Estos son los hermanos del coronel José Santos López, héroe nacional, combatiente del ejército de Sandino y fundador del FSLN. Lejos de la epopeya romántica, sus parientes viven olvidados y hundidos en enfermedades
Por Julián Navarrete
Sobre esta cama está recostado el delgado cuerpo de Juan López. Encima de retazos de mezclilla y cobijas ralas, llenas de tierra, espera la muerte después de vivir 72 años. Tiene los ojos fijos sobre las paredes de adobe que se descascaran con el más suave soplido. Con su mano derecha se aprieta el vientre y abre la boca. Saliva sin control.
Afuera hay humedad. Un calor de mediodía poco común en el valle de Esquipulas, una comunidad ubicada en Madriz, al norte de Nicaragua. Aquí lo normal son los aguajes que caen como queriendo desaparecer el mundo, resquebrajando el cielo con rayos y estruendos que hacen vibrar la tierra sobre la que está el camastro de Juan López.
Jacinto, su hermano, de 85 años de edad, barre las hojas anaranjadas esparcidas en el patio. Sonríe y vuelve a la olla ennegrecida que tiene sobre una leña envuelta en llamas.
—Yo soy hermano del coronel —dice Jacinto, con la mano alzada.
—¿Sus otros hermanos?
—Solo quedan dos —dice, mientras arruga la cara—. Adentro está uno, se llama Juan. Si quiere vaya y él le platica. El otro, Julián, está bajando esa cuesta, ahí vive solito el pobrecito.
Adentro sigue Juan en la cama. Su rostro está inmóvil, sin cerrar los ojos. Frunce el ceño de dolor y vuelve a colocar sus dedos sobre el abdomen, mientras balbucea.
—Ese señor yo no lo conocí —dice Juan, cuando se le pregunta por el coronel—. No me interesa hablar de él.
El coronel al que se refieren estos hermanos es José Santos López, excombatiente del ejército del general Augusto C. Sandino y fundador histórico del Frente Sandinista de Liberación Nacional, actual partido gobernante.
En 1984 Santos López fue reconocido como uno de los 14 héroes nacionales de Nicaragua y sus restos descansan en el mausoleo de la Plaza de la Revolución de Managua, junto con Carlos Fonseca, líder emblemático del FSLN.
Jacinto, Juan y Julián López han ido a las celebraciones envueltas en romanticismo revolucionario que se organizan en Yalagüina, terruño de Santos López, en honor a su hermano. Hoy, sin embargo, lo que le preocupa a Jacinto es destapar la olla negra, única de la casa, y volver a encontrar solamente varios grumos de tierra nadando en agua caliente.

En la entrada a Yalagüina hay un gigantesco muro verde con la leyenda: “Yalagüina, tierra del Coronel Santos López”. A la derecha aparece dibujado Santos López dentro de un mapa del municipio, atravesado por la Bandera de Nicaragua y del Frente Sandinista. El dibujo del héroe tiene alrededor del cuello una pañoleta rojinegra.
En esta tierra nació José Santos López, el 20 de febrero de 1914. De aquí fue que se enlistó a los 12 años de edad para ser miembro del Coro de Ángeles, un grupo de niños de entre 12 y 14 años de edad que durante los enfrentamientos gritaban para simular que el ejército de Sandino tenía más hombres armados.
Después encabezó los Palmazones —otro grupo de adolescentes que formó Sandino— cuya misión era penetrar las trincheras para robar armas y pertrechos a los enemigos. En la guerrilla Santos López maduró hasta liderar un grupo de adultos a los 19 años de edad. Más adelante el propio Sandino lo nombró coronel de su ejército.
Una de sus acciones más recordadas fue cuando escapó por el tejado de la casa de Sofonías Salvatierra, donde murió Sócrates Sandino, hermano de Augusto, el día que la Guardia Nacional de Somoza García ejecutó al general y a los cabecillas de su ejército, en el lejano 21 de febrero de 1934.
