Johann Fuchs recorrió Centroamérica pintando iglesias. Pero en medio de los Cristos, ángeles y santos que dibujó, sería un diablo en San Rafael del Norte el que causaría polémica. Aquí la historia del pintor y su pintura
Por Tammy Zoad Mendoza M.
Hay quienes lo recuerdan encaramado en el andamio, sin camisa, con los lentes empañados y pringados con la pintura que salta de los pinceles. Otros lo ven desde el portal de la casa, siempre descamisado y ahora con la barba crecida, pintando de pie frente a un caballete. Saben que era un pintor extranjero, un hombre reservado que iba y venía con sus estuches y papeles de aquí para allá, donde lo llamaran a pintar escenas celestiales. No saben que era austríaco, que vino huyendo de su país y que se bautizó Juan al llegar a Centroamérica para que pudieran llamarlo por un nombre “más cristiano”.
Puede que muchos más hayan visto o escuchado hablar de una de sus obras sin saber nada de él. Pintó al popular y querido padre Odorico D’Andrea en una escena de la llegada de Jesucristo, incluyó a una joven sanrafaelina en otro cuadro religioso y hasta metió a su suegra en el purgatorio que pintó en la iglesia de Rivas. Pero “La tentación de Jesús en el desierto” se convirtió en un referente de su obra. Es la recreación de ese pasaje bíblico en el que mientras Jesucristo ora y ayuna en mitad del desierto, se aparece el diablo tentador ofreciéndole riquezas y retándolo a convertir en pan un puñado de piedras. Pero en la escena que pintó Juan Fuchs en 1967, el personaje de satanás pareció haber cobrado vida casi dos décadas más tarde cuando por casualidad, imaginación o malicia, alguien encontró un escandaloso parecido entre el demonio de la pintura y Daniel Ortega Saavedra. El Ortega que para entonces era llamado comandante, el líder de la cúpula de poder instaurada con el triunfo de la revolución y quien aspiraba a ser presidente de Nicaragua.

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Johann Fuchs Holl era parte de una familia de clase media, conservadora y católica. Sus hermanos mayores, Karl y Joseph, habían sido reclutados a la fuerza por el ejército de Hitler y eran parte de su guardia personal, la SS. Poco tiempo después a él mismo lo llamaría otro cuerpo militar. Johann era solicitado por el ejército de su país para combatir a Hitler. Pero él no quería ir a la guerra, sobre todo ante la posibilidad de enfrentarse a sus hermanos. Salió de Austria en 1943, huyendo del servicio militar. Entonces viaja como parte de un grupo misionero que llegaría a El Salvador a finales de ese año.
Todo estaba dispuesto: él sabía varios idiomas, incluyendo el español, y había heredado de su padre, pintor de telones de teatro, el arte de pintar. Además desde muy joven había recibido clases de pintura y a los 22 años ya había elegido seguir el camino de sus más grandes influencias: el pintor holandés Rembrandt y el artista italiano Miguel Ángel.
“No fue un artista famoso aquí o en otros países. Donde llegaba la gente solo sabía que era un pintor extranjero. Fue por su amistad con algunos religiosos que su círculo de contactos creció y empezó a recorrer la región. Mientras él pintaba un mes aquí, al mes siguiente los párrocos invitaban a sus amigos a ver la obra y después otros sacerdotes llegaban a buscarlo para hacer algún mural en su iglesia. En ese entonces la pintura era muy valorada dentro de las expresiones del arte sacro”, comenta su hijo, Hansi Fuchs, quien heredó de su padre al amor por este arte y pinta desde los 14 años. Ahora tiene 43.
Juan Fuchs llegó a Centroamérica de la mano de unos religiosos salesianos, por quienes encontró los primeros lienzos en los que plasmaría su arte. El Salvador, Guatemala, Honduras, Costa Rica y allá por 1955 llegaría finalmente a Nicaragua. Rivas, Ometepe, Diriamba, Managua, León y Jinotega. En todos estos lugares hay una o varias iglesias que conservan, ya pálidos, los frescos que pintó durante horas y horas, mes tras mes, sobre un andamio.
