Con más de 60 años en la radiodifusión, Fabio Gadea Mantilla ha
recorrido una intensa vida desde los
micrófonos. Testigo de desastres naturales y dictaduras, esta es la historia más allá de la potente voz radial
Por Amalia del Cid y Julián Navarrete
A los treinta minutos de hablar por teléfono, Fabio Gadea Mantilla pide un momento para tomar un trago de agua. “Me vas a matar”, dice de repente con un tono seco, y remata a manera de broma, pero con algo de verdad: “Me vas a dejar sin voz”, por la cantidad de minutos que lleva hablando sin parar, para luego volver a una plática en la que recuerda anécdotas de su infancia.
Sin duda, se nota la cantidad de años que han pasado por él. No obstante, su voz siempre sale con tanta claridad y robustez, que por momentos uno olvida que al otro lado del teléfono habla un señor de 88 años de edad. Que en ocasiones confunde datos, nombres y fechas, pero que todavía conserva el gusto por la descripción y los detalles, sobre todo a la hora de recordar historias de aquel Ocotal espeso, con caminos escabrosos, cuestas y pedregales.
De Ocotal salió en tiempos que por las trochas accidentadas demoraba casi 15 horas en llegar a Managua. Montado sobre sacos de café que llevaba el único camión del pueblo, no podía imaginar que su voz acompañaría por las mañanas a varias generaciones durante tantos años. Que los cuentos de caminos de sus primos y hermanos en aquellas lejanas tardes en las que iban a cazar al monte servirían para nutrir los miles de escritos sobre uno de los personajes más empáticos de la parte rural nicaragüense: Pancho Madrigal.
Claro que no lo imaginó, y quizá no tenga o no tengamos conciencia, pienso mientras lo escucho hablar, sobre la capacidad que tuvo para absorber y expresar el lenguaje del hombre rural de aquellos años que, como anclado en el tiempo, todavía conserva su esencia al día de hoy. Lo que sí imaginó y sí estaba seguro era de hacer de radio Corporación la emisora más escuchada en todos los rincones de Nicaragua. Lo sabía porque fueron sus vigorosos años de “coraje y juventud que quisiera tener hoy”. Aunque de inmediato rectifica: “Coraje, lo tengo; sentido común, lo tengo; relaciones, la gente me quiere muchísimo más”. De la juventud no dice una palabra. De ello, de esos años de joven y de otros que lo marcaron mucho más, hablaremos más adelante.

Foto: Óscar Navarrete
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En las últimas semanas, mientras el mundo muere de miedo por una pandemia, Norma Helena Gadea solo se ha podido comunicar por teléfono con su tío, Fabio Gadea Mantilla. Ella, una notable cantante de 64 años de edad con varias enfermedades que la aquejan, y él, acercándose a los 90, mantienen una estricta cuarentena que los ha alejado físicamente.
Entonces Fabio Gadea le suele enviar a su sobrina correos electrónicos con escritos suyos, y en ocasiones conversan durante horas, de poesía, de música, de películas, de política. Otros días la llama para preguntarle sobre algunas recetas de su niñez en Ocotal. Hace poco le preguntó sobre un preparo que se llama Sartén, una mezcla de masa con crema, chiltomas, entre otras especias. A Norma Helena le enseñó a cocinar esas comidas doña Elena Mantilla Irías, madre de Fabio. Y es por eso que en estos días “de alcahueta le preparé Sartén, para que se le quitara el antojo”, dice ella.
Para Norma Helena, desde que murió su papá Heriberto hace más de cinco años, Fabio Gadea es como su padre. Sabe, además, que él la quiere tanto como la quiso su papá. “Yo sé que él siente orgullo de mí, saca pecho conmigo, como lo hacía mi papá”, dice Norma Helena.
Durante las conversaciones Fabio menciona a su sobrina Norma Helena como “la que canta como los ángeles”. Siempre está pendiente de sus conciertos y los disfruta como un espectador cautivo que siente cada una de sus canciones. En la última presentación, antes de la cuarentena prolongada, después de una interpretación se abrazaron y lloraron juntos, recordando a los familiares que ya no están con ellos.
“Yo siempre tengo comunicación con él porque además sé que está solo: en muy poco tiempo perdió a mi tía Thelma (esposa de Fabio), a mi papá (hermano de Fabio) y a su hijo (Carlos Emilio)”, refiere Norma Helena. En solo cinco días, entre el 16 y el 21 de marzo de 2015, fallecieron Carlos Emilio, su hijo, y Heriberto, su hermano y padre de Norma Helena. Dos años antes, el 12 de enero de 2013, murió su esposa, Thelma Vogel. “Sé que en esta edad tiene una gran tristeza en el fondo”, expresa Norma Helena.
Los años, sin embargo, Fabio los ha asumido bien, dicen sus familiares. Mantiene la pulcritud a la hora de vestir y la galantería para hablar con las mujeres. “En 60 años que tengo, nunca he visto a mi tío desarreglado”, dice su sobrina. “Sigue vistiéndose nítido, oloroso, siempre piropeador: envejeció con mucha elegancia”, agrega.
Solo la pandemia ha hecho que Fabio no llegue a la radio que fundó hace más de 50 años junto a tres personas más: José Castillo Osejo, Julio Álvarez y Carlos Gadea, su hermano menor y el único que le queda vivo. Porque incluso un día después del entierro de su esposa, él llegó a su oficina a escribir una carta como homenaje a su último gran amor.
Antes de la cuarentena, Carlos, su hermano, lo llegaba visitar con su familia todos los domingos para almorzar en su casa, en la que vive con la hija que tuvo con Thelma Vogel. Ahora Fabio escribe y graba desde su casa para que luego se transmita en la radio, por el temor al virus.

