El 24 de julio de 1982 un grupo “contra” intentó tomar la represa El Salto, en Bonanza. Ocho milicianos sandinistas fueron rafagueados y degollados. Brenda Rocha sobrevivió y su imagen se convirtió en “la sonrisa de Nicaragua” de los 80
Tammy Zoad Mendoza M.
Tendida en el piso, antes de cerrar por completo los ojos, vio como los atacantes seguían disparando a sus compañeros heridos, los pateaban y otro de ellos, agarrándoles la cabeza, los degollaba uno a uno para rematarlos. Eran unos sesenta contrarrevolucionarios que intentaban tomar por asalto la represa El Salto, en Siuna, Región Autónoma de la Costa Caribe Norte, resguardada por nueve milicianos sandinistas, diría el diario Barricada el 27 de julio de 1982, tres días después del ataque.
Brenda Rocha estaba herida, pero no sabía que eran 14 balas las que había recibido en el brazo derecho. Estaba desmenuzado por las balas. Permaneció en el suelo viendo en silencio la masacre y esperando su turno. Faltaban unos cuantos cuerpos cuando cerró los ojos y contuvo la respiración. En un último intento por salvarse se hizo la muerta. Escuchó gritos a lo lejos y la orden de retirada. Huyeron ante el anuncio de la llegada de refuerzos sandinistas. No les dio tiempo de pasarle la bayoneta por el cuello.
Silencio. Permaneció en silencio y poco a poco volvió a agarrar aire. Abrió los ojos y todo era sangre. “Me quedé como muerta. Me quité las municiones que me estaban lastimando y puse a un lado el fusil. Los contras agarraron las armas y municiones. Cuando se fueron, me quise mover y no podía, medio me senté y vi la gran fila de contras, parece que llevaban varios heridos, había rastros de sangre y como que después encontraron un muerto de ellos”, relató entonces a Barricada desde el Hospital Alejandro Dávila Bolaños, donde se recuperaba de la operación en la que le amputaron lo que quedaba de su brazo derecho.
En un país agitado aún por el triunfo de la Revolución sandinista que derrocó la dictadura de los Somoza, atravesando un convulso proceso de reconstrucción nacional dirigido por una Junta de Gobierno que implementaba medidas extremas para combatir los ataques políticos y militares de Estados Unidos, bajo la administración del presidente Ronald Reagan, y con una creciente generación de jóvenes empapados con el espíritu heroico del pasado reciente, la historia de la adolescente que sobrevivió a un violento ataque de un grupo contrarrevolucionario fue gasolina para agitar la llama del proyecto revolucionario.
Pero al testimonio de Brenda lo acompañaba una foto que contrastaba con la crudeza de su relato, y que provocó mayor impacto. Brenda era esa quinceañera con candorosa expresión infantil; rostro redondo enmarcado con una melena corta y desordenada, mirada vivaz y una sonrisa amplia, hermosa, que acentuaba el camanance en su mejilla derecha. Una chavala encantadora que había perdido un brazo en la guerra, pero que aun lucía una linda sonrisa.
Esa sonrisa se repetiría en cada fotografía que acompañaba las notas en periódicos, revistas e incluso propaganda política que hablaba de la jovencita que había vencido la muerte y le sonreía a la vida, la que se convirtió en el rostro y bandera de la Juventud Sandinista de la época.
La misma sonrisa se repitió en cada fotografía de cada nota que salió después en el diario Barricada, donde le dieron seguimiento a su historia, la que inspiró unos versos del poema Seguiremos naciendo de la escritora Gioconda Belli y la que impresionó al escritor Julio Cortázar.
Brenda Rocha tiene ahora 50 años. El día de su cumpleaños compartió fotos y recuerdos en redes sociales, y ahí estaba de nuevo la famosa fotografía de su juventud. Muchos recordaron y comentaron sobre “la sonrisa de Nicaragua”, “la sonrisa de la revolución”, allá en los 80.