“Aún hoy, la gente habla o tiene noción de su pintura en la iglesia de San Rafael del Norte, pero solo saben decir rumores, inventos, cosas que no son. Mi padre era un pintor religioso, jamás tuvo que ver con la política y mucho menos con personajes que en ese entonces no figuraban por ningún lado. Si el diablo de “La Tentación” tiene un aire a Daniel Ortega, no es más que una casualidad. Son los mismos sandinistas y liberales los que han armado relajo con ese cuadro”, señala Hansi Fuchs.
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“¡La Profecía en Nicaragua! En la iglesia católica de San Rafael del Norte, departamento de Jinotega, Nicaragua, se encuentra esta pintura hecha por un pintor desconocido en el año 1967. Se puede notar el parecido con el candidato a la presidencia Daniel Ortega, por el Frente Sandinista. Si se cuentan los dedos de la mano, el resultado es de 9, que serían los nueve comandantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que asaltaron el poder, en el año de 1979. ¿Será la profecía lo que está en Nicaragua, vista por ese pintor desconocido y pintada en 1967, o es una simple casualidad? Ampliamos en la foto a la derecha la figura de Satanás, para que se pueda apreciar mejor. Dios nos libre del FSLN”.
No se trata de una revelación. Este es el texto de la imagen complementaria de tres artículos que circularon como volantes por todo el país a mediados de 1996, como parte de la campaña política del Partido Liberal Constitucionalista que promovía a Arnoldo Alemán Lacayo para presidente en las elecciones de octubre de ese año. En su campaña atacaban con toda clase de argumentos e interpretaciones religiosas la imagen con la que Daniel Ortega, el bigotón de rostro pétreo y lentes gruesos, pretendía ganar las elecciones.
El misterioso pintor del que se hace referencia tampoco era un profeta, pues lo único que hizo fue recrear al óleo la escena de una postal tal cual le habían encargado. Aunque en varias de las pinturas se tomó la libertad de quitar y poner cosas, o de incluir personajes de su entorno. Dos sacerdotes, una joven del pueblo y hasta su suegra.

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En realidad, no era un perfecto desconocido, al menos en San Rafael del Norte todos saben quién es. “A Juan Fuchs lo trajo el padre Odorico D’Andrea en 1967. Este señor había hecho pinturas hermosas en la iglesia de San Antonio, Managua, y en la Catedral de Rivas. Por eso el padre Odorico fue a buscarlo a la capital”, puntualiza Alberto Rivera Monzón, abogado y periodista sanrafaelino. “Lo trajo para que hiciera una serie de pinturas, al menos diez frescos que quedaron consagrados en la parroquia San Rafael Arcángel. Este templo fue reconocido como monumento histórico nacional en el 2000 y estas pinturas son un tesoro artístico para San Rafael del Norte”, dice orgulloso Rivera Monzón al recordar que él mismo promovió esta ley cuando fue diputado.
Una obra progresista de tanta envergadura y costo había merecido para el dinámico sacerdote católico, el apoyo decidido de sus feligreses, la cooperación de sus ricos familiares italianos y el entusiasmo católico de benefactores norteamericanos, venezolanos e italianos, se afirma en la Monografía Jinotega, de Lola Soriano y Julián Guerrero (1985). Así fue como el padre Odorico D’Andrea pudo costear los gastos de las pinturas importadas desde Italia y el trabajo del austríaco, que cobraba entre mil y dos mil córdobas de la época.
Aquí, la imagen del pintor chele, rollizo y de cabello cano sigue fresca en la memoria de los abuelos del pueblo. En aquel entonces era común entrar a la iglesia y ver a un hombre descamisado, con jeans manchados y gafas gruesas escalando entre las varillas de la armazón. Allá arriba se quedaba por horas y horas. En cámara lenta iban apareciendo nubes, rostros, cuerpos que al final sumaban el número exacto de elementos que recreaban a la perfección los cuadros que el padre Odorico le habría encargado. Hasta al mismo padre lo incluyó en uno de los frescos, junto al padre José Mamerto Martínez, otro personaje religioso querido en este pueblo.
