Historia universal de la higa o “guatusa”, nuestro gesto obsceno por antonomasia. Desde amuleto contra el “mal de ojo” hasta la política nicaragüense
Por Amalia del Cid
Breve guía para insultar con la mano y sin sutileza: se forma un puño y enseguida se desliza el dedo pulgar, como un diminuto cañón, entre el índice y el medio. Eso es todo. Pero el gesto puede ir acompañado por un chirrido labiodental o bien por una palabra clave que le aporte fuerza y, si se quiere, dignidad, como “¡esta!” y “¡tomá!”. En otras partes del planeta la gente lo llama “higa”; para los nicaragüenses es simplemente “guatusa”.
Una de las primeras referencias sobre el uso del práctico gesto obsceno que antaño más utilizaban los nicas viene desde comienzos del siglo pasado y tiene que ver con cierto personaje pintoresco y belicoso, de nombre Luis Mena, que aparece en todos nuestros libros de historia. Seguramente usted ha escuchado la frase: “¡Esta!, dijo Mena”, que de alguna manera quedó para siempre amén relacionada con la “guatusa”.
“El cuento”, dice el historiador Nicolás López Maltez, es que el presidente José Santos Zelaya le había puesto precio a la cabeza de Luis Mena, quien fue “el principal general de la última insurrección” en su contra, en 1909. Y más tarde “cuando ambos estaban exiliados en España, Mena, que necesitaba dinero, se fue donde Zelaya y le dijo que le pagara la recompensa por la cabeza. ‘¿Cuál cabeza?’, le preguntó Zelaya. ‘Esta’, dijo Mena, tocándose su cabeza”.
Pero hay otras versiones, tejidas y aumentadas a lo largo del tiempo, que colocan a Mena, protagonista estelar de la famosa Guerra de Mena, tocando a la puerta de Zelaya para decirle que le llevaba “la cabeza” y enseguida mostrarle la del dedo pulgar. De cualquier forma, a estas alturas no es posible comprobar con precisión histórica si Mena hizo o no una “guatusa” alguna vez, afirma el historiador Bayardo Cuadra. Lo que sí se sabe es que a Anastasio Somoza García le encantaba emplearla y que en una ocasión fue usada como parte de una campaña política.
Debido a que el gesto de la “higa” se originó en la península ibérica es natural que su presencia en América se atribuya a la venida de los conquistadores españoles. En España, desde tiempos remotos, el signo ha sido empleado como amuleto contra “el mal de ojo” y también para demostrar desconfianza. De esto último quedó constancia en El Quijote de la Mancha, cuando Cervantes hizo que la dama Doña Rodríguez de Grijalba le aclarara a Sancho Panza que de ella solo recibiría una higa.
En Nicaragua denota principalmente desconfianza y, más que eso, es una proclamación de “a mí no me engañás”. O sea, la guatusa como respuesta ante la guatusa. El gesto se convirtió en nuestro símbolo nacional “del engaño”, escribió Pablo Antonio Cuadra en su libro El Nicaragüense.
“La higa es un gesto universal injurioso o burlesco o despreciativo de probable abolengo fetichista. Sin embargo, entre nosotros ha adquirido una excesiva y sospechosa preeminencia y popularidad sobre el resto de nuestros gestos típicos. Le hemos dado nombre y oficio, y con un sentido mágico muy indio, hemos encarnado el gesto en un animal roedor, huidizo y equívoco”, expuso el periodista en su obra más conocida, publicada en 1969.
Para él, la guatusa era una “indecente letra de mano” que sustituía a la palabra engaño. Una “expresión de falsedad” y una manifestación más del espíritu Güegüense. Por otro lado, nos guste o no, es un signo que nos ha acompañado a lo largo de muchos años, en todas las esferas, pero sobre todo en la política, y que ha sobrevivido pese a que “la peineta” (nombre popular del dedo medio alzado) le ha ganado terreno.
Esta es la nada ortodoxa historia de la elocuente “guatusa”. “El duende mimado de un pueblo mentiroso”, diría Pablo Antonio.
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Hubo en Nicaragua una campaña política que era “pura ficción”. Pasó que Ramiro “Tipitapa”, el más cómico de los célebres hermanos Cuadra Vega, se postuló a presidente de la República por el legendario partido de “Los Come Salteado”, utilizando el lema: “Con este signo vencerás”, relata el historiador Bayardo Cuadra. Se suponía que esa frase debía ir acompañada por el símbolo cristiano de la cruz; pero Tipitapa lo cambió por el de la guatusa.