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“Hace dos noches estuve en una de las salas de mujeres del Hospital Dávila Bolaños de Managua para visitar a una jovencita de 15 años, estudiante del segundo año de secundaria. La reconocí enseguida entre las muchas enfermas porque su foto se está publicando diariamente en los periódicos nicaragüenses, y su cara no es de las que puedan olvidarse o confundirse. Todo el mundo habla de su sonrisa, que estaba como siempre en sus labios cuando me acerqué a su cama. Todo el mundo habla de Brenda Rocha con una mezcla de amor y de admiración, pero a la par de esos sentimientos se perciben el horror y, sobre todo, la cólera frente a las razones por las cuales esta niña está en una cama de hospital. Desde hace unos días a Brenda le falta el brazo derecho, amputado a cinco centímetros del hombro”, escribió el argentino Julio Cortázar en agosto de 1982.
Cortázar había llegado por primera vez a Nicaragua en marzo de 1976, en una visita clandestina, invitado por Sergio Ramírez Mercado y el poeta Ernesto Cardenal, miembros activos de la utopía revolucionaria. Estuvo en Solentiname y ahí quedó prendado del movimiento contra la dictadura de los Somoza.
Desde entonces sus viajes a Nicaragua fueron más frecuentes y prolongados, además de involucrarse cada vez más con el proyecto revolucionario a tal punto de participar en la preparación de la Cruzada Nacional de Alfabetización, en 1980.
En ese entonces Brenda Rocha tenía 13 años y fue parte de los 60 mil jóvenes que se distribuyeron en los rincones del país para enseñar a leer y escribir a sus compatriotas. Se unió a la Juventud Sandinista y luego se enlistó en las milicias, donde empezó a usar el uniforme verde olivo, el mismo que llevaba la tarde del 24 de julio de 1982 en Salto Grande, comunidad vecina de Bonanza.
Rocha era parte de un grupo de nueve milicianos encargados del resguardo de la represa que abastecía de energía eléctrica a las poblaciones de la zona. Solo una de las compañeras superaba los 30 años, el resto eran menores de 18 y ella con 15 años era la menor.
Esa tarde el pueblito de casas de madera y tambo estaba alborotado con la noticia llevada por un campesino: un grupo de “contras” tenía en la mira la represa. Esa misma tarde estarían ahí. Se les había aguado la fiesta, iban a celebrar con piñatas para los niños el segundo aniversario del derrocamiento de la dictadura de Somoza y aprovecharían la ocasión para festejar a Brenda por haber conseguido una beca para estudiar en Cuba.
La casa base sandinista estaba en un terreno hundido y tenía conductos subterráneos hasta las trincheras desde donde vigilaban la represa. Ahí se colocaron a esperar. Desde un cerro cercano empezaron a disparar. Ellos respondieron. “¡Ríndanse hijueputas!”. Y les llovían balas. “¡Que se rinda tu madre!”. Y ellos respondían con lo que les quedaba.
Uno a uno fueron cayendo heridos. Muertos. Uno de sus compañeros alcanzó a decirle a Brenda que se moviera de lugar para evitar ser blanco fácil. “En lo que vuelvo a ver, le habían desbaratado toda la frente, todos los sesos estaban allí. No se escuchó quejido, había muerto de inmediato”, contó en el 2004 a El Nuevo Diario.
Habló del calor que sintió al recibir el primer disparo en el brazo, que ella disparó a lo loco y que después sintió calor en las piernas, donde también fue herida. Todo lo ha contado en entrevistas a diferentes diarios nacionales, aunque en los últimos años solo habla con los medios oficialistas que para el aniversario del ataque vuelven los micrófonos y las cámaras hacia la única sobreviviente.
