En una edad en que muchas personas se dedican a vegetar, ellos decidieron actuar. Por un rato olvidan sus problemas y enfermedades, para dejarlo todo en el escenario
Por Amalia del Cid
Señores y señoras, damas y caballeros, ¡sean todos bienvenidos a la farmacia de Celestín Chan Doo! Aquí velan por su salud y de ser preciso también los velarán en su ataúd. ¡Servicio completo! Pasen y pregunten. Sin pena, hombre. Sin miedo. En un rincón podrán ver al anciano de la bata blanca y los ojos desorbitados. Es nada menos que el siempre sonriente doctor Celestín. A la derecha, tras el mostrador, atiende su esposa Leopoldina Pérez Soza, pero no se preocupen, que no hace honor a sus apellidos. De ella recibirán píldoras, enjuagues y hasta miel de jicote. ¿Qué buscan? ¿Qué les duele? ¿Qué les pica?
En esta prestigiosa farmacia a nadie han de timar, ni el derecho de admisión se han de reservar. Clientes de Celestín son Adita Cela Prieto y Maruca Galo Rojo, coquetísimas señoras. También Fermín Picado del Hoyo, paciente terriblemente necio pero no tanto como Proculo Maduro Aguado. La otra es Carmenza Mena Mora, muchacha candorosa del cerro Punta Caliente. Viene cada vez que está por parir un cipote, y en una esquina espera amarrado su burro, mientras ella pregunta por yerbas, algodones y baños de vapor.
Carmenza, de 35 años, es la única joven en la clientela del doctor Celestín. El resto va de los 58 a los casi 80 años de edad. Ya la memoria les juega malas pasadas y deben ingeniárselas para recordar qué remedios andan buscando y no perder el hilo de las conversaciones. La artritis les muerde los huesos y se les nota cansados, pero vean ustedes cómo ríen, cómo gritan, cómo se transforman cuando vienen a esta farmacia. Dicen que quieren demostrar que los viejos no tienen por qué quedarse vegetando entre cuatro paredes, y varios están cumpliendo al fin el sueño de ser actores. Basta de preámbulos, esta es la compañía de teatro Hugo Hernández Oviedo. ¡Arriba el telón!

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En honor a la verdad, no hay telón. El escenario de La Farmacia de Celestín Chan Doo, tercera obra presentada por este grupo de teatro, no podría ser más modesto. Hay un biombo improvisado en un extremo, y al centro, acaparando toda la atención, un mostrador rodante lleno de bolsas plásticas y cajitas de medicamentos. Esto es todo lo que han empleado para montar la obra en festivales y hasta en penitenciarías.
Detrás del mostrador siempre está Haydée Cano, de 66 años, la mismísima Leopoldina Pérez Soza. Fuera de Hugo Hernández Oviedo, reconocido actor nicaragüense y director del grupo, ella es la que más experiencia en actuación tiene, pues en los años ochenta recibió unas cuantas clases de teatro y ha sido extra en algunas películas, como El Camino, de Costa Rica, y La Yuma, de Nicaragua. Esta mañana nuevamente interpreta el papel de la esposa del doctor Celestín Chan Doo, ahora ante un nutrido grupo de ancianos de la Asociación de Adultos Mayores Julio Buitrago (Amajub).
—Bueenas, patroncita —entra en escena Carmenza Mena Mora, sobándose la barriga de su cuarto embarazo, con las trenzas sobre los pechos y la mirada risueña.
—Ideay, Carmenzá, cuánto tiempo, muchachá. No me digás, ¡otra vez embarazada! —responde la Pérez Soza, ajustándose los lentes.
Entonces la pobre Carmenza le recuerda que viene de Punta Caliente y que ha oído a la gente decir que “mujer que ahí se sienta, sale preñada”. También le cuenta que su primer hijo se llamó Mamoncito, por haber nacido en temporada de mamones, pero que se le murió a los cuatro días de haber venido al mundo. Le aclara que el segundo sobrevivió y se llama Finado Pérez, porque da la casualidad de que lo parió un 2 de noviembre, “día de los finados difuntos”. El tercero —prosigue— tiene el nombre de Corpiño López, pues resulta que nació en Jueves de Corpus. El cuarto viene en camino y tendrá la dicha de llamarse Herculito Lozano, en honor de su padre, Hércules Lozano, quien tiene muuuuuy grande... el corazón.
