Enrique Lacayo Farfán, el doctor que fue más torturado por la dictadura somocista

Perfil, Reportaje - 11.08.2019
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Enrique Lacayo Farfán fue una eminencia en Medicina en el país. Pero a partir de que se convirtió en un político opositor de la dictadura somocista, sufrió cárcel, torturas y exilio. Fundador del PLI y amigo de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, muchos lo miraban como un futuro presidente de Nicaragua

Por Julián Navarrete

Durante dos meses Enrique Lacayo Farfán estuvo en una celda del tamaño de una tumba. Se trataba de una mazmorra ubicada en la casa presidencial de la dictadura somocista, que después del triunfo de la Revolución sandinista fue nombrada el Chipote. El hombre había sido arrestado el 21 de septiembre de 1956, junto a una decena de personajes más, señalado de conspirar en el asesinato de Anastasio Somoza García.

Lacayo tenía 54 años de edad y era uno de los médicos más respetados de Nicaragua. “La gente lo quería con ese cariño pegajoso de que se hace objeto al médico de provincia, no porque él fuera eso, sino porque Nicaragua es precisamente una provincia”, escribió Pedro Joaquín Chamorro Cardenal en su libro testimonial Estirpe Sangrienta, en el que describe los horrores que sufrió en la cárcel él y sus amigos, como lo fue el doctor Lacayo.

Fue uno de los primeros ginecólogos especializados en Nicaragua y en su honor se conmemora el Día del Ginecólogo Nicaragüense el 15 de julio, fecha en que nació. También fue fundador del Partido Liberal Independiente (PLI) y del Servicio Social Médico, un consultorio en el que llegaban a curarse sus amigos ricos y pobres.

Chamorro lo califica en su libro como un hombre “símbolo que con una sola actitud podía ser factor importante en la destrucción de los tiranos”. Por esa razón, opina el periodista, la dinastía somocista estaba pendiente de que estos posibles “sucesores advenedizos había que deshacerlos, que desintegrarlos”.

Esa fue la razón para que Lacayo Farfán estuviera dos meses en aquella infame celda que parecía tumba, de tal modo construida que la persona sepultada solo podía permanecer acostada. Era triangular, los pies del prisionero tocaban el cielorraso que va subiendo hasta la altura de la cabecera, desde donde se puede alcanzar el mismo cielorraso con solo levantar un poco los brazos. La tumba era oscura, caliente y hedionda; su única puerta daba a un patio de tierra. Se abría solamente tres veces al día, durante el tiempo suficiente para hacer llegar al prisionero la comida.

Cuando su esposa, Amanda Solórzano, lo visitaba y abrazaba, Lacayo Farfán no dejaba de temblar. “Era un cadáver que temblaba”, dice Solórzano desde Nueva Orleans, EE. UU., donde vive con Mayra, su hija menor. “Era horrible, horrible, horrible verlo en ese estado”, agrega la señora de 96 años de edad.

—¿Qué te pasa, Enrique? —recuerda ella que le preguntaba.

—Me están matando a pellizcos. Lo mejor sería que me dieran un tiro y me mataran.

Además de estar en aquella celda llamada Chiquita, Lacayo fue sometido a vejámenes en el Pozo, los Baños y el Cuarto de Costura del Chipote. Una de las explicaciones para tanto encono contra Lacayo quizás se pueda resumir en una frase que le dijo José Somoza, hijo ilegítimo de Somoza García, al doctor Lacayo un día que lo llevaban a declarar al comienzo de la investigación:

—¡Allí va… el futuro presidente! —dijo a modo de sorna, mientras Enrique Lacayo, con una muleta que usaba por una fractura del fémur a causa de un accidente automovilístico, iba a ser torturado nuevamente al Cuarto de Costura.

El doctor Enrique Lacayo Farfán.
Foto: Archivo familia Lacayo Solórzano

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Mucho antes que el doctor Lacayo Farfán fuera un objetivo de la dictadura somocista, era considerado uno de los mejores ginecólogos del país. Había trabajado de interno en el Hospital Santo Tomás de Panamá, donde tenía una sala de maternidad a su cargo. De ahí, cinco años después, en 1938, se trasladó a estudiar su especialidad en Ginecología en la Universidad de Tulane, en Nueva Orleans.

