Héroes de carne y hueso

Reportaje - 14.10.2012
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Olvide los superpoderes, la posibilidad de ser inmortal, los atuendos y nombres exóticos. Esta es la historia de los verdaderos héroes, esos que aparecen en el momento justo y deciden arriesgarse por salvar a otro

Por Dora Luz Romero

Cinco palabras. “Hola, mi nombre es Marcos”, dijo, y la frase se perdió en medio de los murmullos de un grupo de estudiantes.

Por más que se esfuerce, eso es lo único que Carlos Pallares logra recordar que salió de la boca de Marcos Calero esa mañana del mes de octubre de 2005.

Probablemente —cree Carlos—, él contestó con un mucho gusto y dijo su nombre.

Carlos tenía 12 años y ese día, que no recuerda bien si era jueves o viernes, había salido junto a sus compañeros de clases del sexto grado del Colegio Alemán Nicaragüense rumbo a El Crucero, en un paseo escolar.

Impacientes, los alumnos esperaban por la aventura. Pronto llegaron al canopy Monte Vista y ahí estaba Marcos. 29 años, moreno, pelo liso, bigote ralo. Era el guía. Explicó lo que debían hacer y con ayuda de otros trabajadores colocó el equipo de seguridad: guantes, casco, arneses.

Las niñas y los niños se deslizaban uno a uno sobre las cuerdas que los llevaban de estación en estación. Carlos se deslizó, una, dos, tres, no sabe con certeza cuántas veces, pero en una de las últimas estaciones sintió miedo. Quizás, ese había sido un mal presagio.

Sin importar que sus compañeros se rieran de él, dijo que se lanzaría con el guía. Lo mismo haría una de sus compañeras de clases, Ana Halleslevens.

En esa estación pasaron la mayoría de los estudiantes y solo quedaron Carlos y Ana con el guía. “Yo me tiro de primero, después la Ana y Marcos iba detrás de nosotros. Íbamos los tres al mismo tiempo”, recuerda.

Estaban a unos treinta metros de altura, abajo se veía el verdor de los árboles y justo antes de llegar a la estación el miedo de Carlos cobró sentido. El cable del canopy se reventó, las venas de acero se abrieron. Los tres iban para abajo, en caída libre.

Marcos —cuentan quienes estuvieron ahí— increíblemente se dio una vuelta en el aire y abrazó a los pequeños para protegerlos. Cuando llegaron al suelo ambos cayeron sobre él.

Ese hombre que habían visto una única vez y con el que habían cruzado solamente un par de palabras se había sacrificado por salvarles la vida.

Marcos murió y su historia apareció en la portada de los diarios nacionales. Sobraron quienes aplaudieran su hazaña, le llamaron “héroe”, pero hubo quienes con lágrimas sufrieron su acción. Dejó una esposa y tres hijos.

Los héroes no son esos hombres fortachones, de capa y licras, bien parecidos, inmortales, exhibicionistas, con una ristra de poderes sobrenaturales que venden en los cómics y en las películas. Es pues esta la otra historia. La de Marcos. De Ariel. De Yáder.

***

¿Qué es un héroe? El término llega de la mano de la mitología griega y se ha venido transformando a través de los años. En la antigua Grecia un héroe era un semidiós, un ser nacido de un dios y un ser humano. Un ser al que se le atribuían gran cantidad de virtudes y poderes.

Hércules, conocido como Heracles, era uno de los héroes más célebres. Representaba la fuerza y el valor. Nacido del dios Zeus y de la mortal Alcmena. Aquiles fue otro de los grandes héroes. Es considerado el más importante de los héroes griegos de la Guerra de Troya. La época que vivieron los héroes, según la mitología, es conocida como la Edad Heroica.

La Biblia también habla de héroes. Y hace su aparición Sansón. Un hombre muy poderoso que luchó contra un león con sus propias manos y que logró derrotar un ejército solo con una quijada de burro. David es otro, que pudo derrotar al gigante Goliat y a muchos ejércitos.

Ahora los héroes son otros, como Ariel Baltodano, de 36 años. No ha luchado contra leones y tampoco combatido a grandes ejércitos, pero sí ha estado en el momento justo para tomar la decisión que él ha creído correcta.

Tenía 16 años, recuerda, cuando fue con su iglesia a un bautizo en la laguna de Apoyo, Masaya. Se mecía al vaivén de una hamaca y de pronto escuchó gritos. De un brinco se levantó y corrió rumbo al bullicio.

“Estaba un señor llamado Léster y veo que está pidiendo ayuda, tenía extendida la mano y tenía el agua hasta el cuello”, cuenta. Nadie se metía. Todos lloraban. Todos gritaban. Pero nadie se metía.

Él lo hizo. Nadó hasta donde estaba el señor y logró sacarlo, y mientras lo jalaba se dio cuenta que de él estaban agarrados varios niños. Sacó a una, que supo al instante que era su sobrina, luego otro niño, otra niña...