—Entonces tus hijos tienen diferentes tatas, diferentes apellidos —indaga Leopoldina, por cultura general.
—Asté sabe, patrona. Oseya que son como quien dice, del mismo guacal, solo que batidos con distintos molenillos —dice Carmenza.
—O sea, que vos has sido muuuy apetecida, muchachá...
—Aaaay, asté sabe, patroncita, que guacal que no se meneya se le peloteya el atol —replica Carmenza, moviendo en círculos sus caderas de campesina.
Estallan carjadas y bravos en el público. Cerca del escenario, Hugo, de 78 años, observa el desarrollo de la obra y apenas puede contener la risa. “Me sigo riendo de las pendejadas que escribo”, explica. Él es fundador de este particular grupo de teatro, que salió del Círculo Literario de Adultos Mayores (CLAM).
Cuando Hugo ingresó al círculo, hace dos años, se encontró con su admiradora Haydée Cano. Ella andaba ganas de actuar y vio en el recién llegado una gran oportunidad. “Él vino como poeta, yo le di la ideota de hacer el grupo cuando vi que este viejo andaba por aquí, soy la culpable”, admite Haydée, la más bromista.
La primera obra montada fue Los Sordos, del escritor argentino Germán Berdiales. Ensayaron todo agosto y todo septiembre y se presentaron el 24 de octubre de 2013 en el primer Festival de la Poesía de la Biblioteca Alemana Nicaragüense, en Managua. En marzo de 2014 estrenaron Juntos y sin violencia, del nicaragüense Guillermo Mejía, coordinador del CLAM. Y el 24 de octubre de 2014 se vio por primera vez La Farmacia de Celestín Chan Doo, de Hugo Hernández Oviedo.
“Bueeeenaaaas, don Procuuuuulooo”, saluda de nuevo la Pérez Soza. Y entra con su calabazo de cususa Francisco López Soza, de 74 años, originario de Terrabona, Matagalpa, para interpretar a Proculo Maduro Aguado y contarle sus penas a Leopoldina.
Entre otras cosas, anda buscando un remedio para la picazón que sufre su esposa Casimira. En la farmacia le dan un enjuague que la señora debe aplicarse después de cada baño. “Mmmm —dice Proculo— esto le va a dilatar bastante”.
“Cuando me pongo bien severo, salimos maravillosos. Es cuestión de calistenia, porque ya estamos viejos y nos traiciona la mente”.
Hugo Hernández Oviedo, actor y director del grupo de teatro.

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La farmacia se ha trasladado a las cárceles. Desde noviembre de 2014 ha llegado a sistemas penitenciarios de Tipitapa, Granada, Matagalpa y Chinandega. La han representado ante mujeres y hombres, y a cambio han recibido carcajadas y poemas de reos que suspiran por la vida que dejaron afuera. Ahí “se siente cuánto vale la libertad”, cuenta Elías Bonilla, de 64 años, el doctor Celestín Chan Doo.
Para ellos es un público normal, como cualquier otro, dicen. Solo una vez ocurrió un incidente. Lesbia Marina González, de 73 años, sufrió una crisis de ansiedad en la Penitenciaría de Matagalpa. La cárcel le recordó sus días en prisión, en mayo de 1979, cuando fue violada por siete soldados de la somocista Guardia Nacional. Estaba pálida y lloraba, no quería actuar. Ya habían delegado su papel a María Isabel Maltez, cuando se levantó para meterse en la piel de la picarona Adita Cela Prieto.
Esta mañana es otra vez Adita.
