Guerrillero. Héroe para algunos. Delincuente para otros. Lumpen. Drogadicto. Brujo. Luis Manuel Toruño (Charrasca) fue todo eso. Vivió y murió en su ley. Combatió, robó y mató en las calles de León, infundió terror a guardias y civiles, y cuando el Frente Sandinista quiso rehabilitarlo en Cuba, después del triunfo, asaltó un banco, quemó un bus y se tomó "por las armas" un bar en La Habana.
Fabián Medina
Fotos de Orlando Valenzuela
Aproximadamente a las cuatro de la tarde del 23 de marzo de 1982, una patrulla de la recién creada Policía Sandinista circula de la iglesia San Felipe hacia el Estadio, en León, cuando se topa con una moto que viene contra la vía. Le hace parada. El motociclista saca una pistola y responde a balazos. Se parapeta en el resquicio de un pequeño portón, a un lado de la calle. Los policías le disparan ráfagas nutridas. Lo alcanzan varias veces. Aquel, gravemente herido, abate el portón con el peso de su cuerpo y huye hacia el río El Pochote.
Para ese momento, ya los policías saben que el motociclista es el famoso Charrasca. Azote de la Guardia Nacional en la pasada guerra de insurrección, en León. Durante varios años fue la ley en el barrio San Felipe, donde creció. Temerario hasta el suicidio. Valiente y sanguinario. Robaba, ejecutaba con justificación o sin ella, pero también se jugaba el pellejo enfrentando a la Guardia. ¿Héroe o delincuente? Esa es una pregunta que nunca supo contestar el Frente Sandinista.
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Su último crimen fue el asesinato a mansalva de su mujer, Patricia Eugenia Montes, y su cuñado Jorge Montes, en el barrio Domitila Lugo, luego que alguien le hizo llegar hasta su oído un chisme de infidelidad. Desde entonces vivía semiescondido. Perseguido por aquellos que hasta hace poco eran sus compañeros de armas.
Ese 23 de marzo, como a las tres y media de la tarde estaba en la casa de un amigo, ubicada del Estadio Metropolitano, tres cuadras y media arriba, media cuadra abajo.
La mujer de su "socio" les hizo sopas Maggi mientras ellos fumaban marihuana. Por esas cosas de la posguerra, Charrasca, a pesar de ser un "prófugo", era capitán del Ejército Popular Sandinista y se movía con custodios que esperaban fuera de la casa en un jeep.
El amigo recuerda aquel episodio: "Llegamos a la casa. Le pidió a mi señora que nos hiciera unos garrotes (cigarros de marihuana) y era tan nocivo que le dijo, a la que en ese tiempo era mi esposa, con estas palabras: 'María José quiero c... con vos'". La mujer, tomándolo a broma, lo rechazó y Charrasca se montó en la moto que a su amigo le había asignado Irena (Instituto del Medio Ambiente) para su trabajo. Es en esa moto en la que minutos más tarde lo encuentra la Policía, circulando contra la vía.
Cuando su amigo se entera que Charrasca está herido y cercado en el río El Pochote, arma a un grupo, incluyendo los custodios que quedaron esperándolo, para ir a rescatarlo como en los viejos tiempos. Cuando llegan, la balacera había cesado. Los policías seguían rodeando la zona. Silencio. Al poco tiempo sonó un solitario disparo. Todo había terminado. Charrasca se descerrajó un tiro en la cabeza.

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"Era grande. No lo llamemos Charrasquita, como le decían algunos por cariño. Charrasca. Tenía lo que otros no tienen, lo que otros que están ahí arriba, con el poder, no tienen...". Quien dice esto es un hombre de unos 48 años, bajo, moreno, que descansa en chinelas, en una mecedora en la salita de su casa mientras afuera, León se quema a 38 grados de temperatura. Es el amigo aquel que le prestó la moto a Charrasca el día que se mató. Le dicen Mano Negra, pero también se le puede localizar como Tamburino o la Vieja del Toro, los apodos que enterraron en el olvido su verdadero nombre: Darvis Orlando Pérez Zelaya.
Conoció a Luis Manuel Toruño, Charrasca, en el barrio San Felipe, cuando ambos eran niños y miembros de una "pandillita de huelepegas, fumadores de marihuana y armadores de escándalos", como él mismo dice. "San Felipe y Zaragoza peleaban con la gente de Sutiaba. Nos citábamos al atrio de la iglesia, donde había un enorme patio, con chacos, piedras, cadenas, nada de armas hechizas como ahora... Cada quien se tiraba primero su garrote..."