En Nicaragua fue uno de los primeros médicos graduados en la Universidad Nacional de Occidente y obtuvo su doctorado en Medicina en 1928, “recibiendo su título con insólitos honores”. Tiempo después el doctor Lacayo se trasladó a Ocotal, donde fundaría en los tres años que estuvo el primer Hospital San Francisco, un centro con seis camas, del que estaba “a cargo una señora con algunos conocimientos de enfermería”, según el libro Historia de la Ginecología y Obstetricia en Nicaragua, escrito por los doctores Edmundo y Walter Mendieta.

Para poder sostener este hospital, se realizaban colectas de los vecinos y el gobierno aportaba una pequeña pensión. No obstante, la huella de Lacayo Farfán fue tan memorable que todavía existe una plaza que lleva su nombre en reconocimiento de sus servicios.

Fue de Ocotal que partió hacia el hospital de Panamá. Pero para conocer sus orígenes, uno tiene que remontarse al 15 de julio de 1902, cuando nace en la ciudad de León. Aunque no hay claridad de a qué se dedicaban sus padres, se conoce que eran Pánfilo Lacayo Argüello, por lo que en León toda la familia era llamada los Panfileños, y Ercilia Farfán González, de origen mexicano.

El doctor Lacayo Farfán tuvo seis hermanos: Alberto, Carolina, Matilde, Graciela, Blanca y Ercilia. Para cuando conoció a Amanda Solórzano, su única esposa, ya había muerto su padre, Pánfilo, y pocos años después moriría su madre, doña Ercilia.

Pocos años después de casarse es que funda el Partido Liberal Independiente, y aunque sigue haciendo cursos y especializaciones de Medicina en México y Estados Unidos, logra convertirse en un líder de la oposición libero-conservadora, al punto de caer preso durante la rebelión de abril de 1954 en el fallido plan de asesinato contra Somoza García.

A partir del 4 de abril de ese año, es que empieza el calvario del doctor Lacayo Farfán.

Amanda, acompañada con su yerno Eugene Grimaldi (camisa blanca) y, a la derecha, su hijo Enrique José Lacayo Solórzano. En Nueva Orleans, julio del 2019.

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Lacayo Farfán conoció al gran amor de su vida, Amanda Solórzano, en el Club Managua, donde se reunía gran parte de la burguesía de Managua. Resulta que el doctor venía de hacer su especialidad en Estados Unidos, donde estudiaba con Joaquín Solórzano, hermano de Amanda, quien era su compañero de fiestas en su vida de soltero.

Antes de regresar a Nicaragua, Joaquín le entregó una carta a Enrique Lacayo y le habría dicho:

—Quiero que le entregués a Amanda, mi hermana, y quiero que me la cuidés.

En el Club Managua, Enrique Lacayo se presentó a Amanda, le entregó la carta, y “me cuidó tanto que ese mismo año se casó conmigo”, dice Amanda, riéndose mientras recuerda aquel momento. En ese tiempo debía tener unos 40 años y ella apenas 19 años de edad. “Pero yo me enamoré locamente”, dice la señora. “Además de que era guapísimo, era un hombre encantador, buena persona, un caballero. Tenía todo lo que a mí me encantaba”.

Fueron 36 años de matrimonio con Amanda en los que “fuimos felices”, dice ella, y tuvieron tres hijos: Enrique José, María Amanda y Mayra. “Y hubiéramos tenidos más, pero esa vida en la cárcel lo arruinó”, agrega.

Amanda Solórzano describe el amor de ambos como “a primera vista y por recomendación de mi hermano”. Ella todo lo recuerda con amor: “Cómo me quiso, cómo lo amé, cómo lo serví con todo amor. Su vida misma es mi recuerdo. Lo serví porque para servir se necesita amar”.

Doña Amanda Solórzano, junto a su nieta Mandy (chaqueta roja) y María Amanda, su hija, hace unos años.
Foto: Archivo familia Lacayo Solórzano

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Después de ser encarcelado durante dos años por la fallida rebelión del 4 de abril de 1954, Lacayo Farfán fue liberado. Sin embargo, tres meses después, el 21 de septiembre de 1956, fue capturado por supuestamente haber participado en el magnicidio contra el primero de la dictadura somocista.

Fue aquí que sus torturas han quedado documentadas en el escrito histórico del periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. En este libro se narra que estuvo en una celda junto a los leones del zoológico privado de Somoza.

También que fue torturado en el Pozo, donde lo zambullían atado de pies y manos, empujándolo de la cabeza hasta que las burbujas de agua se hacían cada vez más pequeñas, y el movimiento del cuerpo que se resistía a sucumbir, cesa.

