María Haydée Flores Rivas ha sido antropóloga, maestra de generaciones, magistrada de la Corte Suprema de Justicia, entre otras muchas cosas. Pero uno de los momentos mejor guardados en su memoria fue un paseo que hizo con el Che Guevara una tarde de agosto de 1964 por el bosque de Chapultepec, México
Tania Sirias
Fotos Diana Nivia
La primera vez que María Haydée Flores Rivas miró al guerrillero este estaba tirado sobre un catre, con
el cuerpo cansado y una tos seca, sudando una fiebre que le quebrantaba los huesos. No era aquella
imagen del héroe latinoamericano que ya para ese tiempo se había construido, sino la de un desvalido. Su aire seductor había desaparecido en aquel cuarto, ubicado a un costado del Palacio de Gobierno en México.
“Su rostro era igual al que aparece en el póster, bien agraciado, pero su hombría era opacada por la peste del momento”, narra medio siglo después doña María Haydée.
Recuerda que una tarde de 1964 la doctora Concepción Palacios —a quien dice no le gustaba que le dijeran Conchita, “pues su nombre debía ser pronunciado con fuerza”— recibió a Ernesto “Che” Guevara en su casa de habitación.
La doctora Palacios era una vieja conocida del Che. El primer contacto que tuvieron fue en enero de
1959, cuando el Che la recibió en su oficina, junto al ex teniente Rafael Somarriba, únicos nicaragüenses que habían llegado a Cuba, relata el periodista Jesús Miguel (Chuno) Blandón, en su escrito El Che y la guerrilla nicaragüense.
Cinco años despues, la doctora Palacios recibió la visita de aquel guerrillero argentino, quien se había convertido en un ministro del Gobierno cubano.
No era una misión política sino más bien una visita de cortesía a la mujer que él quería como una madre. “El amaba a la doctora Palacios. Incluso en esos días ella le preguntó: ‘¿Por qué me querés tanto?, y él respondió, ‘porque usted me enseñó a querer a los pobres’”.
Maria Haydee cursaba el último semestre de la carrera de Antropología y era parte del grupo de jóvenes
que albergaba la doctora Palacios en la nación azteca. Refiere que luego de reponerse de su enfermedad, el Che pidió conocer el bosque de Chapultepec.
“Me imagino que al escuchar la conversación de los demás muchachos que siempre hablaban de lo
bonito del lugar, con sus calles empedradas, los parques, la laguna, hizo que le llamara la atención al Che Guevara”, cuenta María Haydée Flores Rivas.
Fue cuando la doctora Palacios dijo que “la mejor guia para realizar el recorrido es Maria Haydée
Flores, pues ella estudia en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, y la facultad reciente-
mente se ha trasladado al parque de Chapultepec”.
María Haydée Flores Rivas es una chinandegana que le ha tocado vivir “las duras y las maduras”, ya que a pesar de haber perdido a su madre a los nueve años y surgir del seno de una familia muy pobre, sus estudios la llevaron a países como Jerusalén, Moscú, Canadá y México. Dedicó su vida, principalmente al magisterio. También se desempeñó como magistrada de la Corte Suprema de Justicia,
pero renunció en 1990 con la llegada del gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.
En vida ha recibido homenaje por parte del Consejo Nacional de Universidades (CNU), recibió la Orden Mariano Fiallos Gil de parte de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León) y es Académica Honoraria de la Facultad de Ciencias Jurídicas de Nicaragua.

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Sentada en una silla de ruedas, de cabello cano, lentes gruesos y con un rosario en las manos recibe María Haydée Flores Rivas a las visitas. Su estado de salud es delicado, hay días que no se levanta de la cama, pero hoy amaneció más animada, comenta Karen Medina.
De aquel paseo con el Che Guevara ya han pasado 46 años, pero María Haydée lo conserva íntegramente en su memoria.
Para ella fue un día inolvidable, estar todo el día con un hombre carismático, y por sobre todas las cosas enigmático.
—¿Cuánto tiempo duró el recorrido?
—Estuvimos juntos casi un día entero. A él le encantó caminar sobre la famosa avenida de Chapultepec, recorrió el lago, visitamos la Escuela de Antropología y durante todo el recorrido histórico le hablé sobre la cultura azteca.
—¿De qué más hablaron?
—Hablamos de poesía —dice mientras se sumerge en sus remembranzas—. Íbamos caminando y él me preguntaba de Rubén Darío, que si en verdad era pobre, dónde había nacido y dónde está enterrado. Había momentos donde yo le recitaba poemas y otros donde él lo hacía. Sin duda alguna aquélla fue
una tarde de mucha poesía.