Mano Negra era una de las cinco personas que, drogadas, se rifaron la violación a "la muchachita más guapísima de San Felipe". Para participar en el crimen —según Mano Negra—, se jugaron la vida a la ruleta rusa. "Estábamos en una vela donde Muñuca. Ninguno de los cinco se disparó el tiro. El honor entonces le correspondió a Charrasca, por ser el jefe. No fue el grupo. Que me perdone la... (omitimos el nombre porque la víctima vive). Entre las trozas del aserrío de Muñuca quedó esa historia".
Dice Mano Negra que Charrasca se ganó su apodo por flaquillo. "Era bajo, cara golpeada, como que ya era un hombre viejo, con una media cicatriz. Su mirada era penetrante". Sin embargo, la madre de Luis Manuel Toruño, doña Olivia Montenegro, tiene otra versión sobre el origen del apodo. "Le decían Charrasca porque él tenía un brazo fregado. Se había accidentado en un tráiler de un amigo cuando iba para Poneloya. El brazo le quedó todo arrugado". Otros dicen que cuando iba al colegio le decía a la señora que vendía el vigorón: "Me va a regalar mi vigorocinto con mi charrasquita".
Doña Olivia tiene 64 años y vive en la última casa que compartió con su hijo. Es un viejo galerón apenas sin divisiones, que doña Olivia recuerda una y otra vez que no es de ella porque "no le quedó ni casa donde vivir". Dice que ignoraba las andanzas de su hijo hasta bien entrado su involucramiento con el Frente Sandinista. "Para mí, él andaba en sus clases en el Colegio John F. Kennedy. Hasta que la profesora me decía que por qué no llegaba Luis Manuel supe que no estaba yendo a la escuela. Él decía que iba a los ríos con su pandillita".
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"Éramos gente de barrio, drogos, lumpen, por decir algo. Charrasca era un hombre metido en su pandilla, que se tiraba su garrote, nos gustaba carcajearnos, nos gustaba ir a los ríos y nos gustaba cachimbiarnos con la gente de los otros barrios", describe Mano Negra.
—¿Robaban?
"Después, ya metidos en la guerrilla, por necesidades".
—¿Ejecutaban?
"La lista es larga, pero de eso no se puede hablar por los derechos humanos".
—¿Violaban?
"Quiero decirle que no. El único caso que tenemos se lo conté. El que diga que hacíamos eso quiere destruir la imagen de los que hicieron la revolución en León. Él no era un político ni un guerrillero, sino que era un tipo de la casta noble nuestra. Cuando decimos de la casta es de las pandillas de nuestro barrio. Llegó a ser grande".

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Luis Manuel Toruño (Charrasca) nació el 25 de agosto de 1959 en la Mina El Limón, donde trabajaba su padre, don Carlos Toruño. A los 18 meses, la familia se traslada al barrio San Felipe de León. Ahí, doña Olivia se ganaba la vida lavando, planchando y cocinando en el Club Social de la ciudad. El pequeño Luis Manuel la acompañaba y, según doña Olivia, el administrador le tomó mucho cariño. De acuerdo con Mano Negra, ahí fue donde aprendió a preparar unos cócteles de ron que fueron famosos en el barrio.
En esas calles de San Felipe es que debe haberse encontrado con los que luego serían su pandilla: Isidro Ramírez Soza (Piscis), Marvin Saavedra Ramírez (Chivo Pando), José Antonio Villegas (Pescado Lucio), Darvis Pérez Zelaya (Mano Negra), entre otros. Unos nueve fueron siempre el núcleo fuerte. Armaban pleitos, se drogaban. "En dos o tres ocasiones caímos presos. Éramos de la gente que le gustaba exhibirse ante la población", recuerda Mano Negra.
El periodista Guillermo Cortés Domínguez, autor del libro De León al Búnker, que describe la insurrección de León y sus personajes, asegura que "el origen de la enemistad de estos jóvenes con la Guardia Nacional no fue ideológico". Según Cortés, la chispa se prendió después de una golpiza que sufriera la madre de Charrasca, doña Olivia, a manos de la Guardia Nacional, cuando esta intentaba impedir una de las tantas detenciones que hicieron a su hijo.
Cuenta Guillermo Cortés que luego Charrasca y su gente espiaron al guardia que golpeó a doña Olivia, y una mañana lo cazaron a pedradas. Lo derribaron y con su misma pistola lo mataron.
