El fascismo italiano de Benito Mussolini tuvo sus fanáticos en Nicaragua. Querían un solo partido, acabar con las votaciones populares y el caudillo que escogieron para que gobernara con poder militar absoluto era Anastasio Somoza García
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Un joven delgado y narigudo se paró al frente de la multitud congregada ese día, 20 de noviembre de 1934, en la Plaza Santo Domingo de la vieja Managua. Más de dos mil personas, calculó LA PRENSA en su cobertura de la actividad. Todos los oradores repetían la frase “el general Anastasio Somoza García” en cada idea que exponían y el narigudo de turno no fue la excepción en los elogios al militar. Quien hablaba era el poeta Luis Alberto Cabrales y esa oratoria encendida servía como una especie de eco en Nicaragua al fascismo que se expandía vigoroso desde Italia de la mano de Benito Mussolini.
Los fascistas nicaragüenses encontraron en Somoza García el Mussolini que buscaban. Por ello no es extraño que aquel grupo de la vieja Plaza Santo Domingo se llamara “Grupo Renovador Intelectual Somocista de León y Chinandega”, y estaban en ese mitin en apoyo a Somoza García como líder y candidato a la Presidencia por el liberalismo.
Tras el retiro de las tropas estadounidenses del país en enero de 1933, Anastasio Somoza García fue nombrado jefe de la Guardia Nacional y bajo su cargo ordenó en febrero de 1934 el asesinato del general Augusto C. Sandino, un año después de que su Ejército Defensor de la Soberanía Nacional se considerara victorioso tras seis años de lucha antintervencionista. En un paso más de su carrera política Somoza se instalaba como líder militar de mano dura.
“Es más fácil la conquista del jefe, propuesto por nosotros, que la conquista de las masas propuesta por los políticos democráticos”, decía el grupo Reaccionarios de Granada en un manifiesto público que hicieron circular, citado en el libro Historia de la Guardia Nacional, de Nicolás López Maltez. Estaban convencidos de haber encontrado la solución para instaurar el orden en el país históricamente dividido entre liberales y conservadores, desangrado por conflictos civiles y la reciente guerra contra la ocupación estadounidense liderada por Sandino.
“Apoyamos al Gral. Anastasio Somoza, entre otras razones, para que pueda perpetuarse en el poder”, rezaba el documento publicado en febrero de 1935. “Hemos creído siempre que no le corresponde al pueblo la escogencia de su candidato, ya que deja al elegido continuamente sujeto al elector, sobre todo si la elección es periódica como en el régimen que sufrimos. La única candidatura de que hasta hoy se ha hablado de una manera digna de tomarse en cuenta es la del General Anastasio Somoza, jefe del ejército”. Firmaban la declaración “Los reaccionarios de Granada”, entre los que se encontraban nombres tan connotados como José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra Cardenal, Diego Manuel Chamorro, Octavio Rocha, Armando Castillo, Luis Downing y Joaquín Zabala Urtecho.
Eran nacionalistas, jóvenes decepcionados con la política tradicional e idealistas, dice el periodista Luis Sánchez Sancho. Estaban marcados por el contexto geopolítico, el fascismo italiano y el nacionalismo nazi, advierte Bayardo Cuadra, historiador. Pero para Nicolás López Maltez, periodista e historiador, fue también producto del “esnobismo”, las modas burguesas y una característica propia de la política nicaragüense: “El político nicaragüense nunca es real ni verdadero. Ni es verdaderamente católico, ni evangélico, ni liberal, ni conservador. El mismo Somoza tuvo ideas comunistas, luego fascistas y al final fue el ahijado del capitalismo norteamericano”.
En este capítulo de la historia el grupo intelectual de la época, jóvenes, poetas y periodistas, se había declarado somocistas. Años más tarde, uno a uno guardaría silencio, se avergonzaría o renegaría de aquellos años en los que vieron en Somoza al líder perpetuo de una nación en la que idealizaron un fascismo criollo.