—Bueeeenas, Leopoldina, vengo a que el doctor me haga lo que me hace tooodos los días —anuncia—. Va vestida de floreado, alegre, colorida, con un pañuelo atado a la cabeza. Atrás quedó la serenidad de Lesbia Marina. Reina la voz chillona de Adita.
—Adiiiiiitaaaa —exclama el doctor Celestín, con la boca muy abierta y los ojos como platos. Le ordena que pase al privado y se suba “la faldita”. Entonces ambos se ocultan tras el “biombo”, que no es más que un plástico negro apoyado sobre cajas y sillas.
—¡Aaaaaaaay, ya la trae pelada en la mano! Pérese que me acomode. La mete por cualquier lado. A ver, ya pues. Me va a doler esa cosa tan grande y tan gruesa —grita escandalizada Adita.
—¡No te me movás que me la vas quebrar! —la regaña el doctor, y detrás del mostrador su Leopoldina escucha, se retuerce las manos, suda, se persigna, se enoja, se aflige.
—¡Aaaayyyy aaayyy aaayyy! —aúlla Adita.
—Si es solo la puntita.
—Aaay, siempre dicen eso y la meten tooodaaa.
—Perate.
—Sáaaaquelaaaa, que la saqueeee.
—Peraaaateeeee.
—Todos los días me mete esa chochada tan grande y tan duraaa.
—¿Te la saco?
—Ya sáquela, ¡vámonos! Aaayyy, viejo jodido —sale Adita del biombo, y detrás de ella viene Celestín, alzando una jeringa grande y gruesa que mide casi lo mismo que su brazo.
—Ay mi Adita, ay mi Adita —se oye la voz del doctor, entre los aplausos del auditorio.
Luego Adita Cela Prieto vuelve a ser Lesbia Marina González, la señora que pronto será sometida durante cuatro horas a una cirugía de colon. “Estoy bastante delicada”, cuenta la blufileña. “Los doctores me mandaron donde un psicólogo, porque ¡hay que prepararse! A mi edad esa operación es seria. Hay que llegar con ánimo”. Su problema en el colon, afirma, es resultado de aquella violación múltiple.
Tiene siete hijos. “En mis tiempos no había televisión”, bromea. 32 nietos, 24 bisnietos y cinco tataranietos, pero vive sola en Managua. Hace diez años se instaló en la capital para cuidar a su madre enferma, ahí se enteró de la existencia del CLAM, que se reúne cada jueves para compartir versos escritos en la semana. Llegó porque desde niña le ha gustado escribir poesía, aunque su mamá “nunca tuvo espíritu literario” y le rompía los poemas.
También redactaba monólogos, sin tener idea de que así se llamaban y los representaba en la escuela. Con los años olvidó el teatro, pero el teatro no la olvidó a ella.

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El cuarto en la fila es Fermín Picado del Hoyo. Ya pasaron Carmenza, Proculo y Adita, ahora tiene que aparecer él con su machete y solicitar una libra de constancia, para tomarse los medicamentos como el doctor se lo indicó. Ya está frente al mostrador, a punto de dialogar con Leopoldina. El público espera, el director se impacienta y Haydée Cano improvisa, intentando que su colega Freddy Triana, de 64 años, recuerde sus líneas.
Al final salen del paso y la intervención de Fermín se salva con un chiste. Dice que le duele el estómago, que tiene un “gato enterito” que lo está rasguñando por dentro y Leopoldina lo corrige, dándose una palmada en la frente: ¡Gastroenteritis!
La mayor dificultad para estos actores es “naturalmente la vejez”, señala Hugo, el director. “No podemos memorizar textos grandes, entonces se hacen textos cortos con picardía”, cuenta. O bien, recurren a pequeños trucos, como leer cartas y periódicos que contienen los parlamentos extensos.
Lo otro son las enfermedades que vienen de la mano con los años. Elías sufre de dolores de espalda y la diabetes lo ha consumido al punto de que, según él, se ve “más viejo que Hugo”. A Hugo recién lo operaron de la próstata. A Freddy, el músico del grupo, le falla la memoria. Y Francisco, que de joven fue sembrador, ejecutivo de ventas y agente viajero, ya se ve un poco agotado.