“Es como morirse y resucitar para volver a morir. La desesperación de la asfixia que se produce en unos dos o tres segundos, hace que este lapso se extienda a toda la vida”, describe Pedro Joaquín Chamorro, y agrega: “Matan al cuerpo para poder con más facilidad apoderarse de su dueña que es la mente: asfixian para tomar entre sus manos la inteligencia y escribir con ella lo que quieren”.

En la primera audiencia que Lacayo Farfán se encontró con Chamorro, le dijo:
—¡Hermano, hermanito… fue horrible!

Chamorro se impresionó al ver que el pelo de Lacayo Farfán se le había vuelto canoso por el sufrimiento, y sus rasgos, desencajados por las torturas y privaciones, daban a su fisonomía una impresión de gravedad que guardaba penosa armonía con sus ademanes siempre pausados.

Lacayo Farfán durante más de un mes y medio estuvo encerrado en un baño dentro de la residencia de los Somoza. En ese lugar descubrió la doble personalidad de Anastasio Somoza Debayle. El último dictador de la estirpe lo visitaba con gesto de arrepentido, lo saludaba; le contaba sus cosas y a veces le obsequiaba un cigarro para luego irse y ordenarle a los carceleros que se lo quitaran y lo volvieran a torturar.

“Todos lo conocimos (a Anastasio Somoza Debayle) en alguno de esos extraños síntomas que fuimos luego complementando en pláticas recíprocas hasta llegar a formar el cuadro general de su personalidad”, describe Chamorro.

Amanda Solórzano, viuda de Lacayo Farfán, dice que después de esos interrogatorios en la cárcel le quemaron el ojo derecho. Es por eso que en todas las fotos posteriores a esos días se le puede ver que cubría su fino rostro con gafas oscuras. El doctor fue sometido a castigos en el Cuarto de Costura, donde le colocaban focos luminosos de cienes de bujías que hacían estallar los sesos después de quemar las pupilas y la piel de la cara.

Pedro Joaquín Chamorro, vestido de militar durante la aventura de Olama y Mollejones.
Foto: Archivo LA PRENSA

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El doctor Lacayo Farfán fue torturado durante un año, pero sentenciado a cumplir su condena en “casa por cárcel” en una quinta que tenían en Madriz. Ahí vivía con su esposa y sus dos hijos.
—Yo no puedo seguir aquí, Amanda. Me voy a fugar —recuerda su esposa en el cúmulo de 96 años de recuerdos lo dicho por él.

Ambos planearon la fuga y un día Lacayo Farfán trepó la tapia de un vecino amigo suyo para escaparse. Amanda salió con su hijo mayor, Enrique José, a realizar un supuesta compra. Pero, en realidad, en un carro a una cuadra de la quinta los estaba esperando el doctor para fugarse y evadir al policía que los custodiaba día y noche.

Aquel día se escaparon con rumbo a Costa Rica. En Rivas llegaron a un punto donde el carro lo cambió por un jeep y luego cogió un camino que solo podían transitarlo a caballo. Para mayor drama en esta huida, el guía que los llevaba se perdió y caminaron más de la cuenta.

Pero Amanda tiene nítido el recuerdo de que en medio de la oscurana de la selva, miró dos focos que se encendían y se apagaban. Ella también escuchaba los pasos de guardias que andaban cerca. Pensó que la matarían.
—Ese es Pedro —dijo Lacayo Farfán.

Pedro Joaquín Chamorro los llevó a su casa en Costa Rica. “Desde entonces empezó esa gran amistad con Pedro y con Violeta”, dice Amanda Solórzano.

En la casa de aquella pareja estuvieron ocho días y después Lacayo Farfán y su esposa consiguieron una casa en la colonia California de Costa Rica. Lacayo Farfán un año después participaría en otra conspiración contra Somoza en aquella aventura de Olama y Mollejones, cuyo jefe militar era Pedro Joaquín, pero “de llegar a triunfar el presidente sería el doctor Lacayo Farfán”, según los involucrados.

“Ese sueño se frustró y el doctor Lacayo fue expulsado de Costa Rica, dirigiéndose a México, donde vivió los años de su largo exilio. No disminuyeron jamás las esperanzas de ambos hombres de ver algún día a Nicaragua libre”, dijo la expresidente Violeta Barrios el 17 de julio de 1996, el día que repatriaron los restos del doctor Lacayo Farfán a Nicaragua.
Y solo de esa forma pudo regresar a Nicaragua, después de 18 años de haber muerto. Cerca de su tumba, su amigo y colega, el doctor Edmundo Mendieta le dedicó unas palabras:

“Bienaventurados los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el reino de los cielos. Y este fue el resumen de tu vida: ser perseguido, martirizado, exiliado, calumniado por haber trabajado por el bien y por la paz. Que brille por siempre en tu alma la luz perpetua”.

