Enrique Bermúdez fue ejecutado de dos balazos en la cabeza, una noche de sábado cuando acudía a una cita con un personaje desconocido. Magazine tuvo acceso al archivo completo del "caso 3-80" o lo que alguien llamó "la peor investigación de un asesinato en toda la historia"
Por Fabián Medina
¿Quién llamó a Enrique Bermúdez esa noche del sábado 16 de febrero de 1991? Bermúdez no era hombre de salir mucho y cuando venía a Nicaragua generalmente pasaba las noches en calzoneta y chinelas en la casa del reparto Bello Horizonte que su hermana le prestaba. Esa noche, "doña Gloria", una vecina que lo atendía y a quien la Policía entrevistó posteriormente, recuerda que repicó el teléfono cuando llegó a dejarle la cena.
Bermúdez, el célebre comandante 3-80 de la Contra, se fue a cambiar de ropa y se puso unos pantalones nuevos que por la tarde doña Gloria le había sacado de la sastrería. Eran más o menos las 8:20 de la noche.
—Enrique, no seás vago. No salgás —le recomendó premonitoriamente la vecina. Una hora más tarde estaba muerto.
Casi 20 años después, el asesinato de Enrique Bermúdez Varela es un caso sin resolver. No se sabe quién disparó a la cabeza del líder contrarrevolucionario, ni quién ordenó y apertrechó al tirador. Ni siquiera se conoció quién fue la persona que hizo esa llamada nocturna que lo llevó a dejar el televisor, la calzoneta y las chinelas para encaminar sus pasos al Hotel Intercontinental Managua donde lo mataron.
El expediente policial de este asesinato, un legajo de unas 300 páginas y fototablas, más que dar respuesta a estas grandes interrogantes, deja en evidencia por qué no las hubo en el más famoso crimen de posguerra de Nicaragua. "Aparecían diferentes pistas y después llegábamos a un punto ciego donde no se podía seguir la investigación", explica el doctor Julio Ruiz Quezada, uno de los miembros de la Comisión Especial Investigadora que formó la presidenta Violeta Barrios de Chamorro para esclarecer el crimen, ante la desconfianza que existía con la entonces Policía Sandinista. "Todo era pura basura en ese expediente. Era para distraer", apunta Luis Fley, exmiembro de la Contra y otro de los miembros de la Comisión.
René Rivas, el entonces jefe policial, también tiene su versión: "No nos creían, creían más bien que estábamos desinformando, entonces crearon una comisión de supuestos investigadores, notables y se casaron con una versión loca".
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Enrique Bermúdez Varela, coronel de la Guardia Nacional, tomó relevancia como jefe del Estado Mayor de la Fuerzas Democráticas Nicaragüenses (FDN), una guerrilla integrada principalmente por campesinos nicaragüenses y financiada por Estados Unidos para hacerle la guerra al gobierno revolucionario que se había instalado en el país desde 1979, después de la derrota al dictador Anastasio Somoza Debayle.
Nació el 11 de diciembre de 1932 en León e ingresó a la Academia Militar a estudiar el bachillerato. Luego estudiaría Ingeniería Civil y Militar en Brasil y en la famosa Escuela de Las Américas, del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos. Hablaba cuatro idiomas: inglés, portugués, francés y español.
En 1965 fue enviado a República Dominicana como segundo jefe del destacamento de 300 soldados que Somoza dispuso para apoyar la invasión norteamericana a ese país caribeño, con las denominadas Fuerzas Interamericanas de Paz, que contaban con el visto bueno de la Organización de Estados Americanos (OEA). En este país conoció a Elsa Italia Mejía, quien sería su esposa hasta el día de su muerte.
Los últimos años de la guerra que derrocó a Somoza del poder, Bermúdez los pasó en Washington como agregado militar en la Embajada de Nicaragua en Estados Unidos, jefe de la Delegación de la Junta Interamericana de Defensa, y delegado por Nicaragua ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Bermúdez logró casi inmediatamente al triunfo de la revolución organizar unos 300 hombres que irían a combatir a los sandinistas desde la frontera con Honduras.