“Fue cuando a Luis Somoza lo iban a elegir presidente. Era una campaña jocosa, era como una burla”, comenta el historiador. Y también recuerda cuando el propio padre de la dinastía, Anastasio Somoza García, esgrimió una pronunciada guatusa contra los estudiantes de la Escuela Normal Central de Varones.
A Tacho viejo le gustaba el efecto que causa la higa. Un gesto elocuente, sencillo, grotesco y universal, que desaparece casi tan rápido como se forma, pero que aun así hace suficiente daño. “Le hacía la guatusa a mucha gente en frecuentes ocasiones”, asegura el historiador Nicolás López Maltez. “Cuando el general Emiliano Chamorro le pidió que le diera la presidencia, en 1944, Somoza se reunió con el general José María Moncada (su primo) y con el general Carlos Pasos. Ambos se opusieron a las pretensiones de Chamorro y aconsejaron a Somoza rechazarlas. Somoza coincidió con ellos, diciendo: “¡Esta que le doy la presidencia!” Y al decir “esta”, hizo una prolongada guatusa. Luego de eso, naturalmente, los dos caudillos dejaron de ser aliados, pero esa es otra historia.
Lo que hoy nos toca es lo “extraordinario” de la amplitud de significados que tiene este signo. “Este jeroglífico del engaño o de la falsedad, entre nosotros los nicaragüenses: en la política, en la economía, en el juego, en las relaciones sexuales, etcétera”, en palabras de Pablo Antonio Cuadra. Se trata de “un vicio generalizado”, dice en El Nicaragüense. “Somos ‘guatuseros’ y nos llamamos mutuamente ‘guatuseros’ para eludir llamarnos mentirosos. Hemos inventado la ‘guatusa’ para disfrazar una fea realidad: la mentira”. Es decir, el hábito de jurar que se hará una cosa y por debajo de la mesa cruzar el índice y el pulgar.
Para Pablo Antonio “el mal” guatusero “nos viene de largo”. Y para sostener su afirmación citó a dos cronistas españoles: “Hablando de nuestros indios, dice Francisco López de Gómara: ‘Son animosos, astutos y falsos en la guerra’. Y Gonzalo Fernández de Oviedo agrega: ‘e son muy crudos a natura e muy mentirosos’”.
Por otro lado, prosigue el periodista en su ensayo: “Nuestro obsceno símbolo del engaño” —¿Acaso no comienza nuestra historia con dos guatusas? Ahí tenemos —señala— a Nicarao diciendo que “sí” y después atacando y a Diriangén “con su fastuosa embajada y su regalo de quinientos chompipes y tejas de oro que no son más que engañosos preparativos de su violento ataque guerrero”.
A juicio del recordado PAC, en nuestra forma de mentir se combinó “la mentira solapada del indio” con “la mentira exagerada del andaluz” y el resultado es una mentira “casi siempre inclinada a la burla, como si la risa nos sacara de la hipocresía”. Y son mentiras como las del Güegüense, como las del tío Conejo y las de Menocal. “Somos mentirosos hasta con la mentira”, escribió, inmisericorde, Pablo Antonio. “La ocultamos, la mentimos bajo figura de animal: chompipe o guatusa”.
Sin embargo, a todo esto, ¿cómo es posible afirmar que un pueblo tan franco como el nicaragüense es a la vez guatusero? Fácil. Para el escritor, “el nicaragüense es leal con la primera cualidad de la palabra. En su relación con la realidad no engaña ni se engaña. Pero, en cuanto la palabra informa —en cuanto la palabra transmite al ‘otro’ algo— ¡cuidado! Es allí donde salta no la liebre sino la guatusa”.
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La experta en semiótica Addis Esparta Díaz para nada está de acuerdo con el autor de El Nicaragüense. Opina que son afirmaciones demasiado generalizadas. Se ha demostrado —apunta— que “las emociones básicas del género humano son siete: alegría, tristeza, miedo, enojo, asco, desprecio y sorpresa y cada una se presenta de forma aislada”. Sin embargo, dice, “cuando Pablo Antonio Cuadra afirma que el nicaragüense es mal hablado se generaliza la emoción básica del enojo o ira para toda la población”, así como la utilización de un recurso al fin y al cabo obsceno: la guatusa.
“En lo que sí estoy de acuerdo es que el Güegüense lo llevamos dentro bajo ciertos límites sutiles, porque a veces somos pícaros, traviesos, usamos el doble sentido y la ironía, limitando la comunicación no verbal porque sentimos que no podemos elegirla libremente y recurriendo a la introspección y al fingimiento o autorrepresión de lo que sentimos en realidad”, analiza la profesora.