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Era 1933 y el mundo estaba sumido en una ruina socioeconómica producto de la Gran Depresión de la década. Estados Unidos era un país desquebrajado por la crisis y Franklin Delano Roosevelt se estrenaba como su presidente.
Su Administración se propuso entonces dar nuevos aires a las relaciones internacionales con la llamada “política de la buena vecindad” o “política del buen vecino”. Todo era parte de los tratados en las Conferencias Panamericanas para evitar conflictos menores en la región, como recogen los informes de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México sobre las Conferencias Internacionales Americanas.
Dentro de las propuestas de Roosevelt estaba el retiro de las tropas estadounidenses que ocupaban países de la Cuenca Caribe como República Dominicana, México, Panamá y Nicaragua, donde el ejército de Sandino los había combatido y logrado su retirada a inicios de ese año.
Mientras tanto, al otro lado del mundo, Adolf Hitler se instalaba en el poder liderando el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán que transformaría a Alemania en un estado fascista de régimen totalitario que serviría como ejemplo mundial de poder, orden y expansionismo europeo.
Según Bayardo Cuadra, esa imagen de poder creciente, de orden militar, de solidez política atrajo a los intelectuales de la época que buscaban un cambio radical en la política tradicional. “Durante toda la década de los 30 Alemania aumentó su influencia en todos los aspectos: político, económico, social. Había gente aquí que los admiraba y los respetaba, gente que ponía banderas alemanas en sus negocios y sacaba altavoces con canciones alemanas, el fascismo no se veía mal entonces”, recuerda.
Fue Benito Mussolini quien despertó esa revolución de pensamiento y poder político en 1921. Aquel italiano provinciano hijo de un herrero socialista y de una estricta maestra, bautizado Benito en honor al reformista y expresidente de México, Benito Juárez, que huyó del servicio militar obligatorio en Italia y años después volvió para ser parte del cuerpo castrense y empezar desde ahí su propia revolución, fue el padre del fascismo.
Proponía un Estado de partido único totalitario, militarizado, dirigido por un líder fuerte y autoritario que impusiera orden, estabilidad y unidad nacional. Poder político y militar que contemplaba la violencia como una herramienta para conservar el control social y económico.
“Era la antítesis del comunismo y el anarquismo que en ese contexto seguían siendo demonios en la política mundial. Nicaragua era conservadora aún en el círculo liberal, todo se movía por simpatías ideológicas y la fobia por el comunismo hizo que estos jóvenes se inclinaran hacia el fascismo. El mismo Somoza simpatizó con Mussolini”, apunta Cuadra.
El 28 de marzo de 1921 el fascismo daría muestra de la fuerza de su músculo popular. Mussolini desfiló en la capital italiana junto a un nutrido grupo de jóvenes enfundados con camisas negras como muestra de luto en el funeral de las víctimas del atentado terrorista de un grupo anarquista. Desde ese día los Camisas Negras se convirtieron en el ejército oficial del Partido Nacional Fascista que fundaría ese mismo año.
El negro luto de sus camisas se convirtió pronto en sinónimo de fuerzas de choque, violencia y actos vandálicos a través de las llamadas “escuadras de acción” que realizaban levantamientos y ataques callejeros a los rivales políticos. Luego se transformaron en demoledores ejércitos de hormigas negras que arrasaban lo que estorbara en el avance del fascismo italiano.
Los Camisas Negras eran el estandarte del fascismo en las calles. Debutaron con su líder encabezando aquella marcha de luto que se interpretó también como una advertencia contra los anarquistas y comunistas. Luego Mussolini los veía desde lo alto de las tribunas donde lanzaba sus discursos fascistas. Desfilaban ante su máximo líder, a quien saludaban con el brazo derecho alzado, palma de la mano abierta, para luego regarse en las calles a imponer su nuevo orden a punta de palo y plomo.