"Fueron los días más difíciles de mi vida, le supliqué que dejara eso, que aquí podíamos seguir adelante, como mujer lo amenacé con todo, no hubo forma de convencerlo y al final me convenció con su entusiasmo", relata su viuda.
Su seudónimo de lucha, Comandante 3-80, corresponde al número de graduación de la Academia Militar de Nicaragua.
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Bermúdez llegó al Hotel Intercontinental de Managua como a eso de las 8:30 a buscar a alguien que todavía no se sabe quién era. Lo vieron buscar en el bar La Cita, del hotel, y luego salir hacia otros salones donde se celebraba una fiesta de 15 años. Al no encontrar a quien buscaba, regresó al bar donde se había reunido con un grupo de viejos amigos del exilio y políticos.
Uno de ellos era Carlos García, funcionario del nuevo gobierno de doña Violeta y exoficial de la Guardia Nacional. En la declaración ante la Policía que daría días más tarde, García recordó que llegó con toda su familia al hotel para reunirse con gente del beisbol y cuando iba entrando "giré la vista hacia el bar La Cita y miré a Enrique Bermúdez, este venía solo y a un paso un poco rápido. Al vernos nos saludamos de una forma efusiva por cuanto teníamos meses de no vernos".
Bermúdez se despidió rápidamente y se fue hacia otros salones, mientras Carlos García y su grupo se fueron al bar La Cita, donde se juntaron con otros personajes más, entre los que estaban Pedro Reboredo, alcalde de Miami, y Roberto Cedeño, vicealcalde de Managua.
Declara García que estaban "hablando cosas de beisbol y como a los cinco minutos entró Enrique Bermúdez al bar La Cita, como buscando a alguien". Se saludaron con Reboredo y Bermúdez dijo que se iba a tomar una cerveza.
Ahí estaban todavía cuando llegó el abogado Ronald Martínez Sevilla, de 43 años en ese entonces, acompañado de su hijo del mismo nombre, quien en su declaración dice que uno por uno se fueron yendo los amigos. Carlos García salió a reclamar la tarjeta de crédito con que había pagado, Bermúdez se fue y solo quedaron él y Wilfredo Calviño, un antiguo pelotero cubano. Martínez recuerda que cuando iban saliendo del hotel, como a eso de las 9:30 de la noche, oyó algo de "llamar a una ambulancia". No le dio importancia, montó en su vehículo y abandonaba el parqueo cuando su hijo le dijo:
—Papá, papá, el señor de camisa rayada que estaba con nosotros en la mesa está en el suelo.

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Luis Fley, bautizado como "Comandante Johnson" en las filas de Contrarrevolución, conoció a Enrique Bermúdez en agosto de 1981, en una comarca fronteriza hondureña, llamada Maquinguale. "Éramos unos 40 que estábamos escondidos, campesinos la mayoría, que nos habíamos alzado en armas y el ejército hondureño nos llevó a ese lugar para juntarnos con otros que eran exguardias de Somoza". Hasta ahí llegó Bermúdez, a quien lo presentaron como "alguien importante", con unos argentinos.
Reconoce que sentían desconfianza de los guardias, pero que Bermúdez le pareció campechano. "Los guardias eran rechazados por las tropas", dice Fley y recuerda casos como el de "Visage" (alias de un guardia) que "entraron a Nicaragua y salieron prácticamente solos de regreso a Honduras, porque la gente no quería nada con ellos".
O el de "Mack", Benito Bravo, un sargento de la Guardia Nacional, a quien Fley —que fue fiscal en la guerrilla— investigó y expulsó de la Contra por crueldad en el trato de su misma tropa. "Se acusa a Mack de haber asesinado a varios contras en el campamento, que estaban enfermos y no podían ir a hacer ejercicios".
"Bermúdez no era el comandante que conocimos, guardia, vulgar, sucio, patán... No. Era un tipo bastante campechano, con un trato amable y afable con los campesinos y entró en choque con muchos guardias porque lo acusaban de estar a favor de los que habían sido sandinistas".
