno de esos estudiantes que se quedaba en contacto conmigo. Es una pérdida enorme para su familia, para sus amigos. Era un niño que todo mundo lo quería”, dice Michele, mientras llora.

Desde que regresó a Nicaragua, en 1993, después de estudiar Psicología en la Universidad de Clemson, Carolina del Sur, Michele Richardson trabaja como consejera en el Colegio Americano. “Les ayudo a los niños en crisis de preocupación, de ansiedad, de emociones. Es un trabajo bien especial. Siento que son mis hijos”, dice Michele.

Su esposo pide que le tomen una foto con ella, pero que no salga en el reportaje. Cerca de la piscina se abrazan, y antes de que dispare el flash, se dan un beso y sonríen. “Yo conocí a Carl el 23 de diciembre de 1994”, dice Michele.

Su hermana, Lizette Richardson, había estudiado con una hermana de Ahlers desde pequeña. En diciembre de 1994 Carl trabajaba en Nueva Jersey y vino a ver a su familia a Nicaragua. Las hermanas de ambos arreglaron la cita entre Carl y Michele, que estaban solteros. “Y después de platicar durante cuatro horas, los dos sabíamos que nos íbamos a casar”.

Ocho meses después se celebró el matrimonio.

Foto de la familia Ahlers Richardson. De izquierda a derecha, Carl Andrew (hijo), Michele, Mathew (Hijo), Carl (esposo) y Lizzette Ahlers (hija).
Foto: cortesía del álbum familiar

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El primero de diciembre de 2017, Michele Richardson recibió la primera medalla de oro de los Juegos Centroamericanos, celebrados por primera vez en Nicaragua. Daniel Ortega, presidente del país, fue quien le puso la presea en la inauguración de un complejo de piscinas olímpicas, ubicadas en el parque Luis Alfonso Velásquez.

Ahora, cada vez que pasa en su vehículo por el lugar, saca su celular para tomarle fotos a su nombre, que está situado en la entrada de la instalación deportiva. Ortega dijo en su discurso que la juventud nicaragüense estuvo representada en los Juegos Olímpicos de 1984 a través de Michele Richardson, quien participó en la delegación estadounidense.
“Ahí (en los Juegos) Michele alcanzó la única medalla de plata. La única persona, la única nicaragüense que lo ha alcanzado”, agregó Ortega.

Michele, de traje blanco, estuvo acompaña de su esposo Carl y sus padres, quienes estaban en la misma mesa que la pareja presidencial. “Estamos aquí para rendir homenaje, con todo sentimiento, a una deportista estrella. Orgullo de mi país, a Michele Richardson, primera medallista olímpica, nicaragüense, por gracia de Dios. Que en el año 1984 quiso concursar como nicaragüense y que por esas desgracias del destino se le impidió participar como nacional y lo hizo con el equipo olímpico de Estados Unidos, conquistando esa medalla, que ella considera honor y gloria de la nación nicaragüense”, dijo Rosario Murillo.

Frank Richardson dice que nunca recibió respuesta de la solicitud que hizo al Comité Olímpico Nicaragüense para que su hija participara.

—Ni modo —recuerda Frank que le dijo a su hija. —Si querés ir a los Juegos Olímpicos, tenés que ir por Estados Unidos.

Michele lloró porque creyó que nunca iba a poder llegar a unos Juegos Olímpicos. Dos semanas después le pediría a su papá que la llevara a la piscina dos veces al día. Cuatro horas por la tarde y cuatro horas por la mañana.

—Está bien —le dijo Frank, y le propuso: —Pero si de verdad lo querés, me tenés que levantar.

Es por eso que Michele a las cuatro de la mañana lo despertaba jalándole los dedos de los pies. Así estuvo año y medio hasta que empezó a registrar marcas nacionales y se quedó a vivir con su entrenador, mientras su familia se regresó a Miami.

A Michele le tomó dos años poder entender el idioma inglés. Se bachilleró a los 19 años de edad, cuando lo normal es que los jóvenes lo hagan a los 18 años, porque tuvo que repetir el séptimo grado de secundaria. “Fue bien duro. Para los niños es bien difícil repetir grado porque se culpan. Ahora lo entiendo porque trabajo con niños y sé que no era mi culpa. Pero en aquel momento me dolió mucho”, dice.

Con su traje de baño negro, gorro blanco, a Michele bajo el agua se le amontonan los recuerdos: las horas de entrenamiento, el apodo de “Chacha” que tenía en secundaria donde creían que ser latina era sinónimo de bailar chachachá. A los 400 metros de recorrido sabía que podía llegar en segundo lugar. Había valido la pena medirse el pulso todas las madrugadas, bracear sin respirar, tocar la pared, ver que la medalla de plata era suya, y sentir que el peso de sus hombros había caído. Alivio.

Foto de la familia Richardson Armengol. De izquierda a derecha, Lizette (hermana), Frank (padre), Patrick (hermano), Dolores (Mamá), Frank (hermano), y Michele Richardson.
Foto: cortesía del álbum familiar.

Las marcas de Michele

El tiempo con el que ganó la medalla de plata fue de 8:30.73 minutos. En realidad fue una mala marca, con respecto 8:28.32 que logró anteriormente, situándose en el puesto número 12 del ranking mundial y quinta de Estados Unidos. Hay una foto en la que aparece una refrigeradora en el fondo, con un papel pegado que tenía escrito el récord mundial de los 800 metros libres. Nunca lo pudo alcanzar.

Michele Richardson fue la menor de los atletas de natación de Estados Unidos. Los Richardson pagaron el pasaje de avión para volar de Miami a Los Ángeles, donde se desarrollaron los Juegos Olímpicos.

Cinco universidades le ofrecieron beca a Michele por natación, entre ellas, Stanford. Sin embargo, Richardson se decidió por Clemson, en Carolina del Sur.

Origen de los Richardson

El apellido Richardson llegó en barco a Nicaragua. En 1939, después de varios días de viaje desde San Francisco, Olga Bunge y Larry Richardson desembarcaron en el puerto Corinto. Dos años antes Olga, de raíces alemanas, se había ido a Estados Unidos para aprender inglés, pero regresó ya casada con Larry Richardson.

Frank Richardson fue el primer hijo que nació de esa relación en 1940. Durante años Larry y Olga se establecieron en León, donde fundaron la Ferretería Bunge. Más tarde hubo una ruptura familiar que originó que Larry estableciera la Ferretería Richardson, separada de la Ferretería Bunge.

Al igual que su papá y sus tres hermanos, Michele nació en Managua.

Larry mandó a estudiar a su hijo a Miami, donde se graduó en tres años. Allá conoció a una joven cubano estadounidense de 17 años de edad, que se llamaba Dolores Armengol, madre de Michele. Ella se enamoró, y a los 18 años de edad se casó con Frank y se vino a vivir a Nicaragua.

Michele tiene tres hermanos: Frank, Lizsette y Patrick, quien es el menor. Y tiene tres hijos: Carl, Lizette y Mathew.

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