Entre otras razones, el historiador Bayardo Cuadra destaca que el coronel formó parte del grupo que eventualmente se convirtió en el Frente Sandinista, cuando en 1961 fue contactado por Carlos Fonseca para que lo ayudara en la formación de líderes de la lucha guerrillera.
En el libro Testimonio Guerrillero Raití-Bocay, la primera guerrilla del FSLN, se cuenta cómo el coronel incursionó por primera vez en 1963 a Nicaragua desde Honduras, liderando una columna guerrillera que entrenaba militarmente.
A pesar de sus 48 años, el coronel tenía mucha resistencia y agilidad. Enseñó cómo pasar quebradas, lanzándose agarrados de bejucos. Reservado, serio, disciplinado, le gustaba contar de la guerra sandinista en Las Segovias y les enseñó a cantar que “se redamen las copas”, se lee en el libro.
Santos López murió en Cuba el 10 de febrero de 1965, solamente dos años después de participar en operativos militares en Raití-Bocay. Según Rossi López Huelva —guerrillera con quien pasó sus últimos días—, falleció por un cáncer pulmonar a los 51 años de edad. Fue sepultado con honores en el cementerio Colón, de La Habana.
Ahí estuvo enterrado durante 19 años, hasta que llegó al poder la Revolución Popular Sandinista y en el 50 aniversario del asesinato de Sandino, en febrero de 1984, se trajeron los restos del coronel a Nicaragua.
“Que el coronel Santos López es símbolo vivo del encuentro de las nuevas y viejas generaciones de sandinistas que se abocaron a luchar por alcanzar nuestra definitiva emancipación y a rescatar el pensamiento político de Sandino, cuyo heredero y continuador es el jefe de la Revolución Popular Sandinista, comandante Carlos Fonseca”, se lee en la declaración de héroe nacional.
Jacinto, hermano de Santos López, siempre va a los homenajes en honor a su hermano en Yalagüina, a pesar de que admite que no lo conoció en persona. Tenía apenas dos años de edad cuando el coronel se escapó del ataque en que la Guardia Nacional mató a Sandino, y solo volvería a tocar territorio nicaragüense cuando comandó la columna guerrillera de 1963.
—Pues yo me siento orgulloso de decir que soy hermano del coronel. Me gusta que todavía nos reconocen, aunque para nosotros (hermanos) todo sigue igual, no ha cambiado nada en todo este tiempo —dice Jacinto.

Foto: Óscar Navarrete.
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Ya son más de cinco años que Julián López, hermano del coronel, lleva con una sonda en el vientre. Después de desayunar, sigue sentado al filo de una cama de hierro con un colchón sucio. Lleva pegada la manguerita por un “asunto de la próstata” que debió operarse hace cinco años.
—En el hospital me han dicho que me puede llegar la operación. Pero sin los alimentos no se puede operar —dice, encogiéndose de hombros—. Ellos quieren que me alimente primero porque estoy débil. Pero no he podido por asunto de reales.
Julián vive solo en una casa de barro, a menos de 30 metros de sus hermanos, al extremo de una hondonada de piedras secas y filosas, precipitadas en un río de aguas claras que los campesinos aprovechan para bañarse y lavar su ropa. Alrededor hay un plantío de maíz y el aire llega más tupido al risco donde está sentado el anciano.
Desde la cama, Julián mira tres pequeños cerdos amarrados a los árboles. No son de él, sino de la familia de su hijo que vive a la par. En los últimos días no se ha levantado de la cama porque dice que le han dado ataques de asma y un dolor agudo en la espalda.
—Es como un cansancio en el estómago el que tengo —dice, y hace una pausa para escupir—. Debe ser asunto de vitaminas, como debilidad en el cuerpo. Y uno sin poder trabajar. ¿Pa’ dónde?… Tengo ocho años de estar enfermo, sufriendo ¿pa’ dónde agarro?
Julián nunca ha estado en las celebraciones que se organizan en memoria de su hermano. Tampoco recibe una bolsa con arroz, frijoles y azúcar, como la que le llega a Jacinto los 26 de cada mes de parte de la Alcaldía.
