Cuando ella era religiosa, él era ateo. Luego él se volvió religioso y ella atea. Él salió del Frente Sandinista decepcionado y ella entraba entusiasmada. Ella es proaborto, él antiaborto. Ella respalda a Biden, él a Trump. Son los hermanos Humberto y Gioconda Belli. Tan iguales, tan distintos. Ni ella votaría por él ni él por ella si uno o el otro fueran candidatos a presidente
Por Fabián Medina
En la casa de los Belli Pereira funcionaba un país imaginario. Lo diseñó Humberto, el mayor de los cinco hermanos, en febriles tardes escribiendo en un cuaderno de contabilidad, artículo por artículo, la Constitución Política que le otorgaba a él los poderes de dictador vitalicio. Gioconda, la hermana segunda, era la esposa del presidente, que así se le llamaba al dictador en la Constitución, porque ya sabemos que a las dictaduras, aunque sean de juguete, no les gusta que las traten como dictaduras.
“Nosotros éramos súbditos que le debíamos respeto y admiración. Humberto escribió la historia del país. Se llamaba Metrópolis. Tenía orografía. Todo lo que se hacía en la casa estaba regido por las leyes de ese país y hasta para prestarnos paquines se hacían contratos”, relata Gioconda, 60 años después, recordando el antiguo hogar y la adolescencia de su apasionado hermano: Humberto Belli.
Con el paso del tiempo, aquellos dos gobernantes infantiles se convertirían en personajes reconocidos del mundo intelectual nicaragüense. Gioconda, guerrillera sandinista, una famosa escritora, la nicaragüense más leída en el mundo, y Humberto, sociólogo, articulista, exministro de Educación, pero sobre todo polémico: un personaje digno de las novelas de su hermana.
“Algunos dicen que el apellido Belli viene de ‘belicoso’”, ironiza. Humberto Belli fue fascista, marxista, ateo consumado, hippie, budista, para finalmente terminar convertido en un fundamentalista religioso que ha militado en agrupaciones como Opus Dei y Ciudad de Dios.
Metrópolis entró en guerra. La vida de estos hermanos ha sido de desencuentro en la política y la religión. Cuando Humberto era comunista y ateo radical, Gioconda era devota católica. Luego, él se convirtió al catolicismo después de una epifanía que luego relataremos, y ella ya se ha había vuelto atea, o agnóstica como se reconoce hasta hoy. Humberto entró a través del marxismo al Frente Sandinista, y unos años más tarde salió decepcionado, mientras Gioconda entraba entusiasmada a la organización guerrillera que combatía Somoza.

Siendo sandinista, Gioconda se fue al exilio para proteger su libertad y su vida del somocismo, y regresó hasta el triunfo de la revolución. Al contrario, Humberto, con la revolución marchó al exilio y solo regresó con el triunfo de doña Violeta, cuando el sandinismo fue derrotado.
Esta es la historia de dos hermanos, tan iguales, tan distintos. En el fondo bien es el retrato de la sociedad nicaragüense: dividida desde la familia por la política y la religión. De tal forma que, al conocer su historia, teniendo de fondo ¡y en guerra! la república imaginaria que fundaron, unos podrán sentirse “humbertistas” y otros “giocondistas”. Metrópolis es, a fin de cuentas, la metáfora de los últimos 200 años de Nicaragua.
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Los Belli deben su apellido al lugar donde se asentaron sus ancestros: Biella, una pequeña localidad del piamontés italiano. Dos hermanos Belli, Carlos y Antonio, salieron de Italia a finales del siglo XIX para trabajar en la gran obra de ingeniería de esos tiempos, el Canal de Panamá, cuando todavía era un proyecto francés, que oficialmente quebraría el 4 de febrero de 1889. Buscando vida, Carlos se va para Perú y Antonio recala en Nicaragua, donde se casa con doña Carlota Chamorro Chamorro, hermana por parte de padre del general conservador Emiliano Chamorro, e hija de una prominente familia granadina.
“Se casó bien, pero vivió poco tiempo. Murió a los cuarenta y tantos años”, dice Gioconda de su bisabuelo. Del matrimonio con doña Carlota quedaron, sin embargo, los hijos de quienes desciende toda la familia Belli que existe hoy en Nicaragua, incluyendo, por supuesto a Pedro Belli, padre de Humberto, quien a su vez es el padre de los hermanos Humberto y Gioconda Belli. Aquí hay un secreto familiar que la escritora relata en su novela “Las fiebres de memoria”. El padre de los hermanos Belli fue hijo “natural” de Pedro Belli, pero no se lo dijeron. Él creció creyendo que su papá era su hermano, y su abuela, su madre.