Se hizo la muerta para poder vivir y fue gracias a una pobladora que escuchó sus lamentos que luego recibió auxilio. En el vuelo a Managua se desmayó. Al despertar le presentaron a una psiquiatra, debían explicarle que le habían amputado el brazo. “No es ningún problema, yo siento que puedo vivir sin mi brazo, pero me duele lo que le pasó a mis compañeros. Eso me duele”, habría dicho Brenda, según unas declaraciones.
“Lo que cuenta es aceptar lo sucedido como parte del trabajo revolucionario y verlo como prueba de una imbatible determinación. Creo que por eso su sonrisa, de la que todos hablan, se ha grabado en las memorias y en los corazones con tanta fuerza”, decía en su escrito Julio Cortázar.
“De pronto sé con toda claridad por qué Brenda es hoy un símbolo entrañable para los nicas: ella es como Nicaragua, ella es Nicaragua. Sus 15 años son la juventud de los 3 años de la revolución. Su coraje y su serenidad son los que día a día veo en quienes esperan a pie firme a los enemigos de fuera y de dentro. El muñón de su brazo es la cuota de sangre que ha pagado y sigue pagando este pueblo enamorado de la luz y la libertad y la alegría. Sí, la sonrisa de Brenda es también la sonrisa de Nicaragua, que se reconoce en ella y la hace suya”, concluyó Cortázar su texto, incluido en el libro Nicaragua tan violentamente dulce (1984) y que circuló en varios periódicos internacionales a manera de columna a través de la agencia EFE. La quinceañera le puso sonrisa a la revolución y a Nicaragua ante el mundo.

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En una concentración masiva el 27 de julio de 1982 en la Plaza de los No Alineados, Sergio Ramírez, entonces miembro de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, informó sobre la caída en combate de ocho milicianos en la defensa de la presa Salto Grande, en Bonanza, la tarde del 24 de ese mes.
Casi todos los días había un nuevo enfrentamiento y cuando no, las noticias anteriores bastaban para mantener titulares en rojo por días, como el ataque en San Francisco del Norte, Chinandega. Murieron 14 campesinos y otros más fueron secuestrados. Pero además de lamentar las muertes, la tragedia o las noticias de sobrevivientes o la resistencia sandinista eran combustible popular. Bastaba un número de muertos, un par de consignas, frases como “¡Vamos a aplastarlos!”, para que la gente se agitara, alzara los puños y pusiera el pecho abierto gritando el “¡Patria libre o morir!”.
En Nicaragua, dijo Ramírez al frente de una multitud, “sobra quien empuñe los fusiles” y “vamos a conseguir esos fusiles donde sea, como sea y al precio que sea necesario”. En esa misma intervención explicó los problemas con la escasez de combustible y las medidas que había tenido que adoptar la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional en defensa de la economía del país. Además anunciaba que la JGRN ampliaba a seis meses más el Estado de Emergencia Nacional.
“Todos los días morían jóvenes, mujeres y niños por el intervencionismo. Nos sentíamos responsables del futuro del país y tenías que estar dispuesto a morir por ese proyecto, porque sabíamos que veníamos de un sistema opresor de dictadura y no queríamos volver a eso”, dice la escritora Gioconda Belli, quien se involucró en la lucha revolucionaria y luego desempeñó cargos de importancia tras el triunfo sandinista.
“Ahora lo que hay es un uso artificial del legado sandinista, los símbolos, la música, las grandes figuras políticas y civiles del sandinismo. La propaganda de este gobierno nada tiene que ver con los ideales de los 80, han usufructuado el poder, hay una cúpula que lo controla y lo quiere todo para su propio beneficio, no hay un sentimiento de bienestar colectivo”, señala Belli.
¿No hay más Brenda Rocha? “No voy a generalizar ni a juzgar mal, porque debe haber una veta idealista en la Juventud Sandinista actual, pero hay muchas prebendas, manipulación y mucho miedo. Debe haber jóvenes que creen que son parte de un proyecto que traerá beneficios al país, pero están siendo manipulados, porque no hay educación, ni un sentido crítico, ni análisis de la situación actual, sin opciones solo queda el adoctrinamiento enfocado en una cúpula de poder”, puntualiza la escritora.