Foto: Cortesía Fabio Gadea
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A los 14 años de edad Fabio Gadea Mantilla conoció el pavimento. “Bonito fue ver esas callecitas”, dice cuando recuerda el día que llegó al barrio El Calvario, ahora absorbido por el mercado Oriental de Managua. También vio por primera vez a una señora, vestida con un camisón largo sobre su ropa barriendo una de las aceras, que más adelante sabría que era Nicolasa Sevilla, jefa de las turbas de la dictadura somocista.
Pero lo que más le sorprendió fue escuchar los pregones de los vendedores ambulantes. En su pueblo, Ocotal, dice que los vendedores ambulantes no pregonaban: “Aquí va la cebolla, el tomate”, “¿No va a querer tortilla?”. No. En su pueblo los vendedores iban de casa en casa ofreciendo sus productos. Por eso cuando escuchó los primeros gritos sintió que era algo increíble.
Fabio había crecido en una familia rural que, sin embargo, tenía una vena artística. Hijo de Ramón Gadea Machado, un componetodo: pistolas, máquinas de coser, joyas, despulpadoras o lo que hubiera, y de Elena Mantilla Irías, una ama de casa de la aristocracia rural, hija del primer abogado de Nueva Segovia: Manuel Mantilla Calderón.
Elena Mantilla era quien tenía la vena artística que Fabio y otros familiares, como Norma Helena, heredaron. A Elena le gustaba mucho leer, escribir versos y poesía romántica. A Fabio desde pequeño no le gustaban las matemáticas, pero sí la gramática, la poesía, las artes, pues. Mientras que Norma Helena fue secretaria de su abuela, y dice que “le absorbió todo”, hasta las recetas de comidas que su tío le pediría muchos años después.
El matrimonio Gadea Mantilla tuvo cuatro hijos: Heriberto, el mayor y padre de la cantante; José Ramón, agricultor; Fabio y Carlos, actualmente el segundo al mando de radio Corporación. De todos ellos solo quedan vivo estos dos últimos.
De pequeño a Fabio lo recuerdan como callado, gordito y miedoso con los cuentos de caminos. A los 14 años de edad se ganó una beca para estudiar en un instituto en León, de cuya travesía recuerda todos los detalles.
Trabajó desde los 16 años de edad, vendiendo costuras de vestidos, de zapatos, “de todo”, hasta que le entró el virus de la radio. Por ese tiempo llegó a su casa, buscando un cuarto para alquilar, el reconocido actor radial Mamerto Martínez. A Fabio le gustaba hablar con él y un día Martínez se lo llevó a la radio en la que trabajaba, La voz de América Central, una de las tres que existían en esa época.
Como en tantos oficios de entonces, el elenco artístico de la radio era bohemio. Y un día, con sus tragos, Mamerto dejó a Fabio solito frente a los micrófonos. Lo único que le dijo fue: “Hace lo que yo hago”. El muchacho temblaba de los nervios y esta anécdota lo marcó tanto que todavía recuerda la primera canción que anunció en la radio: Para Elisa, de Beethoven.
“Con una voz gangosa, pastosa, espantosa”, dice ahora.
Fue tan malo anunciando canciones que al día siguiente llegó el dueño de la radio preguntando:
–¿Quién fue el bárbaro que dejó a un cipote hablando aquí?
Mamerto Martínez asumió la responsabilidad y se comprometió en adiestrar al muchacho. A los seis meses de práctica, Fabio era un locutor de planta. Más de 60 años después es difícil hablar de la radiodifusión en Nicaragua sin mencionar su nombre.
Comenzó ganando 1.50 córdobas en tiempos que una Coca Cola valía 10 centavos y una entrada al cine 25 centavos. Tiempo después pasó a la Radio Mundial, a narrar novelas que le cambiaron la vida, como El derecho de nacer, que era tan popular en Managua que al momento de la transmisión se podía escuchar de lado a lado por las calles. Más adelante crearía al personaje de Pancho Madrigal, con el que se volvió un emblema de la radio.