¿Entonces el nicaragüense es o no guatusero? Díaz responde con un “no” categórico. Para ella “este término debe eliminarse del imaginario colectivo, porque es un recurso no verbal utilizado por cierto número de personas”. El gesto contiene un “lenguaje oculto” y “desde la moral social es un signo no verbal vulgar, obsceno y sexual, utilizado por el machismo para expresar dominio masculino”.
Por lo tanto, sentencia, “si nos respetamos como pueblo, comencemos por rechazar la idea que todos somos guatuseros, o sea hipócritas, falsos, mentirosos y de doble moral”. Además, dice, “la comunicación no verbal va más allá de un simple sistema de códigos, es utilizar el sexto sentido o la intuición; sigamos viendo al Güegüense como símbolo de nuestra idiosincrasia y no a esa terrible dactilogía llamada guatusa”.
No obstante, hay quienes consideran que no puede separarse al Güegüense de la guatusa. Como el maestro Alejandro Aróstegui, quien los pintó a los dos.
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En los años setenta, Alejandro Aróstegui creó su obra “El Güegüense” como parte de una exposición en honor al personaje. No tuvo que pensarlo mucho para decidir que lo retrataría haciendo una higa, porque para él, el Güegüense es el padre de la guatusa.
Un guatusero es quien “te hace creer algo cuando lo que está pasando en la realidad es diferente”, dice Aróstegui. “La guatusa es una seña de que le tomaste el pelo a la otra persona”.
Cuando él era un niño el gesto de la higa era más común y muy bien conocido, recuerda. “Los chavalos la hacían sin detenerse a pensar en la connotación sexual”. Hoy la higa se ve menos; pero no la guatusa. “En Nicaragua estamos llenos de guatusas, por todas partes, y todo mundo sabe cuándo lo están guatuseando”, comenta, divertido, el maestro.
La guatusa, practicada o no, parece ser una parte de nuestra cultura, en tanto le hemos dado una connotación propia y le hemos puesto nombre y rostro. En Nicaragua es mucho más que un insulto. La higa, ese gesto manual tan grotesco y vulgar, se convirtió en la manera más rápida de espantar la burla, la trampa y la mentira. Tal vez Ramiro “Tipitapa” Cuadra no estaba tan equivocado cuando dijo: “Con este signo vencerás”.
El roedor
El animalito que dio el nombre al signo de la guatusa es un mamífero roedor diurno que no tiene problema en adoptar rápidamente hábitos nocturnos cuando se siente amenazado. Su territorio va desde el sur de México y Centroamérica hasta el norte de Argentina, así que es americano de pura cepa.
Se alimenta principalmente de frutos y suele sepultar semillas en sus dominios para recurrir a ellas en tiempos de escasez. Pero muchas veces se olvida de ellas y de esa manera, sin proponérselo, termina plantando árboles y arbustos; así que su existencia es de gran utilidad para el medioambiente.
Mide de 42 a 62 centímetros y pesa de dos a tres kilogramos; pero de ser necesario puede erizarse para aparentar más tamaño y engañar a sus depredadores, pues su carne es altamente valorada en el campo. Su pelambre es castaño rojizo, más oscuro en las partes altas; vive en madrigueras que escarba en la tierra y entre las raíces de los árboles, o bien toma posesión de huecos que encuentra entre las rocas. Si tiene suerte, vive un poco más de 13 años.
La guatusa o “mano poderosa”
En el mundo del esoterismo se considera que los amuletos en forma de mano son “los más potentes” y entre esa clase de talismanes la guatusa tiene un lugar especial; aunque, por supuesto, los astrólogos no la llaman guatusa, sino “figa” o “higa”. También es conocida como “mano poderosa”, “la mano de la diosa”, “mano negra”, “cigua”, “manija” y “puñera”.
El puño con el dedo pulgar entre el índice y el medio representa “la mano de la diosa Madre Primigenia, protectora de la Península Ibérica”, de acuerdo con los estudiosos de la higa como amuleto. Así que se asume que ahí nació, probablemente en la Edad Media, y también es llamada “higa hispánica”.
Se le considera “una señal de lucha contra el mal que acecha” y entre los muchos poderes mágicos espirituales que los astrólogos le atribuyen está el de “ahuyentar el mal de ojo, la envidia, los celos y las enfermedades del entorno”. Sus partidarios creen que “absorbe toda la energía negativa de un lugar” y después “se rompe por sí sola”, por lo que “debe ser sustituida por una nueva”; de ahí que suela fabricársele con materiales resistentes.
Normalmente se usa azabache (el material más “poderoso”), coral negro, cuarzo negro o plata. A veces madera. De hecho, hay quienes creen que el nombre “higa” proviene del árbol de higuera. Y también los colores tienen un significado: blanco para la salud; verde para eliminar la tristeza; marrón para “neutralizar las enviaciones espirituales”.
