La historia de amor de monseñor Chávez Núñez

Reportaje - 11.09.2017
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Francis Martínez es la viuda del primer obispo que renunció a la Iglesia en Nicaragua. Fue su esposa por más de20 años, era 30 años menor y madre de sus dos hijos

Por Julián Navarrete

Por estos pasadizos caminabas perfumado, con saco o guayabera, hasta para comer en la mesa. Sentado en el comedor —un mesón de madera para nueve personas, de más de cien años de existencia— mirabas los candelabros rojos, debajo de un cuadro de bronce con el grabado de La Última Cena, antes de que te levantaras y te despedías, aun con ánimo después de 70 años de edad, y te subieras, junto con el conductor, en una pequeña pick up para ir a la finca Bélgica, el refugio que encontraste después de renunciar a la Iglesia.

Esta casa ha resistido los azotes del tiempo. Construida antes del terremoto de Managua en 1972, está ubicada en uno de los barrios principales que han cambiado tanto de nombres y referencias que no son sencillos de encontrar. Ahora es conocido como el barrio Francisco Buitrago, pero la casa destaca de las demás viviendas por las verjas negras, con serpentina de acero, que resguarda un porche en descampado.

“A mí me decían que no me casara con Donaldo porque era muy viejo para mí”, dice Francis, de 75 años de edad, quien fue su esposa durante 21 años.

Francis es blanca, delgada, ojos claros, pequeños y rasgados. “Pero era un hombre que no pasaba desapercibido. Entraba a un lugar y la gente lo quedaba viendo. Se sentía su presencia, hasta con los niños. Yo lo admiraba”, dice.

Quienes lo conocieron después de 1970, le decían “doctor”. Quienes lo conocieron antes, le decían “monseñor” o “padre”. Donaldo Chávez Núñez fue el primer obispo de Nicaragua que pidió la renuncia al Vaticano, después que se decía era uno de los elegidos para ser arzobispo de Managua.

Siete años después conoció a Francis Martínez, una joven de Estelí, 30 años menor que él, de la cual se enamoró, se casó civil y por la Iglesia y tuvo dos hijos.

Justo en esta sala, tapizada con ladrillos rojos, te sentabas y mirabas las noticias. Por la mañana leías los periódicos, y decías: ‘Este está mintiendo’. ‘Esto no fue así’. Pero no hablabas en público. No lo hiciste desde que dejaste los hábitos y viviste la vida civil. Un simple mortal que hablaba cinco idiomas, con un doctorado en Teología, Filosofía y Letras, que amaba a su finca, como a su familia, y de la que te pudiste despedir en tu último aliento.

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El 17 de febrero de 1966, Donaldo Chávez Núñez fue electo obispo auxiliar de Managua. “Para que proveas con derecho exclusivo a la disciplina del Clero, visita pastoral y administración de los bienes temporales hasta tanto no se disponga de otra manera”, se lee en la bula de su elección, donde lo declaraban auxiliar del arzobispo, monseñor Alejandro González y Robleto, quien para entonces tenía más de 80 años de edad.

A los 46 años de edad, Chávez Núñez tenía en sus manos un gran poder en la Iglesia, con el aval de González y Robleto, y quizá esto fue lo que pudo agrietar su vida religiosa. En la entrevista con el periodista Fabián Medina, publicada en el libro Secretos de Confesión, relata parte de la disputa que hubo en aquellos años por el cargo eclesiástico:

“Prácticamente el arzobispo González y Robleto me dijo que él me había pedido para que fuera sucesor y que vendría el nombramiento de arzobispo con derecho a sucesión, pero vino otro cosa, vino un nombramiento de obispo auxiliar, con poderes por supuesto omnímodos en el gobierno de la Arquidiócesis”. Y agrega: “Entonces dejaron el campo abierto y esa fue tal vez la falla para que se alborotara el avispero. Unos proponían a fulano, otros al zutano”.

El otro candidato que más pujaba por el cargo era el obispo italiano Julián Barni, quien días antes de que muriera González y Robleto, el 28 de junio de 1968, había sido nombrado administrador apostólico de la Arquidiócesis de Managua. “Este Arzobispado era tierra de nadie”, recuerda Chávez Núñez, en la entrevista con Medina. “Esto era un escándalo, como vulgarmente se dice, un pleito de perros”.

El propio obispo en una de sus visitas a Roma habló con el papa Pablo VI, a quien le dijo: “Por favor nombren arzobispo en Managua, aquello es un escándalo. Pero eso sí, le remito el deseo del presidente Somoza de que sea un nacional, por decoro del país”.