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En la prensa oficialista y en actos políticos los ataques eran atribuidos a “la contra”, los contrarrevolucionarios en general, sin especificaciones. Pero Luis Moreno, conocido como comandante Mike Lima, exjefe de operaciones militares y miembro del estado mayor de Fuerza Democrática Nicaragüense (FDN), aclara que este combate no fue obra del FDN, la fracción más fuerte de los grupos contrarrevolucionarios. Para entonces, asegura Mike Lima, ellos no habían incursionado de lleno en el territorio.
Moreno lo atribuye a las Milicias Populares Antisandinistas, conocidas como Milpas, que atacaron antes, de forma desorganizada y espontánea al Ejército Sandinista. Moreno recuerda a los milicianos que enfrentó como contra, como soldados sin mayor entrenamiento militar pero que generalmente peleaban hasta morir. Recuerda que gritaban consignas, como el célebre “¡Qué se rinda tu madre!”, de Leonel Rugama, y no dejaban pasar al grupo de contrarrevolucionarios hasta que los mataban.
“Vení, te voy a explicar. Como estos hijueputas sandinistas creen que tres o cuatro son Carlos Fonseca, cuando entrábamos a esas comarcas, nunca habían visto a los contras, y tres o cuatro hijueputas se enfrentaban verga a verga a nosotros cuando miraban que éramos como 600 y no nos tenían miedo. Se montaban verga con nosotros”, refiere Luis Moreno que le relató Renato, un jefe contra que ejecutó el método “palos de fósforo” para infundir terror en los milicianos. El método consistió en decapitar a los milicianos muertos y clavar sus cabezas en postes.
“Que sepan los estrategas del Pentágono que aquí van a tener que pelear contra ancianos, mujeres, niños, hombres, inválidos; que vamos a combatirlos con fusiles, con escopetas, con garrotes, a pedradas”, diría el comandante Daniel Ortega en uno de sus incendiarios discursos ante las masas. Y así fue. Niños, adolescentes, mujeres y hombres mayores combatieron antes y después del triunfo de la revolución. Por el fin que fuera, la guerra era una fábrica de mártires a granel. A Brenda le tocó ser la heroína que contara la historia.

Carlos Fernando Chamorro, quien fue director de Barricada y estuvo a cargo del Departamento del Agitación y Propaganda (DAP), recuerda también otros casos de jóvenes que protagonizaron actos heroicos y se convirtieron en símbolos de la revolución. Menciona el caso de Orlando Tardencilla, capturado como guerrillero en El Salvador, entregado a la CIA y presentado en una conferencia de prensa en vivo en el Departamento de Estado, como supuesta prueba de que Nicaragua estaba involucrada en ese conflicto. Pero Tardencilla aprovechó para denunciar las amenazas, presiones y torturas, y exhibió el montaje de la propaganda de la política de EE. UU. En Nicaragua fue recibido como un héroe. Habla de los jóvenes flecheros del servicio militar que en 1986 derribaron el avión que transportaba al mercenario norteamericano Eugene Hasenfus. La fotografía del escuálido y joven soldado, halando al norteamericano capturado, se convirtió en un ícono.
“Cada uno de esos tres casos tuvo una gran resonancia política en su momento. Quizás, la diferencia con Brenda Rocha es que su fragilidad, el hecho de que era muy joven y también era una víctima que perdió un brazo, y su determinación de seguir defendiendo a la revolución y trabajando con los jóvenes en la Federación de Estudiantes de Secundaria, le confería una autoridad moral especial”, reflexiona Chamorro.