“Doña Carlota no tuvo más remedio que confesarle la verdad. Le explicó el amorío de Pedro y Graciela, una muchacha de ‘buena familia’ de Matagalpa. Para evitar el escándalo de su embarazo, unas tías la ocultaron hasta que el niño nació. Después llamaron al joven padre y decidieron asumir la responsabilidad evadiéndola como era usual en esos tiempos. El niño fue inscrito como hijo de sus abuelos: Antonio y Carlota”, relata Gioconda en el prólogo de la novela.

Humberto Belli, padre, se casa con Gloria Pereira y tienen cinco hijos: Humberto, Gioconda, Eduardo, Lucía y Lavinia.
“Mi padre era una persona sumamente autoritaria. De la vieja escuela disciplinaria. Castigador”, relata Humberto. “Mi madre, por el contrario, era sumamente cercana y con una riqueza cultural extraordinaria. Fue uno de los deleites de la infancia oír sus conversaciones. Ella estudió su secundaria en Estados Unidos, en Filadelfia. Ese bachillerato parecía una maestría o un doctorado en cultura general”.
La otra gran figura influyente en los Belli Pereira fue el abuelo Pancho, don Francisco Pereira Baldizón, un leonés autodidacta, de formación enciclopédica, que les contestaba todas las preguntas y les orientaba la lectura. Tanto Gioconda como Humberto recuerdan por separado que la puerta a la lectura se las abrió el abuelo Pancho cuando les regaló unas novelas de Julio Verne.
Hasta ahí parecía una familia tradicional de la época, pese al país imaginario con que jugaban los niños, o la rara afición de Humberto por las marchas fúnebres, que ponía a todo volumen cuando los padres no estaban en casa, ni la precoz admiración al fascismo, las marchas militares y los caudillos. El hogar era políticamente conservador, antisomocista, sin que la política fuera determinante, y católico, sin que la religión fuese acentuada. Doña Gloria era una devota católica, que asistía a misa, mientras don Humberto se quedaba en el atrio de la iglesia hablando con otros hombres.
La tranquilidad con que llevaban la vida los Belli Pereira se alteró cuando Humberto, el mayor de los hermanos, comenzó a interesarse en el marxismo y se volvió radicalmente ateo para espanto de todos. “¡Ay Dios! ¡Qué le pasa a Humberto!”, se lamentaba doña Gloria.

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A través de un tío llegó el libro “El materialismo histórico” —del ruso F. V. Konstantinov— a las manos de Humberto Belli en las vacaciones del tercer año de secundaria. La vida le cambió de golpe. Hasta entonces había estudiado solo en colegios católicos, la primaria con los hermanos de La Salle, y la secundaria en el Colegio Centro América. En el bachillerato ya estaba en crisis. Comenzó a dudar de la existencia de Dios. Y con ese libro que cayó en sus manos esas vacaciones sintió que se le abrían las puertas al mundo que buscaba. “Por fin entendía la historia. Me fascinó el marxismo. Me volví ateo y marxista, cosa que duró bastante tiempo”.
Que fuera admirador de Miguel Primo de Rivera, fascista español, era una cosa, pero ¿comunista? “Mis padres lo tomaron con mucha preocupación. Para mi padre era una gran frustración porque quería que yo fuera un abogado o un empresario exitoso. Su obsesión era que yo tuviera éxito en la vida, económicamente. Era anticomunista, capitalista. Mi madre sufría mi marxismo, con cierta resignación intelectual, y secretamente oraba por mi conversión”.
El marxismo lo condujo, naturalmente, al Frente Sandinista, una organización guerrillera que para finales de los años 60 tenía muy pocos simpatizantes y sus miembros cargaban una limitada esperanza de vida, como consecuencia de la represión somocista. Estudiaba Derecho en la Universidad Centroamericana, y don Humberto, temiendo que su hijo quedara tiroteado como tantos otros guerrilleros, le exigió que se fuera a terminar los estudios a España.