—Siempre que vienen los de la Alcaldía, para los actos del coronel, les pido una ayuda, pero nunca me traen provisión –agrega Julián.
Mariana López, sobrina de los tres hermanos, dice que los alcaldes y políticos sandinistas se aparecen en camionetas por este valle de Esquipulas solamente cuando se acercan las celebraciones históricas del coronel, o las elecciones nacionales y municipales.
—Yo iba a esa alegría de los 19 de julio que me invitaban, pero ya tengo como 15 años de no ir. A la cuenta era uno especial y nada. Arriesgando hasta la vida anda uno ahí.
—¿Pero ustedes son sandinistas?
—A la cuenta… decían que como éramos familiares del coronel teníamos que ser sandinistas, pero no, como que no pega ser sandinista —dice, mientras se ríe—, porque fuimos abandonados.
En el mismo solar está un señor larguirucho, ojos claros, con una foto de una anciana en la mano. Su nombre es Reynaldo López, otro sobrino del coronel. La anciana de la foto es su mamá, Francisca, hermana gemela de Santos López.
Francisca murió hace cinco años, cuando se aproximaba a los cien años de edad. El periodista de La Prensa, corresponsal en Madriz, William Aragón, estuvo con los hermanos del coronel en 2009, cuando seis de ellos estaban viviendo en la misma casa donde ahora solo quedan Jacinto y Juan.
“Todos estaban delgados, llenos de piojos y dormían prácticamente en el piso”, dice el periodista. En estos ocho años ya han muerto cuatro de los hermanos: Modesto, Victoria, María Luisa y Francisca, madre de Reynaldo López.
—Mi viejita me contaba que al coronel se lo llevaron de 12 años. Lo tuvieron de clarinero, pero cuando no le gustó estar así, se metió a la guerrilla. Esas palabras las tengo guardaditas en mi memoria —dice Reynaldo.
Todos los años, para el aniversario del triunfo de la Revolución sandinista, Reynaldo López se va montado en los camiones que salen de madrugada de una comunidad cercana llamada El Chagüite.
—Yo me considero sandinista porque siempre he andado con ellos. Y siempre he votado por ellos.
La última vez que visitó Managua para celebrar el 19 de julio, la plaza estaba tan abarrotada que el grupo donde venía Reynaldo no pudo ingresar para escuchar y ver la celebración. “Entonces la muchacha que nos llevó nos dijo que aprovecháramos para conocer el Malecón de Managua. Y viera lo bonito que está. ¿Ya ha visto lo bien bonito que está?”.

Foto: Óscar Navarrete.
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Al mediodía Benjamín Ávila suelta la barra con la que pica enormes piedras rojizas. Desde las seis de la mañana, junto con otro albañil, aplana el terreno donde construirán una casa a los hermanos Jacinto y Juan López. Los dos hombres beben a trago gordo de una botella con agua, mientras apartan la cuña y la pala para sentarse a descansar.
La construcción de la casa de los hermanos del coronel es un proyecto de la Alcaldía de Yalagüina y la empresa Glaucon. El presupuesto es de 22 mil córdobas, con el que se les pagará a cuatro albañiles. Mariana López, sobrina de Juan y Julián, donó el terreno, y los bloques que están a la par de las enormes piedras fueron comprados por la comuna y la empresa.
Este proyecto inició luego de que los ancianos se quedaron sin casa. El problema surgió a partir de la muerte de Modesto, otro de los hermanos del coronel, quien puso la escritura a su nombre, y tras su muerte la casa pasó a ser de una hija de él.
A los dos hombres que pican piedras la Alcaldía les paga cien córdobas diarios. Benjamín Ávila, secretario político de Yalagüina, es uno de ellos. Después que terminen de emparejar el terreno, la construcción pasará a manos de un contratista.