La escritora Gioconda Belli recuerda bien su historia y su fotografía. La menciona incluso en uno de sus poemas dedicados a su hija. “Me toco y te toco / cuando firmemente pronunciás tu juramento, / cuando jurás ser valiente / ser como Brenda Rocha combatiendo / y sonriendo / ser digna militante de la Juventud Sandinista”, rezan los versos de su poema Seguiremos naciendo, parte del poemario De la costilla de Eva (1986).
“Se convirtió en un símbolo de la Juventud Sandinista nicaragüense porque estaba dispuesta a seguir luchando a pesar de todas esas pérdidas. De sufrir el horror de la guerra, de ver morir a sus compañeros y de pasar por una mutilación”, dice Belli.
Y no solo era la entereza que mostraba su semblante, eran sus declaraciones. “Aquí está mi otro brazo para trabajar donde sea necesario”, “voy a seguir en las milicias”, “la revolución es lo mejor que nos ha pasado”, diría sonriente en diferentes ocasiones en las que fue entrevistada dentro y fuera del hospital.
Los comandantes de la revolución Daniel Ortega Saavedra y Tomás Borge Martínez la visitaron en el hospital a inicios de agosto, y desde entonces Borge gestionó todos los recursos para su recuperación y preparación académica. Viajó a Rusia, donde le realizaron otra intervención y le dieron una prótesis de brazo que usó por un tiempo. Estuvo en Cuba. Volvió y estudió Derecho en la Universidad Centroamericana (UCA).
Tras su recuperación Brenda continuó siendo parte de la Juventud Sandinista. Y años más tarde fue elegida presidenta de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FES). Se mantuvo en las filas del sandinismo. Trabajó en un organismo no gubernamental durante muchos años, pero ahora se declara trabajadora del Frente Sandinista de Liberación Nacional y luce camisetas blancas con los mensajes del gobierno de Daniel Ortega.
“El régimen actual tiene una necesidad desesperada por generar alguna clase de legitimidad histórica, para justificarse. Recurren a invocar a algunas figuras históricas, como Sandino y los que lucharon en la gesta contra Somoza y en la revolución. Pero aquí no hay otra revolución sino una regresión autoritaria que descarriló la transición democrática. Los valores de muchos de estos símbolos representan lo contrario de lo que el régimen predica. Afortunadamente, para estas referencias históricas que pretenden manipular, el único símbolo genuino del régimen es, por capricho de la primera dama, un árbol de metal vacío de significado”, señala el periodista Carlos Fernando Chamorro.
Gioconda Belli, quien también fue parte del Departamento de Agitación y Propaganda (DAP) durante esta época, no ve que se haya usado la imagen de Brenda Rocha con fines de propaganda. “No era un recurso como se usa ahora la imagen de los héroes y mártires, como publicidad, un uso y abuso en un contexto político muy diferente al de la guerra contra el intervencionismo”, aclara. “En ese momento no se hablaba de Brenda para sacarle el jugo, era de una manera sentida porque todos, de diferentes formas eran impactados por la guerra, había un sentimiento de compromiso colectivo con una lucha social de años. Ella apareció en los medios, en varios actos y actividades, pero no recuerdo que como departamento hayamos hecho un material especial de propaganda”, sostiene Belli.
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Ahora, 35 años después, la madurez ha llegado al rostro de Brenda Rocha, ahora macizo y relleno. Lleva el cabello corto, pintado de café claro y usa lentes de marco negro. En las fotos sonríe, pero no como antes. Es una sonrisa más discreta, menos amplia, sin mostrar los dientes ni marcar los hoyuelos en sus mejillas. Trabaja y vive en Managua desde 1982, tiene un hijo de 22 años que estudia en la universidad y es parte de la Juventud Sandinista.
Dice que está ocupada, que no puede dar una entrevista, pero que le expliquen mejor en un correo electrónico para qué quieren hablar con ella. No responde. Luego se reporta enferma, que está en casa descansando y que el médico le indicó reposo absoluto. Que no ha estado bien de salud, dice.