“Eso le encantaba a Somoza, todas las muestras de poder absoluto, que le rindieran pleitesía, tener el control de la fuerza militar y que sus órdenes fueran indiscutibles”, expone el historiador Nicolás López Maltez. “Somoza sintió gran admiración por Mussolini y tuvieron cierto contacto, prueba de ello la anécdota de la tanqueta que le obsequió Mussolini ya cuando Somoza era presidente. Él tomó lo que quiso del fascismo, de ahí sacó la idea de mandar a construir la Tribuna Monumental, porque él quería ser como Mussolini y Hitler, ver pasar a sus tropas y a las multitudes desfilando frente a él”, cuenta López Maltez. La tanqueta que regaló Mussolini estuvo abandonada durante años en un patio del mercado Roberto Huembes hasta que el Ejército la removió para ponerla en exhibición en el parque Loma de Tiscapa.

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Entre el gentío que vitoreaba a Anastasio Somoza García, recién proclamado candidato absoluto a la Presidencia por el partido liberal, había varios uniformados con camisas azules. Somoza agradeció y aprovechó para aclarar que “en el Gobierno, salvo pocas excepciones, hay enemigos de la Guardia Nacional y mi persona, yo considero a la Guardia Nacional como una necesidad para mantener la paz, y las armas en poder del ejército no serán para imponer a nadie, sino para hacer respetar la voluntad del pueblo”, cita el libro Historia de la Guardia Nacional, de Nicolás López Maltez. La gente estaba eufórica ante el que veían como futuro presidente vitalicio.
Para el 25 de abril de 1936 el grupo de los Camisas Azules ya era bastante conocido porque desde hacía un par de años organizaban marchas y mitines en honor al general Somoza García. Convocaban incluso a marchas contra judíos, a los que calificaban de usureros, de hacer tráfico de influencia y por intentar negocios ilícitos.
El 27 de mayo una centena de Camisas Azules marchó por la capital entonando himnos marciales que hacían alusión al fascismo. La procesión llegó hasta la tipografía El Nuevo Tiempo, donde se imprimía el diario El Pueblo, dirigido por el periodista Alfredo García, liberal y enemigo político de Somoza. Desde sus páginas le criticaba duramente en cada edición.
Al mejor estilo de los Camisas Negras, se convirtieron en una marabunta furiosa que rompió puertas, quebró ventanas y se tomaron la tipografía. Destruyeron la maquinaria, lanzaron cuanto pudieron a la calle y llenaron de alquitrán los equipos hasta dejarlos inutilizables, detalló La Prensa al día siguiente. Cuando acabaron de destruir el lugar, formaron filas y volvieron por donde llegaron, cantando sus himnos a todo pulmón. La Guardia Nacional llegó dos horas más tarde, revisó, interrogó y se retiró. No hubo mayor investigación, ni inculpados ni arrestos. Esos ataques se repitieron en tipografías y periódicos en Managua y Granada, pero también en oficinas y eran las fuerzas de choque en todo evento que atentara contra su líder.
Luis Alberto Cabrales es el nombre que se repite en las noticias, pronunciamientos y libros como el cabecilla de los Camisas Azules. Era él quien convocaba, quien dirigía marchas, el que redactaba y firmaba manifiestos públicos. De vez en cuando aparecían otros nombres como Jacinto Suárez Cruz, Porfirio Pérez, Diego Manuel Sequeira, Constantino Lacayo Fiallos, Adolfo Fonseca y Edgar Prado.
Noticias, libros e historiadores coinciden en que los Camisas Azules —prenda que combinaban casi siempre con pantalones blancos y boinas negras— eran protegidos por la Guardia Nacional, bajo las órdenes de Somoza, y que eventualmente recibieron algún tipo de entrenamiento e incluso armamento para algunas misiones, como la que les encomendaría días después.
El viernes 29 de mayo de 1936 Somoza abordó un tren especial rumbo a León, con soldados y oficiales de la Guardia Nacional, más un contingente de Camisas Azules para controlar amotinamientos de sus detractores que respaldaban al aún presidente Juan Bautista Sacasa. Paralelo a eso en otros departamentos se organizaron asonadas, amotinamientos y piquetes de violencia callejera de los Camisas Azules para imponer “el orden”.