“A mí me habían vetado (los Somoza) al comienzo. Yo era el sacerdote de moda en ese tiempo. No había muchos sacerdotes y yo sobresalía”, agrega Chávez Núñez.

Desde la prensa y la radio, Chávez Núñez era señalado de ser somocista, por ser visto en reuniones sociales e inauguraciones de obras del gobierno de entonces, y esta otra supuesta ventaja que tenía también se le pudo haber revertido. “Hablé alguna vez que todas las cosas en Nicaragua necesitaban cambios, que el mundo estaba entrando a una era de cambios y así como estábamos nos quedaríamos muy atrás. Al instante le llevaron eso a Somoza: ‘Cuídese que ahí tiene un curita que es así y así’”.

Según Chávez Núñez, Somoza envió tres embajadores al Vaticano para emitir su opinión sobre los acontecimientos que estaban sucediendo en Nicaragua y de esta manera tratar de intervenir en su nombramiento.

En la biblioteca no alcanza un libro más. Apilados sobre muebles, hay ediciones exclusivas en varios idiomas. Se ven notas a pie de página, en libros de literatura, arte, historia y folletos agrícolas. “Todos sus libros no los toco. Están intactos. Yo a veces entro a la biblioteca y me pongo a leerlos. A mí me gusta leer, pero no como él. Leía muchísimo, era un lector incansable”, dice Francis Martínez.

En un texto inédito de Chávez Núñez, que se encuentra en la biblioteca de su casa, narra una visita del general Somoza Debayle: “Quiero que me disculpe, porque inconscientemente lo perjudiqué a usted, en su carrera”.

La disputa en la Iglesia se esfumó de forma sorpresiva cuando el Vaticano envió el nombramiento de monseñor Miguel Obando y Bravo, como arzobispo de Managua, en 1970. Chávez Núñez fue retirado del arzobispado de Managua y se le ofreció ser párroco de una iglesia en San Rafael del Sur, donde ya había estado. “En ese entonces todavía era presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua y en calidad de tal había participado en el Primer Sínodo Extraordinario de Obispos, celebrado en Roma en 1969”, escribe en otro texto inédito.

Chávez Núñez no duró mucho en San Rafael del Sur, adonde le llegó la orden de trasladarse a otra parroquia más remota, que en sus textos no aclara la ubicación. Sin embargo, este ofrecimiento no lo aceptó. “Así las cosas, opté por retirarme poco a poco, pero con carácter definitivo, de toda actividad religiosa, dedicándome a trabajar una finca que en unión con mis hermanos heredé de mis antepasados”, escribió.

En esta foto, Donaldo tiene aproximadamente 20 años de edad.

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Una mañana el doctor Chávez Núñez, montado a caballo, subió hasta la meseta Oyanca, en la comunidad de La Trinidad, en el departamento de Estelí. El lugar, que si no fuera por su planicie de lejos pareciera una montaña, lo enamoró de tal manera que cuando miró sus árboles y sus jardines, dijo: “Cuando tenga una hija le pondré Oyanca”.

Oyanca en náhuatl significa “la nueva vida o el nuevo camino”. Chávez Núñez vivía también un proceso de transformaciones. Era inicios de los años ochenta y tenía casi una década de haber pedido su renuncia al Vaticano. Se había casado de civil y en sus tiempos libres, cuando no estaba en la finca Bélgica, se dedicaba a pasear o acompañar a su joven esposa cuando iba a visitar a sus padres en La Trinidad.

Su promesa se cumplió en 1982, cuando nació su primera hija, Oyanca María de los Reyes, cuyo tercer nombre corresponde a haber nacido el 6 de enero, Día de los Reyes.

“Desde entonces mi papá esperaba la autorización del Vaticano, para poder casarse por la Iglesia, porque para él era un sueño. Adoraba a mi mamá y fue lo primero que hizo cuando llegó esa respuesta”, dice Oyanca María, su hija de 35 años de edad, que ahora vive en Estados Unidos.

El permiso del Vaticano le llegó hasta en 1997, después de 27 años solicitándolo. También llegó una carta del papa Juan Pablo II en la que le pidió disculpas por la demora en la expedición de la autorización y por los “atropellos” que cometió la Iglesia contra él.