“Me gustó la personalidad de los líderes fascistas y la capacidad de arrastrar a las masas, pero no me atraía mucho la parte intelectual y la racionalidad del fascismo. Lo que me gustaba era la parte exterior, la parafernalia, las marchas, los desfiles, era una cuestión bastante inmadura y emotiva. Ya con el marxismo fue distinto. Fue una conversión de tipo intelectual. Tenía el sentimiento de haber descubierto una ciencia que explicaba cómo funcionaba la sociedad. En España se profundizó el marxismo. Cuando uno es marxista busca amigos marxistas. La Universidad Complutense hervía de marxistas de sentimientos antifranquistas”, dice.
En España, para desconsuelo de su padre, Humberto Belli mantuvo sus simpatías y contactos con el Frente Sandinista, tanto así que dice haber llorado durante tres días por la muerte de su gran amigo Roberto Amaya, asesinado por la Guardia Nacional el 4 de noviembre de 1967 junto a otros tres militantes sandinistas —Casimiro Sotelo, Hugo Medina y Edmundo Pérez— en represalia por el asesinato del sargento Gonzalo Lacayo, crimen que en realidad ejecutó, con otros, el hoy dictador Daniel Ortega.
“Apenas regresé a Nicaragua me volví a vincular con el Frente Sandinista. Para el 69 o 70 me hice miembro oficial y comencé a cooperar. Clandestino, con alias, aislado y todo. Estuve en Nicaragua como un año, me casé y me fui a estudiar con una beca del Banco Central a la Universidad de Pensilvania. Ahí fue cuando se comenzaron a rajar mis convicciones marxistas”, relata.

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En Europa y siendo aún un marxista convencido, Humberto Belli quiso conocer un país socialista. Ver de cerca el paraíso prometido. Se fue a la Alemania oriental o socialista, oficialmente llamada República Democrática Alemana. Entró por Berlín, cruzó el famoso muro, vio las alambradas, los guardias atentos y poco amigables, y una vez montado en el metro quedó impactado por las caras de tristeza de quienes ahí viajaban. “Era como una película. Bien opresivo, y sacudía y contradecía mis convicciones ideológicas”, señala.
En Pensilvania, adonde llegó a estudiar una maestría en Sociología, un profesor también le hace tambalear sus convicciones marxistas. “Me llegó profundamente su clase de sicología social porque me cuestionaba la posibilidad de construir utopías en el mundo. El método científico me llevó a la convicción de que el marxismo no era una ciencia, sino una fe. Mis ideales de juventud, mis sueños de utopía y mi enamoramiento con el Frente Sandinista ya no tenían una base ideológica fuerte. Seguí con el Frente Sandinista, pero ya con mi convicción desquebrajada. Hubo un momento en que Tomás Borge me pidió que diera clases de marxismo en las células y sentí que ya no podía. Ya no era marxista de corazón”.
Sin marxismo, sin Dios y con lo inquieto que era, Humberto Belli cae en un vacío. Comienza nuevas búsquedas. Se hace hippie. También exploró el budismo, la meditación zen y la filosofía oriental. Para esos años, bien se le podía ver greñudo, con una camiseta de Mao Tse-Tung, fumando un porro de marihuana en una de esas concentraciones masivas de los hippies contra la guerra de Vietnam que se organizaban en Estados Unidos.
Para finales de 1974 o comienzos de 1975, abandona definitivamente el Frente Sandinista.
En 1977, con otro amigo hippie, decide recorrer el mundo, y estando en Río de Janeiro, Brasil, sufre una epifanía, parecida a la que, guardando la distancia, sufrió Pablo de Tarso cuando perseguía cristianos rumbo a Damasco. “Fue una experiencia bien fuerte. Sentí la presencia de Dios. El Señor me habló de una forma directa a través de las escrituras. Tuve una conversión, un giro de 180 grados. Entré en la renovación carismática y sentí por primera vez una alegría bien profunda y una gran paz. Nunca volví a sentir tanta alegría como esa vez. Comencé a sentir un nuevo amor por mis hijas y mi esposa. Llevé a mis dos hijas mayores a bautizarlas porque, como era ateo, no las había bautizado”.
Mientras Humberto dejaba el marxismo, al Frente Sandinista y volvía de manera radical al catolicismo, su hermana Gioconda marchaba, a su manera, en sentido contrario: abandonaba los espacios a donde su hermano regresaba e incursionaba en los que él abandonaba. Los partidos del país imaginario estaban definidos.