—Aquí he puesto mi mano de obra de balde. Hay días que he empujado a la gente diciendo que hagamos conciencia: miren a los viejitos, que ellos no pueden nada. Aquí los que podemos somos los que estamos buenos, que estamos jóvenes —dice Ávila—, de otra forma no podemos apoyarlos porque no tenemos dinero.

Foto: Óscar Navarrete.
A solo 12 kilómetros de aquí se encuentra Yalagüina, el pueblo donde nació Santos López. Las calles están limpias, hechas de adoquín, surcadas por casas de concreto pintadas de colores vivos y carteles de Sandino y Daniel Ortega.
En el atrio de la iglesia varios niños gritan apeñuscados en silletas plásticas y en una tarima baila un payaso. Cerca del bullicio, en la esquina sur de un parque contiguo a la iglesia, hay un dibujo a colores vivos del coronel. Caminando sobre la esquina opuesta, unos adolescentes platican, ríen, frente a un busto de metal, también de Santos López.
—Si quieren saber más de él —dice uno de los muchachos, y con el dedo señala a la izquierda—, en la entrada hay un museo y un parque del coronel.
La madre de Santos López, María Luisa Tercero, era de Yalagüina. En cambio su padre, Salomé López, era de Esquipulas, donde toda la vida han vivido los hermanos del coronel.
En este parque de Yalagüina se han realizado los homenajes al héroe nacional. El 10 de febrero de este año, la alcaldesa de Yalagüina, Kathy López, colocó un ramillete de flores frente al busto, mientras una banda de filarmónicos tocaba. En el acto el jefe de la delegación de Policía se cuadró en posición de firme, mientras un grupo de personas aplaudía. El evento estaba adornado por mecates amarrados a postes de energía, forrados con centenares de papeletas con la foto de la pareja presidencial.
Jacinto López, hermano del coronel, asistió a la ceremonia. Esa mañana, cuando lo llegaron a traer a Esquipulas los trabajadores de la Alcaldía, era el único de los tres hermanos que estaba en buenas condiciones para ir.
—Aquí los vienen a levantar a los viejitos, aunque estén como estén. Así los vienen a levantar en una camioneta: los limpian bien, bien limpiaditas las canillas y se los llevan —dice Mariana López, sobrina del coronel.

Foto: Óscar Navarrete.
A diferencia de Yalagüina, un pueblo con pizcas de desarrollo, la pobreza de Esquipulas es eterna. Estas tierras han visto guerras, gobiernos liberales, sandinistas, pero nada cambia, todo sigue igual, dice Mariana López. El propio coronel ya lo narraba en sus memorias:
“Provengo de una familia campesina. Mi padre se desobligó completamente de nosotros, por lo que mi madre tenía que trabajar para buscarnos el sustento. Vendía chicha de maíz y huevos. Como esto no era suficiente, nos mandó a nosotros a trabajar a las fincas vecinas desde la temprana edad de ocho años. Nuestro salario era de veinte centavos de córdoba al día, siendo maltratados corporalmente por los finqueros”, se lee en las Memorias del Coronel Santos López, libro editado a partir de su nombramiento como héroe nacional.
Esquipulas es una tierra árida, de picos elevados y sinuosos. Las 54 casas están a corta distancia y existen varios valles cercanos a los que los propios pobladores de la zona casi no cruzan. Aunque ya existen muchos, como Benjamín Ávila, que se cambiaron a partir de que se juntaron con sus parejas.
Los pobladores de Esquipulas cultivan sus propios alimentos: maíz, frijoles y algunas hortalizas. Es por eso que algunos viajan a otros departamentos para recoger dinero y enviar a sus familias.
—Tenemos que responder por los casos más críticos, como el de estos señores. A ellos les están pasando un paquete mensual. Y entonces yo les digo que les hace falta: “Hermanos, pero ¿por qué la piensan? Ideay si esos viejitos lo están necesitando” —dice el secretario político.
En Esquipulas existe un puesto de salud que un solo médico atiende. Una ruta de Yalagüina llega dos veces al día, por la mañana y por la tarde. Al final del valle, en un cerro inclinado se encuentra la escuela primaria Cristóbal Colón. Para poder ir a la secundaria tienen que recorrer 15 kilómetros en bus o a pie.