“Mi papá iba todos los años al arzobispado y siempre le respondían que su caso estaba en proceso”, dice Carlos Fernando Chávez, de 32 años edad, el otro hijo de monseñor. “Desconozco si el clero lo hizo (no tramitar con más beligerancia el caso) a propósito o pensaban que lo hacían como para castigarlo por haber renunciado”.

“Para mí, hubiera sido un cardenal increíble. Era un señor intachable”, dice Oyanca María, y agrega: “Y después conoce a mi mamá y se hace un hombre de familia. ¿Quién lo diría? Los planes de Dios son así”.

Chávez Núñez conoció a Francis Martínez en 1977, siete años después de haber renunciado a la Iglesia. Según Francis, Donaldo era un hombre al que su familia siempre le decía: “Donaldo, ¿por qué no te casás? Tanto tiempo soltero y nada”. Él respondía: “Es que tiene que ser una mujer con principios y valores”.

Un día Donaldo fue a una feria de arte en Estelí y decidió hablar con unas amigas de La Trinidad. “¿Por qué no me presentan una muchacha buena?”, les habría dicho.

Ese mismo día sus amigas lo llevaron a la casa de Francis Martínez, una joven soltera, pueblerina, que ya había estudiado Bioquímica y era aficionada a la lectura. “A él le gustó que siempre que me hablaba de sus viajes, de los libros, yo tenía una respuesta, le contestaba algo. Me preguntaba: ‘¿Y cómo sabés?’, yo le respondía que aunque no había viajado, todo lo sabía porque me gustaba leer y era bien curiosa”, dice Francis.

Sobre una mesita de vidrio hay una foto de Rosa Rodríguez, madre de Francis, otra de Donaldo y una más pequeña de ella. Las tres individuales, pero unidas en el centro de la sala.

“La gente me decía que me buscara un hombre joven, ¡guapo!”, dice Francis, con una carcajada con aires de nostalgia. “Donaldo era guapo cuando era joven. Y fue un esposo de lo mejor, de lo más maravilloso del mundo, tan fino, atento, especial”.

A pesar de que Francis tenía 28 años y Donaldo 58, ella estaba encantada con su nuevo pretendiente.

“El problema ahora era mi familia, que era de pueblo, y por lo tanto era tradicional”, dice Francis. “¿Cómo le iba a presentar a un hombre que había sido sacerdote? ¡Santo Dios! A veces se me unía el cielo y la tierra. Mi abuelito era tan chapado a la antigua que se iba de saco y corbata a misa, a cenar, a todos lados. Nunca le conocí una ropa casual. Pero entonces, cuando les presenté a Donaldo a mi familia, al inicio no lo aceptaron, pero ya después miraron que era culto, educado, diferente”.

Oyanca María Chávez, hija de monseñor, con Sofía, su hija.

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Antes de las siete de la noche de una tarde de agosto, Magaly espera a su hermana Francis, mientras cae un aguacero en Managua. Magaly está detrás del visillo de una ventana corrediza, en el momento que llega su hermana a la puerta. Francis camina balanceándose, como cojeando de la pierna izquierda. Cuando entra, pasa directo a su cuarto y empieza a sacarse las medias de los pies, que se puso desde que salió de su casa después de las seis de la mañana.

Francis y Magaly han vivido juntas casi toda su vida. Uno de los momentos en que se separaron fue cuando Magaly fue a estudiar Relaciones Internacionales a El Salvador. “Pero cuando Francis me dijo que si me quería venir a vivir con ella, después de que se casó con el doctor, yo vine y aquí me quedé”, dice Magaly.

Ojos verdes, Magaly, una mujer menuda de 65 años, ha vivido desde entonces con su hermana. “Cuando nuestros padres murieron, nos dejaron tierras en Estelí. Nosotros las vendimos y todo lo invertimos en la finca Bélgica del doctor”.

Magaly es quien se encarga de los quehaceres del hogar, mientras Francis y Carlos Fernando trabajan. Francis tiene 25 años de laborar en la Universidad Nacional Agraria. “Es una señora disciplinada, educada. No falla por nada del mundo. Siempre está puntual”, dice Ruth Velia Gómez, jefa inmediata de Francis, en un reportaje que la universidad le hizo a inicios de agosto, para reconocer todos sus años de trabajo.

“Yo me pongo las medias para apretar el zapato”, dice Francis, mientras muestra el empeine, con algunos puntos negros. “Yo no puedo apoyar bien el pie izquierdo, porque lo tengo más corto que el otro. Todo fue desde el accidente, un accidente terrible que tuvimos”.