El amuleto se usa desde hace cientos de años y ha ido perdiendo adeptos; sin embargo, al sol de hoy todavía hay quienes confían en que “elimina la esterilidad y la impotencia” (por sus connotaciones sexuales) y creen que guardando una higa en la cartera, junto con una moneda de plata, podrían atraer el dinero.
Se utiliza para “proteger” la casa, o bien, colgada al cuello, con un cordón. Además, en España y algunos países de Latinoamérica, se emplea como amuleto para mantener a los recién nacidos a salvo del temido “mal de ojo”.
En otros siglos su uso fue ampliamente aceptado y practicado, e incluso aparece en pinturas de Diego Velázquez y Juan Pantoja de la Cruz, quienes retrataron a infantes de la realeza utilizando el amuleto prendido a la ropa, allá en los años 1600 y tantos. Con el tiempo, sin embargo, la fama de talismán de la higa ha decaído y el signo predomina como insulto, pues representa al miembro sexual masculino dentro de los labios vaginales. No obstante, si se analiza bien su historia, se descubre que la guatusa, llámese higa o “mano poderosa”, siempre ha sido un gesto de desconfianza.
Desde tiempos remotos, “la higa es considerada un gesto de desprecio con intencionalidad injuriosa hacia quien se considera non grato”, dice Luisa Abad González en el libro “La colección de amuletos del Museo Diocesano de Cuenca”. Y la higa como objeto o amuleto, “no tiene sino la funcionalidad de materializar ese gesto y, al portarlo la persona, ejercer el efecto contrario al que se cree uno pueda recibir”.
Finalmente, dice Abad, es necesario aclarar que en la Península Ibérica “se ha llamado genéricamente con el hombre de higa tanto a la representación fálica o mixta mencionada como a otros amuletos en forma de cuerno o a un siempre trozo engastado de coral”. Actualmente se pueden encontrar higas elaboradas en materiales plásticos o sintéticos, que son llevadas por la gente sin tener noción concreta de lo que simboliza.
Etimología de la guatusa
El término guatusa viene de las palabras náhuatl “quauh”, que significa “monte” y “tozan”, que quiere decir “topo”, explica la profesora Addis Esparta Díaz, experta en Semiótica. El nombre se aplicó primero a ese animalito que parece una rata grande y que también es llamado cotusa o cotuza y agutí centroamericano. Cuando se siente amenazada, la pequeña guatusa eriza su pelaje para simular mayor tamaño y “la analogía es inmediata: el simulacro, el engaño”, señala Díaz.
“Claramente se asocia también a lo que explica Pedro Henríquez Ureña (fue un filólogo y escritor dominicano) sobre el Güegüense o ratón macho, al que llamó pícaro e ingenioso”, dice la profesora. Sin embargo, señala, en realidad son animales “tímidos y huidizos que utilizan el simulacro”, lo cual entra en contradicción con el obsceno signo verbal que lleva el nombre del roedor, pues el mensaje del signo para nada es tímido ni huidizo.
“El signo de la guatusa es utilizado mayormente por el género masculino y alude de manera directa a sexo o coito, asimismo connota desconfianza en el otro al que mira como oponente”, subraya Díaz. Además de obscena, la guatusa es el signo de la mentira y de la hipocresía, por eso la profesora no comparte aquella afirmación generalizada de que los nicaragüenses somos “guatuseros”.
La peineta, prima de la guatusa
Cuando se rastrea el origen del signo de la “peineta” todos los caminos parecen conducir a Roma... y a la antigua Grecia, de la que los romanos copiaron muchas costumbres. El gesto de la mano empuñada con el dedo medio extendido es universal; sirve para ofender, expresar burla y demostrar desaprobación, desconfianza e indiferencia... y todo indica que ha significado lo mismo desde hace más de 2,500 años, por lo que se le podría considerar el símbolo obsceno más antiguo del mundo.
Hoy la utilizan artistas, presidentes, huelguistas, raperos y otros rebeldes; pero ya antes la habían usado grandes filósofos, como Diógenes de Sínope, el hombre que pasó a la historia y a la memoria popular por haber elegido vivir como mendigo. Ese mismo que, según se cuenta, cuando recibió de Alejandro Magno la oferta de “Pídeme lo que quieras”, respondió: “Apártate, que me tapas el sol”. Bien, en la obra Vidas de los Filósofos más Ilustres, de Diógenes Laercio, este describe cómo Diógenes, el sabio pordiosero, mostró su desprecio hacia el político y orador Demóstenes (pomposo y algo desordenado en sus discursos) señalándolo con el dedo medio levantado y diciendo: “Ese es el conductor del pueblo ateniense”, cuando unos forasteros preguntaban por él.