Elvin López, nieto de Julián, tiene 23 años de edad. Llegó hasta quinto grado. Abandonó la escuela después que no le entendía a las clases de inglés. Ahora sobrevive porque tiene una milpa y otras “tierritas” donde siembra maíz.
A los 17 años de edad Elvin se convirtió en padre de una niña y se “juntó” con una muchacha de Ocotal, que en ese momento tenía 15 años. “Pero nos dejamos, y ahora estoy solo, aunque más adelante quiero más niños, porque no me quiero quedar así cuando esté viejito”.
Cuando se le pregunta a Elvin si teme terminar como su abuelo, responde: “Con cuidado no se maltrata mucho uno. Si es que fíjese que gracias a Dios no sé padecer mucho de enfermedades”.

Foto: Óscar Navarrete
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El sábado 3 de marzo de 1984, un avión de la Fuerza Aérea Sandinista aterrizó en el aeropuerto de Managua con los restos del coronel Santos López. Una tarde de junio de 2017 tres de sus hermanos escuchan el vuelo de los aviones, pero no los pueden ver porque están condenados a una cama.
Al homenaje de hace 33 años asistieron comandantes y miembros de la Junta de Gobierno: Daniel Ortega, Sergio Ramírez, Rafael Córdova Rivas, Tomás Borge, Víctor Tirado, Humberto Ortega, Henry Ruiz, Jaime Wheelock, Bayardo Arce, Carlos Núñez y Luis Carrión.
Aquella tarde el Ejército Popular Sandinista transportó el ataúd sobre un carro militar, a lo largo de la Carretera Norte, desde donde cientos de ciudadanos vieron pasar la caravana con los restos del recién declarado héroe nacional.
El 6 de junio de 2017, más de treinta años después, sus hermanos todavía no saben leer el acta de declaración del héroe, contenida en el decreto No. 1410, publicado en La Gaceta, Diario Oficial, No. 55, del viernes 16 de marzo de 1984.
“Se afirma que es deber de la Nación honrar la memoria de aquellos que por su decisión de lucha, su sentido de justicia y su actitud de entrega a la causa nacional y popular deben servir de ejemplo y guía para forjar al Hombre Nuevo de nuestra Patria”, cita parte del documento.
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Foto: Cortesía del IHNCA-UCA.
Juan ya se ha levantado de la cama y se guarece del sol debajo de las hojas de un arbusto. Jacinto cuelga una toalla en un cable de hule. Julián enciende el fogón y vierte agua para preparar un tarro de café. La agonía continúa y los hermanos siguen su rutina.
Jacinto es el menos enfermo de los tres. Alto, enjuto y sin dientes, descamisado a todas horas del día. El pellejo del pecho lo tiene colgado y en la espalda se le define el espinazo. Las costillas marcadas se asemejan a los huesos de la cara, que le resaltan los pómulos, pero le opacan los ojos.
—¿Cómo pasa el día?
—A veces vivimos solo como con una decepción, sí. Porque mire, yo tenía un hijo soltero y se me murió, se llamaba Chico (Francisco) López Dávila. Ahí nomás otros dos chiquitos se me murieron también. Ahorita ellos me estuvieran sirviendo, ayudándome. Entonces me da una decepción. “¿Y dé qué?”, me dice el mío (hijo), el mayor, “¿de qué se aflige?”. Pero es que también mi mujer se murió hace años, como de la sangre, y yo me siento solo, como decepcionado.
Agachado, ojos cansados, Juan López debe pensar en el hermano por el que tanto le preguntan. No le gusta hablar del coronel porque piensa que no es de su familia. No lo conoció. Lo único que ha conocido en su vida es este valle donde abundan los López. Es raro el que tenga otro apellido. Por eso esta gente es tan unida, y cuando a veces uno no tiene comida, las otras personas le regalan.