El accidente ocurrió en 1986, en el regreso de uno de los tantos viajes en familia que realizaban a La Trinidad. En el carro venía Donaldo, Francis, y Carlos Fernando, de apenas un año, chineado en brazos de Magaly. Era de noche y antes de llegar a Tipitapa, un vehículo que venía de frente, llevaba las luces altas y provocó que Donaldo, quien iba al volante, perdiera el control del carro y se metiera en un hoyo que lo hizo zigzaguear hasta estrellarse contra un enorme árbol.

Magaly se rajó la frente y los párpados. Donaldo se golpeó el estómago con el timón. Carlos Fernando cayó debajo del asiento de copiloto, bañado en sangre.

—¡Perdí mis ojos! —gritaba Magaly.

—Yo te miro normal —le decía Francis, en el asiento delantero. Apenas podía moverse.

—Estoy ciega. ¡Maté a Carlos Fernando! —seguía gritando sin control.

Magaly creía que el niño estaba muerto cuando lo vio en el suelo lleno de sangre.

Minutos después pudo recogerlo y fuera del llanto desgarrador, el pequeño Carlos Fernando no tuvo ningún golpe.

Francis sufría. Callada. Tenía 10 fracturas: en los brazos, clavícula, costillas y pies. Se le reventaron los pómulos y pasaría entre su casa y los hospitales los próximos tres años. “Estaba seis meses en el hospital, me mandaban a la casa, pero ahí nomás no aguantaba y me regresaba otros seis meses al hospital. Así pasé todo ese tiempo. Gracias a Dios nunca tuve secuelas en mi cabeza y la columna”, dice Francis.

El primer día que Francis salió del hospital tenía todo su cuerpo vendado.

—Carlos Fernando, vení saludá a tu mami —le decía Magaly. El niño la miraba y corría a su cuarto, muerto de miedo.

“Era tiempo de guerra. Y cuando iba al hospital era tipo película: había charcos de sangre por todos lados. Para un niño era una odisea entrar al cuarto a visitarla. A mí me daba pánico”, dice Carlos Fernando Chávez.

Donaldo y Francis durante su boda civil en 1979. Se casaron por la Iglesia hasta 1997, cuando recibió la autorización del Vaticano.

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El doctor Donaldo Chávez Núñez nació en Managua, el 10 de enero de 1920. Sus padres, Carlos Fernando Chávez Núñez y Micaela Núñez Roa, era una familia de agricultores, con tierras en los alrededores de la ciudad.

“Tenía tantas anécdotas y experiencia en su vida. A mí me gustaba preguntarle sobre sus viajes, su familia. Nuestro tema de conversación que no faltaba era el amor que le tenía al campo”, dice Oyanca María.

“Una vez que mi papá dejó sus hábitos, la finca fue su vida y por ella dio todo. Podías ver en sus ojos la alegría que sentía cuando estaba allí”, agrega la hija.

En la sala de estar de la casa, en Managua, hay una pequeña foto del doctor Chávez Núñez. Tendría unos cuarenta años. Llevaba puesta la sotana y un crucifijo en el pecho. Con rasgos finos, escaso cabello, moreno, cejas pobladas y ojos expresivos.

“Jamás me afrenté de él. Yo andaba siempre en todas las reuniones, en todas las fiestas. Y la gente lo quedaba viendo. Y decían: ‘Miren al doctor con esa chavala tan bonita y tan joven’”, dice Francis.

En todos los medios radiales era la comidilla ver al obispo de la mano con una muchacha bonita. “Ella era una muchacha de casa. Si iba a fiestas, era a la casa de unas amigas y nada más. Bien sana”, dice Magaly.

El casamiento eclesiástico ocurrió en 1997, tres años antes de que Donaldo muriera. La ceremonia se realizó en la iglesia San Agustín, en donde solo había unas 8 personas, entre ellas sus dos hijos, Magaly y dos testigos. El doctor se casó con el mismo saco que ocupó en la boda civil, 18 años antes.

“Los dos eran igual de sanos. Los dos se encontraron bien”, dice Magaly.

En el garaje de la casa hay varios objetos olvidados. Fotos, muebles, una piscina de plástico. Al fondo está una vieja máquina de escribir, que a Francis le hace recordar a Donaldo, repiqueteando las teclas. Tac, tac, tac, y el regreso del carril a cada momento.
“Siempre escribía cualquier detalle y cuando terminaba me lo enseñaba y yo le daba mi opinión, pero siempre escribió lindísimo”, confía Francis.