Después de Markgee García, directora de la Biblioteca Alemana Nicaragüense e intérprete de Carmenza Mena Mora, la más joven actriz es María Isabel Maltez, de 58 años, matagalpina, licenciada en Teología. Se está preparando para entrar a la tercera edad, dice. Planea dedicar esta etapa de su vida a escribir. Hace un año descubrió que puede hacerlo, después de separarse de quien fue su esposo durante casi cuatro décadas.
Casi toda la vida asistió a una iglesia evangélica, por eso es la más conservadora del grupo. No quiso aceptar el papel de Adita Cela Prieto, y tuvieron que enseñarle a caminar con coquetería para ser Maruca Galo Rojo.
Ella es la señora guapa que ahora se acerca contoneándose al puesto de Leopoldina. Mira a todos lados y se lleva una mano a la boca, sonríe inclinando la cabeza hacia el público. Pregunta por el doctor. Celestín no está porque se fue con Adita “a cambiar un cheque al banco”. La Pérez Soza la mira de mal modo, desaprobando tanta vanidad. Finalmente, Maruca saca una carta de su bolsito y advierte que su contenido es “privadísimo”, que solo el doctor puede leerla, que su marido la mataría si se enterara de lo que está haciendo. Leopoldina dice que sí a todo y apenas Maruca da la vuelta, abre el sobre de la carta.
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La obra está por terminar. Haydée Cano, Pérez Soza, Leopoldina, se acerca al público y lee la carta de la discordia. “Doctor, sufro mucho... Siempre que me voy a la cama pienso en usted. Es la única persona que puede calmar mi sed de amor...”, dice en voz alta. “Yo sabía, ¡esta mujer tiene algo con mi marido! Este Celestín Chan Doo, ahora sí se le va a hinchar de verdad”, exclama fuera de sí. “Cuando me meto a la cama con mi marido siempre estoy pensando en usted...”, y hace una pausa en la lectura para gritar: “¡Descarada, reputísima, con su hombre en la cama y pensando en el mío!”
Pero pasa algo curioso, pronto la rabia de Leopoldina se transforma en carcajadas, porque lo que Maruca le pide al doctor es un remedio para su marido, “que tiene la naturaleza muerta”. “¡Este viejo es del club de la paloma muerta!”, se burla, doblándose de la risa. Y dirigiéndose al público, da un consejo de vida: “¡Si esto se resuelve con una pastillita azul, con una pastillita levantamuertos, con una viagra, hombre!”
El auditorio aplaude y los artistas hacen reverencias. Elías saca su jeringa y avisa que está disponible para quien desee “una jincadita”. Señores y señoras, damas y caballeros, la obra ha finalizado y ahora tendríamos que decir: ¡Abajo el telón! Pero no lo haremos, porque en la vida de estos actores la función apenas está comenzando.
“Siempre me gustó la literatura, me gustó desde niña. Mi abuelita materna me enseñó a leer, escribir, me puso sobre el camino. Escribía desde muy niña. Mi mamá me rompía los poemas. No tuvo espíritu literario”.
Lesbia Marina González, poeta y actriz de la compañía.
Círculo literario
Todos los miembros del grupo Hugo Hernández Oviedo escriben poesía y a menudo la comparten con el público. Lesbia Marina González tiene “una poesía erótica muy sutil”, Haydée Cano escribe de amor y con ese humor tan directo con que entretiene al auditorio cuando por alguna razón la obra se atrasa. Elías Bonilla y Freddy Triana tienen duelos de versos. María Isabel Maltez está investigando para escribir sobre su propia vida y Francisco López Soza se inclina por los cuentos, inspirado en la vida del campesino. Han publicado en varias antologías del Círculo Literario de Adultos Mayores (CLAM), que se reúne todos los jueves en la Biblioteca Alemana Nicaragüense. Desde niños les gustó escribir, pero por circunstancias de la vida es hasta ahora, cuando es otoño, que pueden cumplir ese sueño.