Como comandante general del FDN, primero y Resistencia Nicaragüense después, Bermúdez se mantenía en la base llamada Comando Estratégico, que estuvo en varias comunidades hondureñas. Primero en Las Vegas, luego en Capire y finalmente en Yamales. Los cambios buscaban generalmente ponerse fuera del alcance de la artillería sandinista que desde la frontera los bombardeaba. "En Las Vegas los sandinistas pusieron las BM21 (artillería reactiva) y comenzaron a lanzar misiles que caían en territorio hondureño y la población civil se quejaba que por culpa de los contras ellos estaban siento bombardeados. Las autoridades hondureñas dijeron que había que moverse hacia Capire, donde no se estuviera al alcance de las BM21”.
El Comando Estratégico era un complejo militar donde funcionaba el cuerpo médico, integrado por unos 12 profesionales, las bodegas de alimentación, Operaciones, Inteligencia y el Centro de Comunicaciones, corazón de todo ejército, a la orilla de Bermúdez. Unos 50 hombres se encargaban de resguardarlo e incluso existía una Policía Militar dedicada a capturar y sancionar a los contras cuando hacían desmanes por los alrededores, generalmente emborrachados con chicha de maíz.
Según Luis Fley, Bermúdez tenía un sueldo de unos dos mil dólares mensuales, que les otorgaba el Gobierno de Estados Unidos a los comandantes en concepto de “ayuda familiar”. Él dice haber recibido 700 dólares mensuales que los retiraba directamente su esposa en Miami. ¿Eso no justificaba el mote de mercenarios que les endilgaban los sandinistas? “Y qué autoridad tenían los sandinistas para descalificarnos a nosotros cuando ellos estaba actuando igual que Somoza. Yo tenía 1,500 hombres y solo recibía comida, un par de botas, uniforme y la munición para luchar”, dice.
Fley reconoce que hubo varias conspiraciones para quitar del cargo a Bermúdez. “Y tal vez matarlo”. La última fue en 1988.
Para ese tiempo, la vida de la Contra dependía de un choque de opiniones en Washington. La Central de Inteligencia Americana (CIA) y el Consejo de Seguridad insistían en que la guerra debía seguir independientemente del resultado de las elecciones que se avecinaban en Nicaragua, porque eran “una farsa”, decían.
El Departamento de Estado, por su parte, decía que había que aceptar los resultados. En cualquier caso, todos coincidían en que había que cambiar a toda la cúpula, sacar a los guardias, hacerla más de campesinos. “Porque se percibía como que era la Guardia que estaba luchando para regresar al poder”, dice Fley.
Para noviembre de 1988 ya estaba montada la conspiración. “Recogieron una gran cantidad de firmas de los comandantes pidiendo la destitución de Bermúdez. Internamente la promovía Arístides Sánchez, quien era incondicional de Bermúdez. El Departamento de Estado se apuntó por las elecciones y desmanteló la cúpula política: Calero, Azucena Ferrey, Alfredo César... Ya no hay un dólar más para ustedes, les dijo y decidieron venir”, relata el “Comandante Johnson”.
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Carlos Hurtado, ministro de Gobernación para la época, se enteró de la muerte de Bermúdez en Praga, Checoslovaquia, como miembro de una delegación que acompañaba a doña Violeta Barrios en una gira por Europa. Era una tarde linda, recuerda. Iba caminando sobre el puente Karolo Magno, uno de los más viejos de Praga, cuando Danilo Lacayo, el secretario de Comunicación, se le acercó y le dio la noticia. Fue un lío conseguir comunicación con Nicaragua.
“La magnitud y el impacto de la muerte de Enrique Bermúdez fue enorme. Lo supimos desde el primer instante. Dentro de un esquema de reconciliación nacional esas cosas no están supuestas a pasar. Es más, nunca consideramos que Enrique Bermúdez fuese una amenaza para nadie”.