La gente lloraba y buscaban a sus pequeños y en eso su sobrina se le acercó y le dijo:

—Tío, ahí está la Nachita —como llamaban cariñosamente a Nancy, su otra sobrina.

—No, no hay nadie —insistió él.

—Es que todos estábamos parados encima de ella para buscar como respirar —le explicó.

Recordar aquella frase aún le eriza la piel a Ariel. “Entonces yo me meto, no la veo y empiezo a rascar la tierra. La toco, rasco con más fuerza y la saco, pero se nota que ya viene con los labios moraditos y las uñas sin color”, relata.

Dentro de los miembros de la iglesia había un médico, así que se la entregó a él. “Está muerta”, dijo.

Ariel la agarró nuevamente y puso en práctica aquellos conocimientos de primeros auxilios que algún día aprendió siendo scout. “Yo estaba llorando, pero estaba trabajando y solo le pedí a Dios que volviera a la vida”. La niña tiró agua y volvió, y en ese instante él se vino abajo, se desplomó y dejó salir esas lágrimas que le apretaban el pecho.

Ariel Baltodano rescató de las aguas de la laguna de Apoyo a su sobrina y otros niños que se estaban ahogando. “Siento que era mi deber”, dice.

***

Carlos Pallares tiene 19 años, estudia Economía en una universidad de Medellín, Colombia, donde vive hace dos años con su familia.

El accidente en el canopy, dice él, marcó su vida. “Empezando por el hecho de que muy pocas personas dan la vida por alguien más, cuando ni siquiera lo conocés. Marcos nos salvó y yo estoy eternamente agradecido con Dios y con él sobre todas las cosas”, dice.

Le resulta fácil retroceder y armar la escena. Ese día, cuenta, abrió los ojos, sintió el piso y no estaba muy seguro de lo que había pasado. A su derecha vio a Marcos, el guía, y a su izquierda a Ana, su compañera de clases. Ella logró levantarse, dio un par de pasos, pero volvió a caer. “Lo primero que pensé es que si estaba vivo o muerto. Después miré a mi profesor y compañeros de clases en la parte de arriba y reacciono de que estoy vivo”, dice vía telefónica.

Cada músculo, cada hueso, el cuerpo entero le dolía. Y ahí permaneció acostado, inmóvil hasta que llegaron por ellos.

“Eso es algo que me dio pesar. A la Ana y a mí nos sacaron de primero, un carro nos llegó a traer y a Marcos lo sacan después, no nos sacan al mismo tiempo”, confiesa.

Tras el accidente, dice, lo primero que pensaba era en su estado de salud, pero también en sus abuelos, en su mamá que recién había dado a luz a su hermana y en cómo estaría Marcos. “Yo no dejaba de preguntar qué pasó con el guía, yo sabía que lo que él había hecho por nosotros era algo grande y realmente necesitaba saber cómo estaba”.

La mañana después del accidente su mamá le contó que Marcos había muerto. “Me sentí, ¡wow! Si no hubiera sido por él, no estaría aquí en este momento”, dice.

La familia de Carlos Pallares ayudó a la esposa e hijos de Marcos Calero a construir una casa y a recuperar el cobro del seguro de vida.

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“Después de Dios, yo siento que él (Yáder García) me ha regalado una segunda vida. Para mí es alguien muy especial”.

Hubert Silva.

Mánager de beisbol.

 

No se elige ser un héroe. No se planea. Un héroe se define en segundos, en ese instante en que se toma la decisión de arriesgarse, de sacrificarse, de ayudar a alguien más. En ese instante que no da tiempo de pensar, solo de reaccionar. Y eso bien lo sabe el leonés Yáder García, de 44 años, que salvó la vida del mánager de beisbol Hubert Silva.

Los recuerdos le humedecen los ojos. El 27 de octubre de 2009, Yáder García compraba útiles deportivos en la tienda de Hubert Silva cuando su hijo llegó avisar que asaltaban el cíber de su esposa, que quedaba al otro lado del negocio.

Yáder García corrió detrás de Hubert Silva con el bate de softbol que recién había comprado. Fueron como flashazos: un asaltante que apunta al pecho de Hubert Silva, gente que grita, y Yáder García que con un batazo directo a la frente del asaltante logra desviar el tiro.

“Sinceramente no sentí miedo, fue un instinto. Hasta que pasó me entró nervio, una, dos horas después me temblaban las piernas. En el momento yo actúo. Hasta después recordando todos los hechos, yo dije: ‘Señor, puse mi vida en peligro’, y lloro. Solo me acuerdo de mis hijos, de mi mama, de mi esposa”.

El instinto, ese impulso irracional, es parte del ser héroe. Marcos lo tuvo. También Yáder. También Ariel. “Yo no tenía noción de cómo hacer un rescate, pero en ese momento ni lo pensé, fue un instinto que sentí. No tuve miedo, solo traté de ayudar”, cuenta.