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Gioconda Belli tenía apenas 18 años cuando se casó la primera vez en 1967. La vida hasta entonces era la de una muchacha devota, “superreligiosa”, interesada pero no metida en la política y atraída por la literatura. Sentía, dice, mucho vacío por la vida que pasaba frente a ella. “Yo tenía una gran inquietud política porque miraba lo que pasaba en Nicaragua, porque mi familia era muy antisomocista y porque vivía a la par de doña Violeta y Pedro Joaquín Chamorro, en la Colonia Mántica se llamaba en se tiempo. Miraba como se llevaban preso a Pedro Joaquín”.
A los miembros del Frente Sandinista, donde ya andaba su hermano Humberto, los veía como “comunistas” y “gente peligrosa”.
A los 20 años comienza a trabajar en una agencia de publicidad y a relacionarse con pintores y poetas, bohemios que se habían organizado en el Grupo Praxis, ligado al Frente Sandinista, y empieza a ver a los sandinistas de diferente manera. Ya no eran los personajes de rostro lambrosiano que se imaginaba, sino esos amigos con los que se reunía en la cafetería La India, que bebían, chileaban, discutían y se enamoraban. En 1970 entra al Frente Sandinista, reclutada por Camilo Ortega, el menor de los hermanos Ortega Saavedra.
“Todo era superclandestino. Yo no le dije a Humberto ni a nadie. Los papeles que me daban los metía en el cielorraso de poroplast, en la casa de Altamira, y leía en el baño, porque estaba casada y mi marido no sabía. Él era muy indiferente políticamente”, dice.
Al mismo tiempo, comienza a alejarse de la figura de Dios. “Humberto pasa de ser ateo a ser bien religioso, yo, al contrario, paso de ser bien religiosa a ser atea. Además, tuve una experiencia horrible, cuando un cura me empezó a hacer preguntas sobre mi intimidad. Fue un antes y un después. Ya pensaba en el materialismo, la génesis de todo el pensamiento mágico de la religión, que la religión solo era una explicación primitiva de todos los fenómenos naturales que se había dado el ser humano para entenderlos. Jesucristo siempre me pareció un personaje admirable, pero un profeta, un revolucionario, pero no necesariamente un dios”.
Ahora dice que, más que atea, es agnóstica, porque cree en una inteligencia superior y hay cosas que no entiende. “No creo en el dios que cree Humberto, no creo en el dios juzgador, castigador. Yo creo que si hay un dios tiene que ser uno mucho más grande que todo lo que nos imaginamos, que no va a estar juzgándonos, que no nos va a llevar la cuenta día por día de los pecados que cometemos. Eso me parece una mirada tan pequeña, de ser humano limitado, que no vale la pena. No creo en el infierno, no creo en nada de eso”.
Dedicada de lleno “a la revolución”, Gioconda se va al exilio en 1975. Pasó unos meses en México, y luego en Costa Rica, y regresa a Nicaragua con la derrota a Somoza.

“Regresa vestida de verde olivo en julio de 1979. Ella con un enorme entusiasmo y yo con un enorme escepticismo y, más bien, temor”, relata Humberto. “Ahí comenzaron los primeros choques. Cuando yo le hacía críticas de la revolución o de Tomás Borge, ella se ponía bastante enojada, se levantaba y se iba. Se volvió imposible hablar de política”.
La antigua primera dama del país de mentira de la infancia, ahora era gobierno de verdad, y el expresidente, el dictador de Metrópolis, oposición.
Gioconda lo reconoce. “Estuvimos muy distanciados. Él tenía una posición muy contra la revolución, escribió libros, pasamos muchos años que no nos hablábamos. No nos hablamos porque no quisiéramos hablarnos, sino porque estábamos en campos distintos. Él se fue en ese tiempo. Si nos veíamos en una cosa familiar siempre peleábamos. La política nos distanciaba”.
Después de la llegada del sandinismo al poder, Humberto permaneció dos años en Nicaragua, trabajando como editor de Opinión del diario La Prensa. “Me fui al exilio, Estados Unidos, en mayo de 1982, una vez que impusieron la censura completa. Ya no había nada que escribir, todo nos lo censuraban. No tuve relación con Gioconda prácticamente durante ocho años”.
