Para los amigos: héroes. Para el adversario: traidores. Distintos nombres: infiltrados, soplones, doble agentes. Una ríspida misión: engañar para derrotar al oponente. Ellos fueron la personificación de la mentira
Por Anagilmara Vílchez y Arlen Cerda
Esposado de pies y manos en un catre sin colchón estaba el supuesto traidor. “Voy a pegarle una cachimbeada a este hijo de p...”, gritó Tomás Borge a Edén Pastora, al llegar al sitio en el que tenían al hombre que la Guardia les infiltró.
Una vez frente a él, Borge lo miró, le tocó la cabeza y con voz entrecortada le dijo: “¡La pifiaste compa, hermano!”, recuerda Pastora, quien en mayo del 2012 contó esta anécdota en el programa matutino del periodista Alberto Mora.
El seudónimo del delator era “Chéster”. La muerte fue su castigo. Una fuente que solicitó permanecer anónima aseguró que este hombre fue el responsable del asesinato del guerrillero Eduardo Contreras y de al menos otros diez dirigentes del Frente Sandinista. “Chéster” —según la fuente— llevaba más de siete años informando a la Oficina de Seguridad Nacional acerca de los movimientos de los revolucionarios a quienes supuestamente trasladaba durante la clandestinidad. Cuando fue capturado, confesó que era un infiltrado, lo llevaron a la frontera con Costa Rica y de espaldas a Nicaragua fue ejecutado. Antes de morir pidió perdón.
“¿Qué importa el camino, con tal de que se llegue?”, escribió el emperador francés Napoleón Bonaparte en un comentario al capítulo VIII de El Príncipe, obra del escritor italiano Nicolás Maquiavelo. Maquiavelo, a quien Bonaparte calificó de moralista, habría señalado en su doctrina política que “aunque el engaño sea detestable en otras actividades, su empleo en la guerra es laudable y glorioso, y el que vence a un enemigo por medio del engaño merece tantas alabanzas como el que lo logra por la fuerza”.
Los traidores en la Divina Comedia, del poeta italiano Dante Alighieri, no corren con tanta suerte. Permanecen en el noveno círculo del infierno congelados en un lago de hielo conocido como Cocito. Allí el frío les roe la carne a los pecadores cuyos cuerpos están enterrados según la gravedad de su delito.
Caín, el primer homicida de la historia; Judas Iscariote, “que con un beso a Cristo vendió”, Marco Junio Brutus, quien conspiró contra Julio César y Efialtes de Tesala, que en las Termópilas traicionó a los espartanos, por mencionar algunos, son evidencia de que en cada imperio, religión y época el poder a través de estratagemas ha acomodado las piezas para vencer.
Según el prisma desde el que se analicen los relatos, ellos son considerados héroes o villanos, y como en el arte del embuste este país no ha sido la excepción, Nicaragua tiene sus propios mártires y traidores.
Guerrilleros, miembros de la Guardia Nacional, contrarrevolucionarios, amantes e incluso sacerdotes. Famosos por ser las víctimas o victimarios en polémicos casos de mentiras e infiltración.
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“Yo traicioné al pueblo y llevé a la muerte a sus mejores hijos”, tituló el diario sandinista Barricada el 13 de septiembre de 1979. En las páginas de este periódico, un hombre de bigote espeso públicamente se declara culpable del asesinato del líder obrero José Benito Escobar, miembro de la Dirección Nacional del FSLN.
Marvin Corrales Irías tiene 34 años y, según Barricada, llevaba dos años colaborando con la Oficina de Seguridad Somocista. En 1978, Corrales Irías supuestamente habría citado a Escobar en Estelí. El encuentro estaba previsto a realizarse a las 7:00 a.m. Sin especificar los detalles de la muerte del líder obrero, el testimonio del presunto delator señala que a petición suya se reunieron en un lugar público en el que conversaron sobre la compra de unas armas.
Minutos después de despedirse de Escobar “cuando (Corrales Irías) iba a unas 10 cuadras, hacia la Cotran, encontró la ambulancia que sonaba la sirena. Dijo para sus adentros: ‘Hicieron lo que iban a hacer’”, concluye Barricada.