Para Carlos Pallares, un héroe es una persona magnífica. “Alguien que hace cosas desinteresadas por los demás, solo por el simple hecho de que es lo correcto, eso para mí es un héroe y Marcos es mi héroe, uno de verdad, no como Supermán o Spiderman”.

Para Ariel Baltodano, un héroe es alguien que hace algo extraordinario, pero él no cree ser uno. “Siento que en ese momento, haber salvado a mi sobrina fue algo extraordinario, pero no me siento como un héroe sino que siento que era mi deber. Sentí que era privilegiado al tener la oportunidad de salvarle la vida”, asegura.

Yáder García define al héroe como una persona que arriesga su vida por los demás. A él tampoco le gusta autollamarse héroe, pero si hay algo de lo que está convencido es que “si por salvar otra vida tengo que arriesgar mi vida, lo haría”. Así, sin titubeos, tal y como lo hizo aquel octubre Marcos Calero.

 

Yáder García le salvó la vida a Hubert Silva, cuando con un bate de softbol se enfrentó a un asaltante armado.

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Mi héroe

El 30 de junio fue un día decisivo en mi vida. Tenía 19 años y era miembro de la EEBI. Estaba en una misión en El Naranjo, cerca de El Ostional, cuando fuimos emboscados.

Yo caí herido, una bala pegó en mi pierna. Logré correr dos cuadras más o menos, pero no pude seguir. Entonces le dije a mis compañeros que me dejaran ahí, que se fueran. Pero dos de ellos dijeron que no, que no me dejarían morir.

Los recuerdo bien: Alfredo Castro y José Torres. José me cargó en sus hombros y me sacó de ese lugar. Alfredo cuidaba la retirada. De no ser por ellos yo no estaría vivo. El lugar estaba bajo control de los combatientes del Frente Sur, era hombre muerto. A esta edad sigo sintiéndome agradecido con ellos, al menos para mí, ellos son mis héroes. Se aventaron, pusieron sus vidas en peligro por rescatarme, fue un acto de hermandad.

Carlos Gutiérrez Cárdenas. 50 años.

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Cierro los ojos y todavía recuerdo ese hecho que marcó mi vida para siempre. El 16 de septiembre del 2010 estuve a punto de perder la vida, junto a mi hija, en un asalto. Ocurrió en la carretera vieja a Tipitapa, iba camino a mi casa después de un día de trabajo.

La camioneta en la que viajábamos recibió 26 impactos de bala, de los cuales seis me dieron a mí y uno en la pierna de mi hija. Sé que la Virgen de Cuapa fue mi ángel protector, pero también dos personas que no sé sus nombres, pero que fueron mis héroes.

Un joven trabajador de una hacienda salió disparando al aire y eso hizo que los asaltantes se fueran; y el segundo fue un taxista que, sin conocerme, se detuvo y me llevó de emergencia al hospital. Los médicos dijeron que de haber llegado unos minutos más tarde me hubiera muerto ahogada en mi propia sangre.

Gracias a esas dos personas hoy estoy con vida y aunque no sé sus nombres, vivo eternamente agradecida con ellas.

María Victoria Medina

María Victoria Medina, 47 años.

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Cuando tenía 9 años fui con mi grupo del colegio a la piscina de la casa de una amiga para un trabajo de una feria científica. Todos entramos a la piscina, yo no sabía nadar. Yo iba caminando y en la rampa sentí que me resbalé. Cuando intenté salir no podía, sentí que me iba a lo más profundo y cada vez se miraba más oscuro. En mi mente tenía al ángel de la guarda, en ese momento sentís que pasa por tus ojos tu vida, es horrible, se te ponen muchas imágenes, cosas bonitas que has pasado con tu familia, mis abuelitos, mis hermanas, mis padres.

El corazón me latía muy, pero muy fuerte, después me desmayé. Luego me contaron que doña Scarlet (la mamá de su amiga y dueña de la casa) se tiró a la piscina para salvarme, pero no pudo sola. Varias personas intentaron. Doña Scarlet y el jardinero hicieron una cadena y me sacaron. Cuando me sacaron ella me dio respiración y volví. Ella es mi héroe, fue la que hizo hasta lo imposible por sacarme de ahí. Yo le debo la vida a esa señora. Pero también le doy gracias a Dios por haberme salvado, por darme un poquito más de tiempo.

Marisa Flores, 13 años.

Primer superhéroe

La idea de los superhéroes comenzó en Estados Unidos para la década de los años veinte. Sin embargo, el primer superhéroe hizo su debut en 1938 y fue Supermán.

Apareció en Action Comic, considerado el primer cómic de superhéroes de la historia. Un año más tarde nació Batman y luego Antorcha Humana.

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