De hecho, dice, la muerte de Enrique provocó alzamientos. “Fue cuando empiezan a surgir una cantidad de grupos armados que llegaron a sumar miles. Internacionalmente también había una fuerte presión internacional”.
Hurtado venía también de las filas de la Contra. Era de los contras de origen sandinista. Incluso conoció a Bermúdez cuando los contras del sur se unieron con los del norte para formar la Resistencia Nicaragüense. Al igual que Fley, Hurtado también se llevó una buena impresión del coronel. “Me sorprendí. Tendemos a crearnos imágenes preconcebidas. Pero una vez que lo traté resultó una persona tranquila, suave, incluso se podía hablar, discutir con él. Esa figura de guardia que era justamente un paradigma que teníamos sobre todo los que veníamos de la lucha contra Somoza, no se correspondía”. Luego volvió a verlo en Miami, en su casa, en 1988. Fue la última vez que lo vio con vida.
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El 11 de marzo e 1991, casi un mes después del asesinato de Bermúdez, la presidente Violeta Barrios de Chamorro conforma la Comisión Especial Investigadora, mediante el Acuerdo Presidencial 90-91. La integraron un representante del cardenal Miguel Obando, el doctor Felipe Sánchez; un representante de la Contra, Luis Fley, y tres personajes más: los doctores Eduardo Rivas Gasteazoro, político social cristiano; Orlando Buitrago, liberal, y Julio Ruiz Quezada, conservador.
La comisión tuvo un vida corta y más bien accidentada. Desde su propio nacimiento su efectividad fue puesta en entredicho. Ninguno de sus miembros tenía la experiencia en investigación criminalística y dicen no haber sentido respaldo de la Policía. Al contrario, sentían que la Policía buscaba despistarlos.
El doctor Ruiz Quezada relata la desazón que sentía en la comisión, a tal punto que decidieron renunciar en masa siete meses después de creada. “Nos pagaban muy bien. Nos pagaban cinco mil córdobas oro (cinco mil dólares al tipo de cambio del momento) por cada reunión. Nos reuníamos cada vez que venían unos holandeses, lo primero que pedían era ver cómo iba la investigación. Nos llamaban por teléfono y llegábamos a contarles el cuento. A los dos meses de estar en esa situación, un amigo me dice: 'Julio no te das cuenta que los están usando. Vienen esas comisiones y se van creyendo por boca de ustedes que son serios, responsables y honestos, que esto va viento en popa, que aquí se va averiguar. Y vos sabés, porque me los has dicho, que no están investigando nada. Y lo que están haciendo es sacarles las castañas del fuego al Gobierno'”.
Hurtado, el ministro de Gobernación, niega que la comisión haya sido creada solo para dar la impresión que se investigaba y aunque reconoce que sí se les pagaba, considera que era mucho menos que los cinco mil dólares por reunión que dice Ruiz Quezada. “Entiendo que sí se les pagaba. No te puedo confirmar eso. Si era una comisión presidencial, se le debe haber pagado desde la Presidencia. No recuerdo cuánto era que se le pagaba. Ellos tenían su propia oficina”. Dice que el criterio con que se escogieron a los miembros fue “trayectoria y honorabilidad. Gente seria”.
Luis Fley, quien también era miembro de la comisión, duda de las intenciones del Gobierno. “No, nunca me manifestaron ningún interés. Crearon esta comisión para satisfacer a la familia y tal vez un poco de presión internacional”.
Hurtado, por su parte, dice que la comisión se creó “para evitar suspicacias dada la desconfianza que existía hacia la Policía, que hasta hace unos pocos meses se enfrentaba con las tropas de Bermúdez. “La presidenta decidió crear esta comisión para que no digan que el Gobierno está paralizado. Que haya personas que coadyuden con la Policía, porque la idea no era sustituir a la Policía. La comisión no tenía capacidad investigativa y por la ley de la Policía es la que investiga. Fue creada para darle credibilidad al proceso investigativo, para valorar las pruebas y hacer recomendaciones. Para que ellos pudieran decir que esto se investigó bien o no”.