En Managua la Guardia ocupó edificios públicos, intervino telégrafos, teléfonos y todo medio de comunicación, dejando aislada la capital, sobre todo la Casa Presidencial, desde donde el presidente Sacasa no tenía información de la rebelión que ocurría afuera. Golpe de Estado.
“Los Camisas Azules eran los somocistas revoltosos, salían a las calles, cerraban periódicos, hasta ametrallaron la Casa Presidencial con el presidente Juan Bautista Sacasa adentro, durante el golpe de Estado. Siempre operaron a la par de la Guardia”, explica López Maltez.
Eran radicales y violentos pero, según Nicolás López Maltez, en su madurez fueron laureados como poetas, jurisconsultos, intelectuales, profesionales, comerciantes y más tarde se dividieron entre somocistas y antisomocistas, según la evolución de su relación con el poder.
Su espíritu incendiario eventualmente se volvió un problema para Somoza, quien públicamente condenaba los actos vandálicos como los ataques a periódicos e incluso hizo un llamado público a que se desintegraran porque él había acabado su campaña, pero estos se resistieron y respondieron con otro comunicado también en La Prensa.
“Me cabe declarar, en nombre del grupo, la compañía a que él atiende (Somoza), lejos de cerrarse apenas iniciaba, y que no concluirá mientras no hayamos liquidado completamente todo el actual orden reinante en Nicaragua”, dice la nota aclaratoria. “El movimiento de Camisas Azules es permanente y a él hemos consagrado sus iniciadores nuestras vidas. Nuestro jefe supremo General Somoza está compenetrado de ello y lejos de aconsejar la disolución del grupo, aconseja su engrandecimiento”. La nota la firma Jacinto Suárez Cruz, como secretario general de los Camisas Azules.
La consolidación del poder de Somoza, los desengaños políticos y el tiempo hicieron que se disolvieran solos tras el triunfo de su líder. Luis Alberto Cabrales sería el único que, según la biografía disponible del poeta vanguardista, se mantuvo firme hasta su muerte con la bandera del fascismo y nunca renegó de su pasado incendiario. El mismo flaco narigudo que aquel noviembre del 34 proclamara líder al general Anastasio Somoza García.

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El 1 de agosto de 1938. San Carlos. “No siendo liberal sino conservador de ideas, pero enemigo del partidarismo e independiente de sus disciplinas, soy partidario de que el General Somoza se perpetúe en el poder y bendigo la oportunidad de una constituyente que podría prestarse, si somos razonables y valientes, para dejar establecida esa perpetuidad de la jefatura nacional que deseaba Bolívar”, reza parte de la carta que José Coronel Urtecho le envió hasta México al general Emiliano Chamorro, quien desde la capital mexicana criticaba y alertaba sobre las intenciones de reformar la Constitución para garantizar la reelección de Somoza, quien había asumido oficialmente la Presidencia en enero de 1937.
Urtecho cuestiona a Chamorro por oponerse y se sostiene en el “principio Bolivariano de la Jefatura Nacional vitalicia”, y se dice respaldado por un grupo de jóvenes intelectuales que forman la extrema derecha del país, el grupo del nacionalismo integral llamado Reaccionario, “mentalmente muy vigoroso pero esencialmente minoritario”, anota.
Y en la misiva da su propia versión del golpe de Estado perpetrado por Somoza. “Los Sacasa cayeron por un movimiento pacífico del país que no supieron dominar ni con fuerzas ni con habilidad. Una fortaleza del Ejército se declaró rebelde. El jefe del Ejército la sometió sin derramamiento de sangre. Sacasa abdicó a pesar de que el general Somoza manifestó el deseo de verlo terminar su período. No hubo golpe de Estado. Todo marchó en las líneas de la ley. Pero la Paz quedó afianzada en el país. Por eso usted, que no quiere la paz, abandonó su patria para buscar apoyo bélico en el extranjero”, acusa a Chamorro.