El periodista tuvo la oportunidad de oír la historia de la propia boca de Charrasca, cuando compartieron celdas, pocos días después del triunfo de la Revolución sandinista. Cortés cayó preso junto con otras 50 personas en una oleada represiva que desató el Frente Sandinista contra aquellos que se identificaban con el Frente Obrero y el Movimiento de Acción Popular Marxista Leninista.
En las celdas del Campo de Marte, Cortés coincidió con la pandilla de Charrasca. "Yo ya había oído hablar de él. Era una cosa mítica. Cuando supimos que él estaba ahí, la primera sensación fue de miedo, pero en esas condiciones tampoco podía actuar de acuerdo con su práctica".
Para Cortés, Charrasca "era una mezcla de delincuente y de Robin Hood, él robaba por ejemplo un camión de leche y la repartía entre la gente. Yo creo que no era respetado. Era temido. Se dice que muchas mujeres, sobre todo de la burguesía, se orinaban de pánico al oír su nombre".
"Era un drogo, le gustaba mandarse solo. Como a mí, por eso no estábamos en el ejército. Hacíamos ejecuciones, generalmente por cuenta nuestra. Sabíamos quiénes eran los que nos perseguían. Habíamos agarrado un bus blanco y vestidos de verde olivo, con pañoletas negras", dice Mano Negra. Cuenta que las ejecuciones eran más o menos así: se conocía que alguien era soplón y lo vigilaban. Un mal día para él, lo llegaban a traer, generalmente de noche, lo sacaban de su casa y lo llevaban a un campo baldío. Lo ponían de rodillas y se le daba un tiro en la cabeza. Según Mano Negra, nunca torturaron a los condenados.
Este tipo de ejecuciones se dio en uno y otro bando. "Ejecuciones hay una lista, un rosario de ejecuciones en León. Algunas de las cuales están cubiertas por un manto supuestamente político. En esa competencia macabra entre la Guardia y estos grupos, que actuaban bajo la bandera sandinista, pero que realmente tenían una independencia total, se dio una cadena de ejecuciones de ambos bandos, sobre todo en los últimos dos años de la guerra", dice Guillermo Cortés.
Doña Olivia se niega a aceptar que a su hijo se le llame delincuente. "A mi hijo me lo enseñaron a robar. Yo nunca le enseñé a robar. El Frente Sandinista es el que me le enseñó a robar a mi hijo. Se metía en un banco tranquilamente, hacía el trabajo y, tranquilo, salía bien. Otra gente era la que me traía cosas. Lo que hizo mi hijo lo hizo por mando del Frente Sandinista. Si ese fulano es así y así hay que fusilarlo porque no le conviene al Frente... Él hacía sus ejecuciones con orden del Frente Sandinista".
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Una vecina de los Toruño cuenta que mucha gente encarga al panteonero tierra de la tumba de Charrasca para hacer embrujos. La fama de brujo le viene de la temeridad con que se comportaba. No medía las consecuencias de sus actos. "Se tiraba a la calle frente a una tanqueta y eso era un suicidio", dice Cortés.
Su aureola mítica, sin embargo, se desbordó el 30 de mayo de 1979 en un enfrentamiento temerario que sostuvo con la Guardia cerca de la iglesia San Felipe. Charrasca intenta alcanzar la ametralladora calibre 30 de un guardia abatido. Sin embargo, otro soldado lo alcanza en el intento. Cortés describe así lo que sucedió en esos segundos: "Una bala o dos impactan a Charrasca y cae. Sus compañeros están viendo y lo dan por muerto, pero este se incorpora y dispara una o dos ráfagas. Lo vuelven a pegar y cae nuevamente. Se levanta otra vez y logra jalar el gatillo de su fusil ametralladora. Más balas lo alcanzan y lanzan al pavimento ante la mirada atónita de los suyos". Sobrevivió hecho un guiñapo.
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Doña Olivia también recuerda este episodio. "A él lo balearon ahí en la esquina del tope de San Felipe. Ahí está ese poste que si tuviera boca dijera... Lo rafaguearon y él, dicen, no caía. Y le volaban y le volaban y nada. Hasta que se voló a toditos los guardias. Hasta que terminó toda su labor cayó, pero bien rafagueado".
Posiblemente este combate se haya exagerado a través de los años, pero el padre Ernesto Cardenal dice que lo escuchó del propio Charrasca cuando lo conoció en Cuba, después del triunfo revolucionario. No le creían y Charrasca se quitó la camisa para mostrar el testimonio de su cuerpo. "Tenía 17 balazos", dice Cardenal.