Ese día José Benito Escobar fue asesinado. Era el 15 de julio de 1978.
Según la comandante guerrillera Mónica Baltodano, Corrales Irías “era un colaborador en Somoto. No era un guerrillero clandestino ni de vida militante... La Guardia lo capturó en 1975, en unas redadas después del asalto a la casa de Chema Castillo (en diciembre de 1974)”. Tras esa captura es que Baltodano considera que Corrales Irías comenzó a colaborar con la Guardia, y aunque al principio actuaron con cautela, en 1976 se volvió a contar con él.
“Él tenía entre sus ventajas que conocía la frontera y lo utilizamos para llevar y traer correspondencia de Honduras e introducir guerrilleros y también (su domicilio) sirvió como casa de seguridad”, recuerda la comandante guerrillera de quien dice estaba vinculado al Servicio Anticomunista (SAC), que colaboraba con la Oficina de Seguridad Nacional (OSN).
La misión del SAC —dice Baltodano— era la persecución y el asesinato de los líderes del Frente Sandinista y uno de sus principales métodos de trabajo era la infiltración. “Eso lo terminamos de tener claro cuando triunfó la revolución y tuvimos acceso a los documentos y expedientes”. Entre esos, recuerda, encontraron uno que se refería a un informante llamado “Macoi”, “¡que coincide con las iniciales de Marvin Corrales Irías!”, subraya.
El capitán Justiniano Pérez, exoficial de la Guardia Nacional, asegura que desconoce este caso y que no recuerda que la Guardia haya infiltrado a alguien en el Frente Sandinista. “Ninguno”, asevera.
“Estábamos empecinados en capturar o en vigilar más que en infiltrar”, afirma Pérez, quien además señala que la “OSN era bastante artesanal” y el SAC “era más que todo vigilancia y era una vigilancia burda”.
“Muchos (guerrilleros) cayeron no porque la gente informaba sino porque se descuidaban en sus movimientos”, dice.

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Reynaldo Pérez Vega, general de brigada de la Guardia Nacional, tenía varias horas muerto cuando lo encontraron en la casa No. 617 de Altamira D’Este, en Managua.
Sus pies colgaban del catre de la cama unipersonal en la que yacía muerto y su cuerpo estaba cubierto con una bandera rojinegra del Frente Sandinista. Tenía los ojos vendados y la boca tapada con masking tape.
El 8 de marzo de 1978, Pérez Vega había llegado a la casa No. 617 a un encuentro sexual con Nora Astorga, una mujer guapa de familia aristócrata, que ejercía abogacía y laboraba en una empresa constructora. Lo que Pérez Vega no sabía era que Astorga colaboraba con el FSLN y que la cita era una trampa.
El plan inicial, según ella, era secuestrar al “Perro” Vega para intercambiarlo luego por presos políticos, pero Pérez Vega, de 51 años, se resistió y “tuvieron que matarlo”. En ese momento, Astorga supuestamente no estaba en la habitación.
El temido Reynaldo Pérez Vega no fue el único que murió en una operación cuyo anzuelo fue una femme fatale que al estilo de Apante, una de los daimones que salió de la caja de Pandora, personificó el engaño y el dolo.
En 1979, Pablo Emilio Salazar Paiz, alias Comandante Bravo, fue asesinado en Honduras en el que sería un reencuentro con su amante Miriam Barberena. Una joven morena de pelo ondulado a la que el FSLN contactó para engañar a “Bravo”, quien buscaba en América del Norte fondos para rearmar a siete mil hombres cuya lealtad al somocismo permanecía intacta.
Por eso, a la Dirección General de la Seguridad de Estado (DGSE) le urgía deshacerse de él.
“Ellos le llaman un ajusticiamiento, en sí son asesinatos fríos (...) infiltraciones bien sutiles que demostraron que había cierta capacidad en el Frente (Sandinista) para infiltrar el corazón de la Guardia Nacional y de las fuerzas de contrainsurrección que estaban en formación en esa época”, señala el capitán Justiniano Pérez, exoficial de la Guardia Nacional.