—Es verdad que a veces los frijoles aburren, ya no pueden pasar del galillo. Pero con hambre uno come lo que sea. La carne es muy difícil de comer, ¿y pa’ dónde le damos si no tenemos? A veces se va al monte a matar un animalito o se trae un garrobo, con el que hacemos una buena sopita.
—No tenemos para comer, pero pronto se estrena la casa. O por lo menos eso dicen los políticos cada vez que vienen. El terreno por fin está aplanado, va a paso de tortuga, pero va caminando. Lo único que falta es más bloque, cemento y arena.
—En este vallecito se tienen sus ventajas. Hay energía las 24 horas del día. No pagamos agua porque la vamos a traer al río y hay unos pozos. La diversión del pueblo es un campito viejo donde la juventud va a jugar pelota.
—Esquipulas siempre ha sido calmo, pero hace añales hubo enfrentamientos entre el Ejército y la Contra. Casi toda la familia es sandinista, aunque en las últimas elecciones varios no votamos. No hemos conseguido nada con los políticos de aquí, con costo unas camas viejas y unas sillas plásticas porque los viejitos se estaban sentando en piedritas.
—Lo único que no hicimos fue meternos de guerrilleros, porque no lo pidió la conciencia. Quizás estuviéramos muertos u olvidados. Peor que ahora, porque es cierto que descendemos de una familia pobre, es verdad. Y estos lugares no han sido lugares donde se mueva el negocio ni nada. Aquí se vive de lo poquito que se siembra, eso es todo. Y creo que solo pudiera cambiar si el presidente viniera para mirar todas estas tristezas que estamos pasando. Pero qué va, ellos no vienen, ni se asoman.
—Aquí todos viven así, igual que nosotros, es verdad. Hay que ser claro. Hay crisis, hay pobreza. Son algunos los que tienen su vaquita y están un poquito mejor. Tienen leche por lo menos, mientras que los que no la tenemos, la deseamos.
Juan López desconoce que hace más de treinta años, al momento en que el ataúd del coronel era depositado y sellado, se escucharon 21 cañonazos en honor a su memoria. En Esquipulas solo se escucha el batir de las alas de una paloma, el gruñido de un cerdo y el burbujeo de la tierra nadando en agua caliente.
Contacto con Sandino
En sus memorias Santos López cuenta el episodio de cuando conoció a Sandino: “Les pedí un trozo de carne, les pregunté si admitían cipotes, pues me fijé que entre ellos había algunos de mi edad, contaba entonces con 12 años. Fui admitido en la tropa, pasando desde ese mismo momento a formar parte de ella. Todo esto fue a escondidas de mi madre”.
Según el libro Sandino y el niño de Yalagüina, el coronel vivía en San Pedro Sula, Honduras, en 1960, cuando fue contactado por Carlos Fonseca, por medio de Bayardo Altamirano López. Bayardo se comunicó con Santiago Dietrich, capitán de Sandino, quien le transmitió la clave para ubicar al coronel. Al conocer que se contaba con el apoyo de la Revolución cubana, decidió que viajaría a Cuba en 1961, acompañado de Sócrates Flores Vivas.
Santos López en Cuba
En memorias de Germán Pomares Ordóñez tituladas El Danto, algunas correrías y andanzas, el autor relata que junto con Santos López conocieron a Raúl Castro. En La Habana fueron a un almuerzo en el centro recreativo Río Cristal en Boyeros, el coronel y Germán se sentaron a poca distancia de Fidel Castro Ruz, al que pudieron saludar y estrechar la mano. En las diferentes actividades que participaron también conocieron al futuro presidente chileno Salvador Allende, quien solicitó saludarlo.
Santos López falleció el miércoles 10 de febrero de 1965. Se veló en la funeraria Caballero, una de las mejores de La Habana. En la capilla había un rótulo que decía: “Coronel Sandinista José Santos López”. Las fuerzas armadas revolucionarias de Cuba le rindieron los más altos honores, los de comandante muerto en campaña.