Esta es la vida de un personaje que de niño tuvo una vida modesta, fue un estudiante mediocre, y hoy vive en mansiones, viaja en avión privado y contrata chefs franceses
Octavio Enríquez
Fotos de Germán Miranda y Orlando Valenzuela
En residencial Villa Real, en San José, Costa Rica, viven los más ricos de los ricos. Con un clima que se agradece —22 grados centígrados como máximo en enero- se disfruta de abundante vegetación, canchas de tenis, piscinas y una seguridad privada que no permite que nadie, ajeno al condominio, entre allí.
Lo único que se escucha desde la cima es el trinar de los pájaros y la vista es exquisita. Desde la cumbre se puede mirar el mar, dibujado entre montañas, nubes y las brumas de San José en este sitio que un folleto de la administración describe así: “Villa Real puede compararse con las mejores urbanizaciones del mundo, como lo son Beverly Hills, San Francisco, Acapulco y Vancouver, construidas entre montañas rocosas y tierra firme”.
Esa montaña está llena de mansiones cuyo precio en el mercado oscila entre 980 mil y tres millones
de dólares. Y allí, en aquella montaña rocosa inventada para el placer, está la casa de un nicaragüense.