Para la comandante guerrillera Dora María Téllez, el caso de Nora Astorga no fue una infiltración a las fuerzas somocistas, sino una operación militar.
Astorga falleció de cáncer a los 39 años. Fue enterrada en Nicaragua como “Héroe de la Patria y la Revolución”. Diez años después de que el general Reynaldo Pérez Vega, en el diario Novedades fuera declarado, también, un “Mártir de la Patria”.
Salvador Díaz Montes llegó a Guatemala con una misión: informar. Había sido miembro de la Guardia Nacional, pero con el triunfo de la revolución en 1979 se convirtió en prisionero en la Cárcel Modelo. El gobierno sandinista le otorgó su libertad bajo una condición: debía traicionar a los que antes habían sido sus compañeros en la Guardia somocista.
El capitán Justiniano Pérez recuerda que Díaz Montes llegó a Guatemala a inicios de los 80, cuando la Legión 15 de Septiembre, que fue la base para lo que posteriormente se convirtió en la Contra, se organizaba en este país centroamericano.
“Él me dijo: ‘Mirá me acaban de dar la libertad porque quieren que yo informe. Yo no voy a informar lo que ellos quieren, sino lo que ustedes me digan para así cumplir y no quedar mal porque hay parientes míos allá en Nicaragua y personas con las cuales pueden tomar represalias’”, recuerda Pérez.
Díaz Montes, a inicios de los 80, apareció muerto en Miami de una manera misteriosa. Hasta hoy, el caso de este doble agente era un secreto.
Luis Fley, conocido como el Comandante Johnson en las filas de la Resistencia Nicaragüense, también culpa al gobierno sandinista de infiltrarlos para labores de sabotaje en sus misiones. “Hasta en cosas tan sencillas como que los paracaídas no abrieran al momento de ser utilizados, a pesar de que previamente se habían revisado”, dice.
Mónica Baltodano, sin embargo, asegura que ella nunca va a comparar las acciones del somocismo con las operaciones que el gobierno sandinista de los años 80 realizó “frente a un ejército montado, financiado y respaldado por una potencia extranjera. Eran de una naturaleza totalmente diferente”, estima.

Foto: Cortesía IHNCA-UCA
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Un hombre desnudo es vapuleado en el interior de una casa de Las Colinas. Medios de comunicación sandinistas documentan el incidente. En el momento preciso circulan por el lugar de los hechos. El “triángulo pasional” del que son testigos no pasa desapercibido, pues uno de los protagonistas es un sacerdote. Y no cualquier sacerdote.
El padre Bismarck Carballo era en esa época director de Radio Católica, vocero de la Curia Arzobispal y ayudante personal del arzobispo Miguel Obando y Bravo, férreo opositor al régimen sandinista.
La golpiza que sufrió Carballo fue publicada dos días después de haber sucedido. El 13 de agosto de 1982, el escándalo circuló impreso en los principales diarios del país.
La Prensa recogía el testimonio del cura, quien se declaraba sorprendido por el “complot” del que había sido víctima. El anzuelo: una mujer. Maritza Castillo.
Por motivos “estrictamente sacerdotales”, el 11 de agosto, el padre Carballo llegó a comer a la casa de Castillo cuando un individuo armado entró, lo golpeó en la cabeza y lo obligó a desnudarse, reza el testimonio del sacerdote, quien en días posteriores aseveró que Castillo era cómplice del plan urdido por la Dirección General de la Seguridad del Estado (DGSE).
“Fue una trampa bastante burda diría yo”, afirma el comandante guerrillero Hugo Torres, quien estuvo al menos tres meses al mando de la DGSE, antes de ser sustituido por Lenín Cerna, quien supuestamente orquestó el operativo.