Aquí se conservan más estos recuerdos que aquellos comentarios que van y vienen como olas desde inicios de los 80, cuando alguien “descubrió” o hizo aún más evidente el parecido entre el diablo de la pintura de Fuchs y Daniel Ortega, para entonces coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional.
“El personaje del cuadro tiene una similitud casual con Daniel Ortega, pero no tiene nada que ver con una profecía, mi padre era un artista religioso”.
Hansi Fuchs Torres, hijo de Juan Fuchs.
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Era serio, muy reservado y educado. No le molestaba que la gente, desde abajo, se congregara a verlo trabajar, pero sí le molestaba el bullicio y la algarabía. Le encantaba el café por las tardes, y a veces era el único momento en el día en que bajaba del andamio para tomarse una taza, siempre dentro de la iglesia de San Rafael del Norte. Por eso doña Santos Osegueda de Úbeda tenía lista una porrita de café caliente y un pocillo apartado para cuando llegara el niño-mandadero que acompañaba curioso al pintor. A sus 95 años no recuerda el nombre de él, pero sabe que era un buen artista. “Él me pintó a mi niña, Blanquita se llamaba, se me murió a los 15 años en un accidente de moto”, cuenta doña Santitos, como la conocen en el pueblo. Su hija aparece en una de las pinturas, en la escena en la que la Virgen María desciende en carruaje escoltada por ángeles y la recibe Blanca encabezando la legión de niñas vestidas de blanco. Un homenaje por el que la familia dio un generoso aporte al costo de la pintura, tal y como lo confirman cada una de las placas incrustadas en la pared bajo los marcos dorados, algunos carcomidos lentamente por los insectos y por el tiempo.
En Ticuantepe también lo recuerdan. También han visto sus pinturas o tienen algún cuadro de algún pariente que él retrató. Vivió ahí desde 1973, luego de autoevacuarse junto a su familia, Fuchs-Torres, al perder todo a causa del terremoto de 1972. Echó raíces aquí y siguió en su trabajo de pintor, retratista y restaurador de imágenes religiosas. Hasta aquí llegaban a buscarlo para pintar cuadros o hacer murales en Granada, Diriamba o Guatemala. Iba con sus maletas y estuches. Regresaba con las ropas manchadas, los pinceles gastados y, entre la ropa, el dinero que guardaba siempre en las maletas.
Su hijo Hansi lo recuerda serio, de poco hablar, a menos que se tratara de un tema de arte. Como padre les inculcó el catolicismo desde pequeños, ir a misa era una de las actividades familiares. Cuando no estaba pintando, se sentaba en una mecedora, afuera de la casa, y entonaba melancólico canciones en alemán mientras cargaba en brazos a su pequeña hija.
Juan Fuchs también impartió algunas clases de pintura, pero quizá el alumno que lo añore más sea Hansi. De los cinco hijos que tuvo en total, solo él se dedica a la pintura.

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Don Tomás se quita la gorra y se la lleva al pecho. Está apesarado al recordar lo último que supo del pintor. “Pobrecito el señor, yéndose de Nicaragua a su país, se subió a pintar en otra iglesia y se cayó del andamio. Hasta ahí llegó el pobre”, dice Tomás Herrera con la voz y las manos sacudidas por los embates de 87 años de trabajo duro.
Sin embargo, no fue así como murió Juan Fuchs; fue un infarto o el golpe de la caída que sufrió a causa de este lo que acabó con su vida en agosto de 1986. Su hijo Hansi nos aclaró la historia, pero igual don Tomás seguirá pensando que el andamio de varillas de pino que él le hizo era el más seguro en el que trabajó el pintor, el único en el que no corría peligros mientras pintaba ángeles en lo alto.