Foto: Cortesía Fabio Gadea
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Puede ser una contradicción: en dos crisis la radio Corporación ha alcanzado los primeros lugares de audiencia. La primera fue después del terremoto de 1972 y la segunda en la rebelión de abril de 2018.
En 1972, dos días después del terremoto, la radio empezó a transmitir para dar ánimo y hacer servicios sociales todo el día: de familiares desaparecidos, de personas que necesitaban medicina, etc. La misión era ser la voz del pueblo agobiado y dar el mensaje: “Hay que levantarse y seguir trabajando”.
En 2018 la historia de la radio fue diferente. La Corporación no solamente transmitió a través de las ondas hertzianas la represión del gobierno de Daniel Ortega, sino que se transformó en un medio de comunicación web, con gran presencia y alcance a través de redes sociales.
Hubo desavenencias, como en toda empresa, con algunos de sus antiguos socios fundadores: Julio Álvarez y José Castillo Osejo. Y con algún otro colega, como Otto de la Rocha, a quien Fabio descubrió en Radio Mundial, o el profesor Julio César Sandoval.
“No me acuerdo, ni me quiero acordar, hablan muy bien de uno cuando están de largo (…) Lo siento, hermano, no puedo hablar de él (Fabio Gadea), me cae muy mal. No puedo ser hipócrita”, dijo Sandoval en vida, a la revista Magazine en 2007.
De la Rocha, en cambio, se refirió a él en aquella publicación, como “un hombre inteligente, como escritor de los cuentos de Pancho Madrigal es insuperable”. Sin embargo, al referirse a la similitud que existía entre este personaje y el que creó él: Lencho Catarrán, decía era como tener una barbería y llegar a aprender. “El joven se convierte en un buen barbero y luego se encuentra con la prohibición del maestro: mirá vos no podés independizarte. ¿Qué es esto?”, dijo hace 13 años De la Rocha, quien murió hace poco.
Luego de discordias, represión, cierres, censuras y ahora una pandemia, Fabio Gadea Mantilla, aún sin su presencia física, se encuentra todos los días preparado para transmitir, como desde hace más de medio siglo, a las 3:55 de la mañana en radio Corporación.

Foto: Óscar Navarrete.
Su gran amor
Fabio Gadea Mantilla conoció a su esposa, Thelma Vogel, hace más de 50 años, en un cursillo religioso en el antiguo Pedagógico La Salle. “Lo quiero tanto”, dijo Vogel a esta revista en 2007.
El romance entre ellos empezó en 1967 y se mantuvo como el primer día hasta 2013, cuando murió Thelma en Costa Rica. “Él ya no está mal, es bien portado, aunque si tuviera otra (amante) me haría la desentendida porque no lo voy a dejar”, dijo ella en aquella ocasión.
Juntos tuvieron seis hijos, incluidos de otros matrimonios. De su primera esposa Fabio Gadea Mantilla aclara que no le gusta hablar.

Foto: Cortesía Fabio Gadea.
Datos sobre el auténtico Pancho Madrigal
Fue candidato a la Presidencia en 2011 por el Partido Liberal Independiente, con en el que obtuvo el 31 % de los votos. Aunque él denunció que las elecciones fueron fraudulentas y por esa razón declinó a asumir la diputación que le correspondía por ley.
En 1982, se exilió en Costa Rica y allá se volvió el jefe de divulgación de la contrarrevolución que peleaba contra el régimen sandinista.
Es consuegro de Arnoldo Alemán, expresidente y acusado de corrupción. Su hijo, Jerónimo, se casó con María Dolores, hija de Alemán. Por este parentesco un periódico nacional denunció que el gobierno de Alemán “galopó” para instalar agua, luz eléctrica y reparar un camino en su hacienda El Galope, en Carretera a Masaya.
“Hay muchas cosas en que no estoy de acuerdo con Arnoldo Alemán. Me llevo bien, pero somos parientes y no se debe ventilar eso en público”, dijo en 2007.
Le gusta mucho leer, y en Navidad y Semana Santa los pasa en Ocotal, leyendo.
Además de empresario radial, locutor y actor, pinta óleos, rasca la guitarra, declama, y escribe versos y canciones.