El doctor Edmundo Mendieta dedica sus bienaventuranzas a su colega Lacayo Farfán.
Foto: Bolsa Médica número 35

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El 23 de marzo de 1978, dos meses después de la muerte de Pedro Joaquín Chamorro y más de un año antes del derrocamiento de la dictadura somocista, el doctor Lacayo Farfán murió a los 76 años de edad en Nueva Orleans, rodeado de sus hijos y esposa, luego de 30 años de vivir en el exilio.

Su segunda patria fue México, donde vivió durante más de 20 años. Sus amigos médicos le ayudaron a establecerse y recuperarse de las torturas, mientras sus hijos se graduaban en ese país. Hoy en día, una de sus hijas, María Amanda, es una doctora del país azteca.

Un día de 1977 le detectaron cáncer en el estómago. Al igual que el papá, Enrique José, su hijo mayor, se graduó como médico en Nueva Orleans y trasladó a su papá para que fuera intervenido. La operación supuestamente fue un éxito y por esa razón parte de su familia decidió ir a celebrar en Las Vegas.

Lacayo Farfán lucía recuperado, pero al día siguiente de haber aterrizado en Las Vegas, los dolores abdominales volvieron. De inmediato fue trasladado a Nueva Orleans, donde permaneció la mayoría del tiempo inconsciente. “Quiero que sepan que he venido al mundo para ayudar a los pobres”, recuerda Amanda que fueron sus últimas palabras en un breve instante de lucidez, en el lugar que nunca olvida su familia pero lejos de un país que casi no lo recuerda.

A su llegada a Costa Rica recibido por un grupo de nicaragüenses. En la foto, la del centro, la más alta y sin lentes, es doña Violeta Barrios; junto a ella, al lado derecho, el doctor Enrique Lacayo Farfán; a la izquierda, doña Amanda de Lacayo, con lentes oscuros. Foto: Archivo familia Lacayo Solórzano

Conspiración

Para inculpar al doctor Lacayo Farfán durante el juicio por el asesinato de Somoza García, utilizaron el testimonio falso de Pablo Dubón, un familiar suyo que estudiaba Medicina. El muchacho había visitado al doctor meses antes del atentado para que interviniera por él ante las autoridades de Medicina de El Salvador, donde próximamente iba a viajar.

Al despedirse le preguntó al doctor si tenía algún recado que mandar a los exiliados de aquel país, y Lacayo Farfán le dijo que “aquí (en Nicaragua) no se puede hacer nada contra el régimen y que tal vez ellos puedan hacer algo”.

Esta simple frase que no tuvo mayor repercusión, porque al regreso del viaje de Dubón ni siquiera hablaron de esto, fue motivo suficiente para que Somoza Debayle buscara venganza. Por medio de torturas, Dubón fue construyendo una narrativa falsa que hundió al médico: “Pues dijo que como ya aquí no se podía conseguir nada, la única esperanza era que viniera de los exiliados, ya sea un grupo o un atentado como el del 4 de abril, o bien que mandaran a una persona para acabar con la vida del señor presidente…”

 Acusaciones

Lacayo Farfán también fue forzado por medio de torturas a declarar contra personas inocentes. En este caso contra el coronel Lizandro Delgadillo, jefe de plaza de León, donde asesinaron a Somoza García. Delgadillo había presidido el Consejo de Guerra contra Lacayo Farfán un año antes, durante el juicio por la rebelión de 1954. Sin embargo, esto no era suficiente para compensar “el descuido” en su plaza que permitió el asesinato del dictador.

P- Doctor Lacayo Farfán, diga usted si después de hablarle al coronel Delgadillo de un movimiento subversivo contra el gobierno de Nicaragua, le dijo Delgadillo a usted que si el movimiento subversivo contra el gobierno triunfaba contaría con su colaboración…?

R. Sí, señor.
Se lee en el expediente de la corte.

Meses después el doctor Lacayo Farfán enviaría una carta a monseñor Alejandro González y Robleto para explicar la acusación que dio a causa de las torturas: “todo lo que yo he dicho acerca del coronel Lizandro Delgadillo en el juicio que se me sigue, es falso. Le ruego utilizar esta carta una vez que yo haya sido sentenciado, porque no quiero que vayan a decir después que la hice así, para favorecer a mi persona”.

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