Humberto regresa a Nicaragua con el triunfo de doña Violeta en 1990 y la derrota del Frente Sandinista. Otra vez, en sentido contrario, Gioconda se va a vivir a Estados Unidos. Cambiaron los papeles: él era gobierno y ella oposición.

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El tema actual de desencuentros entre estos dos hermanos es, dice Gioconda, que Humberto apoya “radicalmente” al republicano Donald Trump, para reelegirse como presidente de Estados Unidos. Ella simpatiza con el demócrata Joe Biden.
“Yo no puedo entender como alguien que cree en la democracia puede apoyar a un hombre que está incitando a sus partidarios a votar dos veces, aunque sea ilegal, que es vulgar, irrespetuoso con las mujeres, que ha abusado de su poder, que ha aislado a Estados Unidos del resto del mundo, que ejerce un nepotismo flagrante, el más flagrante que se ha visto en la Casa Blanca en décadas”, dice Gioconda sobre Trump.
“Es cierto”, reconoce Humberto, “Trump tiene una forma de hablar grosera, es antipático, machista, no le cae bien a muchísima gente, pero creo que ha defendido bien los intereses de Estados Unidos en los aspectos comerciales, en los tratados. Yo tengo alergia a los demócratas. En el aspecto político me siento bastante cercano a republicanos y bastante alejado del Partido Demócrata”.
Sin embargo, afirma que son otras las mayores diferencias actuales con su hermana. “Ella sigue siendo, no sé si parcial o totalmente, atea, partidaria del aborto, liberal con respecto a la familia y yo soy conservador. Yo jamás apoyaría el matrimonio homosexual, jamás apoyaría el aborto”.
“Yo pienso que el aborto es la decisión más difícil que puede tomar una mujer”, explica Gioconda. “No es que yo estoy a favor del aborto, estoy a favor de que una mujer tenga derecho a decidir”. Dice que en política nicaragüense ya no están tan alejados. Los dos son oposición. Ambos quieren que se vayan Daniel Ortega y Rosario Murillo del poder.
“Yo me desilusioné mucho de la revolución desde la Piñata y luego por la toma del partido de parte de Daniel Ortega”, dice Gioconda. “Vivir en Estados Unidos me dio tiempo para formarme, para leer, para conocer mejor el mundo. Fui cambiando mis ideas sobre la utopía que había construido y fui estudiando cómo funcionaba la democracia. No abdiqué de mis aspiraciones de justicia social, de mi pensamiento de izquierda, pero comprendí que el mejor sistema sería el que lograra hacer la síntesis del socialismo y el capitalismo. Para mí ambos sistemas tienen propuestas válidas”.
“Políticamente nos acercamos después del triunfo de doña Violeta porque ella se sumó a la emigración de tantos sandinistas. Gioconda giró hacia el centro-derecha”, dice Humberto.
“Fui cambiando, dejando de ser radical”, explica Gioconda. “Si tengo que ponerme una etiqueta, yo diría que soy socialdemócrata. Un balance entre la democracia, la producción de riqueza y redes sociales (de protección en salud, educación y otros) fuertes para la gente”.
“Empezamos a tener más cosas en común con Humberto. Ya en abril de 2018 él y yo queríamos lo mismo. Pero todavía somos muy opuestos por el asunto de la religión. Yo creo que él es dogmático. Él, y mucha de la alta sociedad nicaragüense, se han refugiado en la religión de una forma bastante similar a como nosotros nos refugiamos en el partido en los años 80. Ellos dicen: Fuera de mi iglesia no hay salvación, para nosotros, y para mucha izquierda atrasada todavía, era fuera del partido o de la ortodoxia no hay salvación”, dice.
A pesar de las diferencias de casi toda la vida, ambos hermanos dicen quererse. “No le niego el cariño, como decimos en Nicaragua”, asegura Gioconda, para quien se verían más seguido de no ser por el carácter huraño de su hermano. “Es divertido, porque cuando tenemos una divergencia grande tendemos a separarnos. No nos vemos tanto, Humberto es bien reservado, yo a veces le reclamo porque es un hermano bastante distante. Me veo más con mis otros hermanos”.
“Nos queremos, nos juntamos, nos escribimos de vez en cuando. Tenemos una relación muy fraternal, yo diría entrañable”, dice por su parte Humberto.