Desconfianza. Ese era el gran problema, según el comandante René Vivas, jefe de la Policía en ese entonces. “Ese era el problema. No hay otro. Nos excluyeron de la investigación. Así de categórico. Crearon una comisión de honorables investigadores que no sabían nada y dibujaron un escenario fantasioso que a simple vista no se correspondía con la realidad. Cuanta persona teníamos que entrevistar era el doctor (José) Pallais (viceministro de Gobernación) al lado, sino, no podíamos. La desconfianza bloqueó la investigación policial. Fue tan torpe el manejo del caso delicado, que ni siquiera pudimos examinar el cadáver, y la viuda de Bermúdez escogió a una patóloga que ella seleccionó y enredó la entrada con la salida, para comenzar, dijo que era un orificio y había dos balazos”.
El 1 de noviembre de 1991 la comisión se desintegró. Cuatro de sus cinco miembros renunciaron enviando un “informe final” a la presidenta Violeta Barrios en el que establecían que para resolver el caso “se hace necesario asistencia técnica altamente especializada”, sin embargo reconocían haber recibido “la atención apropiada” de la Policía y Gobernación.
El doctor Ruiz Quezada, 19 años más tarde, asegura que no hubo tal cooperación. “No nos atrevimos a decirlo en el informe final. Al revés dijimos que la Policía cooperó con nosotros, pero la verdad es que cooperó en esa forma. Nos dio una serie de pistas, que era imposible investigar para nosotros, sin competencia, sin jurisdicción, sin poder coercitivo. Le pedimos a la presidenta de la República que eliminara a la Policía de Nicaragua para que una policía de afuera viniera a investigar. Ella no aceptó eso, entonces renunciamos”.
La investigación sobre el asesinato de Enrique Bermúdez naufragó en un mar de contradicciones. Tres exámenes forenses, practicados por separado en distintos momentos en Nicaragua, coincidieron en que Bermúdez murió de “un balazo” en la base del cráneo con trayectoria de izquierda a derecha, de abajo hacia arriba. El doctor Alberto González, quien realizó el reconocimiento forense a la 1:30 de la madrugada, incluso calcula que la hora de la muerte se produjo a las 10:30 de la noche, a pesar de que a las 9:30 ya lo habían encontrado abatido en el parqueo del hotel. Presume que fue utilizado un silenciador porque no se encontró “quemadura o cintura de friega en la entrada”.
Las conclusiones de los forenses coincidían plenamente con las versiones de diversos testigos que dijeron haber visto el momento del asesinato. Uno de los mejores testigos que encontró la Policía fue la joven Martha Liseth Salvo Campos, quien asegura en su declaración que en ese momento iba a comprar cigarrillos a unos niños por el sector del restaurante La Cabaña, y como andaba buscando a un amigo, miraba en el parqueo si estaba su carro.
“Miré que un señor estaba abriendo la puerta del conductor y se encontraba de espaldas al lobby del hotel, en ese momento se bajó del lado del pasajero una persona del primer vehículo, este vestía de saco color plomo, pantalón del mismo color, zapatos color vino, corbata plomo ancha, con camisa fondo blanco, el saco lo andaba completamente abierto, andaba faja negra, al momento de bajarse no le miré nada en las manos, dio tres pasos hacia el señor que abría la puerta de la camioneta, quedando en posición de espalda al lobby del hotel, dio un giro, lo agarró con la mano derecha, el señor de la camioneta lo volvió a ver y el hombre que se había bajado del carro quedó de espaldas a donde yo me encontraba y pude observar que el señor de la camioneta vuelve a ver bruscamente y entonces el hombre del carro le puso un tubo redondo en la parte izquierda de la cabeza. Volví la vista al niño y le indiqué, mirá están asaltando a un señor, cuando volví a ver el señor ya estaba en el suelo y el carro arrancó rápido”.