José Coronel Urtecho se mantuvo en las filas del somocismo, fue nombrado diputado del partido liberal, cargo que también ocupó Pablo Antonio Cuadra por el Partido Conservador. Urtecho fue parte del cuerpo diplomático y posteriormente ministro de Educación, pero en 1959 abandonó la política y se dedicó a la reflexión y la escritura. Más tarde se interesaría por el movimiento del Frente Sandinista de Liberación Nacional, a quien apoyaría con ideas y al que respaldaría tras el triunfo de la revolución.
Pero mientras ocurrían estos desencantos y divorcios entre los intelectuales y el somocismo, en Nicaragua se instauraba la dictadura, con el respaldo total de los Estados Unidos y la fidelidad jurada por Somoza, a quien le sucedió en la Presidencia su hijo Luis en 1956 y Anastasio, Tachito, dirigiendo la Guardia Nacional.
Fue tal el padrinazgo norteamericano con Anastasio Somoza García que para congraciarse con ellos el 11 de diciembre de 1941 este pequeño país en el ombligo de América le declaró la guerra a la Alemania nazi de Adolf Hitler. También le declaró la guerra a Japón antes que Estados Unidos, luego del ataque a Pearl Harbor. Una broma popular dice que al enterarse, Hitler buscó en el mapa mundi dónde estaba Nicaragua y que en ese mismo instante una mosca se posó sobre el pequeño trapezoide y el Führer no nos vio. Una mosca nos salvó del bombardeo de una de las potencias del Eje.
Los que sí padecieron la declaratoria fueron los alemanes que residían en el país. Somoza desató una cacería de brujas contra alemanes, italianos y japoneses. Decretó Ley Marcial, suspendió sus derechos civiles, confiscó y se apropió de casas, empresas, terrenos de alemanes en Nicaragua, la mayoría grandes haciendas de café, que pasaron a formar parte de su gran fortuna.
López Maltez se refiere a Somoza como todo un fenómeno político. Menciona que introdujo toques de comunismo a Nicaragua cuando trajo a intelectuales comunistas derrotados de la Guerra Civil Española y los puso de profesores en la Escuela Normal, “donde estudiaron los que eran de izquierda”, puntualiza, agregando que instauró el Código del Trabajo y abrió la Casa del Obrero.
“Somoza tenía arranques de fascista, pero era moda política, más que todo por conveniencia. Él quería poder, verse rodeado de tropas, ser el líder absoluto y lo fue, porque él quería y lo quisieron”, apunta López Maltez.

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“Queremos un dictador para lograr luego un hijo dictador y luego otro hijo dictador”, escribiría Pablo Antonio Cuadra en una carta que envió a un líder monárquico español con el que tenía cercanía, según el periodista Luis Sánchez Sancho. “Creían que Nicaragua necesitaba si no un rey por lo menos un hombre fuerte, un dictador para avanzar hacia su mejor destino. De manera que cuando el general Somoza García se perfiló como un caudillo y dictador, después que mandó a matar a Sandino, lo asumieron como líder”, explica el periodista.
“Fue una de las tentaciones de nuestra generación”, reconoció Pablo Antonio Cuadra en 1999, durante una entrevista incluida en el libro Secretos de Confesión, de Fabián Medina.
“Nosotros realmente no éramos fascistas. El único que era fascista realmente era Luis Alberto Cabrales, que fundó los Camisas Azules. Quiso fundarla conmigo también, pero yo nunca fui ‘camisa azul’, ni Coronel tampoco. (...) Veníamos pensando en un gobierno donde el gobernante estuviera rodeado de sus asesores. ¿Cómo elegir esos asesores? Una de las tareas que le llegó a nuestro tiempo era renovar el mundo. Bastante pretencioso, ¿no? Pero en eso caímos todos”, expuso Pablo Antonio en la entrevista.