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Dora María Téllez tenía apenas 22 años cuando asumió el mando de la insurrección en León. Conoció a Charrasca en los primeros meses de 1979. "Era uno de los jefes de unidades que teníamos en León. Era la fuerza menos orgánica. Es una guerra informal, de forma que vos podés tener grupos que se arman y organizan solos. Hacen operaciones contra la Guardia y también cometían todo tipo de abusos. Tiene que ver con los procesos de anarquía que se desatan cuando hay una pérdida del eje de autoridad, en este caso la Guardia".
Téllez reconoce que Charrasca y su grupo le dieron muchos dolores de cabeza. "Tenían una virtud: eran sumamente audaces. Con una gran capacidad de golpear contundentemente e infundir terror a la Guardia. Y este era su defecto también. No tenían límites claros ni era fácil imponerles límites en una situación de mandos clandestinos".
A Téllez le llegaban noticias alarmantes. El grupo de Charrasca "andaba suelto". Robaba. Ejecutaba prisioneros. Saqueaba. Téllez tomó una decisión audaz si se consideran las circunstancias: los mandó a capturar. Para lograrlo sin derramamiento de sangre se tramó un ardid. "Se les mandó a llamar con el objetivo de hacer una operación especial, y era para detenerlos. Se les cerró la puerta y se les desarmó. Hubo un conato de rebelión de una parte de las fuerzas para liberarlos".
Según Téllez, Charrasca y su pandilla pasaron presos la mayor parte de la insurrección.
Para un hombre acostumbrado a vivir de la anarquía que produce una guerra, el triunfo no es una buena noticia. "Un combatiente tan destacado como Charrasca en la vida civil no puede hacer mucho. Quedó insertado en el Ejército con el grado de capitán. Pero un ejército requiere de organización y disciplina, y entró en choque con este grupo de compañeros que su virtud era la anarquía. Era inevitable", dice Téllez.
A diferencia de lo que dicen sus compañeros de grupo y su familia, Téllez asegura que Charrasca fue "bastante mimado por decirlo de alguna manera". Según ella, Humberto Ortega y Joaquín Cuadra trataban directa y personalmente su situación. Sin embargo, el nivel cultural de Charrasca (no llegó ni a sexto grado) y su falta de oficio lo hacían desencajar en el nuevo orden social. Como dice Téllez: "La diferencia entre la guerra y la posguerra son 24 horas. Se acabó la expresión de poder que significa ser combatiente". Charrasca tenía apenas 20 años al triunfo de la revolución.
Buscando cómo rescatar a quien le había prestado tan buenos servicios, el gobierno sandinista envía a Charrasca y su grupo a estudiar a la mejor escuela militar de Cuba, la Máximo Gómez. Según Mano Negra, quien dice no haber viajado con su jefe, el grupo fue recibido por Raúl Castro, aunque según doña Olivia, su madre, fue el propio Fidel. Sin embargo, ambos coinciden en una anécdota que más bien tiene visos de leyenda. Raúl, según Mano Negra, y Fidel, según doña Olivia, le habrían dicho a Charrasca: "Pero esas cosas que hacías en Nicaragua no las hacés aquí". Doña Olivia considera que Fidel lo retó.
Aunque esta cita sea falsa, lo que sí es cierto es que Charrasca a los pocos días de haber llegado a La Habana asaltó un banco, quemó un bus y se apropió por la fuerza de un centro de diversiones para tomar licor con sus compinches, tal como acostumbraba hacerlo en León. A los 40 días estaba de regreso a Nicaragua. El asalto bancario de Charrasca es el único que se registra en Cuba desde que las fuerzas de Fidel Castro asumieron el poder.
—¿Qué es Charrasca para el Frente Sandinista? ¿Un delincuente o un héroe?
"Una persona es lo que se requiere ser en cada momento. Charrasca dio un gran aporte. La Guardia aterrorizaba a la gente en León. La gente vivía aterrorizada. La mención de Charrasca y su grupo infundió terror en la Guardia. Y eso en el contexto de la guerra era esencial. Jugó un papel clave en la guerra insurreccional. También fue un delincuente. Yo creo que la persona no es una cosa o la otra, se pueden ambas cosas en distintos momentos de su vida. Incluso en el mismo momento", dice la comandante Dora María Téllez.
