La familia Somoza fue una estructura de poder que convertía en oro todo lo que tocaba. Expropiaciones, ventas forzadas y monopolio de negocios fueron algunos de los instrumentos con que construyeron una fortuna cercana a los 500 millones de dólares de la época
Por Tammy Zoad Mendoza M.
A las tres de la madrugada del 17 de julio de 1979, un grupo de personas carga apuradamente maletas dentro de un helicóptero Sikorsky aparcado en la Loma de Tiscapa. El general Anastasio Somoza Debayle huye ese día, dejando un país destruido y gran parte de la fortuna que su familia construyó a la sombra del poder en los últimos 40 años.
Del helicóptero al learjet “Nicarao” rumbo a Miami. Pero el itinerario cambia y aún el 19 de julio estaría viajando, ahora en su yate de lujo hacia Las Bahamas. Le acompañan su hijo Anastasio Somoza Portocarrero y su eterna amante Dinorah Sampson. Llevan poco equipaje comparado a lo que dejan en Nicaragua: una aerolínea, una naviera, fábricas de cemento, de fósforos, de telas, compañías pesqueras, camaroneras y automotrices, además de decenas de fincas cafetaleras, ganaderas e ingenios azucareros. La lista sigue.
En Nicaragua, “Somoza” ha sido sinónimo de autoritarismo, opresión y poder. Pero también tiene que ver con ambición, avaricia y concupiscencia. Esa hambre insaciable, y en su caso, heredada, por acumular más y más riquezas a costa de cualquier medio. Expropiaciones, subastas amañadas, compras bajo presión militar y abuso de información clasificada del Estado fueron parte de la mecánica de enriquecimiento. Aunque jamás se supo exactamente a cuánto ascendía la fortuna de Somoza, el recuento de detallados y extensos inventarios de propiedades, declaraciones de patrimonio, investigaciones y testimonios calculan que para ese día que Anastasio Somoza Debayle abandonaba para siempre Nicaragua la fortuna de la familia rondaba los 500 millones de dólares de la época.