Condenaron la intervención militar de los Estados Unidos e inicialmente respaldaron la lucha de Sandino, pero él era parte de la política tradicional a la que culpaban de las desgracias nacionales, eran admiradores de la monarquía española y el fascismo italiano, además que sentían la fascinación por el poder alemán. En un mundo dividido entre el comunismo y el fascismo, creyeron que su ímpetu juvenil, la utopía de cambiar el mundo y las simpatías momentáneas con Somoza eran signo real de que podrían influir en el hombre de poder que gobernaría el país y lo heredaría a sus hijos.
“Vimos que Somoza acogía nuestras ideas. Coronel dijo: ‘Es más fácil conquistar a un hombre que conquistar a todo un pueblo’, y conquistando a Somoza, podemos hacer que nuestras ideas se impongan. Pero un mes después que habíamos caído, que nos habíamos resbalado en esa tentación, Somoza me echó preso por pegar papeletas sandinistas. Y con eso me vacunó”, confesó al periodista Fabián Medina.
El argumento no convence del todo al periodista e historiador Nicolás López Maltez, quien considera que más que convicción aquellos jóvenes siguieron las corrientes de pensamiento de la época: “Esnobismo, moda, porque ellos eran intelectuales de la élite y tras vanguardia poética quisieron meterse también en política. En la política nica las cosas son por conveniencia, apoyaron a Somoza y él los premió, se dan cuenta que no pueden controlarlo, se cambian de bando”, sentencia.
Pablo Antonio Cuadra expuso sus razones y reconoció sus contradicciones políticas públicamente. “Es de esas cosas que hacemos los muchachos y que no te das cuenta. Claro que inmediatamente empezamos a rectificar, por lo menos yo, con casi todos los demás vanguardistas empezamos a reaccionar contra Somoza. El único que quedó con él fue José Coronel Urtecho, a quien nombró ministro de Educación. Somoza era tan sinvergüenza que a mí me dijo: ‘Si yo también soy sandinista’”, contó en la entrevista de 1999.
Bayardo Cuadra conoció a José Coronel Urtecho ya en sus años de retiro de la política. “Cuando le preguntaban de sus años de fascista y somocista, él se callaba, agachaba la cabeza, se sentía avergonzado. Quienes fueron sus cercanos dicen que sufría por eso”, comenta Cuadra y señala que ese plegamiento de la intelectualidad ante un líder se repite en los 80, “intelectuales que siguen a caudillos, supongo que en algún momento les debe dar un poco de vergüenza”.

Negras, pardas, azules
- Los Camisas Negras italianos desfilaron por primera vez el 28 de marzo de 1921 encabezados por Benito Mussolini, vistiendo de negro luto en el funeral de las víctimas de un atentado anarquista en un teatro de la capital. Las camisas negras fueron el distintivo de los grupos de choque del fascismo y, junto a la boina y las botas negras altas, pasaron a ser el uniforme oficial de la Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional (MVSN) que acompañó a Mussolini hasta su disolución en 1943.
- Se cree que la distinción de su vestimenta pudo estar inspirada en los Camisas Rojas, un movimiento civil voluntario que acompañó al líder italiano Giusepe Garibaldi en su cruzada por la Unificación de Italia a finales de la década de 1850. No tenían para uniformes y eligieron el color como distintivo.
- Los Camisas Pardas eran los miembros de la Sturmabteilung o “SA”, una organización tipo milicia del partido nacionalsocialista alemán, conocidos también como “Sección de Asalto”. Su uniforme de camisas pardas los distinguía de las “SS” o SchutzStaffel, las escuadrillas de defensa nazi, con las que se fusionaron en 1934.
- Los primeros Camisas Azules fueron los militantes del partido Falange Española fundado en 1933 por José Antonio Primo de Rivera, hijo del dictador Miguel Primo de Rivera. Pero el color se convirtió posteriormente en el distintivo de otros grupos políticos de índole fascista en Reino Unido, Irlanda o Portugal. Los Camisas Azules somocistas fueron la versión tropical de los Camisas Negras de Mussolini.