—¿Es cierto que el Che era un hombre galante?
—Pues era un hombre encantador y muy guapo —comenta entre risas doña María Haydee.
—¿Le dijo algún piropo durante el recorrido?
—Pues como todo varón, siempre tenía algo bonito que decirle a las mujeres, pero la mayor parte del
tiempo hablaba de política, de sus ideales, de América, y sobre todo de revoluciones. A veces lo sentia
como decepcionado y detrás de esa barba se escondía un hombre triste y solitario. Esa era la impresión que daba mientras caminábamos aquella tarde.
Luego de la visita al parque de Chapultepec, el Che estuvo sólo un par de días en la casa de la doctora Palacios. “Ella lo despidió con una cena”. Al día siguiente el Che Guevara salió muy tempranito, María Haydée se levantó para despedir al guerrillero, mientras su imagen se fue esfumando por la calle Moneda, en una fría mañana de México.
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Antes de partir de la nación azteca, María Haydée Flores tuvo la oportunidad de conocer al presidente de México, Adolfo López Mateo, ya que debido a sus excelentes notas, el profesor René Herrera, jefe de planificación del Gobierno, los presentó con el mandatario.
“Aún no terminábamos de trasladarnos al nuevo edificio de la Escuela de Antropologia e Historia
en el bosque de Chapultepec, así que algunas clases las recibíamos en el edificio de Mayorazgo de Guerrero, ubicado al costado del Palacio de Gobierno”, dice María Haydée Flores Rivas.
“Sólo nos cruzamos la calle y fuimos conducidos por nuestro maestro al despacho presidencial. Allí nos espera un hombre alto, vestido con un traje azul formal, bien oloroso y unas manos bien delicadas, ya que pudimos sentirlo al saludarlo”.
El 30 de noviembre de 1964, el presidente López Mateo depuso,su cargo por problemas de salud. “Ese
fue el presidente más querido de México, era muy popular y carismático”, comenta María Haydée
Flores. Agrega que durante su mandato se firmó el Pacto de Tlatelolco, que proponía la desnuclearización continental.
La última vez que lo vio fue cuando dio el discurso inaugural de la Escuela Nacional de Antropología,
en el bosque de Chapultepec.
“Me tocó dar las palabras de bienvenida, y durante la recepción el presidente de México se acercó para decirme que había dado un buen discurso. Que si dependía de mí, podía llegar a ser asesora presidencial en mi país. Lamentablemente no ocurre eso en Nicaragua, no importa la capacidad que tengamos lo profesionales, todo se mueve por política e intereses personales”, expresa María Haydée.
Adolfo López Mateo falleció cinco años después de aquel encuentro, el 22 de septiembre de 1969, por una enfermedad cerebral.
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En 1965, María Haydée regresa a Nicaragua, luego de recibirse de la carrera de Antropología, e inicia sus labores a la par del doctor Carlos Tünnermann Bernheim.
Fueron casi diez años que trabajó, recuerda el ex rector de 1a Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.
Explica que María Haydee, a como la llama por cariño, fue la primera directora del departamento de Bienestar Estudiantil en 1965, puesto que ocupó hasta 1974. También se desempeñó como maestra en la UNAN y logra además obtener una beca de seis meses en Jerusalén, donde aprende sobre cooperativismo.
El doctor Tünnermann refiere que durante su administración, Flores Rivas le propuso crear la primera unidad de salud, donde se le brindaba atención médica a los alumnos y trabajadores.
“También se crea el departamento de becas donde se asignaban los recursos a los alumnos, pero además se tenían que buscar fondos para mantenerlas, pues las universidades no recibíamos ni siquiera el 2% por Producto Interno Bruto (PIB) del país”, expresa el jurista.
Agrega que fue una acertada decisión colocar a la profesora María Haydée en ese puesto, ya que tenía una gran conciencia social y gozaba de la simpatía por los estudiantes.
“Pero ella fue más allá, pues me propuso que levantáramos en municipios pequeños de León las casas de salud y con la ayuda de los estudiantes del último año de Medicina y de la carrera de Odontología, se prestaron servicios médicos a 1a población más necesitada. Las primeras se fundaron en Momotombo y Quezalguaque”, expresa el ex rector de la UNAN.
Un alumno que la recuerda con mucho cariño es el economista Julio Francisco Báez. Afirma que esta catedrática jamás renunció a la terquedad por enseñar y becar a cuanto joven se le ponía al frente.