Herrera no recuerda quién le dio esa noticia, y tampoco la fecha exacta en la que conoció al pintor, pero dicta con exactitud la dirección a la que condujo, desde San Rafael del Norte, Jinotega, hasta el barrio Campo Bruce, en Managua, para que el padre Odorico contactara al artista. “Creo que fue en febrero del 67, esa misma tarde el hombre agarró sus maletas y se vino con nosotros al pueblo. Aquí yo le construí un andamio con unas varas de pino, el hombre quedó encantado. A veces lo ayudaba a pasarle las pinturas desde abajo o tomábamos café en la casa del padre, pero él era de poco hablar. Solo sé que tenía familia en Managua, para allá viajaba unas dos veces al mes”, cuenta Herrera.
Recién llegó a Nicaragua Fuchs se instaló en Rivas, donde no solo trabajó en la pintura del templo, sino que formó su primera familia. “Mi papá tuvo una esposa en Rivas, doña Esther Cordón, con quien tuvo dos hijos. Ellos tuvieron problemas, se separaron y él continuó trabajando en una pintura, él pintó a alguien en la escena del purgatorio y la señora nunca quiso saber nada más de él”, comenta su hijo Hansi Fuchs. Fue la suegra de Juan Fuchs quien quedó inmortalizada en aquella pintura en la iglesia de Rivas, según cuenta el periodista Wilmor López, conocedor de la obra del pintor.
Pasó por Diriamba, anduvo en Ometepe, fue a León y vino a Managua. Pintó en la iglesia San Antonio y hasta en la vieja Catedral de Managua, donde conoció a Dalia Torres, la joven que llegaba antes de misa para ver pintar a aquel hombre de torso desnudo. Con ella se casaría y procrearía tres hijos: Hansi, Carlos y María Auxiliadora Fuchs Torres.
“Mi papa pasaba temporadas fuera de casa. Lo llegaban a buscar sacerdotes, él alistaba sus cosas y se iba. Al tiempo regresaba con su maleta y su dinero. No sé cuánto cobraba, pero debía ser bastante porque en la casa tenía maletas de reales, no le gustaba usar los bancos”, recuerda su hijo Hansi. Aquella vez que salió de su casa en Campo Bruce fue Tomás Herrera y el padre Odorico quienes llegaron por él. Le tomaría dos años terminar aquellas 10 pinturas, incluyendo la cúpula de la iglesia. “La Tentación de Jesucristo en el desierto” fue terminada en 1967, era una reproducción de la postal que aún conserva Hansi Fuchs, como parte de los tesoros heredados por su padre.
En octubre de ese mismo año, 1967, a bordo de un Hillman gris, el joven y casi desconocido Daniel Ortega, junto a Oscar Turcios, Gustavo Adolfo Vargas y Edmundo Pérez acribillan a balazos al sargento de la Guardia Nacional Gonzalo Lacayo. Ahí comienza su historia, la misma que convertiría en leyenda la pintura con el famoso diablo de Juan Fuchs, de la que según Hansi Fuchs hay una réplica en la clausurada y vieja Catedral de Managua.

Venganza de artistas
Cuando Miguel Ángel estaba por terminar el Juicio Final, una de sus principales obras en la Capilla Sixtina, se desató un escándalo. La complejidad estética y perfección de la obra no fue lo único que sorprendió. La gran cantidad de cuerpos desnudos resultaron ofensivos para algunos e incluso hubo una campaña para borrar los frescos, calificándolos de vulgares. Biaggio da Cesena, maestro de ceremonias del papa, fue el principal crítico de la obra y quizá por eso el pintor lo elegiría para recrear el rostro de Minos, uno de los tres jueces que administran el infierno. Con un cuerpo grotesco, orejas de burro, cola de serpiente y otras más enrollada en el torso, Biaggio da Cesena quedó inmortalizado en el infierno del Juicio Final.