Carlos Fernando Chávez, hijo de monseñor, con Franco Andrés, su hijo.

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Un año después de casarse por la Iglesia, a Donaldo Chávez Núñez le amputaron una pierna. Era diabético. Se hirió el pie y la infección comenzó a regarse. Primero le amputaron un dedo y después otro. El especialista le dijo que era mejor amputarle el pie, antes de que el mal se le regara en todo el cuerpo.

“Mi hermana y yo estábamos pequeños y no nos quería dejar solos, entonces decidió que lo mejor era que le amputaran el pie”, dice Carlos Fernando.

Cuando salió del hospital tenía problemas cardiorrespiratorios, insuficiencia renal y neumonía.

—Llevame a la finca, que de esta no me recupero —le dijo Chávez Núñez a Francis, su esposa.

Ya tenía como tres meses de no visitar la finca Bélgica. El día que lo llevaron se colocó un suéter caliente y desde que llegó se recostó en una hamaca de la hacienda.

En su casa también le gustaba sentarse en el corredor. En una silla de madera, con el pecho descubierto, recibiendo los vientos helados. “Eso empeoró los problemas respiratorios”, dice Magaly, quien lo asistió en los ataques respiratorios.

El nueve de mayo del año 2000, Donaldo fue velado en la funeraria Monte de los Olivos. El cardenal Miguel Obando y Bravo, a quien desde hace dos años había buscado después de no hablarle durante 18 años, llegó para despedirlo. Mientras Carlos Fernando, Oyanca, Magaly y Francis estaban alrededor, secándose las lágrimas, el cardenal le rezaba en su última noche.

Durante su matrimonio tuvieron dos hijos.

Sobre el obispo Donaldo

Estudió la secundaria en el Colegio Centro América, de Granada, del cual después llegó a ser profesor. A los 15 años de edad fue enviado a bachillerarse, primero a El Salvador y después a Colombia, con los padres jesuitas. Sus estudios universitarios los realizó en universidades de Colombia y Estados Unidos, entre ellas Ysleta College y Loyola University.

Fue ordenado sacerdote católico el 23 de abril de 1954, en Puebla, México. Era licenciado en Artes, Filosofía y Letras. Fue presidente de la Cruz Roja de Nicaragua durante tres periodos, de dos años. Llegó a ser profesor de Humanidades y Retórica, en la especialidad en Literaturas Griega y Latina y en México fue profesor de griego bíblico.

Sabía hablar latín, griego, inglés, francés, español y portugués. Los libros que tiene en la biblioteca de su casa están escritos en diferentes idiomas.

Según Francis, viuda de Chávez Núñez, la Cruz Roja le ofreció trabajo en otros países, donde le prometieron dinero, casa y residencia, pero nunca quiso abandonar Nicaragua.

Es fundador de la escuela mixta parroquial Santa Ana y la iglesia del barrio Acahualinca. Fue expresidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, durante dos años.

Leopoldo Brenes: “No supimos nada”

Monseñor Leopoldo Brenes dijo para un reportaje de la revista Magazine que para el tiempo de la disputa en la Iglesia por nombrar al arzobispo, él estaba en el Seminario. “No supimos nada de eso (el pleito). No había televisión ni nos llegaban periódicos. Después fue que me di cuenta lo que sucedió, por lo que se contaba”.

Y agregó que cuando él fue nombrado arzobispo la sucesión fue más tranquila: “Ninguno de nosotros (los obispos) aspiraba a ser arzobispo. Los siete estábamos tranquilos en nuestras diócesis”.

En la entrevista con Fabián Medina, dos años antes de su muerte, Chávez Núñez admitió que después de la disputa que hubo por el arzobispado, le dejó de hablar al cardenal Miguel Obando y Bravo. “Yo he meditado, y hace dos años, tal vez un poco más, me dije que eso no debía continuar y fui donde él a saludarlo. Nos reconciliamos y las cosas han cambiado”, dijo Chávez Núñez.

Sin embargo, Obando y Bravo siempre negó que haya tenido que ver en las intrigas de aquel entonces. “Yo estaba fuera, entonces no participé de las intrigas. Yo estaba en San Salvador y me dijeron que si aceptaba de obispo auxiliar y acepté”, dijo.

Cuando se le preguntó al cardenal Miguel Obando y Bravo si monseñor Alejandro González y Robleto había recomendado a Chávez Núñez, respondió: “Uhhh, tal vez al inicio, pero después no”.

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