“Doy fe que una vez recibió una jugosa colaboración en efectivo de un benefactor, el cual ofreció entregarle personalmente. Me pidió que la acompañara a retirarlo, pero antes debía redactar un instrumento legal para que la recepción y posterior distribución de ese dinero quedase absolutamente
asegurada entre diez muchachos universitarios”.
Agrega que “precisamente en esos días a la profesora María Haydée Flores le aquejaba una dolorosa enfermedad, cuya atención exigía considerables sumas de dinero que nunca tuvo. Por eso, muchos de sus alumnos la recordamos y visitamos, pues forjó en nosotros el espíritu de superación y de entrega”, comenta Báez.
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Y es que la pasión por la docencia —comenta María Haydée- fue inspirada por su maestra Josefa Toledo de Aguerri, Mujer de las Américas 1950, título otorgado por las Naciones Unidas.
“Cuando doña Chepita Toledo fue condecorada por las Naciones Unidas, yo todavía era estudiante
normalista. Me llamó y me dijo que teníamos que poner un telegrama de agradecimiento urgente hacía la India, pues ellos habían avalado su postulación. Esa carta tenía que irse en barco antes de mediodía, así que me dictó y yo la escribí emocionada, pues sabía que eso sería parte de la historia de nuestro país, pero además un reconocimiento a los maestros”, expresa María Haydée, 60 años después.
Comenta que antes de trasladarse a Carazo, la escuela de señoritas de la Normal quedaba a una cuadra
del Palacio Nacional.
“La Normal de Managua era de dos plantas y en la parte de abajo se recibía a las visitas. Regularmente
llegaba a vernos el general Anastasio Somoza Debayle, quien se sentaba en primera fila con su uniforme de gala. Pese a todo lo que se leía y se escucha en esa época, él tenía un carácter muy simpático y muy alegre”, expresa la maestra Flores Rivas.
Narra que la única vez que las señoritas de la Normal le hicieron una huelga a doña Chepita de Aguerri fue en 1959, cuando el centro se trasladó a San Marcos, Carazo, y no aguantaban el maltrato de una maestra del internado.
Las jovencitas pasaron varios días sin recibir clases y la huelga iba tomando fuerza cada vez más.
Somoza mandó a llamar a cuatro representantes de las alumnas y un maestro, entre ésas iba la ya profesora María Haydée Flores Rivas.
“Somoza nos mandó a traer en un bus y fuimos recibidas en el jardín del Palacio Presidencial. Se
quedó en silencio por un momento y nos dijo: ‘Puedo permitir que se levanten los que quieran contra
cualquiera, pero nunca contra doña Chepita Toledo de Aguerri. Si yo la respeto, con más razón ustedes, así que la que no está de acuerdo que se vaya a su casa’”.
La profesora María Haydee afirma que Somoza fue el mediador entre los conflictos que tenían las internas en el centro, porque él estimaba mucho a la mujer de las Américas 1950.
Lo que no sabía Somoza es que doña Chepita Toledo de Aguerri escondió por un tiempo en la Normal al profesor Edelberto Torres Espinoza.
“El profesor Torres era un opositor abierto a Somoza, incluso se fue al exilio pues su vida peligraba en
Nicaragua. Doña Chepita Toledo lo encerró en uno de los cuartos y nos dijo que la primera que dijera
algo sobre la presencia del maestro se iba de la escuela. El tiempo que estuvo escondido, las alumnas de confianza se encargaban de llevarle su comida”, narra la profesora Flores Rivas.
Edelberto Torres Espinoza fue el biógrafo de Augusto C. Sandino y Rubén Darío. De 1938 a 1941
fue director del Consejo Técnico de Educación en Nicaragua, contribuyendo al establecimiento de
una educación laica y no dogmática, basada en principios liberales. Falleció en San José, Costa Rica, en
agosto de 1994, lugar donde residía desde su exilio en 1972.
La pasión de María Haydée fueron las aulas de clases. “Su vida ha sido el bendito magisterio. Aquella
chavala normalista de mediados del siglo XX jamás imaginó que la esperaba más de medio siglo forjando mentes y conciencias en la vida universitaria”, expresa su alumno, el economista Julio Francisco Báez. Otros alumnos que pasaron por sus manos son el ex presidente Arnoldo Alemán, las jueces Juana Méndez, Adela Cardoza y otros funcionarios públicos.
“Si mil veces naciera, mil veces sería maestra”, dice a sus 80 años.