Gioconda es una escritora mundialmente conocida. Humberto ha escrito varios libros, pero nunca una novela. No pierde las esperanzas. Dice sentir envidia de su hermana, porque él siempre quiso dedicarse a la escritura. “Yo le envidio su éxito literario porque yo cuando era chavalo quería ser escritor y mi padre me hizo la guerra contra esos afanes: te vas a morir de hambre, eso no sirve para nada, metete mejor a estudiar Derecho, y a ella, como era mujer, en ese tiempo no se le ponía tanta presión profesional, y tuvo libertad de dedicarse a las letras”.
Si Humberto Belli fuese presidente, dice, “jamás apoyaría el matrimonio homosexual, jamás apoyaría el aborto, trataría de inculcar en las escuelas valores cristianos, tendría mucha amistad con Estados Unidos y mano dura con las asonadas que hace Ortega como cuando estuvo en la oposición con doña Violeta”.
“Yo reconozco el derecho de mi hermano a pensar como mejor le parezca”, dice Gioconda. “Claro que estar en campos tan opuestos dificulta la conversación, pero no voy a renegar de él. Piense lo que piense, él lucha por lo que cree, igual que yo lucho por lo que creo. Pero en su vida personal Humberto es un buen padre, un buen marido, una persona que quiere a Nicaragua, pero no me gustaría verlo de presidente, porque tiene ese dogmatismo tan fuerte en términos religiosos”.
¿Y Humberto votaría por Gioconda? “Mientras mantenga sus ideas sobre el aborto y sobre la familia, de ninguna forma”, responde rotundo. Metrópolis sigue en guerra.
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Así piensan de estos personajes
Fidel Castro
Gioconda: “Cuando se muere Fidel Castro me parecía muy vulgar no darle su lugar en la historia. Dije que era un hombre excepcional. Yo admiré a Fidel en mi juventud, no lo voy a negar, pero después lo vi como una persona que nunca supo cuándo irse”.
Humberto: “Es un tirano que arruinó Cuba y debería ser aborrecido en lugar de hacerle un romance como han hecho tantos escritores, incluyendo mi hermana, para quien la muerte de Fidel Castro fue una gran pérdida para la humanidad. Un hombre nefasto”.
Che Guevara
Gioconda: “¡Ay, el Che era bien guapo! Tenía unas historias tremendas, unas citas fantásticas. Pero usaba a las mujeres como cocineras y correos en la guerrilla y en mi novela La mujer habitada critico al Che. No fui de las adeptas al Che Guevara, más que porque era un hombre bello, entregado a la causa”.
Humberto: “Yo tenía un póster del Che Guevara en mi apartamento, igual que tenía de Carlos Marx, pero ya me di cuenta de que es un asesino. Tuvo frases tremendas como aquella que dice que un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar”.
Daniel Ortega
Gioconda: “Nunca admiré a Daniel Ortega. Jamás. Tengo ese orgullo. Ni a Daniel ni a Humberto Ortega. Yo me salí de los terceristas por la inescrupulosidad de Humberto y Daniel, más de Humberto, porque yo trabajé más con Humberto, y me fui a trabajar a la GPP (otra tendencia sandinista)”.
Humberto: “Al comienzo, cuando éramos miembros del Frente Sandinista tuve simpatía por Daniel Ortega, pero una vez que llegó al poder en 1979 no tuve más ninguna simpatía por él”.
Joe Biden
Gioconda: “¡Biden me encanta! Me parece una persona auténtica. Es un político, no es perfecto, pero me parece que tiene una gran empatía, es un hombre decente, que tiene una ética personal admirable”.
Humberto: “La actual fórmula demócrata sería muy perjudicial para Estados Unidos. Son partidarios del Estado intervencionista, tienen una profunda hostilidad hacia las creencias religiosas, aunque no lo digan expresamente, son partidarios de expandir el aborto, que para mí es una abominación, un crimen de lesa humanidad. Eso los descalifica moralmente ante mis ojos”.
Donald Trump
Gioconda: “Es vulgar, irrespetuoso con las mujeres, ha abusado de su poder, ha aislado a Estados Unidos del resto del mundo y ejerce un nepotismo flagrante, el más flagrante que se ha visto en la Casa Blanca en décadas”.
Humberto: “Trump tiene una forma de hablar grosera, es antipático, machista, no le cae bien a muchísima gente, pero creo que ha defendido bien los intereses de Estados Unidos en los aspectos comerciales, en los tratados”.