- El Movimiento de Integralismo Brasileño nació en 1932, también por inspiración fascista, y ellos eligieron el verde como distintivo de su organización paramilitar. La Acción Revolucionaria Mexicanista fue el nombre oficial de los Camisas Doradas, el grupo fascista y antisemita mexicano que operó desde 1933 hasta 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial.
- Hasta Estados Unidos tuvo su propia versión de grupos fascistas: La Legión de Plata o los Camisas Plateadas. Fueron fundados en 1933 por William Dudley Pelley y en las camisas llevaban una L escarlata. Hay registro de que fueron hasta 15 mil miembros, pero luego del ataque de Pearl Harbor el grupo colapsó.
Nazis en Nicaragua
Sí. En Nicaragua, hubo simpatizantes del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y sus miembros realizaron propaganda nazi-fascista en la década de los 30.
Hace ocho años Magazine tuvo acceso a parte del Archivo Político del Ministerio de Exterior de Alemania y los archivos federales de Berlín y Coblenza, donde se devela parte de la historia de los nazis en Nicaragua.
Entre los documentos se encontraban los registros de alemanes residentes en el país que se afiliaron de manera oficial al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán. Emma Veit, alemana radicada en León, simpatizó desde junio de 1930 con los nacional-socialistas, su número de afiliación era el 250743. Su esposo Fritz ingresó un año después con el número 550325. Son en registro los primeros nazis en el país.
Hugo Danker, cónsul del Tercer Reich, el ingeniero Rolf Bunge y el secretario de la delegación alemana Harry Eckner están inscritos en el NSDAP en 1933.
Eddy Kühl, historiador matagalpino de ascendencia alemana, contó que a partir de 1934 funcionaba también la Escuela Alemana en Managua, dirigida por maestros enviados por el gobierno nazi como Hans Kunze y la señorita Fricke, señalados por los medios locales de difundir propaganda nazi entre sus alumnos. Hubo incluso un programa de radio para Latinoamérica patrocinado por Berlín que se sintonizaba en el país.
“Al declarar la guerra a Alemania el gobierno de Somoza confiscó el Club Alemán y la Escuela Alemana, que abrió hasta 1961, año en que el gobierno federal alemán envió al profesor Henning Graf”, dijo Kühl.
En enero de 1935 el diario La Noticia titula “La simpatía germano-nicaragüense” y detalla la recepción de más de 600 personas, encabezadas por el presidente Juan Bautista Sacasa, para recibir al enviado especial alemán.
Cuando Hugo Danker fue nombrado cónsul, hubo una recepción especial en el Club Alemán, con 250 alemanes. En sus reportes a Berlín él enumeró que había 28 firmas alemanas en el país, distribuidas en Managua, Estelí, Granada, León y Jinotega. Las relaciones comerciales bilaterales entre Nicaragua y Alemania pasaron del diez por ciento en 1932 al 31 por ciento en 1937.
Según un reporte del FBI, para 1942 en Nicaragua había 212 alemanes e italianos. Correspondencia consular mencionaba que Nicaragua era “sitio de apoyo” al Tercer Reich y que había unos 25 miembros afiliados al partido, aunque mencionaban que la simpatía iba en aumento.
En las listas de miembros del partido, en poder de la armada de Estados Unidos, nombraban como líderes de la organización a los comerciantes Carl Beyer, Fritz Veit, Rolf Bunge, Harry Eckner y el mismo Danckers.
En una carta del primer secretario de la delegación de EE. UU., John Muccio, citada por el historiador Andrew Crawler, Anastasio Somoza García habría puesto una foto de Hitler en su despacho cuando los nazis invadieron Francia, pero la cambió por la del presidente Franklin Delano Roosevelt al iniciar su resistencia en París.
*Los nazis y Nicaragua, reportaje, Magazine Edición 131.