“Las contradicciones entre la jerarquía de la Iglesia y el Gobierno estaban en lo más fino. Y sabiendo que este padre era bastante zángano se le tendió una trampa (...) Lo que no se calculó por quienes lo idearon es que se iba a revertir porque lejos de golpear a los adversarios más bien los victimizó y elevó un sentimiento de la población en contra del gobierno sandinista”, apunta Torres.
En diciembre del 2002, en una entrevista concedida a El Nuevo Diario, Tomás Borge, quien fue responsable del Ministerio del Interior en los 80, aseguró que “en ese caso nunca se dio la orientación a una mujer para que sedujera al cura, sino que Carballo cayó en pecado y de eso se aprovechó la Seguridad del Estado”.
En aras de una “reconciliación”, tanto Borge como Daniel Ortega se disculparon con Carballo por los “errores cometidos” en los 80. 32 años después del escándalo, monseñor Carballo mantiene una relación estrecha con el Frente Sandinista, al igual que el cardenal emérito de Managua Miguel Obando y Bravo.
Vía telefónica Carballo aseguró no estar interesado “en hablar de esos temas. Ya son cosas que ya pasaron y no hay que estar resucitándolas”. Sin más que agregar colgó.

Foto: Cortesía IHNCA-UCA
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“Al lugar adonde me llevan era un ranchito por la mierda (...) donde tienen preso y fusilan a Chicho Zepeda”, relata el comandante Bayardo Arce, en las Memorias de la lucha sandinista.
Narciso “Chicho” Zepeda es el hombre que Arce miró que tenían amarrado, el mismo que se llevaron y que no apareció.
Zepeda “fue combatiente de Raití y viejo militante del FSLN, quien había sido fusilado en junio de 1974 sin una verdadera investigación”, asegura la comandante guerrillera Mónica Baltodano.
En El Viejo, Chinandega, Chicho Zepeda había sido un pilar revolucionario. Por sospechas de traición, su ejecución supuestamente fue ordenada por Pedro Aráuz Palacios (1949-1977), miembro de la Dirección Nacional, maestro de la conspiración, experto en camuflarse y estricto en tomar medidas de seguridad, y el costarricense Plutarco Elías Hernández.
Germán Pomares Ordóñez, fundador histórico del FSLN, nunca le perdonó a Aráuz la ejecución de Zepeda, cuyas circunstancias de muerte se describen como precipitadas, anómalas e injustas. Para Hugo Torres, la decisión de matar a Zepeda “fue un juicio equivocado, cargado de subjetivismo, sin mayores fundamentos que llevó a cometer un gravísimo error y un crimen”.
Poco, en cambio, se dice sobre “Chéster”, un supuesto infiltrado en el Frente Sur del que nadie recuerda el nombre real. Murió de un tiro en el cerebelo, después de presuntamente haber confesado que colaboraba con la Guardia Nacional. Una fuente, que conoció el caso y pidió el anonimato, aseguró que “no se puede premiar a un infiltrado, no se puede tratar bien a uno que ha hecho tanto daño. Si no se ejecuta a un informante que ha costado vidas, ¿a quién hay que ejecutar?”.
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Después de haber estado preso durante diez años, Marvin Corrales Irías regresó a Somoto, donde alguna vez fue colaborador del Frente Sandinista. Hoy el hombre de bigote espeso tiene 72 años, y con voz pausada, vía telefónica, asegura ser un “hombre estigmatizado”.
Prefiere no remover heridas y confiesa que aún no está listo para hablar sobre el asesinato de José Benito Escobar. La suya es una versión que siempre tendrá sabor a silencio. Por lo menos hasta que sea el momento de hablar. “Todo tiene su tiempo y este no es el tiempo. Para la verdad nunca es tarde”, concluye.
Los términos de la traición
Infiltrado: quien a escondidas es introducido en un grupo adversario.
“Orejas”: red de informantes del régimen somocista. A cambio de información de interés, algunas veces recibían dinero o prebendas. A ellos se le atribuyen las muertes de los clandestinos del FSLN. Se cree que existían al menos unos 12 mil orejas.
Doble agente: quien en teoría es leal a un organismo para el que realiza espionaje, pero termina sirviendo a otra.