“Esa era la testigo soñada”, dice 19 años después el doctor Ruiz Quezada. “Todo investigador sueña con un testigo que te relate con el nivel de detalle que esta señorita relató”. Dice que llevaron a la joven al lugar donde dijo haber visto el crimen, a la misma hora en que se produjo y “¡no se veía absolutamente nada!”. “Y la interrogamos después de eso. ¿Cómo es posible que hayas visto el color de la faja si decís que andaba con saco? Indudablemente era una declaración con el objetivo de despistarnos”.
Todo lo investigado se cae el 15 de octubre de 1991, cuando el doctor Joseph H. Davis, examinador médico del Condado de Dade, le dirige una carta confidencial al agente del FBI William L. Neaves sobre los hallazgos de la nueva autopsia que le practicaron en Miami al cadáver exhumado de Enrique Bermúdez.
El doctor Davis incluso trata de explicarse por qué la discrepancia entre los exámenes y considera para el FBI que “en múltiples jurisdicciones la persona que realiza la autopsia tiene menos experiencia y menores facilidades que otras jurisdicciones. En el Dade Country tenemos las instalaciones más novedosas y mejores equipadas. Managua no tiene facilidades siquiera comparables”.
También dice en su informe que “este patrón de herida de bala es extremadamente complejo y requiere las habilidades de un patólogo forense experto” y que la evisceración completa que sufrió el cadáver antes de salir para Miami puede ser costumbre en algunas prácticas forenses.
“En resumen —dice en su informe al FBI— no encuentro evidencia alguna para apoyar o sustentar una teoría de conspiración en la parte de la autopsia inicial”.

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¿Quién tenía interés en matar a Bermúdez? “La primera hipótesis desde el primer instante es que había sido un asesinato político. No veíamos ninguna razón para otra cosa”, dice el ministro de Gobernación, Hurtado.
Luis Fley, el excontra y miembro de la comisión investigadora, es más específico: “Para mí no cabe duda que sus enemigos naturales eran la Seguridad del Estado y el Ejército Sandinista, sus enemigos durante diez años que había estado en guerra”.
Y alguna razón le da el exjefe de la Policía, René Vivas, cuando se le pregunta quiénes estaban, según él, interesados en matar a Bermúdez. “Varias personas. El papel de don Enrique Bermúdez... Si usted me dice algunos de los dirigentes de la revolución... Varios lo quería matar... No pudieron, pero bueno, ganas le tenían. Como jefe de la Contra tenía sus enemigos, tenía enemigos hasta dentro de la Contra. Porque él purgó gente adentro. Es obvio que fue una factura política. Pensar que fue para robarle una cartera, no, no fue eso. Fue un asesinato político”.
Para Fley, es bien difícil que a estas alturas se sepa quién mató a Bermúdez. “Las huellas se han borrado. ¿Quién llamó a Bermúdez? ¿A quién utilizaron para sacarlo de su casa y llevarlo al punto? Muchos señalan a gente misma de la Resistencia. Pero ese debió ser trabajo de la Policía”.
También Vivas duda que en algún momento sepamos quién mató a Bermúdez o, peor aún, quién lo mandó a matar. “Lo veo difícil, sinceramente lo veo difícil. Porque en virtud de verlo como un asesinato político se ha vuelto un tabú. Basta que mencionés un nombre o una versión para que inmediatamente se te transforme en una discusión llena de prejuicios y odio político”.
—¿Cómo explica usted como ministro de Gobernación o como Gobierno que a estas alturas, 19 años después, aún no sepamos quién mató a Bermúdez? —le preguntamos a Carlos Hurtado.
—No es el único caso en que no se ha llevado a nadie a la justicia por un asesinato. Es difícil decirlo. Podría ser por incapacidad de la Policía, podría ser falta de interés.
Fley, el compañero de armas de Enrique Bermúdez, del famoso 3-80, sin embargo es categórico: “Fuerzas tenebrosas con complicidad de la Policía de aquella época se encargaron de asesinarlo. Aquí no hubo ningún interés de la Policía para esclarecer el asesinato”.