Otra referencia que prueba los antiquísimos orígenes de la “peineta” aparece en la sátira Las Nubes, escrita por el dramaturgo griego Aristófanes, nacido en el año 444 antes de Cristo. En su obra, arremetió contra toda nueva doctrina filosófica y especialmente contra Sócrates, a quien su personaje Estrepsíades dedicó el dedo corazón alzado, acompañado por un “este de aquí”.
“Los romanos, que no tenían reparo alguno en copiar de otras culturas todo aquello que creían que les podía beneficiar, adoptaron el gesto de levantar el dedo corazón de los griegos”, señala la Revista de Historia. Y no solo eso, sino que “advirtiendo la relevancia del gesto que habían adquirido, decidieron ponerle el primer nombre que se le conoce: digitus impudicus (aunque también digitum medium, impudicum o infamen)”.
El significado del gesto se mantuvo inalterable en la cultura romana. En viejos textos latinos se comprueba que “levantar el dedo corazón mientras se mantenía el resto de dedos flexionados contra la palma de la mano pretendía representar el miembro viril erigiéndose desde el escroto”, dice la revista. “El poeta hispano Marcial describe en su obra el gesto cuando un tal Sextilio responde a alguien que le ha insultado llamándole invertido o afeminado levantándole el dedo corazón” y el propio emperador Calígula en una ocasión ofreció su dedo corazón levantado, en lugar de la habitual mano, al tribuno Casio Querea, a quien solía tachar de afeminado. Así pues, la burla que conlleva el digitus impudicus de los griegos y los romanos “no es otra que calificar como sodomita pasivo a aquel a quien se le dirige”.
Parece ser que durante la Edad Media el digitus impudicus desapareció temporalmente, debido a la creciente influencia de la Iglesia católica. Pero sobrevivió en la clandestinidad y para el siglo XVI ya gozaba nuevamente de su antiguo prestigio y era usado con gran elocuencia en la política.
Hoy se le conoce como “fuck you”, “peineta” y “corte de mangas” y como gesto manual obsceno es un clásico pariente de la “higa” o guatusa, para los nicaragüenses.
"¡Esta!", dijo Mena
El general Luis Mena Vado era pintoresco “y poseedor de la obsesión de ser presidente de la República”, pues se consideraba a sí mismo el artífice principal de la revolución que hizo caer al general José Santos Zelaya, señala el escritor Hugo Vélez Astacio, quien se encargó de recopilar tres versiones que, aunque con muy poco asidero histórico, tratan de explicar el origen de la frase: “Esta, dijo Mena”.
La primera afirma que el general José Santos Zelaya puso precio a la cabeza de Mena y años después, estando ambos en el exilio, el propio Mena fue a buscar su recompensa. “¿Cuál cabeza me traés?”, preguntó Zelaya, sonriente. “¡Esta!”, dijo Mena, haciendo una significativa higa. Pero según el historiador Bayardo Cuadra, no está confirmado que alguna vez Zelaya y Mena hayan coincidido en el exilio.
La segunda versión tiene que ver con el ministro George T. Wiltzel y cuenta que Mena “acordó con él no tomar armas si era sustituido en su cargo de jefe del Ejército por un civil y no por el general Emiliano Chamorro”. Pero “la misma noche, faltando a la fe jurada, abandonó la capital trasladándose a Granada, donde dio inicio la llamada “Guerra de Mena”, apunta Vélez. Más tarde, dice el cuento, cuando a Mena le preguntaron por qué no honró su acuerdo con Wiltzel, este, “sabedor de que ello truncaba sus aspiraciones presidenciales, dijo ‘esta’ haciendo la guatusa”. Sin embargo, los libros de historia afirman que la Guerra de Mena estalló justamente con la destitución de Mena como ministro de la Guerra y el nombramiento de Chamorro como jefe de las Fuerzas Armadas, ante el rumor de que Mena planeaba un golpe de Estado contra Adolfo Díaz.
La última versión asegura que cuando alguien le preguntó a Mena “si se prestaría a volver a ir a dejar personalmente a otro diplomático hasta Corinto”, el general respondió haciendo la guatusa. Sucedía que en mayo de 1911 “Mena fue capturado al bajarse del tren en la Estación del Ferrocarril, después de ir a despedir al cónsul americano Moffat hasta Corinto”, señala Vélez. Aunque, “debido a su popularidad”, fue liberado.
Vélez se inclina por esta última versión, por parecerle la más probable.